Fuente: https://sinpermiso.info/textos/cuba-nuevo-dossier
Ailynn Torres Santana
Julio César Guanche
Luis Emilio Aybar
Fernando López D Alesandro
25/07/2021
«Está en juego la vida buena y justa en Cuba». Entrevista con A. Torres Santana y J. C. Guanche
Es difícil encontrar otro ejemplo de un país tan pequeño que haya tenido un impacto tan profundo en el mundo como la Cuba revolucionaria, a la que es imposible separar de la experiencia de descolonización del Tercer Mundo, de las luchas antimperialistas, de la radicalización internacional de 1968 y del giro latinoamericano a la izquierda de fines de los años 1990.
La continuidad revolucionaria de la isla, que sorprendentemente logró sobrevivir a la caída del «campo socialista», permitió que no se quebrara del todo en América Latina el hilo de una memoria y de una experiencia de lucha, muy distintas a la regresión reaccionaria que tuvo lugar en Europa Oriental.
Pero Cuba no es solo una referencia política y moral, una retaguardia estratégica o un motivo de orgullo. Es también un país real y concreto, más prosaico que el ideal, con sus sufrimientos, sus desigualdades y sus malestares. Y es también una sociedad que enfrenta problemas característicos de las experiencias del «socialismo de Estado», que parecen venir de otro mundo y de otro siglo: el aislamiento internacional (condensado en el bloqueo norteamericano), la tendencia a la escasez y a la subproducción, los rasgos burocráticos de su régimen político, las presiones restauracionistas de sectores interiores y exteriores al partido gobernante.
En el imaginario de algún experimentado militante marxista, las recientes movilizaciones pueden parecer un eco lejano de aquellas que sacudieron a los países del Este (y también a la izquierda internacional): Hungría en 1956, Praga en 1968, Polonia en los años 1980, Berlín en 1989.
Lo cierto es que a menudo Cuba es más mentada, idealizada o vilipendiada que conocida. De comprender antes que juzgar, entonces, se trata esta larga conversación que mantuvimos desde Jacobin con dos jóvenes intelectuales cubanos: Ailynn Torres Santana, académica y militante feminista, integrante del Consejo Editorial de la revista Cuban Studies (Universidad de Harvard) y del Consejo de Redacción de la Revista Sin Permiso, y Julio César Guanche, historiador y jurista dedicado a la investigación sobre democracia, republicanismo y socialismo.
¿Qué significan estas movilizaciones? ¿Qué impacto tienen? ¿Cuál es el riesgo de que sean capitalizadas por la oposición procapitalista? ¿Cómo valorar la situación actual desde un punto de vista comprometido con un socialismo democrático?
MM
¿Cuál era la situación social, económica y política de Cuba antes de las movilizaciones del 11 de julio?
ATS
Las protestas sociales que comenzaron en Cuba el 11 de julio pasado no pueden entenderse del todo como una cuestión planificada, espasmódica o coyuntural. Responden a un proceso de largo aliento que tiene que ver, entre otras cosas, con la precarización sistemática y creciente de las condiciones y los recursos para el sostenimiento de la vida.
Una honda larga de ese proceso remite a la crisis de los años 1990, que implicó una progresiva reestructuración socioclasista de la sociedad cubana y la ampliación del empobrecimiento y la desigualdad. Una honda más corta comienza con el proceso de reforma económica y de la política social, que inició alrededor de 2006-2007 aunque se profundizó hacia 2011 y llega al presente. Su última etapa es la Tarea Ordenamiento, desde enero de este año.
La escalada de la precarización de la vida responde a distintos elementos. Juega un papel central el recrudecimiento de las sanciones del bloqueo económico, financiero y comercial de Estados Unidos hacia Cuba. Este es un elemento clave. También lo son las distorsiones —ya estructurales— de la política económica cubana en la reforma, que incluyen ralentizamientos, zigzagueos y errores de diseño e implementación.
Pondré dos ejemplos: la reforma en el agro ha sido profundamente desatendida, mientras se destinan millonarios recursos a la inversión turística hotelera; las transformaciones en la política social han resultado en una mercantilización y familiarización del bienestar cada vez mayores, con la consecuente disminución de la participación del Estado en el aseguramiento de ese bienestar.
En paralelo con lo anterior, el valor real del salario ha decrecido persistentemente; en los últimos seis meses ese decrecimiento ha sido dramático. Atravesamos un contexto de dolarización parcial de las economías domésticas, con la apertura y expansión por parte del gobierno de comercios en Moneda Libremente Convertible que expenden productos de primera necesidad (y que la mayoría de las veces no están disponibles en otro tipo de establecimientos) y hacen a las familias dependientes de las remesas (las cuales, a su vez, se han visto restringidas por la cancelación estadounidense de las vías por las que se envían).
Lejos de ser una excepción, al igual que en el resto de la región la pandemia agudizó las crisis preexistentes en Cuba: asfixió el turismo —rubro central de la economía nacional— y prácticamente canceló al sector privado pequeño y mediano (fundamentalmente dedicado a los servicios), con consecuencias nefastas para las personas que conforman ese sector, especialmente para las empleadas.
En fecha reciente, la nueva escalada de contagios de COVID-19 provocó el desborde de parte del sistema de salud (en la provincia de Matanzas) y puso en números rojos la gestión sanitaria de la pandemia. La escasez brutal que viven las personas y familias en el país, sobre todo de alimentos y medicamentos, configura un panorama muy difícil de gestionar doméstica, institucional y nacionalmente.
Todos los elementos mencionados están en absoluta relación. Ninguno explica por sí solo la crisis, así como ninguno puede desconsiderarse.
Pero a lo anterior hay que añadir déficits acumulados y procesos de otro tipo. Cuentan los déficits de derechos laborales para quienes trabajan en el sector privado, el sistemático vaciamiento del papel de los sindicatos, la obstaculización del proceso de creación y ampliación de otras formas de propiedad (como la cooperativa), la cancelación práctica de la posibilidad de crear asociaciones y formalizar espacios de la sociedad civil debido a la existencia de una ley de asociaciones desactualizada e inauditamente limitada, la acumulación de demandas insatisfechas relacionadas con derechos civiles y políticos de expresión, organización y disenso que tienen escasas garantías, la criminalización de voces ciudadanas diversas como «mercenarias», «líderes de la restauración capitalista» o directamente como «opositoras al socialismo» y la intensificación del programa de «desestabilización del régimen» por parte del gobierno de Estados Unidos, que dedica recursos millonarios a formar o apoyar espacios y actores que abreven en su política contra Cuba.
Nuevamente, todo ello está en relación. En esas condiciones se llega a estas movilizaciones. Para explicarlas no se pueden seguir razonamientos unilaterales.
MM
¿Cómo describir las movilizaciones, su magnitud y su contenido político? ¿Qué papel tuvieron en ellas los sectores de la oposición financiada por EE. UU.? ¿Qué piensan de la caracterización de éstas como un intento de «golpe blando» o «revolución de terciopelo»?
JCG
Confirmar las informaciones resulta bastante difícil, pues la prensa oficial ha sido muy omisa en su cobertura. Sin embargo, un sitio de periodismo de datos registró unas sesenta localidades del país en las que hubo algún tipo de protesta. Estamos hablando del proceso de protesta social más grande que ha tenido Cuba desde el año 1959.
La cobertura de la prensa estatal ha estado enfocada en los problemas de vandalismo —que ha habido, pero no son el signo de cada una de las protestas ocurridas—, en las respuestas frente a la protesta y en las convocatorias oficiales a «actos de reafirmación revolucionaria», como el del pasado sábado.
Lo cierto es que existe un largo acumulado político de demandas y un problema estructural en la política cubana. Y es que esa política no ha concedido espacio real para el manejo de las diferencias de modo institucionalizado; no ha permitido a ciertos sectores —incluso los que no tienen nada que ver con sectores disidentes— participar como actores legítimos dentro del sistema político nacional. Este hecho los ha empujado a los márgenes y, muchas veces, ha radicalizado diferencias que podrían haber sido gestionadas de mejor manera. Estoy refiriéndome con esto a un amplio espectro que no cuenta con espacios de expresión y de participación.
Por supuesto que existen sectores de derecha —que con razón podemos llamar revanchistas y extremistas—, con vinculación real con los Estados Unidos y con los programas federales de subversión hacia Cuba (programas de «cambio de régimen»). Esa corriente tiene articulación con zonas similares que existen en Florida, que están pidiendo la intervención de los Estados Unidos sobre Cuba.
Ahora bien, Miami no es un lugar unívoco de enunciación. Tampoco lo es «La Habana». Hay actores en esa geografía que no comparten esa agenda, y que podrían contribuir desde allí a mostrar que existen otras voces, que podrían contribuir a deslindar y disputar los llamados a la intervención, al caos y la desestabilización predominantes.
Por otro lado, con respecto a la idea de «golpe blando», lo primero que hay que decir es que tiene varias aplicaciones. Dentro del país se está usando para definir correctamente un programa existente de subversión real sobre procesos de raíz popular en América Latina. Es un proyecto impulsado por las oligarquías latinoamericanas y las contrarreformas contra procesos populares que apelan a repertorios de «estados fallidos», lawfare, guerra mediática y algorítimica a través de redes sociales, entre otros. Hay rasgos de ese programa que se observan en Cuba en la línea de tiempo que ha llegado hasta aquí.
Pero pretender que la narrativa del golpe blando explique cada expresión de malestar social o su capitalización por el enemigo equivale a obturar cualquier espacio a la autenticidad de las demandas nacionales. En Cuba hay también agendas cubanas, problemáticas cubanas, activismos cubanos, que no tienen ningún tipo de vinculación con la estrategia del golpe blando.
Es muy peligroso identificar toda protesta como inscrita en el empeño de guerra no convencional. Hacerlo habilita solo un tipo de respuesta: represiva y militar. Porque según se lea la protesta, se imaginarán sus soluciones. Y si esta se define solo como «golpe blando», entonces no queda otra que enfrentarla directamente, como se enfrenta a un enemigo.
El asunto es que estamos en presencia de una protesta cuyas dimensiones populares no se pueden escamotear. Hay un pueblo cubano al que es necesario atender; hay que escuchar lo que está diciendo para comprender cuáles son las razones y dónde están las raíces que han contribuido a esta situación, en la que el bloqueo estadounidense juega un papel crucial pero en la que también tienen incidencia las dinámicas sociales propias de la isla.
Cuando comenzó la protesta, en San Antonio de los Baños, el presidente Miguel Díaz-Canel acudió en persona a esa localidad. Es una tradición que había desarrollado Fidel Castro: en 1994 hubo una protesta —que no fue tan grande comparada con la actual, pero que es su antecedente más directo—; Fidel se presentó en el lugar al tiempo que prohibió expresamente el uso de armas letales contra civiles.
Y allí radica una diferencia clave con lo que ocurrió ahora. Díaz Canel usó una frase —que luego no ha repetido más hasta hoy del mismo modo—: para los revolucionarios «la orden de combatir está dada». Para muchos, esa frase tenía en Cuba una connotación militar frente a una agresión externa. Pero en este contexto, inédito para todos (también para el gobierno), se usó para hacer alusión a una protesta civil que tenía componentes de violencia civil pero también pacíficos.
Se perdió así una oportunidad para dar garantías de que no iba a haber ningún tipo de uso de armas, como se había hecho exitosamente en 1994. Se perdió la oportunidad para garantizar que la contención policial no iba a permitir ningún tipo de violencia contra las personas, ni contra bienes colectivos (había convocatorias e incentivos —sobre todo desde el exterior— a provocar incendios, saqueos, apedrear o incluso matar policías); que se protegería la integridad física de los participantes, estuviesen en un lado u otro de las protestas. Todo ello, de la mano de un llamado a procesar políticamente el conflicto. Quizás se trataba de una opción compleja, pero sin dudas era necesaria.
