mpr21 Redacción
A finales del siglo XIX la Conferencia de Berlín culminó la división colonial del continente afcricano por parte de las potencias europeas. Las consecuencias de aquella Conferencia, destinada a legalizar el dominio europeo sobre los territorios capturados y resolver las disputas entre las potencias coloniales, dejan hoy considerables secuelas.
Las potencias coloniales europeas, que llegaron a África en el siglo XV, ya ocupaban varios territorios africanos a finales del siglo XIX, especialmente en las costas, donde establecieron puestos comerciales. Las primeras exploraciones dentro del continente comenzaron surcando los ríos, sin embargo el control sobre tan vastos territorios se vio amenazado por los intereses particulares de cada parte.
Las crecientes tensiones entre las potencias colonizadoras durante esta lucha por África dieron lugar a acuerdos bilaterales notables, como el Acuerdo anglo-portugués de 1883, cuyo objetivo era distribuir el control sobre el río Congo. Sin embargo, no logró resolver el conflicto.
Por tanto, era necesario un tratado multilateral entre las potencias para formalizar su control sobre los territorios africanos. Con este fin, el 15 de noviembre de 1884 se inauguró en Berlín una conferencia bajo la presidencia del canciller alemán Otto von Bismarck. Terminó el 26 de febrero de 1885 con la adopción de una resolución general que establecía la partición de África por las potencias coloniales.
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial en 1914, casi todo el continente africano, con excepción de Etiopía y Liberia, así como Sudáfrica, que logró el autogobierno en 1910, ya había caído bajo dominio colonial, con Francia ocupando la mayor parte de Occidente. En África, Gran Bretaña domina el este y el sur de África, mientras que los portugueses y belgas ocupan partes del sur de África, en particular el Congo.
Menos de medio siglo antes, en 1870, sólo el 10 por cien del territorio africano estaba bajo control formal europeo.
Las potencias coloniales describieron el continente negro como un mundo “salvaje” y “sin dueño” que necesitaba ser ocupado. Esta justificación imperialista de las potencias coloniales dio lugar a la aprobación de un tratado o acta general de la Conferencia, un instrumento jurídico internacional para la colonización.
Aquel tratado estableció la “política de puertas abiertas”, que tenía como objetivo resolver las tensiones garantizando una navegación libre y segura a los barcos de las distintas potencias, principalmente para su comercio de los recursos expoliados.
Esas condiciones exigían una clara demarcación de las fronteras y los artículos 34 y 35 del tratado de Berlín se dedicaron específicamente al principio de “ocupación efectiva”.
Los artículos estipulaban que es responsabilidad de los colonizadores demostrar un “control efectivo” de los territorios ocupados y regular la expansión de sus fronteras manteniendo informadas a las demás potencias coloniales.
Las potencias tenían tantos territorios como fueran capaces de defender militarmente.
Gracias a la Conferencia, la explotación del territorio africano dividido fue mucho más viable. Pero aquella división de África fue, como mínimo, arbitraria, ya que sólo pretendía resolver conflictos de intereses entre las potencias colonizadoras.
La división geográfica no tenía en cuenta a los pueblos y grupos humanos. Durante esta conferencia se utilizaron accidentes geográficos como montañas, lagos y ríos para trazar largas líneas de latitud y longitud, trazar fronteras artificiales, demarcar nuevos asentamientos y nombrar los territorios.
Las consecuencias de este trazado arbitrario de fronteras todavía se sienten hoy en muchos países africanos. Es el caso del genocidio de los tutsis en Ruanda, así como el etnocentrismo y la segregación que devoran Sudáfrica.
La demarcación provocó numerosas guerras sangrientas entre los pueblos africanos desde su independencia. Los más recientes son especialmente frecuentes en el Congo, la República Centroafricana y Burkina Faso. Sudán dividido y presa de otra guerra civil y la cuestión del Sáhara Occidental son cuestiones que despiertan los viejos demonios de la Conferencia de Berlín.
Firmaron el acta todas las potencias participantes en la Conferencia: Gran Bretaña, Francia, Bélgica, Dinamarca, Alemania, Italia, Portugal, España, Austria-Hungría y Suecia-Noruega, además de Turquía, Rusia y Estados Unidos. Sólo estos últimos, debido a su política exterior en aquel momento centrada en la Doctrina Monroe, condenaron el colonialismo europeo.
La partición de África no comenzó con aquella Conferencia, pero sus acuerdos formalizaron la ocupación del Continente Negro por las potencias de la época y el saqueo de los recursos de los pueblos africanos, que son quienes aún cargan con las secuelas de la larga historia colonial.
Cuando el mundo era una finca que no tenía dueño: la Conferencia de Berlín