Fuente: https://literafricas.com/2021/12/12/cuaderno-de-memorias-coloniales-en-tiempo-de-barbecho/
«Cuaderno de memorias coloniales», en tiempo de barbecho
Cuaderno de memorias coloniales parece un libro de memorias. De una niña hija de colonos portugueses en Mozambique. De una niña cuyos orígenes están en una metrópoli empobrecida y llena de analfabetos que se ve obligada a expulsar a su gente en búsqueda de un lugar mejor. De una niña que se rodeó, allí, en África, de personas que disfrutaban de la vida, reían, a pesar de la bota en el cuello. De una niña ya adulta que sigue soñando con caminos de arcilla roja, porque “¿Quién no fue dejando en cualquier lugar sus múltiples corazones?”.
1.- En el principio fui de carne. Dice Isabela Figueiredo adulta cuando mira hacia Isabela niña. Narrar lo que se ha vivido en la infancia es un ejercicio difícil. Rompedor. Necesario. “Las historias necesitan madurar dentro de nosotros y la literatura necesita un tiempo de reflexión, de barbecho. El mensaje del que yo era portadora era el discurso de mi padre, del colonizador blanco. Y ya de niña sabía que era solo un lado de la verdad”, explica la escritora.
2.- Tiene razón mi amiga María cuando dice que todo es por el vestido. Por ese vestido blanco, inmaculado, en una tierra donde era imposible tener algo tan limpio e inmaculado. El traje que ponen a la niña, símbolo del colonialismo y símbolo de la cárcel del cuerpo que imponen a las mujeres, la clausura, el no goce, la virginidad, por siempre jamás. El cuento cruel. El relato que solo conoce una de las partes. El maldito vestido blanco que marca la diferencia. Siempre. A pesar de la niña, a pesar de Figuereido, a pesar de los pesares.
3.-Luego está la burbuja. La separación que muchos no quieren reconocer. La barrera transparente y tangible que ponemos entre nosotros y los otros mientras nos deslizamos entre los mundos como si fuéramos los héroes o heroínas de una película que se rueda para nosotros, siempre entre las bambalinas de nuestra cultura, que llevamos en la ropa, en la forma de hablar, de movernos y hasta de no tocar. Nunca.
4.-¿Por qué dice Figuereido que se atrevió? La mujer sumisa, esperando que el hombre la use y la deje, la mujer como repositorio del placer, la mujer como decorado y tabla. La mujer negra mancillada una y otra vez. La mujer blanca callada y plegada, sin goce. Ese cuadro, esa imagen, justo antes del estallido de la lucha por la independencia, en la que el muchacho negro se le acerca (se atreve) a ella, niña blanca, “bañando con la mano derecha mi monte de Venus, apretándolo con fuerza, como exprimiría un anacardo para sacarle el zumo” para concluir que supo que el tiempo de los blancos había terminado. Que el tiempo de los hombres blancos había terminado. Siempre empieza, o termina, el tiempo de los hombres ¿No lo grita Paulina Chiziane en el prólogo: “el colonialismo fue masculino”? Fue macho. Y ¿el tiempo de las mujeres? Siempre anticipando lo que iba a venir en su propia carne, como si fuera el campo para mancillar, para horadar. La pica de Flandes.
5.- Y una escupe, no tiene más remedio que escupir ante la barbarie y la falta de humanidad. Y siente que Isabela ha intentado algo, difícil, algo parcial, pero que se le agradece el intento. Y a Chiziane el prólogo. Y a mi perdonadme este arrebato pero siento que no expresé todo lo que había sentido. O lo que es peor que entonces no lo había visto. Porque yo también siento nostalgia de un tiempo. A veces los tiempos que echamos de menos fueron pésimos desde muchos puntos de vista, pero fueron los que nos mantuvieron vivas. Dice Mia Couto “¿Nostalgia de un tiempo? De lo que tengo nostalgia es de no tener tiempo”. Y tiene razón porque a menudo no tenemos a dónde volver. Somos huérfanos de pasado. Aquello no volverá.
Y una siente también que ha sido burbuja, colona, y estúpida a más no poder. Y que de vez en cuando alguien la pone delante de un espejo y siente que tiene que bajar la mirada porque no soporta la vergüenza al leerse. No sé si eso es bueno, no tengo ni idea de porqué escribo esto. Pero lo hago.
6.- Pocas narrativas ponen el acento en los retornados. Esta sí. Y la metrópoli, el mundo desarrollado, no soporta la vuelta de aquellos que había expulsado. No soporta que vuelvan vestidos con telas coloridas y palabras cultas. Es lo que tenemos. En un mundo de arriba y abajo, siempre tiene que haber muchos a los que pisotear. Sino no sería nuestro mundo, el único que conocemos. Los retornados vivirán en su paisaje idílico del que nunca salieron o sí, como Isabela. Lo cierto es que nunca se fueron como potencia económica y política permanecieron allí. Aunque las personas, las historias que cada uno quiso contar, sí que salieron para no volver jamás.
7.- Los caminos de arcilla roja con los que sueña Figueiredo son los mismos caminos que recorro sin cesar. Aquellos que unen con la tierra, con la vida verdadera y esencial.
Cuaderno de memorias coloniales (Caderno de Memórias Coloniais, 2009) de Isabela Figueiredo. Traducción: Antonio Jiménez Morato. Editorial Libros del Asteroide, 2021.