Cuba tiene compromisos con la no violencia estatal. No obstante, hay pruebas de violencia policial —como también de violencia civil— que son inaceptables para esa cultura, y que muy probablemente marquen un «antes y un después» tras estas protestas. A su vez, la tradición revolucionaria cubana tiene un compromiso muy fuerte con la activación política de lo popular. Ello es algo que no concierne única y exclusivamente a la parte del pueblo que se reconoce de modo oficial como «revolucionaria».
El nacionalismo cubano es una de las ideologías más poderosas de toda la historia nacional. Posee una agenda contra todo tipo de intervención y una cultura de soberanía, en gran medida antimperialista, tradicionalmente caracterizada por el rechazo a cualquier injerencia extranjera. Frente a una intervención, la respuesta cubana no vendría solo del campo revolucionario, sino de un espectro amplio con ningún interés en cualquier tipo de injerencia, al que el gobierno haría bien en interpelar de modo ampliado para ese objetivo.
MM
En el último artículo que escribieron para Jacobin mencionan el componente generacional como una arista de análisis fundamental a la hora de pensar la Cuba de hoy. ¿Qué peso tiene esa cuestión en las movilizaciones actuales?
ATS
Esa pregunta ha estado muy presente en los últimos días. Es una pregunta sobre el quiénes se manifestaron y si hay una frontera generacional que explique su ocupación del espacio público de esa forma.
Antes decía que la sociedad civil cubana se ha densificado considerablemente en los últimos años. En ese proceso, las juventudes cumplen un papel importante, como sucede en otras partes del mundo. Si se observan a los actores feministas, antirrascistas, animalistas, de artistas y creadores, periodistas y otros, vemos que en efecto hay una fuerza vital importante —aunque no exclusiva— en nuevas voces y generaciones que, por supuesto, son diversas a su interior y corresponden a un abanico amplio del espectro político.
No todos son ni se reconocen a sí mismos dentro del campo de las izquierdas (en sentido amplio). También se posicionan de forma distinta respecto ya no a la política, sino al gobierno cubano específicamente: a veces en frontal oposición, a veces con cierta equidistancia, a veces con apoyo incondicional, otras aspirando a un acompañamiento crítico y a veces moviéndose de una a otra de esas opciones.
Esa diversificación de la sociedad civil choca con un proceso de clasificación y reclasificación política cada vez más cerrada y predatoria. Muchas veces, desde el gobierno toda esa complejidad se traduce en «revolucionarios» versus «contrarrevolucionarios». Esta última categoría se vuelve una ficción poderosa donde entran cada vez más voces que son, incluso, antagónicas entre sí. Desde otros extremos políticos, la clasificación es otra: «comunistas» versus «anticomunistas», «oficialistas» o no, y otros pares similares.
También se ha reactivado la categoría de «centristas», que curiosamente es utilizada por voces opuestas (desde el gobierno y desde parte de su oposición) para calificar a sectores, personas o grupos que consideran «insuficientemente definidos»: sea que no se refieran al gobierno cubano como «dictadura» o sea que produzcan críticas sobre políticas o repertorios oficiales. Es posible que aquí esté simplificando en exceso el mapa, pero ese es el panorama a grandes rasgos.
Ese camino extravía la necesidad de repolitizar y resignificar constantemente las identidades políticas, que no se ganan de una vez y para siempre.
Para una parte de quienes se manifestaron (y de quienes no se manifestaron), juventudes incluidas, el comunismo o el socialismo es demodé o algo directamente negativo. Para otros grupos que también salieron a la calle pero en respuesta a los y las manifestantes, la etiqueta es clara y suficiente para expresar sus opciones por la justicia. Para el gobierno, a veces hablar de socialismo o de comunismo pareciera una entelequia que define no lo que se hace sino lo que se es. Para otras personas, no son las identidades políticas lo que está en juego sino las formas de sostener su propia vida.
Específicamente respecto a las protestas, las redes sociales jugaron un papel principal como vitrina de lo que sucedía y también para la convocatoria o el contagio de un territorio a otro. En ese proceso las juventudes fueron importantes, porque son las que tienen más manejo del mundo digital. Pero lo mismo podría decirse de las juventudes que salieron a las calles por cuenta propia para disputar las manifestaciones.
Sin embargo, y al contrario de otros análisis que he escuchado sobre este proceso, creo que estas no fueron protestas principalmente de jóvenes, aunque su presencia es indiscutible. Los registros gráficos muestran una importante y en cierto sentido llamativa diversidad generacional. Lo que sí me parece más evidente es la presencia de una marca socioclasista. Recordemos que las protestas empezaron por zonas periféricas respecto a los centros urbanos y, en la capital, en municipios densamente poblados y altamente precarizados. La dimensión territorial, que es también socioclasista aunque hay heterogeneidad en los barrios cubanos, es muy decidora y pienso que explica más las protestas.
JCG
Los años 1990 fueron una época definitoria en Cuba, con la caída de la URSS, con la radicalización del bloqueo y la agresión estadunidense y el acumulado de problemas internos que ya habían sido reconocidos de modo oficial desde el proceso de «Rectificación» de 1986. Esa crisis implicó cambios de todo tipo, que marcaron una frontera real respecto a lo que Cuba había sido hasta entonces.
Fue una década que marcó también un «antes y un después» para la memoria colectiva cubana. Los cubanos perdieron en promedio unas 20 libras per cápita. Sin embargo, la década previa, la comprendida entre 1975 y 1985, fue la época de mayor bienestar social en Cuba (relación con la URSS mediante). Ese «colchón social» fue fundamental para enfrentar la crisis. Fue una época con muchas contradicciones —las artes plásticas y el cine cubanos dejaron muchos testimonios de ello—, a la vez que un lapso de bienestar económico y seguridad social bastante ampliados.
La ruptura de los 90 implicó una Cuba «nueva». Las generaciones que se socializaron durante y después de esa década percibieron sus demandas más en función de carencias y fracasos de la revolución, que en comparación con un pasado que para la enorme mayoría quedaba tan lejos como 1959. Para los jóvenes de hoy, el pasado son los años 90, no 1958.
Sin dudas, la referencia a 1959 sigue siendo central en la memoria y la historia de Cuba, en la memoria de lo que alcanzó y pudo ser y hacer la revolución cubana. Ahora, cuando el discurso oficial asegura que hay «intentos de restaurar» la Cuba previa al 59 propone no solo un regreso antidialéctico «al pasado». La cuestión es que un espectro social que ya cuenta con cierta edad piensa las complejidades de su vida cotidiana no en relación al retorno o la restauración capitalista, sino en función de procesos y dinámicas que han vivido por sí mismos antes, a los que muchos han dedicado sus vidas completas, pero que han dejado de ser y ya nunca más serán como eran. Para el caso de los más jóvenes, la situación es aún más compleja, pues muchos no encuentran, tras vivir esa Cuba pos 90, un pasado «dorado» como referente.
Hay una broma cubana que cuenta que al Período Especial —la crisis de los 1990— «entramos todos pero salimos de uno en uno», a lo que se agrega que algunos nunca salieron. Es una situación común en muchas geografías —las salidas de tipo privado a las crisis—, pero en Cuba atenta contra la promesa revolucionaria de la igualdad, una de las grandes bases del 59. Cuba tuvo parámetros sobre la desigualdad realmente muy favorables, no solo para los parámetros latinoamericanos sino mundiales. Ese «salimos de uno en uno» significa un quiebre enorme. Fidel Castro buscó dar cuenta de un renovado programa igualitario con la llamada «Batalla de ideas» al filo de los años 2000, pero visto en retrospectiva fue insuficiente y luego no tuvo reediciones tras su deceso.
MM
¿Cuál es la realidad y la influencia de la oposición proburguesa en el país?
ATS
La oposición es parte del espectro político cubano pero, insisto, no lo agota. Respecto al gobierno, existe una oposición organizada —que funciona dentro y/o fuera del país—, con una clara agenda de «cambio de régimen». O sea, es una oposición al gobierno cubano y también al socialismo, al comunismo, a las izquierdas en general. Existen igualmente voces opositoras no organizadas y, dentro de ellas, algunas se definen como antigobierno pero no «antirrégimen», y otras como ambas cosas.
Una parte importante de esa oposición organizada (en grupos políticos, medios de comunicación, proyectos específicos, iglesias, etc.) tiene vínculos con Estados Unidos y con los financiamientos federales de ese país destinados a lo que se llama «política de desestabilización».
Cuál es la influencia que tiene la oposición respecto al gobierno en específico o al socialismo en general es una pregunta difícil de responder. La amplificación mediática de sus acciones o las burbujas que definen las redes sociales pueden configurar un espejismo en el que su influencia aparenta ser más de lo que es. Eso desconoce los sectores y actores alrededor de los cuales el gobierno produce consenso, que existen y son importantes.
Una parte de la oposición —organizada o no organizada— ha defendido en este contexto de crisis agravada una agenda de intervención militar en Cuba. No es algo nuevo pero sí más audible en los últimos meses, semanas, días. Una intervención militar de Estados Unidos en Cuba es improbable en este momento, pero el hecho de que orbite como opción defendida por ciertos sectores muestra sobre todo la intensidad del conflicto. No obstante, dentro de Cuba la línea antintervencionista creo que tiene mayoritarios y profundísimos niveles de consenso.
Ese consenso no es monolítico. Por el contrario, tiene importantes diferencias: desde quienes piensan que en la situación de plaza sitiada de Cuba es preferible priorizar la defensa hacia al enemigo exterior, hasta quienes pensamos que la plaza sitiada no informa completamente sobre toda la complejidad, déficits, precariedad y limitaciones de derechos que también hay en el país y a lo cual hay que responder, aún desde esa plaza sitiada.
No creo que en estas protestas haya una marca ideológica que permita leerlas en bloque, como protestas de la oposición o lideradas por ella. A la vez, como era de esperar, en este momento hay una intensa disputa por la apropiación del acto de protesta para esas agendas políticas.
JCG
La protesta actual tiene una composición clasista identificable si se observa con detenimiento a los participantes y se hace un mapa de los barrios y localidades donde se generaron, mayormente empobrecidos. Esto es importante, porque si no se confunden con protestas proburguesas o completamente conectadas con la política imperialista estadunidense.
Con esa confusión se pierde de vista la composición real, situada, de la sociedad cubana, en la cual existe una burguesía (conectada a las transformaciones que el propio Estado ha implementado) con conexiones con sus similares en EE. UU. y Europa, fundamentalmente. Sin embargo, también existe una burocracia estatal y militar vinculada al sector empresarial y al turismo.
Esa confusión presenta a la burguesía como una condición externa a la revolución, al Estado cubano, a las dinámicas institucionales cubanas, pero invisibiliza que también hay intereses calificables de «burgueses» anclados en el propio Estado.
MM
¿Cuál es la realidad interna del Partido Comunista de Cuba? ¿Tiene una vida deliberativa conocida, tendencias definidas, corrientes críticas? ¿Existe o hay espacio para una izquierda alternativa (dentro o fuera del partido, pero independiente de la dirección del PCC)?
ATS
La unidad ha sido un valor político fundamental en la Cuba posterior al 59. Esa unidad, se ha dicho mucho, se tradujo en unanimidad expresa dentro de los órganos políticos. En el funcionamiento público, tanto de la Asamblea Nacional del Poder Popular como del Partido Comunista, se aprecia una única línea gruesa que no deja ver desacuerdos. Pero eso no significa que el Estado/Partido sea un actor racional único.
Por ejemplo, los debates en la Asamblea Nacional, cuando se estaba por aprobar la nueva Constitución, mostraron como nunca antes desacuerdos sobre ciertos temas. En el espacio público eso fue bastante inédito. Mirado en más detalle —y no solo a partir de lo que se dice sino de lo que se hace—, son claros clivajes que muestran distintos actores y sectores dentro de la política institucional. Eso no tendría que ser un problema. Toda la política implica conflicto.
Pero la pregunta iba por otro lado: sobre la capacidad del Partido de acoger debates entre las izquierdas, para sí mismas y de cara a la sociedad. A eso le añadiría: sobre la posibilidad de que la idea de «vida buena» no sea —o no siga siendo— cooptada por formas antidemocráticas de la política, por las derechas, las nuevas derechas o las ultraderechas.
