Cuando el negacionismo se convierte en un problema de orden público

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A finales de marzo salieron a la luz una serie de archivos del Instituto Robert Koch, el organismo alemán de salud pública, lo que ha provocado una convulsión entre los medios de comunicación centroeuropeos, que han perdido una buena parte de su entusiasmo por las medidas aprobadas durante la pandemia, todas ellas ilegales.

No sólo los negacionistas recalcitrantes dudaban de la utilidad de las mascarillas. En el Instituto Robert Koch los expertos tampoco lo tenían claro, y lo mismo cabe decir de los confinamientos, según muestran las actas internas.

La onda expansiva ha llegado hasta Suiza, donde el diario Neue Zürcher Zeitung publicó la semana pasada un artículo titulado “¿Quién tiene algo que ver con los planes de la OMS?”. La marea puede acabar afectando al gran proyecto del organismo internacional: el tratado de pandemias.

El editor jefe del diario, Eric Gujer, se ha pasado al bando de los críticos más furibundos. “El covid significó la victoria de la locura de la viabilidad (o locura tecnocrática) sobre la sabiduría política, que ve la autolimitación del poder como una característica esencial de las democracias”, asegura.

Tanto en Alemania, como en Austria y Suiza, muchos ciudadanos se han dado cuenta de que la política represiva durante la pandemia hizo “más daño que bien”, comenta Gujer. Pero las demandas de mayor transparencia han quedado reducidas a la nada. Todo ha quedado en una especie de niebla que nadie intenta despejar.

Gujer lamenta que, a pesar del tiempo transcurrido, nadie haga un balance de la “lucha contra el covid” porque “el secretismo destruye la confianza”. Sin embargo, los políticos están contentos porque, dice el editor, “quieren ampliar aún más sus poderes con el pacto pandémico de la OMS”.

El secreto acerca de la pandemia se está quebrando, pero no porque haya una voluntad de transparencia en los gobiernos, sino por las filtraciones de documentos que están apareciendo en varios países, como Reino Unido o Italia, donde además de la corrupción de los políticos, aparecen las elucubraciones de los epidemiólogos. El cuadro que aparece desmonta la monolítica unanimidad con la que se presentaron ante los micrófonos en la primavera de 2020.

En otras palabras, lo que unos (políticos) y otros (expertos) expresaron de puertas afuera en 2020 era mentira, y es positivo que un periódico suizo, como el Neue Zürcher Zeitung, fundado en el siglo XVIII, lo reconozca porque los medios de comunicación tuvieron un importante papel en aquel engaño.

La pandemia puede ser un recuerdo lejano, pero bastantes pasajes de los documentos originales han sido tachados, por lo que el ocultamiento sigue. La confianza en los políticos, los funcionarios, los parlamentarios y los expertos no puede decaer. Los negacionistas, los conspiranoicos y los antivacunas no se pueden salir con la suya.

En alemán lo llaman “deslegitimación del Estado”, una categoría que ha entrado con fuerza en el código penal, lo mismo que otros como el “terrorismo”. El Ministerio de Interior, la policía y los servicios secretos ya tienen unos ficheros especiales dedicados a todos aquellos que nunca pueden tener razón.

El negacionismo no es un problema de salud pública, sino de orden público. Desafía al Estado y a sus políticas en algo, como la vacunación, que la población debería asumir de forma unánime.

Pero no se pierdan la doctrina del ministro alemán de Sanidad, Karl Lauterbach, que urgó en la herida cuando dijo que los negacionistas están al servicio de “gobiernos extranjeros”. Si no fuera así, ¿cómo se justifica su persecución?

Un negacionista no es alguien que tiene opiniones disparatadas, sino alguien que comete un delito.

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