Fuente: Iniciativa Debate/ osé Manuel Lechado García
Que un juez en funciones de ministro de la Policía (perdón, Interior) hable mal no sorprende a nadie. Incluso hace gracia, parece normal que un alto cargo no sepa conjugar un verbo. Sin embargo, no es cuestión menor. El Parlamento se llama así por ser el lugar donde se habla, luego cabría esperar que los que ejercen el poder supieran, como mínimo, manejar el lenguaje. La experiencia nos demuestra, por supuesto, que no es así.
La crisis del coronavirus (o covid-19, como lo llaman sus amigos) ha puesto en evidencia muchas cosas: los pies de barro del capitalismo, por ejemplo; o la falta de previsión de unos gobiernos que se gastan mucho dinero en gilipolleces como barcos de guerra pero racanean en lo esencial, como es la salud del común; también el sustrato autoritario de las que se dicen democracias aunque en el fondo les encante tirar de decreto y policía. No obstante, lo que quizá haya quedado más claro es, una vez más, la torpeza lingüística de los que mandan. Una torpeza de la que, además, no parecen ser conscientes (no quisiera pensar que tal vez se sientan hasta orgullosos de ella). Veamos esto con algunos ejemplos.
La palabra estrella de la temporada es «confinamiento». Este es un término del lenguaje carcelario y, en realidad, expresa muy bien lo que está sucediendo en muchos países y sobre todo en España: la imposición de un arresto domiciliario masivo sobre la población. Se preguntará ahora que dónde está el problema. Bien, desde un punto de vista profesional los políticos han sido siempre maestros del eufemismo, del no llamar a las cosas por su nombre. Así que lo que llama la atención en este caso es la dramática sinceridad del término. Como no quiero pensar que los gobernantes pequen de honestos, sólo cabe pensar que no meditaron el palabro lo suficiente. O que su incompetencia ha llegado a tal nivel que ya ni son capaces de encontrar eufemismos.
Sí aplicaron el eufemismo para llamar «estado de alarma» a lo que en realidad es una ley marcial. Pero claro, éste es un eufemismo viejo, heredado, no lo han inventado ellos. Y ya que hablamos de ley marcial, el rasgo más significativo de la ineficaz gestión de la epidemia es el uso constante de un lenguaje belicista: batalla contra el covid, guerra frente al virus, los sanitarios en primera línea… Caray, se diría que los altos cargos actuales echan de menos aquel tiempo en el que el trono venía acompañado de una espada. Sin embargo, en este caso lo que parece traslucir esta verborrea chusquera es el intento (fallido) de disimular la incompetencia; el hecho de que, en realidad, no se tiene ni idea de qué hacer. A falta de soluciones, cañones.
Por cierto, que el lenguaje no es sólo verbal, y en este terreno de lo bélico es muy significativo que un gobierno en concreto, el español, designara un comité de cinco portavoces en el que tres de los encargados de dar el parte eran militares o asimilados: un soldado, un guardia civil y un policía nacional. La mera comparecencia pública de este comité cívico-militar tan adornado de condecoraciones ya transmitía un mensaje (bastante siniestro, por cierto): «No somos el personal ideal para tratar una crisis sanitaria ni tampoco sabemos qué hacer, pero os vamos a tratar a palos si lo consideramos necesario».
Que la gestión de la epidemia en España iba a marchar por el camino tradicional del palo y tentetieso quedó claro desde el principio, cuando durante los primeros días de la ley marcial diferentes autoridades salían a la palestra y se les llenaba la boca con un «No me temblará la mano…». A la hora de aplicar la represión, se entiende. Una epidemia que provoca miedo y angustia en la población debería trabajarse con otro ánimo: procurando subir la moral y buscando la colaboración del pueblo, no considerándolo desde el principio como «el enemigo». Esto recuerda al general de infantería F. Franco, a quien tampoco le tembló la mano una sola vez en los cientos de miles de sentencias de muerte que firmó.
A ver si el virus provoca, como síntoma secundario, lo de elegir mal el léxico. Uno de los susodichos uniformados del comité cívico-militar anunció en su momento la toma de medidas para combatir «la desafección al gobierno». Vaya, aquí hay un doble as. Por un lado lo de perseguir las críticas al gobierno. Se supone que en una democracia se puede criticar a la autoridad por mucho estado de alarma que haya. Pero lo peor no es eso, sino la palabrita elegida: «desafección». Los desafectos fueron aquéllos que, terminada la Guerra Civil en 1939, no se habían unido a la sublevación fascista. Ser desafecto tenía consecuencias graves. De hecho es una palabra manchada de sangre española hasta la tilde de su última sílaba. Dado que el portavoz no estaba improvisando, sino leyendo un texto previamente acordado, cabe preguntarse qué lumbrera lo redactó. ¿No encontró una palabra menos infecta?
Mientras tanto los españoles han tenido que afrontar, con mayor o menor ánimo y a pesar de sus gobernantes, el distanciamiento social… Un momento… ¿Social? Vaya, si es que no dan una ni por casualidad. Pues podría decirse que no ha habido dos meses en la historia reciente de España en los que haya habido mayor contacto social. Electrónico, eso sí, pero contacto a fin de cuentas. La gente se pasa horas hablando por teléfono, por videoconferencia, chateando, por whatsapp, de balcón a balcón… No, autoridades parcas de lengua, el distanciamiento es físico, no social. ¿Tanto cuesta pensar antes de abrir la boca?
En fin, voy a concluir ya, a iniciar mi propia desescalada… ¡Porras! Ni siquiera ahora nos libramos. «Desescalada», una palabra que no existe, una derivación de «escalada», un término bélico y, por ello, inapropiado en este contexto. Por dos razones. Una, porque aquí no hay ninguna guerra por más que se empeñen. Esto es una epidemia, nada más. Y dos, porque para haber desescalada tendría que haber habido primero una escalada. Y no la hubo. Después de un par de meses soltando noticias insultantes contra China y «su» epidemia, la ley marcial se impuso de golpe y porrazo de un día para otro.
Y fin. Podría haber hablado también de los palabros en inglés que sueltan cada dos por tres estos Demóstenes de vía estrecha y colegio más o menos bilingüe. Pero eso lo haré en la página de humor.
Bonus. Este artículo estaba acabado y listo para su publicación cuando las autoridades soltaron otra perla: el calendario de la desescalada. El cual se divide en cuatro etapas, la primera de las cuales es llamada «fase cero». Bien, así que además ¿anuméricos? ¿En qué colegio, bilingüe o no, se enseña que las cuentas arrancan a partir del cero? No, coño, empiezan en el uno. A ver si esto queda claro de una vez.