Al respecto, veo una gran cerrazón dentro de los aparatos del Partido (e institucionales en general) a acoger voces diversas del campo de las izquierdas, que podrían o bien integrar y dinamizar parte de esas estructuras o bien realizar un acompañamiento crítico. Son rápidamente excluidas, tratadas como outsiders. Las consecuencias que eso tiene están históricamente verificadas.
JCG
El actual Partido Comunista de Cuba nació de una fusión de fuerzas revolucionarias que habían contribuido desigualmente al triunfo de 1959. El antiguo partido comunista (PSP) fue una fuerza que no participó activamente de la insurrección armada frente a Batista. No obstante, el proceso unitario de los años 1960 unificó al MR 26 de Julio, al Directorio Revolucionario 13 de Marzo y a aquel Partido Comunista en un nuevo partido (1965), con el actual nombre de PCC.
El PCC declara que su carácter de partido único está basado en José Martí, pero en la obra martiana no se puede encontrar una sola referencia a un partido único creado por él para la República, pues se trataba —el Partido Revolucionario Cubano— de un partido creado para la Revolución. Los estatutos del PRC rechazan expresamente el carácter único de ese partido una vez alcanzada la República que debía fundar la Revolución.
La tradición del partido único seguida en Cuba es la de la experiencia socialista del siglo XX, con centro en la URSS. Aquí encontramos un hecho curioso. Si bien desde 1976 hasta 2019 el PCC fue único en la práctica, la Constitución no incluía ese carácter dentro de su articulado, incluso cuando se cambió la base social e ideológica del PCC en la reforma de 1992, respecto a 1976. Ese cambio fue una promesa proveniente de un proceso crítico hacia las propias maneras del partido, que venía del proceso de Rectificación del año 1986, que había señalado muchos problemas de representación, de representación de la diversidad, al interior del sistema político.
La promesa se formulaba así: si tenemos un solo partido, este tiene que representar a toda la nación, lo que debía haber significado un reconocimiento de diferencias u ocasionalmente de corrientes en su interior. Eso, hasta hoy, no ocurrió. En 2019 por primera vez se consagró expresamente ese carácter de partido único.
Existen diversidades al interior del partido, pero no hay expresión pública de ellas. Quizás se deba a la estructura del Partido cubano, la de «partido de vanguardia» con «centralismo democrático», propia de la experiencia socialista del siglo XX, que produjo continuamente gran desigualdad entre la dirección superior del Partido y sus bases. En ello, el debate partidista existente desde abajo encuentra poca traducción e inserción en sus estructuras superiores. Y la encuentra mucho menos en el discurso oficial, que suele entender las diferencias como si fuesen fisuras.
MM
Ustedes estudian cuestiones de la teoría política y jurídica vinculada al republicanismo y la democracia. ¿Cuál es su evaluación sobre el régimen político cubano? ¿Hay posibilidad de alguna reforma democrática en el sistema político (separación del Partido y el Estado, sindicatos independientes, multipartidismo, etc.)?
ATS
Me interesa sobre todo el análisis de la posibilidad o la imposibilidad de democratización amplia en Cuba, de cara a la sociedad, a los grupos empobrecidos, a los feminismos, los antirracismos y todos aquellos que repiensen y actúen contra la desigualdad. Y me interesa especialmente sus/nuestras posibilidades o imposibilidades de interlocución no solo con el gobierno, sino con otros actores y sectores de la sociedad civil con los que sea posible converger en imaginación política. La tramitación política de estas protestas sociales puede ayudar a comprender las opciones que están sobre la mesa colectiva.
Si tomamos como medidor la intervención del Presidente Díaz Canel del 11 de julio, el día que comenzaron las protestas, diríamos que las posibilidades de democratización son escasas o nulas. Hubo un llamado al combate entre «revolucionarios» y «contrarrevolucionarios» y, por todo lo que he dicho antes, eso no deja espacio a casi nada, porque simplifica el diagnóstico de las jornadas.
Sin embargo, en los días siguientes se produjo un arco de transformación en su discurso y se pasó a uno que apela a la solidaridad, al amor, contra el odio, por la escucha a las personas con «necesidades insatisfechas». Ese cambio importa y mucho, porque entrevé conciencia sobre la gravedad del conflicto y la necesidad de tramitarlo políticamente.
Ahora, traducir las protestas en un programa político transformador y democratizador implica bastante más. Implica abrir las instituciones políticas, laborales y de coordinación social a una profunda crítica social y política. Implica repensar el papel de los sindicatos, que son ahora mismo estructuras fósiles como mismo lo son al menos una parte de las organizaciones de masas.
Implica transformar la prensa estatal y regular la prensa independiente bajo principios de soberanía y apego a la ley. Implica elaborar y aprobar urgentemente una nueva Ley de Asociaciones. Implica hacer porosas las estructuras institucionales a las demandas e iniciativas ciudadanas, que hacemos desde los feminismos y otros espacios políticos o gremiales.
E implica, también, trabar más alianzas dentro de la sociedad civil, porque no toda la política es aquella que busca interpelar al poder institucional. Hay más que eso y siempre lo ha habido: actores que trabajan en los barrios, redes nacionales, colectivos reconocidos o no oficialmente que se conectan y funcionan.
JCG
Hace diez años la palabra «república» apenas se usaba en Cuba. Su empleo se limitaba al nombre oficial del país: República de Cuba. En los discursos políticos, en los textos escolares, incluso en el debate intelectual, estaba ausente. De un tiempo para acá, la situación ha cambiado, tanto a nivel social como a nivel oficial. No existen explicaciones oficiales para el siguiente hecho, pero la Constitución de 1976 se titulaba «Constitución Socialista», mientras que la 2019 es «Constitución de la República de Cuba».
Hay también un uso del concepto de República dentro de Cuba muy ignorante intelectualmente y muy interesado políticamente que confunde toda demanda que se haga sobre la república socialista cubana con el republicanismo liberal burgués previo a 1959. Esa idea desconoce demasiadas cosas.
Desconoce, por ejemplo, que el republicanismo, en su vertiente popular y democrática, es un contenido central de la política cubana del siglo XIX y el XX, y desconoce las diferencias entre el republicanismo socialista y el republicanismo liberal. El republicanismo democrático socialista tiene cuatro ejes fundamentales, que sirven para pensar también cómo el socialismo y la república necesitan encontrarse y marchar juntos.
Uno de ellos es considerar la libertad como inalienable. Cuba tiene problemas reales en este campo, porque en su historia revolucionaria ha recortado el estatus de la libertad política a categorías políticas como «revolucionario» respecto a la de «ciudadano», que es la que categoría universal de relación con el Estado. Hacer distinciones entre «revolucionarios» y «no revolucionarios» para el acceso, por ejemplo, al campo de los derechos políticos, es un problema de libertad republicana y socialista.
Otro problema es la relación entre el Derecho y la Ley. En Cuba, hasta el año 2019, la Asamblea Nacional del Poder Popular aprobó tres veces más decretos que leyes, y, en general, tuvo una baja elaboración legislativa en forma de leyes. Las «leyes» tienen un sentido propio en la jerarquía legislativa: expresan discusión, deliberación y capacidad de articulación. La carencia de leyes propiamente dichas en favor de la gran presencia de decretos supone una muy escasa vida política parlamentaria y una pobre discusión política sobre el contenido de las materias fundamentales que deberían ser sometidas a leyes.
Pero a esa historia hoy se le suma un problema adicional: el lenguaje constitucional de 2019 es mucho más amplio que muchos de los decretos que se han aprobado después de ese año. Entonces, si bien existe mayor reconocimiento de derechos de participación y de garantías a derechos en la Constitución vigente, se han ido aprobando decretos más restrictivos. Un ejemplo de ello es el DL 370, que regula la expresión a través de redes públicas de transmisión de datos. Es otro problema republicano socialista, en este caso para la elaboración colectiva de lo político y para la producción popular del Derecho.
Otro problema para el republicanismo socialista en Cuba es el de la propiedad distribuida y con capacidad de protección y control frente a ella. Esa discusión se ha mantenido en el país entre la dicotomía entre «propiedad estatal» y «propiedad privada».
La privada sería la capitalista, que no existía en Cuba regulada constitucionalmente hasta el 2019, mientras que la única propiedad expresamente socialista sería primero la estatal y luego la cooperativa. Sin embargo, apenas se ha dado una discusión franca, frontal, sobre los problemas de la propiedad estatal burocráticamente controlada y burocráticamente dirigida que no supone ampliación de poder colectivo para los trabajadores ni supone capacidad de reivindicación de los derechos de propiedad para sus reales titulares, fuesen colectivos obreros, colectivos ciudadanos, etc.
Ese es otro problema para el republicanismo socialista, si entendemos que el socialismo es un programa de distribución de poder y de propiedad para construir capacidades para producir la vida y controlar las condiciones de la existencia.
MM
¿Cómo valoran las reformas económicas iniciadas hace más de una década, que incluyeron la apertura al capital extranjero de algunas áreas de la economía? ¿Y qué evaluación hacen del liderazgo de Miguel Díaz-Canel?
ATS
El cambio en el liderazgo del poder político era, obviamente, inevitable. Las reformas económicas también lo eran, y lo siguen siendo. No se trata de si reformas sí o reformas no. Analistas de todas las disciplinas, especialmente desde la economía y las ciencias sociales, dentro y fuera de las instituciones, se han pronunciado sistemáticamente por la necesidad de reformas. La discusión pasa por qué tipo de reformas, en qué tiempos, con qué costos, para quiénes, para qué.
El bloqueo estadounidense y la política de desestabilización política de ese gobierno hacia Cuba ha estado ahí, cada vez peor, y en el corto plazo parece que continuará. Eso hay que denunciarlo, no naturalizarlo jamás, y continuar acumulando solidaridades en ese sentido. A la vez, las reformas económicas y sociales en Cuba necesitan revisarse: detener algunas, reensamblar otras, destruir rápidamente otras sumamente peligrosas que continuarán engrosando el grupo de los y las empobrecidas.
La reforma cubana tiene problemas de implementación pero también de diseño. Es desconsiderada en la práctica, aunque no lo sea en el discurso, respecto al empobrecimiento y la desigualdad. Las formas concretas de asegurar justicia social no están en el centro de la discusión partidista ni institucional, como argumentamos en nuestro más reciente artículo en Jacobin.
Las medidas de protección social existentes son insuficientes y en muchos sentidos deformes. La escasez de recursos restringe las posibilidades pero no justifica nada de eso. Podría hacerse —y necesita hacerse— de modo distinto. Desde antes de las protestas y ahora más, hay urgencias. En primer lugar, es imprescindible no criminalizar ni simplificar las protestas: entender su legitimidad y sus razones tanto como su complejidad.
Segundo, asumir un proceso de revisión profunda de lo sucedido, incluidos muy especialmente, los abusos policiales denunciados y testimoniados que necesitan investigarse tanto como poner en libertad a las personas inocentes y levantar las causas que tienen en su haber parte de los y las manifestantes. Tercero, urge resituar la discusión de la justicia social y de la igualdad como contenido factual de los programas de economía política que se están implementando. Cuarto, es vital producir una conversación entre distintas imaginaciones políticas, y muy especialmente de las del campo de las izquierdas.
Nunca es admisible, y ahora lo es menos, la «cosmetización» del conflicto. Está en juego, sobre todo, la vida buena y justa para cubanos y cubanas.
JCG
Sobre Díaz-Canel hay algo que es clave. Raúl Castro no tiene ningún cargo actual, pero Díaz Canel anunció que Raúl sería consultado para los grandes temas que se requiriera. En este mismo momento, mientras conversamos con Jacobin América Latina, Raúl Castro se encuentra reunido con el Buró Político del PCC, en una reunión que estaría tratando el tema de las protestas.
El tipo de legitimidad que tuvieron Fidel y Raúl Castro es irremplazable en Cuba. Tuvieron una amplia línea de apoyo, por razones tanto de historia como por sus labores al frente del país, y también tuvieron sus enemigos y sus críticos.
