Fuente: https://elsudamericano.wordpress.com/2020/04/27/covid-19-utopia-y-falsa-conciencia/
De pronto resulta obvio que, frente a la pandemia mundial, miles de millones de sujetos aislados y arrinconados en su intimidad se ven confrontados a sus propios reflejos condicionados , expuestos a los límites de su propia enajenación. Recurren así a sus propias fantasías, revuelven sus temores y sus angustias, mientras la insatisfacción y el agobio los ahoga en una nueva forma de naturalización de la arbitrariedad y la injusticia. ¿Pero es posible imaginar otro mundo, –otra vida como dijera Rimbaud–, con la conciencia anterior?
Cuando el sesgo ideológico que también podríamos llamar pre-juicios, se convierte en un impedimento metodológico para la interpretación de la realidad; y cuando el pasado se nos presenta, –es decir– “re-presenta”, como destino, como invariabilidad histórica, nos encontramos frente a lo que Marx denominaba “falsa conciencia”.
La teoría crítica del comunismo científico revolucionario nos enseña que el pasado no es criterio de verdad, y que tampoco debería presentarse como medida con la que considerar las aspiraciones humanas. Esto es lo que nos dice el desafío socialista, antiautoritario, es decir libertario de nuestra época. De tal modo enseña la teoría crítica que todos los reformismos del pasado son a su tiempo el mismo conformismo y también la negación mas evidente de cualquier cambio duradero.
Existe también un impedimento de otra índole, es decir el socialismo como modelo ‘ideal’ es producto de una tensión constante y permanente con el presente burgués. El socialismo en cuanto ideal, –y no idealización en el sentido neokantiano–, solo ha podido ser proyecto en tanto, es resultado de una dialéctica histórica que condiciona todo horizonte de posibilidad. Esto equivale a decir que hasta ahora, el socialismo solo ha podido –ser pensado– en el marco de un régimen de propiedad y de privilegios basado en la opresión y en la explotación del trabajo humano: el capitalismo; su legalidad, sus ejércitos, sus cañones y sus bombas atómicas.
En gran medida el régimen burgués y su Kultur son la expresión más acabada de la voluntad política de un reducido número de “propietarios” que exprimen a las mayorías del mundo. La historia escrita con la sangre de generaciones de obreros del mundo entero, no enseña que los pretendidos “pactos sociales” no son más que una fantasía de la imaginación burguesa. Y que los “monopolios de la violencia legítima” en el régimen capitalista, no guardan ninguna relación con la Igualdad y la Solidaridad entre seres desigualmente inhumanizados, reducidos a la servidumbre y ahogados en el nihilismo del consumo y la domesticación por el garrote del capital.
A esto se refería Rosa Luxemburgo cuando explicaba que el proletariado se vé imposibilitado de construirse una Kultur liberadora, verdaderamente obrera y revolucionaria dentro de los límites propios del orden burgués, y por tanto decía ella, el esfuerzo principal de las clases explotadas y oprimidas es “salvar” lo mejor del arte y en particular de la literatura revolucionaria de su tiempo.
Al mencionar esto intentamos señalar especialmente que el socialismo que hemos conocido hasta ahora, fue producto y resultado de las condiciones materiales impuestas –en el capitalismo– a sujetos marginalizados, perseguidos, censurados, apresados, torturados y asesinados, en cada país a su modo, siempre cruel y salvajemente represaliados por el poder burgués y sus contrapartidas despóticas y autoritarias de burocracias y meritocracias “capitalistas de Estado”.
Lenin se aseguró de explicar que “un estado-obrero” (definición que casi no utilizó después de 1917) no era sinónimo de “socialismo”, Gramsci, Guevara y muchos otros grandes pensadores-militantes de la revolución social, fueron perfectamente concientes de este problema teórico-epistemológico, y cada cual a su tiempo, combatieron abiertamente contra el idealismo antipolítico y contra el misticismo antimaterialista de la francmasonería pseudo anarquista, por ejemplo, o el nacionalismo pequeñoburgués modernista y aristocratizante.
Recordemos por ejemplo a Marx antes y después de la Comunne de 1871, intentado sentar precedentes frente a las adivinanzas y supercherías metafísicas de Proudhom, Mazzini, Cafiero o Lassalle. O al Trotsky de Literatura y Revolución.
Frente a la tragedia burguesa y las fantasías modernistas, industrialistas, religiosas evangélicas o satanistas, (que proceden en general, de la misma lógica individualista formal precaria y antihumanista) frente al ocultismo conspirativo y el terrorismo individual, el comunismo revolucionario supone e implica a priori, una dialéctica de la praxis. Un proyecto de una filosofía de, y para la libertad.
Utopía, en todo el sentido materialista y dialéctico que este término puede adquirir en nuestra época, significa a su tiempo, proyección y negación. Futuro y pasado. Contraste, aspiración y deseo. Pero a nosotros sin embargo, lo que nos ocupa es el presente. Y no cualquier “presente”, universal, abstracto, sino éste presente de injusticia, maltrato y humillación. Éste presente –verdadero en tanto real–, de las ideas socialistas revolucionarias, es decir comunistas y libertarias, y de los colectivos humanos capaces de hacer valer esas verdades como armas en la lucha de clases.
De tal modo nuestro Comunismo no es autoritario, ni es predestinal, ni prefabricado, aunque no puede y no debe negar la “autoridad política” de los revolucionarios, tampoco es “utopista” (para utilizar la definición leniniana).
El criterio; es decir el punto de vista revolucionario, es entonces el que intenta siempre considerar la totalidad de las determinaciones y las capacidades del hombre históricamente situado, condicionado; “condicional” en sus condicionamientos; móvil, inestable y perecedero en su acción social y colectiva. El hombre total es por tanto hombre moral, deseo, necesidad, y acción colectiva. Pero el hombre concreto, es invariablemente inestable, mortal e irrepetible, como sus circunstancias.
El punto de vista del hombre como ser–a–nivel–de–especie (según la definición marxiana) en tensión crítica con el presente y en la lucha por la vida, es un realismo intrínsecamente dependiente de un ideal humanamente liberador; un humanismo materialista que construye su ideal ajustado a cada momento de la vida de las sociedades humanas. No por eso mito trascendental, impersonal o ahistórico; sino una ética humana real y concreta. No el capricho de los dioses, o la “potencia” de la “Idea”, o a la infalible y preclara ”voluntad” de los “grandes hombres”, que no por casualidad resultan ser siempre hombres (y mujeres) “elegidos” para el ejercicio del poder político.
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