Crímenes de guerra (I): La chica de la blusa negra

Fuente: https://blogs.publico.es/puntoyseguido/7730/crimenes-de-guerra-i-la-chica-de-la-blusa-negra/

Crímenes de guerra (I): La chica de la blusa negra

NAZANÍN ARMANIAN

Mujer y niña vietnamita no identificadas antes de ser asesinadas en la masacre de My Lai.- Ronald L. Haeberle/ WikiCommons

En unos instantes estas mujeres, niños y hombre vietnamitas serán asesinados por los soldados de EEUU. La fotografía congela la rabia, la tristeza y la desesperación en el rostro de la mujer mayor, a la que unas manos le sostienen por detrás para contenerla o quizás tranquilizarla. Parece que se ha puesto delante del resto para protegerles de la agresión de los militares. Una muchacha aterrorizada abraza a un hombre. A la derecha, una adolescente sujeta a un niño en el brazo mientras abotona su blusa negra.

Durante años, esta fotografía -tomada 18 de marzo de 1968 en la aldea My Lai por el sargento y también reportero del ejército Jay Roberts y publicada por la revista Life– fue objeto de debates, aunque casi siempre centrados en las emociones que transmite la mirada de la mujer de rojo, la angustia de la niña y el estupor del bebé. Pero ¿Qué pasaba con la muchacha de la blusa negra? ¿Por qué, a pesar de estar apuntada con una metralleta y una muerte segura, se preocupaba por tapar su cuerpo?

La respuesta llegará años después cuando Roberts empieza a revelar el macabro secreto que el gobierno de EEUU había ocultado en su agresión militar contra el pequeño gran Vietnam:

Eran las ocho de la mañana cuando los soldados irrumpieron en la aldea My Lai, de unos 500 habitantes dedicados al cultivo de arroz, en busca de partisanos del Vietcong (o V.C, así llamaban en EEUU al Frente Nacional de Liberación de Vietnam del sur). No encontraron a ninguno y, frustrados, durante cuatro horas se desahogaron con los aldeanos: los torturaron y los mutilaron para luego matarlos y quemarlos, incluido a los niños, confiesa Roberts: repetían a gritos «V.C. Boom Boom«, «V.C. Boom Boom» (término utilizado por los invasores para referirse a las mujeres prostituidas y también a las guerrilleras vietnamitas, que estaban trabajando en el campo). Roberts en ningún momento menciona las violaciones cometidas por las tropas de EEUU en aquellas interminables horas: ¡El honor militar de los soldados se mancharía por la revelación de este crimen, pero no por haberlo cometido!

Fue gracias al trabajo de investigación del periodista estadounidense Seymour Hersh que en 1972 se supieron algunos detalles de aquella atrocidad recordados por unos pocos supervivientes de My Lai, entre ellos un niño de 11 años: los soldados abordaron a un grupo de mujeres, incluida una adolescente, llamándolas «putas del Vietcong«, mientras otro militar gritaba «estoy cachondo» y que iba a «ver de qué estaba hecha» la joven. Cuando comenzaron a tirar de su blusa para desnudarla, la mujer mayor, quizás su madre, les mordió las manos, les dio patadas, «luchó con dos o tres hombres a la vez«, tratando de impedírselo, sin éxito: desnudaron a la niña y la agredieron sexualmente. Luego las mutilaron (había cuero cabelludo de una de las víctimas entre los enseres de uno de los soldados, entre otros «trofeos»), las mataron y lanzaron granadas sobre sus cuerpos.

La masacre de My Lai ha sido tratada como una atrocidad, un crimen en masa contra civiles, pero nunca como un acto de agresión y violación masiva contra niñas y mujeres. Tras aquella investigación se registraron una veintena actos de violación y torturas sexuales, basados en el testimonio de testigos oculares, con víctimas de entre los 10 y los 45 años.

Los estados, los ejércitos y la propia sociedad víctima han intentado ocultar o minimizar las violaciones en las guerras.

Continúan las violaciones

Las acusaciones de violaciones de las mujeres ucranianas cometidas tanto por el batallón neonazi de Azov y otros mercenarios fascistas y lumpen reclutados de todo el mundo como por las tropas rusas deben ser investigadas por la ONU, separando la propaganda de guerra de una realidad que se repite una y otra vez en las contiendas bélicas. Miles de mujeres ucranianas, pobres entre los más empobrecidos de esta nación, ya antes de la guerra eran objeto del crimen organizado internacional que las secuestraba (de mil maneras) para introducirlas en la industria de la prostitución y en la del tráfico de fetos bajo el macabro nombre de «vientre de alquiler».

Mientras, las fotos tomadas por los propios soldados violadores angloestadounidenses de sus repugnantes actos en Irak y Afganistán están siendo eliminadas en internet: ellas eran y siguen siendo simples «daños colaterales» de los indecentes intereses de las élites gobernantes vendidos a la opinión pública como «misiones humanitarias», «salvar al planeta del terrorismo», etc. La película-documental Redacted (Brian De Palma, 2007), narra la historia real de la violación en grupo de una niña iraquí de 12 años en 2006 por el sargento estadounidense Steven Dale Green y sus cuatro compañeros: luego prendieron fuego a toda la familia y «se fueron a comer hamburguesa» confesó uno de los energúmenos. Las agresiones sexuales como método de combate continuaron incluso en el Guantánamo, que sigue abierto, mientras ningún organismo ha investigado lo que sucede en otros centros de secuestro de la OTAN (pues, todos los países de la Alianza han sido cómplices de EEUU) en Rumanía, Lituana o Polonia.