El nuevo hecho es que el actual gobierno tiene que construir su legitimidad sobre otras bases: la legitimidad de su gestión y la legitimidad institucional. Ahí es donde tiene que enfocar todo su trabajo Díaz-Canel. Tiene que ampliar la superficie de contacto del Estado con la sociedad cubana, dar cuenta de que existe un problema serio de representación de la sociedad cubana dentro de las instituciones y comprometerse con que el amplio apoyo popular a la constitución de 2019 no significa un cheque en blanco para cualquier tipo de actuación estatal.
Tiene haberes a su favor. La política pública de ciencia en Cuba no la definió Díaz-Canel, sino Fidel Castro, y ha sido muy exitosa. Díaz-Canel tiene el mérito de haber continuado esa política y de haber logrado, bajo su gobierno y en medio de la pandemia del COVID-19, un logro tan descomunal como dos vacunas cubanas, primeras en América Latina, con calidad mundial.
El modo en que se maneje la crisis actual va a definir muchas cosas en Cuba. Esa es su responsabilidad. Debe tener la capacidad de conducir un proceso político apto para comprender la legitimidad que habita en las protestas, facilitar articulaciones populares contra los enemigos externos y darle un nuevo cauce al pacto nacional cubano. Será una prueba definitiva para su liderazgo.
Fuente: https://jacobinlat.com/2021/07/22/esta-en-juego-la-vida-buena-y-justa-para-cubanos-y-cubanas/
La crisis del sistema cubano
Fernando López D’Alesandro
La situación en Cuba representa hoy para todas las izquierdas latinoamericanas un sinnúmero de interrogantes y dificultades que hacen necesario un análisis primero y un debate profundo sobre nuestro posicionamiento respecto de ese proceso.
Debemos antes que nada hacer algunas precisiones. La Revolución Cubana tiene “cargas” en la cultura de toda la izquierda latinoamericana que subjetivizan todos los debates. El impacto de la revolución en América Latina y en su izquierda, sin duda, marcó opciones, rumbos y afectos. En consecuencia, desandar ciertas “verdades” o en su defecto, lazos afectivos, resulta siempre complicado, polémico y nos expone a situaciones incómodas a los que escribimos cosas así. A pesar de ello, creemos que ha llegado el momento de plantear otros enfoques y puntos de vista, pues los tiempos se están agotando.
La Revolución Cubana significó una inmensa esperanza en la década de los 60. La realización de un cambio socialista y revolucionario a 150 kilómetros del imperio más poderoso de toda la historia abrió una nueva opción con el agregado de su fase inicial, donde la promoción del cambio revolucionario continental produjo movimientos políticos, que no vamos a evaluar aquí, pero que no tuvieron mucha suerte, históricamente hablando.
Cuba se presenta con su épica, que todos conocemos, pero la épica no es la historia. Hoy sigue siendo un foco de resistencia al imperialismo, pero la resistencia de medio siglo no significa construir una sociedad mejor desde ella.
Los últimos acontecimientos ¿son circunstancias o son el síntoma de una realidad en crisis? ¿Lo que sucede en el proceso cubano, es producto de las limitaciones del sistema o la consecuencia de agentes externos que atentan contra la revolución?
Llama la atención los enfoques de algunos llamados “marxistas” o “marxistas leninistas” que externalizan todo lo malo de la revolución y ni siquiera se plantean la posibilidad de analizar las contradicciones internas del sistema y sus graves limitaciones. Esos marxistas expresan, casi, una cultura esquizo paranoide, donde todo lo malo lo hacen los otros, mientras que todo lo bueno queda, inevitablemente, de nuestro lado. Esa visión, no sólo es idealista y equivocada, sino que son una expresión épica, y por todo ello, profundamente irreal.
EL PROCESO POLÍTICO. LA BUROCRATIZACIÓN
No vamos a resumir la historia de la Revolución Cubana, no es el objeto de este trabajo. Pero si debemos marcar algunos hechos, algunos procesos y algunos dichos que marcan su devenir histórico.
Cuando en medio de la crisis del comunismo Fidel declaró que en Cuba “copiamos lo bueno, pero también lo malo” del sistema soviético, estaba diciendo mucho más que una simple autocrítica. Tal como en todos los procesos del mundo comunista, Cuba “copió” modelos y ese traslado mecánico de las realidades distintas se tradujo en un costo histórico, de larga consecuencia.
Conforme el proceso revolucionario avanzaba, y el imperialismo apostaba a su destrucción, la Revolución concentró el poder tanto de las organizaciones estatales como de las políticas y sociales. Así, luego de la proclamación del marxismo leninismo y del carácter socialista del proceso, Cuba entró en la órbita soviética, para algunos años más tarde integrarse de lleno al COMECOM. La Revolución fue parte integral del mundo comunista, con todos sus defectos, copiando “lo bueno y lo malo”.
En ese camino, la planificación económica jugó un papel central, con efectos y resultados políticos innegables. En primer lugar, el plan central económico obligaba a la concentración política y al desplazamiento de aquellos sectores que no sintonizaban con la construcción “socialista”. Así, tanto la caída del presidente Urrutia y la fusión de las organizaciones políticas en la ORI primero y en el PCC finalmente, son los síntomas de un proceso muy rápido donde la opción comunista se afirmó con todos sus vicios. Fidel y el núcleo fundante tuvieron, casi necesariamente, que apoyarse en el ejército popular como forma de manejar la marcha de la revolución. De esta manera nace una alianza que determinó las formas de la construcción política hasta hoy. Fidel Castro fue nombrado Primer Ministro y comenzó a ejercer plenos poderes con el apoyo del Ejército. Este arreglo se convirtió, en lo fundamental, en la estructura de poder que permanece hasta hoy día. El poder nunca pasó a manos de la clase obrera y del campesinado, como proclamaba la nomenklatura, sino que permaneció en manos del ejército y sus grupos del frente político.
Durante ese lapso, la URSS comienza a imponer el modelo económico, y la imposición del stajanovismo genera cambios centrales en la revolución. El choque con el Che Guevara y su modelo económico fue quizá el más trascendente. El Che pierde la batalla económica y se marcha, con el resultado que todos conocemos.
Fue a partir de ese momento que la Revolución Cubana creó su formación económico-social casi como la conocemos en la actualidad. Una estructura burocrática conformada desde el partido, el Estado y las Fuerzas Armadas se afirma en el poder, basada en un núcleo ideológicamente fuerte y con un enemigo permanentemente al acecho que instauró una situación de fortaleza asediada. En ese contexto, el apoyo de la URSS se volvió vital para el sustento cubano y, en el marco de la Guerra Fría, Cuba debía ser, y fue en gran medida, una vidriera del modelo comunista.
Ahora bien, ¿como caracterizar esta evolución política? Sin duda, a pesar del paso de los años, “La Nueva Clase” de Mirovan Djilas sigue siendo un punto de referencia central para el análisis estos procesos.
En Cuba, la burocracia se afirma como “la nueva clase” hegemónica, que si bien no expropia los medios de producción y de cambio, ejerce el dominio administrativo de los mismos, operando en los hechos como una clase dominante.
De esta manera, la formación económico social cubana queda a medio camino entre el capitalismo y un nuevo proyecto histórico, conformando un “capitalismo de Estado”, un sistema post capitalista, que no es socialismo.
La burocracia, la centralización del poder y el partido único instalan una dictadura; más la planificación central y la eliminación del mercado, crean una formación económico-social donde el poder político y la economía son uno y lo mismo. La economía de planificación central es la política y viceversa. En consecuencia los errores políticos o sus limitaciones se traducen inmediatamente en carencias económicas. Las decisiones desde el poder se imponen burocráticamente y determinan todo el proceso de producción, distribución y consumo, limitando las posibilidades de opción tanto de los individuos como de la sociedad en su conjunto. De esta manera, las relaciones sociales de producción son verticales, no sólo de los trabajadores contra la burocracia sino también contra el propio Estado, pues la ocupación del mismo por la clase burocrática hace que la lucha de clases no sólo sea un proceso socio económico, sino también político y antiestatal. Estado, burocracia y economía están superpuestos, creando un tipo de relación social de producción que en vez de dinamizar las fuerzas productivas, las estanca y, a la larga, las agota.
Como consecuencia de ello, la “nueva clase” debido a su posición relativa en la formación económico-social burocrática, se beneficia materialmente, creando otro tipo de diferencias sociales –distintas a las del capitalismo- pero diferencias sociales al fin.
La sintonía con el modelo soviético y el cerco imperial afirmaron la burocracia que, con justificativos ideológicos y de hecho, apuntaló un sistema burocrático y autoritario. Toda oposición fue reprimida, inclusive a la interna del PCC, donde la persecución a la “microfracción” fue el punto culminante. Luego, el “caso Padilla” hizo recordar a muchos los juicios de Moscú y las “purgas” consiguientes. Fue allí cuando muchos intelectuales, entre ellos Jean Paul Sartre y Simone de Bauvoir, rompieron con la Revolución Cubana.
La inclusión de Cuba en la órbita soviética fue el final para los sueños industrializadores del Che Guevara. Cuba fue un abastecedor del COMECOM en materias primas –azúcar, principalmente- y si bien pudieron desarrollar áreas específicas, como por ejemplo la medicina, la Revolución Cubana no pudo romper el círculo vicioso del subdesarrollo. La reforma agraria fue un hecho real, pero si bien mantuvieron ciertas áreas de propiedad privada, la colectivización de la tierra en el marco de la economía planificada, progresivamente estancó la productividad, más atada a los planes y las cuotas de cumplimiento burocrático que a la economía real.
En definitiva, la Revolución se transforma radicalmente y pasa de ser un proceso revolucionario a ser un régimen, con todas las consecuencias políticas y sociales. El partido único tutela a la sociedad y determina todo, debido, especialmente, a que economía y política son lo mismo y se encuentran superpuestas. Así, hay una “verdad”, la que surge del Estado y desde el partido y, por lo tanto, toda discrepancia y toda disidencia son, potencialmente al menos, un acto de traición, un acto contrarrevolucionario. Y, finalmente, la verticalidad, la obediencia al “comandante en jefe” pone el tono final al perfil del proceso cubano devenido en un régimen.
Este resultado choca con las intenciones revolucionarias proclamadas y generan un proceso contradictorio a lo largo de los cincuenta años. Así, la Revolución Cubana –“socialista” al fin y al cabo- se preocupa especialmente por levantar el nivel general del pueblo, generando desde su propio seno una serie de contradicciones internas en el largo plazo.
Son innegables los logros sociales de la revolución en la mejora de la calidad de vida de los cubanos en muchos aspectos. Pero, sin embargo, conforme el nivel cultural de la población fue realizado masivamente, el desarrollo intelectual y técnico de sus trabajadores y profesionales hace que la población tenga mayores niveles de exigencia y que no sea tan fácil hoy imponer el discurso oficial ni las justificaciones desde el poder. Un pueblo más culto es un pueblo más crítico y una sociedad más crítica a la larga exige espacios políticos que el sistema burocrático no está capacitado para ofrecer. La experiencia de la URSS es muy clara al respecto.
Pero en otro orden, no menor en importancia, la fractura en la sociedad cubana post revolucionaria genera una situación peculiar. La revolución expropió a una clase social y esa clase social se afincó, toda, en Miami. Mientras que en otros procesos similares las antiguas clases dominantes se reubicaban de forma dispersa por el mundo, la vieja burguesía cubana se abroqueló a 150 kilómetros de la isla. Esto tiene graves consecuencias en los dos bandos. Por un lado, la “gusanera” opera como un bloque, producto de sus intereses, pero además porque viven en un mismo espacio. Y por otro, en Cuba la existencia de ese bloque unido genera entre la población grandes preocupaciones. La caída del comunismo y la restitución de los antiguos derechos a las clases expropiadas es un temor que existe en el pueblo de Cuba, beneficiado por las expropiaciones. Nadie quiere perder su casa, por ejemplo, ni la burocracia sus dominios sobre el aparato económico. Y toda Cuba sabe muy bien cómo en la antigua URSS les reconocieron los derechos hasta a la antigua nobleza zarista.
