Costa de Marfil: ¿La costa de la mala gente?

Fuente: Umoya num. 89  – 1er trimestre 2018                                                Celia Pinedo PardoCosta de Marfil es el color rojizo de la arena en los caminos, las
palmeras infinitas y el caminar digno y erguido de las mujeres que,
cargando la mitad de su peso sobre la cabeza, llevan en la espalda al
más pequeño de la familia.

Las hermosas y poco conocidas playas de Costa de Marfil - Dudas ...

 

Costa de Marfil es la noche cerrada más oscura que jamás he visto, el sonido del mar más puro que jamás he escuchado y la tormenta más fuerte que he vivido.
Costa de Marfil son sus contrastes: los de Yamoussoukro, donde una ostentosa catedral de incomprensibles dimensiones y una imponente fundación internacional de dudosa utilidad presiden una capital política a medio asfaltar; los de Abidjan, capital económica donde los europeos de Cocody y Le Plateau cierran los ojos ante la sucia realidad del fascinante mercado de Adjamé; los de Assinie y Grand Bassam, donde los turistas ni siquiera imaginan que, a escasos metros de su paradisíaca playa, centenares de marfileños sin retrete ni agua corriente sufren la crudeza que supone no poder ejercer el derecho al saneamiento. Costa de Marfil es su gente:
la Costa de la Mala Gente y de la Buena Gente.

«Côte des Malgen»: Allí donde habita la tribu de los Kroumen

Apenas se ha escrito acerca de los Krou, pueblo olvidado e ignorado a lo largo de la historia que ha logrado resistir a pesar de su antiguo calificativo de “malgens” (mala gente).
En la segunda mitad del siglo XVII, la zona oeste del litoral marfileño aparecía en todos los mapas bajo la denominación de “Côte des Malgens”. No es difícil imaginar que tal reputación no se la ganaron por ser precisamente agradables con los “visitantes” europeos. Ya en
el siglo XVI, Duarte Pacheco Pereira relató en su ‘Esmeraldo de situ orbis’ que “los negros de esta costa son grandes pescadores (…); pero ahí no hacemos negocios, son malas gentes”. Se refería el navegante portugués a los habitantes de las aldeas que se extienden desde la frontera de Liberia hasta la región de Bas-Sassandra. Más hacia el este se hablaría de la “Côte des Bonnegens” (Costa de la
Buena gente). El holandés Ruiters, tras sus viajes a finales del siglo XVII, mencionó incluso las prácticas caníbales de los habitantes de Bas-Sassandra, pertenecientes a la tribu de los Kroumen.
La mala fama ha perseguido a los Kroumen durante siglos. Según la historia más reciente  o, mejor dicho, según las habladurías que a una servidora le contaron en Meneké (poblado de Grand Berevy, San Pedro), cuando el primer presidente de Costa de Marfil, Félix Houphouët- Boigny, visitó San Pedro en la década de 1970, los Kroumen dejaron desierta la zona, haciéndose a la mar con sus
piraguas, dando así plantón a su no muy querido primer presidente.
Ante tal desplante, un enfadado Houphouët prometió que nunca jamás invertiría en el desarrollo de la zona. Si bien es cierto que esta
historia puede tener más de leyenda que de realidad, no menos cierto es que, sea por las razones políticas que fuere (parece ser que por falta de acuerdos entre dirigentes), la llamada Costa de la mala gente está absolutamente olvidada por el gobierno marfileño, que
ignora las mínimas condiciones de desarrollo en las que viven los miembros de esta tribu.

Los Kroumen en el siglo XXI

“Aquí nunca hemos visto una blanca que viaje en camioneta. Las pocas que vienen siempre van en 4×4 y con chófer”. Viajamos
durante 8 horas desde Abidjan a San Pedro (aproximadamente
350 km): fascinante el paisaje, divertido el ajetreo en las aldeas con cada parada rutinaria y, como siempre, indignante la venta ambulante que realizan las niñas desde muy temprana edad.

Costa de marfil

Llegamos a Grand Berevy porque sabíamos que, aunque acceder es complicado, sus playas son las más espectaculares del país. Aún sin explotar turísticamente, el paisaje que junta la selva con el mar es lo más cercano al paraíso que he visto. “Para poder entrar en la aldea, el jefe de la tribu os tiene que hacer la kolá”, nos dijo  Mario, ghanés afincado en la zona. La “kolá” es la bienvenida tradicional de los Kroumen: consiste en tomar unos polvos extremadamente picantes y beber alcohol hecho por el jefe de la tribu (ahora que lo pienso, ¡quizá viene de ahí lo de “mala gente”!).
Mientras las mujeres trabajaban en el campo, los hombres de la tribu –copa de alcohol en mano– se congregaron alrededor del jefe para comprobar si superábamos la prueba. Entre inevitables carcajadas, lo logramos. A partir de entonces, tuvimos el privilegio de sentirnos
parte de los Kroumen. La mayoría se dedican a la pesca y al cacao. Su dios es la naturaleza y admiran profundamente la belleza que les rodea.
En sus playas, las olas rompen con una fuerza que nunca antes había visto. Quizá con la misma fuerza y crueldad con la que les golpea la vida: enfermedades evitables que provocan la muerte de muchos menores de 2 años (“no contamos cuántos niños o niñas hay en la aldea, es habitual que fallezcan”, nos dijo el jefe de la tribu); mujeres
tremendamente fuertes y autosuficientes sometidas a la fuerza del padre de sus últimos hijos; ausencia de cualquier tipo de intimidad a la hora de hacer sus necesidades; peligros que la falta de saneamiento conlleva para la salud, en especial de las mujeres; ausencia de red eléctrica provocando la total oscuridad durante la noche; aislamiento en época de lluvias y, por supuesto, ausencia de agua potable, de una educación básica y de calidad para todas y todos; y ya, de lo de una vivienda digna, hablamos otro día.
Por razones obvias desconozco qué pasaría en realidad allá por el siglo XVII para ganarse el apodo de “mala gente”; pero, desde luego, mi versión es otra: se trata de gente con una calidad humana extraordinaria que viven una realidad social extraordinariamente injusta. Pensándolo bien, quizá no fuesen malos, quizá únicamente
defendieron con tesón lo que les pertenece: el entorno más  maravilloso que han visto mis ojos.

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