Cristina: El día después

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               «El insulto es el invento del lenguaje para interrumpir cualquier diálogo».                                                                      Jorge Alemán

Cristina: El día después

 

El intento de homicidio contra la vicepresidenta de la Nación, Cristina Kirchner, es sin duda alguna una advertencia mafiosa contra la democracia argentina. El odio emitido desde las usinas mediáticas en los últimos 15 años contra la figura de Cristina no sólo es irracional, sino que forma parte de una estrategia que jamás han abandonado los medios hegemónicos con sus periodistas alquilados, como tampoco dejaron de lado ese mismo odio los políticos alineados en el conservador partido derechista, que endeudó por varias generaciones a los argentinos durante sus nefastos cuatro años de gobierno.

Acompañados de la complicidad de un poder judicial, parcial e inescrupuloso, la violencia desatada los hizo más fuertes y la impunidad a lo largo de estos años benefició a los más poderosos que lejos de ser investigados en sus multimillonarias fugas de divisas, blanquearon sus mal habidos ingresos en la etapa macrista.

Este triunfo parcial de los inoculadores del odio convirtió a nuestro país en colonia o factoría al servicio de los grandes corporativos, mientras se invisibiliza la pobreza extrema – casi del 47% de la población – de millones de niños, mujeres, ancianos y pueblos originarios en vías de extinción.

De esta manera el opresor cumple su objetivo, que es aumentar sus obscenas ganancias, además de engrosar a sus filas la aceptación de aquellos odiadores, ignorantes y desclasados, que serían sus propios cómplices, o parafraseando a Simone de Beauvoir: «El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos».

Sin embargo, la narrativa del odio y las células de ultra derecha formadas en este período, de la cuál salen los lúmpenes marginales neo nazis que atentaron contra la vida de Cristina, se profundiza por la inercia o inacción del propio gobierno, más específicamente por el ministerio de Seguridad, que lejos de realizar una investigación a fondo, expresa en rueda periodística su propia impotencia con el controvertido «¿Que quieren que haga?». Más allá que el atentado fuera realizado por aficionados, que por razones fortuitas no pudieron realizar el magnicidio planificado, se debe investigar hacia arriba dónde seguramente alguien más lúcido que estos jóvenes criminales, planificó y gestó la acción de esa noche que pudo haber sido trágica, del pasado 1 de septiembre. Tampoco acaba la investigación con ello, sino que se debe terminar por parte del gobierno con los insultos desmedidos de opositores y operadores mediáticos, con la instigación a la muerte (con pancartas de horcas, bolsas mortuorias y guillotinas que demuestran en sus manifestaciones), ya que eso constituye una clara asociación ilícita de parte de aquellos que hacen apología de la violencia, entre ellos varios pseudo periodistas que responden a la corporación mediática.

Es responsabilidad del gobierno no continuar subestimando el odio, la violencia desatada por aquellos que marginan la política para dar rienda suelta a sus exabruptos y amenazas. Es tiempo de asumir la obligación política, de frenar el ajuste económico que castiga severamente a los más pobres, de aplicar una nueva ley de medios que limite a los mercenarios mediáticos en sus mentiras y diatribas alentadoras de violencia, miedo y terror.

Lamentablemente, el odio por acción u omisión se ha naturalizado a través de los medios que trabajan para ello, y da la sensación que el atentado sufrido por la vicepresidenta de la Nación también recorre ese triste rumbo. El odio, los insultos, sólo se potencian con la amenaza de muerte, es la tendencia clásica de los neoliberales que piden a gritos un estado de excepción, contradiciendo constantemente a la democracia construida.

Es hora que el mismo gobierno que legitimó la deuda de los fugadores de divisas, responda con el coraje y la voluntad política necesaria para evitar que estos tristes y lamentables hechos no vuelvan a repetirse.

El día después de Cristina Kirchner, la líder popular más perseguida en los últimos 60 años, depende de la firmeza y el accionar político de sus bases, de los militantes que detuvieron al ejecutor, mientras la pasividad de sus custodios y la anomia e inoperancia de su propio gobierno dejan impune a un «adversario» criminal, que va de la mano de una oposición mentirosa y cruel que utiliza herramientas antidemocráticas para imponer el objetivo desestabilizador y extranjerizante de los clásicos enemigos de la Nación.

La mujer más estigmatizada de Argentina, la más calumniada por ríos de tinta de escribas corruptos, simultáneamente atacada por toneladas de sadismo y fake news, es hoy, y a pesar de todo ello, la única líder con carisma y arrastre popular que pueda oponerse al avance de la derecha política, hoy devenida en ultra derecha. Es sin duda, la gran candidata a encabezar las elecciones del 2023.

Por lo tanto, el día después de Cristina no sólo depende de ella, sino también de su entorno.

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