Asimismo, las nuevas generaciones tanto en Miami como en Cuba, tienen otras visiones sobre el conflicto y también otras expectativas a futuro. Pero en el caso de la isla ese corte generacional se relaciona directamente con el fracaso del sistema. Si bien por un lado la revolución mantiene una base social firme que se benefició en estos sesenta años, por otro hay importantes sectores de la sociedad cubana que quieren cambios y que son cada vez más críticos del sistema y tienen sus razones.
Mientras existió el campo comunista Cuba recibía apoyo económico que le permitió una existencia decente, tanto a su pueblo como a la burocracia. La caída del comunismo terminó con el espejismo y mostró en forma descarnada las graves carencias del proceso. Quedó en claro que como dijo Fidel, habían “copiado lo bueno, pero también lo malo”.
CUBA EN LA ERA POST COMUNISTA.
La caída del mundo comunista se sintió muy duramente en Cuba. El llamado “período especial” fue una prueba para el régimen y para el pueblo. La carestía y la escasez, los apagones constantes, las crisis energéticas y tantos otros factores tensaron la resistencia de la revolución al máximo. El voluntarismo y un fuerte activismo político fueron un imperativo categórico para “salvar el socialismo en Cuba” como decía Fidel en sus discursos. Sin embargo, el “período especial” dejó hondas huellas y grandes enseñanzas sobre el sistema y su capacidad política y, principalmente, económica.
La salida a la crisis estructural del régimen fue abrir controladamente la economía. En principio se permitió la apertura turística y las transnacionales hoteleras europeas, principalmente, se abrieron paso aceleradamente. El resurgimiento del turismo tuvo un fuerte impacto en la isla, y socialmente llegó a generar fenómenos hasta repugnantes, como la prostitución tanto femenina como masculina. En el caso de las jineteras, Fidel las llegó a justificar sosteniendo que, por lo menos, eran “las más cultas y sanas del mundo…¨
Pero también la apertura habilitó un incremento de la corrupción. En el área turística la corruptela fue de tal magnitud que el régimen tuvo que echar mano a su más firme instrumento para poder manejarlo: las Fuerzas Armadas. El Ministerio de Defensa, en la época en que lo dirigía Raúl, pasó a controlar toda el área turística, como la única manera que tuvo el régimen de parar la ola de escándalos –escándalos palaciegos, por supuesto- que se generaron en un sector muy tentador para el dinero fácil y rápido. El pilar central de la alianza burocrática que decíamos más arriba, controla la fuente principal de ingresos y de ganancias…
Luego, el régimen creó un doble sistema monetario, donde el peso convertible busca una manera de atraer divisas extranjeras, el dólar fundamentalmente, mientras que el peso común, subvaluado, es el de giro habitual en el país, limitando el poder de compra de la población. Pero la revolución también tuvo su cuota de suerte; el vuelco hacia la izquierda en América Latina –primero en Venezuela y luego en todo el continente- ofreció un poco de “aire” al régimen, tanto en lo político como en lo económico.
En este nuevo contexto, la revolución no pudo encontrar salida a sus limitaciones. Y la situación de los trabajadores cubanos es la demostración cabal del fracaso.
Dirigida por la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), la clase obrera cubana no puede crear sindicatos independientes. Controlada por el partido, la CTC es una correa de transmisión del régimen, justificando y promoviendo las medidas que toma la burocracia central, de la que forma parte. La dirigencia de la CTC vela más por el régimen que por la defensa de los trabajadores. Así, la burocracia, como nueva clase dominante, recicla permanentemente su dominación apropiándose masivamente de la plus valía y los trabajadores no tienen ningún instrumento para defenderse. Las cifras son contundentes[i]. En primer lugar, la calidad de la mano de obra es muy buena. Cuba tiene una población económicamente activa de 5 millones de trabajadores, aproximadamente, de los cuales 400 mil tienen sólo educación primaria, mientras que 1 millón trescientos cincuenta mil tiene formación media, dos millones y medio cursaron la enseñanza media superior y 726 mil tienen cursados estudios superiores. Es esperable que una clase trabajadora de este nivel tenga expectativas laborales acordes a sus capacidades, sin embargo sucede lo contrario.
Para aquellos trabajadores empleados por las empresas extranjeras –la hotelera, por ejemplo- la agencia empleadora es el Estado, por tanto, el salario que paga la empresa en dólares lo cobra el Estado, y el trabajador recibe sólo el 3% del monto. Así, por ejemplo, un trabajador de cualificación media de la industria hotelera cobraría 420 dólares al mes, pero al final el Estado cubano le paga 260 pesos, 13 dólares aproximadamente. Los de alta cualificación deberían recibir los 525 dólares que paga la empresa, al final reciben 335 pesos cubanos. Lo mismo le sucede a los ejecutivos y directivos de la industria hotelera, deberían percibir un salario de entre 629 y 664 dólares, pero apenas reciben del Estado entre 410 pesos y 435. O sea, un trabajador cubano de una empresa extranjera recibe 3 centavos de dólar o de euro por cada dólar o euro que la empresa paga al gobierno como salario del trabajador. El Estado se apropia del 90 al 95% por ciento del salario original, y quien dice Estado en Cuba, dice burocracia. El justificativo político es que este nivel de exacción sirve para financiar solidariamente los servicios sociales, como salud y educación. Pero esta situación se ha mantenido larga en el tiempo y, según fuentes confiables, el malestar entre los trabajadores va creciendo, pues todos se preguntan por cuánto tiempo más deberán deprimir su nivel de vida en aras de financiar servicios sin garantías de que la burocracia no se quede con su excedente salarial.
Peor aún es la situación de los trabajadores que no tienen la “suerte” de trabajar para las empresas extranjeras. Según la Oficina Nacional de Estadísticas de Cuba (ONE) el salario promedio es de 415 pesos cubanos, oscilando desde los 562 que cobran los trabajadores de minas y canteras a los 365 que cobran los trabajadores del comercio, hoteles y restaurantes. En síntesis, un trabajador cubano cobra entre 20 a 30 dólares por mes, debajo de los 1.25 dólares diarios que son el mínimo requerido por la ONU para clasificar a una población como “pobre”.
El trabajador cubano es explotado por el Estado –su único empleador- y el tiempo socialmente necesario para la subsistencia lo hace pobre, luego de sesenta años de revolución “socialista”. Es la burocracia cubana la gran beneficiaria de la apropiación de esta plus valía, que le permite su mejor nivel de vida en términos relativos y el mantener un sistema cada vez más duro, temerosa de las respuestas que pueda empezar a dar el pueblo cubano ante esta realidad.
Cuando bajamos estas cifras a la realidad cotidiana, las condiciones son aún peores. Un salario de 480 pesos cubanos (20 dólares) –recordemos que el salario promedio es de 415- se esfuma en 13 días. La libreta de abastecimiento, el tan nombrado «subsidio del estado», cuesta 150 pesos (el 31% del salario), que abastecen en aceite, arroz, pan, café, jabón –y cada mes se debe optar por uno de lavar ropa o para higiene personal- la pasta dental y algunas otras pocas cosas. Los cubanos deben pagar el agua, la electricidad y el gas “por la libre” y casi siempre alguna cuota de algún electrodoméstico comprado a plazos. Luego, la gente tiene que afrontar sola la compra de artículos de primera necesidad que el Estado no «subsidia». Dada esta situación, muchos en Cuba comienzan a preguntarse: “¿Quién subsidia a quién?” ¿El Estado a los trabajadores o los trabajadores al Estado? Obviamente que se empezaron a oír voces de protesta, pero eso lo veremos más adelante.
Si bien el gobierno flexibilizó las políticas laborales y permitió el pluriempleo, según Pavel Vidal, el contexto externo e interno no favorecen estas políticas de flexibilización, que parecen estar fuera de lugar en medio de la centralización y baja autonomía empresarial. Una de las causas de los últimos estallidos fue la pasmosa lentitud de la apertura para pequeñas y medianas empresas, una promesa que Díaz Canel había realizado al asumir y que la burocracia impide.
Al fin de cuentas, esta grave situación de explotación y pobreza se resume por el fracaso del sistema de planificación central, o sea, el fracaso del modelo comunista como totalidad. Cuando Raúl Castro, en su discurso de asunción, sostuvo que “constituye hoy un objetivo estratégico avanzar de manera coherente, sólida y bien pensada, hasta lograr que el salario recupere su papel y el nivel de vida de cada cual esté en relación directa con los ingresos que recibe legalmente, es decir, con la importancia y cantidad del trabajo que aporte a la sociedad”, marcaba claramente un problema que, hasta hoy, no ha tenido solución. Es muy difícil que la burocracia resigne su apropiación de la plus valía, y las consecuencias de este proceso en la dinámica productiva del régimen sólo han llevado al estancamiento. Y por más que se ensayen soluciones, de una u otra forma todas chocan contra las trabas burocráticas… o con el poder de la “nueva clase”.
Cuba no tiene capacidad de producir lo básico para la subsistencia de su pueblo; o falla a nivel productivo o fracasa en los mecanismos de distribución. Y en medio de todo el proceso económico la burocracia y la corrupción hacen que poco a poco el sistema colapse.
Cuando la nomenclatura tomó la decisión de priorizar aquellas áreas rentables –turismo, biotecnología, venta de servicios médicos- tiró por la ventana el mantenimiento de áreas fundamentales de la economía agrícola. Resultaba más “rentable” importar de Estados Unidos –sí, de Estados Unidos- pollo, arroz, granos, aceite y huevos, que encargarlo a los campesinos cubanos y desarrollar el campo. El gobierno prefirió invertir varios cientos de millones de dólares en el mercado norteamericano y “realizarlos” en las tiendas de divisa y el turismo, antes que estimular la producción campesina en Cuba. Las tierras dejaron de producir por falta de estímulo.
Juventud Rebelde dio cuenta de la situación. El periódico de la Juventud Comunista informaba de la enorme cantidad de productos del agro que se pierden en el campo, ya cosechados, porque no hay envases y el aparato burocrático centralizado del transporte, acopio y distribución no puede recogerlos pues los camiones “no pueden viajar vacíos una parte del trayecto”. También relataba el abandono de maquinarias empacadoras costosas, por falta de pequeñas inversiones, pues ya no producen para el mercado en divisa, que es el que le interesa al Estado. El precio que paga Acopio –un ente estatal que se ocupa de la distribución- al productor es mínimo en comparación con los altos precios al por menor en los agro-mercados del Estado. ¿Quién se guarda esa gran ganancia mercantil intermediaria? ¿Por qué los mercados tienen que seguir vendiendo al precio que le impone el Estado sin importar las pérdidas? ¿Por qué se pudre tanto alimento en su camino de la tierra al plato? ¿Quién paga por ese encarecimiento, sino el pueblo? En definitiva, luego de sesenta años, el régimen cubano es incapaz de producir y distribuir legumbres. La Revolución puede curar en todo el mundo, pero no puede plantar lechugas en su propia tierra, y cuando lo hace, tiene dificultad para distribuirla.
Los efectos de lo anterior son notorios. Nadie se esfuerza, nadie pone nada de sí para mejorar la situación y los agentes económicos, entrampados en la red burocrática, quedan a la espera de que el Estado “resuelva” o, como veremos, “resuelven” los individuos a su manera.
Raúl Castro intentó solucionar la situación echando mano a la iniciativa privada. Hasta fines del pasado año se habían entregado a más de 100.000 personas un total de 920.000 hectáreas de tierra ociosa, que equivalen a 54 por ciento de las áreas aptas y sin cultivar del país. Pero el proceso marcha lento y con dificultades, en parte por el «exceso de papeleo y burocracia» y la falta de medios de labranza, según investigadores locales. «Se ha cambiado la propiedad, pero no se ha permitido un entorno de mercado para la adquisición de insumos, equipamiento o tecnología, para financiamiento, la compra de divisas y la comercialización final», comentó el economista cubano Pável Vidal en un artículo sobre el tema. Vidal y otros expertos coinciden en que uno de los elementos fundamentales que conspira contra los resultados agrícolas es el control estatal de la comercialización final y la forma ineficaz en que ésta se ha llevado a la práctica mediante la empresa estatal nacional. Ese mecanismo centralizado de comercialización establece a los productores el compromiso de entrega al Estado de hasta 70 por ciento de la producción a precios excesivamente bajos, dejando en algunos casos sólo 30 por ciento para su comercialización en los mercados agropecuarios. El Estado burocrático expropia a los campesinos, pero no ofrece soluciones económicas ni al sector ni al sistema productivo en su conjunto.