En la invasión de Kuwait por Irak en 1990, al menos cinco mil kuwaitíes fueron violadas. En Yugoslavia, Libia, Yemen, Sudán y otros países destrozados en las disputas internacionales, cientos de miles de niñas y mujeres (y también hombres) han sido abusadas sexualmente por los soldados de diferentes bandos y también por los grupos terroristas como Daesh, al tiempo que las tropas de la OTAN militarizan la prostitución. Estos soldados, presentados como abnegados discípulos demócratas de Platón cuya misión es repartir libertad por el mundo, solo en Irak y Afganistán tienen unas cinco mil denuncias por sus propias compañeras soldadas que se atrevieron a hablar del calvario pasado en las bases militares: habían sido violadas, a veces en grupo, por sus compañeros de armas. En agosto de 2021, se publicó que cuatro soldados británicos de la OTAN «intentaron violar a dos reclutas (¿hombres?) de la 36ª Brigada de Infantería de Marina de las Fuerzas Armadas de Ucrania». ¿Qué no harían a los civiles indefensos de los países que ocupan?

El libro The Private War of Women Serving in Iraq (La guerra privada de las mujeres que sirven en Irak) recoge el testimonio de 40 de soldadas agredidas sexualmente por sus compañeros, cuando estuvieron en la antigua Mesopotamia para conseguir diez objetivos no confesados. La militar Juliet Simmons fue violada por sus compañeros y tras la denuncia fue expulsada del ejército, perdiendo el derecho a nuevos empleos, a la Seguridad Social y el acceso al crédito bancario.

Durante la agresión de la OTAN a Yugoslavia, el primer ensayo del timo de la guerra humanitaria, los medios de masa occidentales en un primer momento acusaron a los serbios de haber asesinados a medio millón de bosnios («musulmanes», aliados de EEUU) y de la violación a miles de sus mujeres. Luego bajaron la cifra de los asesinados a 2.130 personas (que incluso si fuera una sigue siendo un horror), mientras guardaban silencio sobre los crímenes sexuales que la rama Al Qaeda (grupo de mercenarios fundado por EEUU en 1978) y el Ejército de Liberación de Kosovo (UÇK) cometían contra las serbias: la confesión de Bekirn Mazreku, miembro de UCK sobre lo que hizo él y su grupo en Bosnia en 1998 y lo parecido del «escenario» a My Lai revela la naturaleza común de esta barbarie: secuestraron a un centenar de serbios y los trasladaron en camión a un campamento, donde su comandante Gani Krasnichi les ordenó torturar a los hombres y violar a las mujeres y niñas. Luego, seleccionó a tres niñas, entre 12 y 15 años, y las violaron. Les pudieron identificar después porque este delincuente recordaba que una anciana una desde el grupo al que habían ordenado estar de pie y mirar aquel terror gritaba el nombre de una de ellas: Yovana. «Todos gritaban y lloraban. Luego, las mutilamos y les disparamos«, narra el mercenario con la frialdad de los mercenarios profesionales (¡ahora los llaman «contratistas»!), que hoy están sustituyendo a los ejércitos clásicos. Este grupo terrorista de corte medieval, después de ayudar a la OTAN a desmantelar Yugoslavia, se instaló en el diminuto Kosovo, donde, curiosamente (o no), EEUU cuenta con base militar más grande del mundo, con un centro de detención ilegal, parecido a Guantánamo.

Los medios, vinculados al poder, silencian estas atrocidades mientras  televisan otras: es el caso de las mujeres izadíes kurdas de Irak, violadas por la sospechosa organización Estado Islámico, que justificó la «intervención humanitaria» del imperialismo en la estratégica Siria: el resultado no fue «la liberación de las mujeres», sino instalar, por primera vez en la historia, bases militares en este país, al que ha desgarrado.

Se desconoce cuántas de ellas han sido asesinadas. Se han descubierto varias fosas comunes con decenas de cadáveres de mujeres de este grupo étnico-religioso, reconocidas por su indumentaria de colores. Tampoco se sabe cuántas se han quitado la vida después de la agresión, ni tampoco la suerte que corrieron los hijos fruto de estas agresiones: «si deja a su hijo en el campamento, podrá regresar a casa«, dijo el padre de una joven siria secuestrada y convertida en esclava sexual. ¿Qué culpa tienen los hijos para convertirse en otras víctimas de esta barbarie cometida por los adultos?

El responsable de estos actos, además del individuo delincuente, es el Estado al que pertenece: la violación es un arma de guerra: golpea el «hombrillo» de los hombres enemigos, desgarra la familia y la comunidad, deja en las mujeres graves lesiones físicas y psicológicas y un posterior embarazo o enfermedad que condiciona toda su vida.

La violación no es un abuso primitivo inherente a las guerras, sino un sofisticado y complejo crimen de género contra la humanidad. A nivel individual, es también el resultado de una educación que en tiempos de paz ve a la mujer como una posesión masculina con la que puede hacer lo que quiera. Incluso los textos sagrados de las religiones semíticas (La Biblia y el Corán) consideran a la mujer como botín de guerra, junto al ganado y los objetos valiosos, para los hombres invasores.

La guerra es la suma de todo tipo de violencia que puede sufrir una mujer.  ¡No a la guerra, a ninguna y bajo ninguna bandera y concepto!

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