Toda esta maraña económica, burocrática y social habilita la corrupción y, al día de hoy, a niveles muy preocupantes. El propio Fidel Castro fue contundente en uno de sus últimos discursos públicos en la Universidad de La Habana, cuando sostuvo: «Esta revolución puede destruirse por sí misma. Los que no pueden destruirla hoy son ellos (el enemigo); nosotros sí, y sería culpa nuestra». Fidel hablaba de la burocracia y de la corrupción, pero sucede que tales fenómenos son la consecuencia casi inevitable de la formación económico social cubana y del unicato como modalidad política.
Efectivamente, el modelo de planificación central habilita la “economía paralela”, un eufemismo con el que se designa al mercado negro, desde hace ya mucho tiempo el eje más importante de la economía cubana para poder subsistir. El propio Raúl Castro denunció la situación cuando apeló a la conciencia social para repeler la corruptela: «Sin la conformación de un firme y sistemático rechazo social a las ilegalidades y diversas manifestaciones de corrupción, seguirán no pocos, enriquecidos a costa del sudor de la mayoría, diseminando actitudes que atacan directamente a la esencia del socialismo». Pero a la conciencia revolucionaria le cuesta mantener los bolsillos y las heladeras vacías.
Con el agua al cuello, Raúl Castro creó una Contraloría, encargada de auditar todas las empresas. La decisión es un paso importante, a pesar de que pasaron cincuenta años para que la tomaran. Y, como es notorio, la medida no deja de ser vertical y desde arriba, y los controles también serán así. En realidad, la corrupción podrá tener remedios temporales gracias a la vigilancia desde el aparato, pero no van al núcleo del problema. Mientras no haya democracia, libertades y transparencia fundada en una legalidad y no en el arbitrio del poder, la corrupción encontrará canales para seguir adelante, pues no es una desviación, es un fenómeno objetivo que surge como consecuencia del fracaso del sistema, y sólo transformando la estructura política que lo genera se podrá controlar un flagelo que, al fin y al cabo, es producto de las taras democráticas del régimen y de su incapacidad para darle una vida decorosa al pueblo.
Son ya comunes las denuncias públicas sobre los “robos” en los almacenes del Estado de los más diversos productos que alimentan el mercado negro. Y hay mercado negro de todo, inclusive laboral en todos los oficios, hasta mercado negro para proveer alojamientos, taxis, cambio de monedas y todos los servicios posibles. El Estado mira para otro lado, pues sería ilusorio luchar contra las leyes de la economía.
Las voces críticas se hacen sentir desde adentro mismo del sistema. Esteban Morales Domínguez -director honorario del Centro de Estudios sobre Estados Unidos de la Universidad de La Habana- publicó en la web de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba hace años, un duro artículo donde sostiene que “que la contrarrevolución, poco a poco, va tomando posiciones en ciertos niveles del Estado y del Gobierno”. Denuncia que “que hay gentes en posiciones de gobierno y estatal, que se están apalancando financieramente, para cuando la Revolución se caiga, y otros, que pueden tener casi todo preparado para producir el traspaso de los bienes estatales a manos privadas, como tuvo lugar en la antigua URSS”. Morales Domínguez va más lejos, hasta sostener que en la distribución de tierras en usufructo hubo “fraudes, ilegalidades, favoritismos, lentitud burocrática”. La corrupción, en esta dura denuncia interna, es la “verdadera contrarrevolución” porque “resulta estar dentro del gobierno y del aparato estatal, que son los que realmente manejan los recursos del país”.
Mostrando el hartazgo general, Morales denuncia el robo al Estado para volcarlo al mercado negro, en todos los rubros y mercaderías. Y concluye que el fenómeno representa “toda una economía sumergida que el Estado no logra controlar y que será imposible de ordenar mientras existan los grandes desequilibrios entre oferta y demanda que caracterizan aun hoy a nuestra economía”.
Las críticas a la burocracia, pero también las tensiones internas provocadas por el hastío que genera una situación estancada, habilitan las disidencias tanto fuera como dentro del Partido Comunista de Cuba. Las declaraciones de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y tantos otros, ¿son reacciones esporádicas o denotan una corriente interna en la revolución? Apostamos por esto último. Las reacciones de blogueros y artistas independientes a lo largo de 2021 muestran el hartazgo ante la censura y la represión.
Sin embargo, la respuesta desde la cúpula burocrática ha sido de reafirmación de su poder, y significa un gran paso atrás. En primer lugar, hubo un gran retroceso generacional. En el último período de Fidel, el comandante se preocupó de que en la cúpula ministerial entrenara el relevo, llevando a la casi totalidad de las carteras a jóvenes que oscilaban entre los 50 y los 40 años. Raúl dio marcha atrás y además, afirmó el poder del ejército en la elite burocrática, confirmando así la alianza política interna que decíamos más arriba. Las empresas económicas militares están dirigidas por el Grupo de Administración Comercial del ministerio de Defensa. Las fuerzas armadas controlan una cadena de cientos de comercios y una agencia de turismo que maneja más de 30 hoteles. Los generales se han convertido en líderes de una nueva clase militar empresarial, un substrato de la burocracia comunista.
Para intentar cambiar, el régimen no genera democracia, no puede hacerlo. Sólo puede centralizar más el poder, afirmando a la élite y a la burocracia.
CUBA Y EL MUNDO
La inserción cubana en el mundo ha cambiado mucho desde la caída del comunismo. Víctima de un bloqueo inadmisible desde todo punto de vista, Cuba debió salir a la búsqueda de socios y amigos como una estrategia de sobrevivencia, tanto en lo económico como en lo político.
Cuando analizamos los datos aportados por la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), varias cosas nos llaman poderosamente la atención sobre el relacionamiento internacional cubano. En primer lugar, Cuba mantiene relaciones comerciales con más de cien países. En Europa comercia con treinta países, donde España, Alemania, Rusia, Países Bajos e Italia son sus principales socios. En Asia mantiene vínculos con 20 países, donde su principal comprador-vendedor es China, seguido de Japón, Singapur y Viet-Nam. En África la isla está relacionada con diez países, donde Argelia y Marruecos son sus principales clientes. Pero la paradoja es América.
En nuestro continente Cuba tiene vínculos directos con 32 países, donde Venezuela se lleva el primer puesto en el intercambio comercial, seguido de Canadá y… de Estados Unidos. Si, el imperialismo es el tercer socio comercial cubano en nuestro continente y el quinto a nivel mundial. Pero en el comercio internacional Cuba sigue operando, luego de sesenta años de revolución, como cualquier país subdesarrollado, vendiendo materias primas e importando manufacturas, y en los peores niveles. Las exportaciones de bienes están lideradas por el níquel, casi en 1.4 mil millones de pesos (61 millones de dólares, el 48% del total), seguidas por el tabaco y la industria azucarera con 236 millones de pesos cada una, (98 millones de dólares).
Las importaciones son quizá el síntoma que mejor demuestra el estancamiento del sistema y el fracaso económico del régimen. La isla tiene un muy bajo nivel histórico en la importación de bienes de capital, representando hoy apenas el 13 % del total importado. La maquinaria para el desarrollo productivo –el impulso de cualquier economía- no sólo no crece, sino que casi no cuenta. Peor aún es cuando vemos la importación de bienes intermedios. El 16% de las importaciones son bienes de consumo, de las cuales el 60% son alimentos. Cuba no sólo importó grandes cantidades de cereales que no pueden producirse en la isla, sino que tuvo que comprar –y en los Estados Unidos- alimentos que podría producir, como pollo, legumbres, carne de vaca, frijoles, leche, lo que demuestra el pobre desempeño del sector agropecuario. Las decisiones burocráticas, como siempre pasa en los sistemas de planificación central, estancaron las fuerzas productivas y en vez de alentar el desarrollo, paralizan la economía, pensada con criterio político y burocrático.
El 64% del total de las importaciones fueron bienes intermedios (409 millones de dólares), donde el combustible venezolano se lleva la palma con el 42%.
Finalmente, la balanza comercial es deficitaria, pero no solamente desde el período especial, donde la crisis se agudizó. Cuba tiene déficit comercial todos los años desde 1965, según los datos de la ONE. Desde hace 45 años el comercio internacional cubano no da ganancia. La revolución depende del mundo para mantener su economía funcionando, desangrándose en el mercado internacional, transfiriendo hacia afuera la poca riqueza que genera.
Estos datos no muestran una situación “coyuntural”, reflejan el fracaso del sistema.
Pero, además, las cifras del comercio internacional y de los vínculos comerciales cubanos, permiten inferir cosas sugerentes. Si el país tiene relaciones con más de cien países, de los cuales hay 30 europeos, más Canadá y EEUU, aunque este último sólo a nivel agropecuario, podemos concluir que el relacionamiento de Cuba con el mundo desarrollado –donde incluimos a China y Japón- neutralizó, si no quebró, el bloqueo norteamericano. Los vínculos internacionales cubanos permiten a la isla proveerse de todo lo que el bloqueo yanqui le niega, por lo que debemos preguntarnos ¿cuánto afecta hoy el bloqueo a la Revolución Cubana? Creemos que cuando Silvio Rodríguez dijo que «el hecho de que nuestra alas se hayan vuelto herrajes no debe atribuirse sólo a Estados Unidos y al bloqueo sino también a nosotros mismos», planteó un problema central del proceso cubano. El bloqueo, ya, no es el responsable del estancamiento, sino el sistema burocrático, el unicato del partido. La expansión del relacionamiento comercial cubano en el mundo neutraliza el embargo del imperialismo, pero el régimen, por las razones que hemos visto, es incapaz de sacar ventajas de esta coyuntura. Sus alas se volvieron herrajes. Y los yanquis lo saben.
Cuando Hillary Clinton en 2008, dijo que el bloqueo servía al gobierno cubano para justificar el régimen, no se estaba dirigiendo a la burocracia isleña, le estaba hablando a la derecha imperialista norteamericana. Efectivamente, el bloqueo es un justificativo ideológico para la burocracia cubana, pero es también un instrumento político de los halcones norteamericanos, que suponen que todavía sirve de advertencia para los países del tercer mundo que quieran salir de la órbita imperial. Y las dos puntas de este juego dialéctico no se dan cuenta de que el mundo cambió y que hoy estamos en otro período histórico.
Pero sería muy ingenuo de nuestra parte suponer que la ex Secretaria de Estado hizo sólo un razonamiento político ante la situación. Quizá el hallazgo realizado por Repsol en 2004 del yacimiento petrolero de 1.600 millones de barriles en la plataforma continental cubana, haya hecho “reflexionar” al establishmen. Cuba “loteó” su plataforma para la explotación petrolera en 59 bloques, entre empresas chinas, venezolanas, brasileñas, canadienses, españolas, británicas donde se nota la falta de las empresas norteamericanas. No debe llamarnos la atención que las empresas petroleras yanquis sean contrarias al bloqueo, como ha señalado Larry Goldstein, presidente de la Fundación para la Investigación Industrial de Petróleo, con sede en Nueva York. Más llamativo aún es que la Halliburton –la petrolera del ex vicepresidente Dick Chaney- haya proclamado su resistencia al bloqueo. John Gibson, presidente de la división de servicios energéticos de Halliburton, dijo que EEUU debe levantar el embargo para que las empresas estadounidenses “puedan ampliar sus mercados extranjeros”. El hallazgo de petróleo en el litoral de Cuba “sería el equivalente de sacarse un conejo del sombrero y le permitiría responder a sus principales problemas económicos sin exigir reformas”, observó Erickson.
SOCIEDAD Y POLÍTICA EN LA CUBA ACTUAL
No hay por qué temer a las discrepancias en una sociedad como la nuestra, en que por su esencia no existen contradicciones antagónicas, porque no lo son las clases sociales que la forman. Del intercambio profundo de opiniones divergentes salen las mejores soluciones, si es encauzado por propósitos sanos y el criterio se ejerce con responsabilidad.
Raúl Castro. Discurso de asunción de la presidencia, 24 de febrero de 2008.
Las palabras de Raúl Castro advierten sobre la existencia de “temores” a plantear discrepancias, que el nuevo presidente quiso minimizar, pero advirtiendo de inmediato que las mismas deben darse de manera sana y responsable. El mensaje fue “discrepemos, pero dentro de los parámetros admitidos”. Y la admisión la hace el partido.
Sin embargo, las disidencias y las discrepancias aparecen con todos los matices. El estallido actual, a lo largo de toda la isla, es un síntoma claro del fracaso en la conjugación de las contradicciones, en la incapacidad del partido para “canalizar” la discusión. Amplios sectores simplemente se hartaron y el marxismo no tiene herramientas para interpretar lo que simplemente es el agotamiento de un modelo político y económico, basado en el voluntarismo y en la dictadura.
Si sabemos que hoy en Cuba hay más de 100 presos de conciencia, según lo denunciado por Amnistía Internacional, una organización respetada y apoyada por todos, cuando se jugaba en épocas negras para los latinoamericanos. Hoy, no podemos desdeñar su juicio porque denuncia a un “aliado”.
Las voces disidentes cada vez son más, producto del agotamiento de un régimen que no puede darle a su pueblo un mínimo indispensable, porque la economía fracasó, porque el sistema comunista se agota por sus propias contradicciones. La lucha de clases se torna un fenómeno social de resistencia que tiene muchas puntas, y todas apuntan contra la burocracia gobernante, incapaz, por ahora, de dar otra respuesta política que no sea la represión.
El hartazgo de las nuevas generaciones se refleja en una sorda lucha en el ciberespacio. La dictadura censura el acceso a la web y los cubanos bloggeros pueden ser leídos a lo largo del mundo, menos por sus compatriotas. Nadie accede a la información libre, a pesar de que los bloggers se multiplican como acto de resistencia, con las consiguientes consecuencias. El régimen no se da cuenta que su escalada represiva tienta a lo prohibido más que a ganarle apoyo.
Como las organizaciones políticas, fuera del PCC, están prohibidas, los riesgos de presentar alternativas son demasiados, inclusive para los que discrepando apoyan el socialismo. Al fin y al cabo, fue Fidel el que proclamó que “el pluripartidismo es la pluriporquería”.
Las agrupaciones reunidas en torno a la Cátedra Haydee Santamaría, el Observatorio Crítico y el grupo Socialismo Participativo y Democrático sufrieron diversas persecuciones.
La Red Observatorio Crítico, conformada por jóvenes investigadores, críticos, profesores, artistas, promotores culturales, activistas comunitarios, comunicadores, reivindican alternativas culturales liberadoras frente a alienaciones capitalistas, autoritarias y coloniales, al tiempo que reconocen que para ellos es imprescindible el compromiso crítico en la defensa de la revolución cubana, proceso al que pretenden despojar de todo lastre conformista.
Asimismo, el ex diplomático e historiador comunista Pedro Campos, ahora coordinador de un boletín en defensa del «socialismo participativo y democrático» consideró «urgente» introducir cambios en el sistema político y judicial cubano, «donde juez y parte son la misma cosa» y asuntos tan dispares como la economía y la administración penitenciaria están «en manos de aparatos militarizados». Campos reclamó «una prensa libre socialista que exprese la diversidad ideológica» y conceda espacio a la discrepancia. El objetivo debe ser, dijo, «avanzar hacia una nueva sociedad socialista que supere las reminiscencias del dogmático y fracasado esquema de corte neoestalinista».
Publicar un panfleto o militar en alguna organización no oficial puede generar condenas de 20 años de prisión. Así que los riesgos son reales para el pensamiento discrepante.
Todo lo anterior se resume de una manera: son violaciones a los Derechos Humanos. Y esto aísla políticamente a la revolución, obviamente que de sus enemigos, pero lo grave es que también la aísla de sus amigos.
Cada vez resulta más dificil a la izquierda no comunista justificar los desbordes del régimen. Cuba exige permanente solidaridad política a las izquierdas, pero no realiza ningún gesto de cambio político que facilite esos apoyos. En el largo proceso histórico de la revolución, Cuba demanda, pero no cambia. Y no le importa los costos que tiene para las izquierdas esa actitud.
Si aparecen canales alternativos de crítica política con todos los riesgos que eso implica, significa que el sistema político oficial presenta carencias, por lo menos, para una parte importante de la población. El partido único llama a elecciones populares, con índices de participación altos, pero no podemos confirmar si el éxito de la convocatoria es debido al gran apoyo al régimen o a los temores sociales a quedar marginados o estigmatizados como personas “no confiables” si no se participa. No participar puede acarrear represalias. Se eligen delegados de distrito –“los más capaces”- que responden, siempre, a las directivas oficiales de las alturas. Además, muchas veces los candidatos no son conocidos por la gente, tal como le reprocharon los estudiantes a Alarcón en 2008.
Los pronunciamientos reafirmatorios que parten de una asamblea elegida por el sistema de partido único, donde no puede articularse una oposición o una opinión diferente a nivel nacional, mas allá de que a nivel local puedan aparecer iniciativas o candidatos que no sean del Partido, inevitablemente van a confirmar al régimen. Pero, la cuestión fundamental es que el poder real reside en el núcleo duro de la gerontocracia y de la estructura militar, ese es el centro decisorio por excelencia y no el “poder popular” que surge de las elecciones. Y esto otra vez recuerda al socialismo real. Otra copia de “lo malo”, como sostuvo Fidel.
El sistema político cubano no es “otro tipo de democracia” como sostienen algunos. Es, por el contrario, un sistema sin democracia. El dogma lo fijó Fidel hace años cuando proclamó que “el pluripartidismo es la pluriporquería”. Y la vida, especialmente en América Latina, ha demostrado que esa pluriporquería es necesaria y cuando nos ha faltado sólo habilitó dictaduras y represión.
La falta de libertad en todos los sentidos y el unicato filosófica e ideológicamente monolítico, no permiten la disidencia, que es criminalizada y perseguida. 20 años de cárcel por opinar distinto es, desde todos los puntos de vista, una barbaridad, una violación flagrante de los Derechos Humanos. Y esto, además, tiene efectos económicos, como señalábamos antes, que estancan las fuerzas productivas del proceso, tal como sucedió en el socialismo real.
El sistema está en crisis, sin duda, pero políticamente va resultando menos creíble para las nuevas generaciones –es crítica la baja afiliación a la UJC y las desafiliaciones al PCC- pero también para aquellos cubanos socialistas y revolucionarios que quieren cambios en el sistema, antes de que se llegue a una situación sin retorno. Son los que, como dijo Silvio Rodríguez, quieren sacar la erre a revolución, para entrar en la “evolución” del sistema.
ALGUNAS REFLEXIONES FINALES
Después de sesenta años de revolución Cuba es un país pobre, con su población empobrecida. El diagnóstico no es producto de un capricho del que escribe, es la conclusión del análisis de un sistema que no puede sostener sus objetivos históricos, proclamados durante décadas y que ha mostrado resultados muy pobres. Son la economía y la realidad social las causas de la crisis que Cuba vive hoy; son sus contradicciones internas las que, dialécticamente, crearon las circunstancias actuales.
El sistema burocrático y la expropiación por parte de la burocracia de la democracia y de la riqueza cubana, generan una situación de explotación que inevitablemente provocan respuestas sociales. Estas se realizan de diferentes formas. Unos plantean una vuelta atrás, otros esperan reformar el sistema y no salirse del socialismo, mientras hay huelguistas de hambre que asumen esa decisión dramática como la única manera de llamar la atención adentro y afuera de la isla sobre la crisis del sistema.
Mientras tanto la respuesta del régimen es afirmar el poder de los “puros y duros” abriendo las puertas del Estado a la gerontocracia, consolidando la tríada histórica del poder: Partido-Estado-Fuerzas Armadas. El régimen mantiene su dinámica y no puede democratizar; ante la crisis intenta reafirmarse en su modalidad tradicional.
La formación económico social cubana –tal como en el socialismo real- estancó las fuerzas productivas, y en todas las fases del proceso económico. Las reivindicaciones campesinas buscan habilitar el autonomismo, empoderarse de su realidad, liberalizar la producción y la distribución, pero, creemos, chocará contra el poder y los intereses de la clase burocrática. Los trabajadores, sin organizaciones que los defiendan seriamente, quedan a merced de la explotación del Estado y por tanto, de su burocracia. ¿No son estas acaso, contradicciones antagónicas? Sin duda esta lucha de clases no es hoy un momento de clases en lucha, pero esto no confirma lo sostenido por Raúl acerca de la inexistencia de contradicciones antagónicas en la sociedad cubana.
El sistema no puede producir y cuando lo hace, no puede distribuir. Cuando logra distribuir, los salarios no habilitan el consumo, o la producción es tan menguada que la escasez oficial empuja a los cubanos al mercado negro.
Sin embargo, el régimen mantiene sus bases sociales. Unos por convencimiento, pero otros temen la restauración capitalista. El bloque contrarrevolucionario de Miami opera como tal, y es una amenaza para los que se beneficiaron con su caída hace medio siglo. Esta lucha de clases a una distancia de 150 kilómetros explica una parte importante de las resistencias del régimen y es uno de sus más firmes sostenes.
Pero el régimen presenta claros signos de agotamiento en diversos sentidos, no sólo económicos y productivos. La cerrazón burocrática y la falta de transparencia y democracia habilitan la corrupción, un mal endémico que orada la credibilidad de la revolución desde adentro. Y los corruptos, por más que se tiñan con una pátina ideológica, sólo tienen la ideología que le dicta sus bolsillos. Esto no es una desviación, solamente, es la consecuencia de un sistema que por sus carencias democráticas permite, si no habilita, estas prácticas. Y la gente común, al fin y al cabo, ve y sufre esta situación y, en su pequeña escala, se vuelve cómplice, para “resolver” su vida.
El régimen ha usado la excusa del bloqueo para todo, pero hoy ese argumento es demasiado inconsistente, no sólo porque no explica todo, sino porque no es real. Cuba comercia ampliamente con el mundo –inclusive EEUU es su principal abastecedor de alimentos- y puede conseguir donde quiera aquello que el imperio le niega. La Revolución se va quedando sin argumentos “externalizadores” y sin sostén económico interno.
Así, nace la “resistencia” o la “disidencia”. No son el producto de una “conspiración imperialista” sino el resultado de las carencias de un régimen que fracasó económicamente y que sostiene su poder obstruyendo toda posibilidad de disentir, de opinar distinto, de organizarse de manera alternativa al partido único. Sesenta años de una sola voz, un solo diario, una sola prensa, un solo punto de vista, agota la resistencia social al discurso monocorde. Y esta es, quizá, una de las contradicciones más importantes. La Revolución educó a su pueblo, le dio todas las herramientas intelectuales para que fueran críticos y creativos, pero se las impide utilizar cerrando la política a la casta burocrática. Y peor aún, la imposición de un discurso justificativo de sus limitaciones choca contra el escepticismo del pueblo al que educó y formó.
Los focos alternativos que aparecen en Cuba pueden dar lugar a cambios, pero dependerá de la lucidez de la burocracia para que las tensiones sociales no lleguen a un extremo incontrolable.
¿Puede reformarse la burocracia? ¿Puede desde las alturas dirigir el proceso hacia un socialismo democrático? No lo podemos afirmar ni negar. La Revolución Cubana ha asombrado al mundo muchas veces y podría de nuevo dar muestras de creatividad política abriendo su sistema, democratizándolo. También podría reconvertir su economía, ampliando las posibilidades, rompiendo el ciclo del subdesarrollo. Para todo esto, Cuba tiene hoy amplios apoyos y posibilidades. Mientras el imperialismo norteamericano está en franca decadencia, América Latina ha girado a la izquierda en el marco de la democracia. Perfectamente la Revolución podría transformarse sin temores, apoyándose en un sur que siempre la tenderá la mano y que no permitirá ningún tipo de ingerencia a su soberanía.
Cuba puede hoy emprender un proceso de reformas democráticas reales, mirando y apoyándose en el sur, que sería un aliado incondicional. Sin embargo, las resistencias de la “nueva clase” impiden ese camino. ¿Hasta cuando? Nadie lo sabe, pero de lo contrario, las alternativas no son las mejores.
La burocracia puede estar dispuesta a volver al capitalismo antes que a perder su poder. Así sucedió en la URSS, donde los viejos burócratas se volvieron los nuevos burgueses. Quizá las denuncias de Esteban Morales Domínguez sobre la apertura de cuentas bancarias en el extranjero y la preparación para la privatización masiva en caso de que la revolución colapse, sean la demostración palmaria de que los burócratas no preparan la reforma del sistema sino el mantenimiento de su poder y sus riquezas. Y esta casta corrupta podría acelerar, habilitar o permitir una coyuntura crítica para sacar provecho de ella.
Puede suceder que una chispa, un hecho cualquiera, desaten un proceso que podría volverse incontrolable. Y si esto sucede, lo que la sociedad cubana haga no necesariamente tendrá por objetivo la democratización del socialismo. Puede pasar, como temió Fidel, la caída de la revolución.
Esta sería la peor opción para todos. Por lo que decíamos al principio de este trabajo, la Revolución Cubana tiene una carga afectiva muy grande para toda la izquierda latinoamericana y su caída sería un golpe histórico, imposible de superar. Las derechas derrotarían a su peor y más enconado enemigo.
La realidad cubana, como todas, es compleja y no es monolítica. Ni siquiera el Partido Comunista de Cuba es monocorde a esta altura. Y podría suceder que desde su propio seno surgieran los cambios y las transformaciones, pero no podemos saber como serán hasta que sucedan.
La pandemia atizó la crisis en la isla. La economía y la logística, burocratizadas, no dieron respuestas a las necesidades dramáticas de la población. El malestar no tuvo mecanismos de contención y los estallidos aparecieron como nunca antes en la historia de la revolución. El hecho de que Díaz Canel haya convocado por primera vez a la militancia comunista a salir a la calle a contrarrestar las movilizaciones da cuenta de la gravedad. Las tensiones son inocultables.
Sólo resta esperar, pero creemos que el tiempo se está agotando y las contradicciones internas del modelo cubano, poco a poco se van volviendo críticas.
El tiempo dirá como se resolverán.
Fuente: https://www.uypress.net/Columnas/Fernando-Lopez-D-Alesandro-uc113970
El día después no podrá ser el mismo
Luis Emilio Aybar
Lo más grave de los acontecimientos recientes, es que una parte del pueblo, aquella a la que no le pagaron para manifestarse, ni pertenece a expresiones opositoras de articulación yanqui, asumió las consignas imperialistas durante las protestas. Para ello se venía trabajando durante mucho tiempo, pero la pregunta no es solo cómo lo lograron, sino también, y quizás todavía más importante, qué debilitamientos y fracturas permitieron que víctimas del bloqueo se identificaran con los instrumentos ideológicos de quienes lo aplican y de quienes lo defienden.
Para llegar a ese resultado no basta con que la política institucional cubana esté marcada por insuficiencias, negligencias y errores a sus distintos niveles, propiciando que sujetos populares, como los que estamos abordando aquí, responsabilizaran al gobierno por su situación. Tampoco basta con que las campañas contrarrevolucionarias desarrollaran poderosas técnicas de manipulación. Era necesario, además, que las fuerzas revolucionarias y patrióticas no fueran capaces de liderar la lucha contra esa negligencia e insuficiencia institucional.
El vacío que dejamos permitió que el sentimiento opositor que anida en el corazón de muchos cubanos fuera canalizado por sus opresores internacionales. Ese vacío, sedimentado por décadas, es profundamente contradictorio con nuestro credo, ¿acaso no debemos ser los revolucionarios y comunistas los primeros en combatir la corrupción, la burocracia, la injusticia, el autoritarismo, vengan de donde vengan? ¿Cómo es posible entonces que no lo hagamos, o que, incluso cuando lo hacemos, todo esté organizado para que nadie lo sepa? Es claro que no me refiero a la condena discursiva, sino a acciones eficaces que se opongan a esos fenómenos en su manifestación particular y concreta a los distintos niveles territoriales, sectoriales, institucionales y sociales.
Hemos quedado atrapados por una serie de principios muy arraigados en la cultura política cubana:
1. El Estado es la Revolución y, por tanto, oponerse al Estado es ser contrarrevolucionario,
2. Impugnar a personas, políticas y prácticas del Estado, afecta la unidad,
3. La crítica hay que hacerla en el lugar correcto, en el momento oportuno y de forma adecuada,
4. Ser revolucionario implica un apoyo incondicional a los líderes de la Revolución,
5. Hay que practicar la disciplina revolucionaria — entendida como esperar siempre orientaciones y ceñirse a ellas.
Resulta que la Revolución, sin dudas, tiene presencia en el Estado cubano, pero no en todo él. Como tal Estado, el nuestro contiene prácticas, personas y políticas que contradicen el proyecto de justicia social de la Revolución. Los procesos que dañan al pueblo son los que más afectan la unidad cuando perduran, porque desmoralizan a los colectivos, decepcionan a las personas y hacen mermar las filas propias. ¿Qué hacer en aquellos escenarios donde por mucho tiempo las cosas se dicen «en el lugar correcto, en el momento oportuno y de la forma adecuada», y nada cambia? Si no es posible cuestionar decisiones erradas, tomadas o respaldadas por los líderes, ¿cómo vamos a rectificarlas? En espera de orientaciones se apaga la actitud de crear desde la realidad concreta, y se pierde el pensamiento propio, la respuesta inmediata a los problemas urgentes, la sensibilidad ante las necesidades del pueblo.
Son vicios acumulados por décadas, en los que se han ido agazapando los peores intereses. Generan un ambiente muy favorable para el ejercicio arbitrario, dogmático, discrecional y corrupto del poder.
En conclusión, lo sucedido este 11 de julio también se explica porque los comunistas y revolucionarios no combatimos con suficiente fuerza y eficacia las prácticas nocivas del Estado, defendimos la unidad de una manera que en realidad la perjudica, nos conformamos con plantear las cosas en el lugar correcto aunque la solución no llegara, acompañamos acríticamente a los líderes en lugar de rectificar el camino y nos dejamos disciplinar cuando lo que tocaba era pensar y actuar con cabeza propia.
¿Cómo si no, entender las décadas de inadecuada atención a la agricultura, factor de peso en las actuales penurias? ¿Cómo si no, entender la falta de control popular sobre la decisión de establecer tiendas en Moneda Libremente Convertible, y la voracidad con que se ha aplicado esta medida, donde hay pueblos enteros en que ya casi no queda una tienda en Pesos Cubanos, que es la moneda de los salarios? Lo mismo podemos preguntarnos sobre la falta de protagonismo de la Central de Trabajadores de Cuba en el diseño e implementación del Ordenamiento Monetario, medida de alto riesgo en un contexto de crisis. Durante el 2020 se destinó la mitad de las inversiones del país a la construcción hotelera, en condiciones de una drástica disminución del turismo internacional con pronóstico reservado y de una aguda escasez de insumos para las producciones agrícolas. El país entero estaba sufriendo apagones de más de cinco horas todos los días, muchos de ellos por la noche, en pleno verano, pero esto no mereció un seguimiento prioritario en la prensa nacional ni la atención orientadora del presidente. Se mantuvo en bajo perfil como es habitual, para evitar la sensación de caos, así que la nueva crisis cotidiana tomó por sorpresa a las familias cubanas. Los cortes eléctricos en el pueblo de San Antonio de los Baños, donde surgieron las protestas, venían acompañados de afectaciones en el suministro de agua: los responsables de planificar los apagones quitaban la electricidad en el circuito donde están ubicadas las estaciones de bombeo. ¿Cómo permitimos que las políticas sociales y culturales se debilitaran dramáticamente en los barrios que protagonizaron las protestas de la capital?
Quedar pasivos nos hace cómplices de esos problemas. Cómplices y víctimas a la vez, porque somos parte del pueblo. Todo lo contrario de lo que corresponde a un comunista, cuya razón de ser es luchar por el bienestar y la justicia para todas las personas sin cejar en el empeño.
El 11 de julio tiene que marcar un antes y un después. Hay que comenzar a combatir con la fuerza popular a la contrarrevolución institucional, más compleja y sutil por varios motivos. Casi nadie se mete con ella porque no es opositora, se disfraza de fidelidad. Por otro lado, involucra a personas y a intereses creados que hay que extirpar del Estado, pero también a compañeros que no son desechables aunque estén equivocados. Dentro de la misma institucionalidad ha de forcejear la creatividad con la inercia, el compromiso con la insensibilidad, la igualdad con el privilegio, la emancipación con la dominación y triunfar, para que la órbita de la Revolución sea cada vez mayor en esta isla.
Emplear los mecanismos existentes de control popular, muy subutilizados, y desarrollar otros nuevos que doten a los de debajo de un poder efectivo, para que podamos defendernos de aquellas tendencias: capacidad de vetar decisiones, revocar cargos, plebiscitar propuestas, a los distintos niveles y sobre todo en el campo administrativo; es decir, ampliar las formas de democracia directa. No temer a métodos más confrontativos o de agitación pública cuando sea evidente la falta de voluntad o la traba contrarrevolucionaria, después de intentarlo de tantas maneras, porque tenemos el derecho y el deber de usarlos en un marco estrictamente patriótico, y porque callar hace más daño que gritar.
Desterrar el vicio de huirle al conflicto, que luego explota en la cara. La forma fidelista de hacer las cosas no es evitar la contradicción, sino asumirla y liderarla.
¿Cómo vamos a permitir que sean protestas instrumentalizadas por la oposición yanqui, realizadas «en el lugar incorrecto, en el momento inoportuno y de la forma más inadecuada», las que logren que el gobierno adopte dos medidas que podía haber tomado hace mucho tiempo, tales como la importación no comercial sin límites de alimentos y medicamentos, o la posibilidad de que los migrantes internos se acojan a la libreta de abastecimiento? El resultado puede no ser tan benéfico siempre. Ausentarnos de presionar al gobierno por la izquierda significa que la derecha llevará la iniciativa, erosionando la correlación de fuerzas a su favor, es decir, por más mercado y propiedad privada, menos educación y salud pública, y concesiones de todo tipo a las reglas de juego imperialistas.
Los comunistas y revolucionarios tenemos más razones para tensar la cuerda, porque estamos por toda la justicia, una hermosa y sutil manera de decir que no nos vamos a conformar con solo una parte de ella. Tenemos más razones, además, porque le ponemos el cuerpo a los problemas de este país todos los días, no apuntamos desde un balcón o una pulsación de sofá. Tenemos más razones porque buscamos una solución para todas las personas, a diferencia de quienes adentro o afuera, con carnet o sin él, hablan a nombre del pueblo para abrirse paso a sí mismos. Los inconformes y descontentos también están del lado de los que salimos aquel domingo a defender la patria. Esta Revolución se va a completar cuando los cientos de miles que estuvimos en los actos de reafirmación por todo el país, armados de la justicia alcanzada, digamos ¡basta!
Fuente: https://medium.com/la-tiza/el-d%C3%ADa-despu%C3%A9s-no-podr%C3%A1-ser-el-mismo-1106a79585d6
[i] Debemos aclarar que todas las cifras ofrecidas son de fuentes cubanas, principalmente la Oficina Nacional de Estadisticas (ONE) y de las empresas extrajeras establecidas en Cuba. En el caso de la hotelería española las cifras fueron publicadas por breve tiempo en la página web de la Embajada de España en La Habana.