Córdoba, agosto de 1974 por Abel Bohoslavsky

El Sudamericano

Los cheguevaristas. La Estrella Roja, del cordobazo a la Revolución Sandinista, pág. 60 y 192. Bs. As., 2015

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El 8 de agosto de 1974 la sede del SMATA cordobés en calle 27 de abril al 600 fue asaltada por grupos armados venidos de Buenos Aires del SMATA central dirigido entonces por José Rodríguez, en operativo realizado conjuntamente con parapoliciales de la intervención federal. Los asaltantes «expulsaron» al secretario general René Salamanca, que tuvo que pasar a la clandestinidad, y a los 22 miembros de la directiva que con la lista Marrón había derrotado a la antigua burocracia del gremio. La seccional intervenida fue acusada de «una conspiración de izquierda» y quedó bajo la ocupación armada de un «comité de vigilancia» de Buenos Aires, que actuaba con el interventor Lacabanne en la represión. En las semanas siguientes, la directiva en la resistencia sesionó en ocasiones en la sede de Luz y Fuerza.

En esas durísimas circunstancias, me tocó participar en una experiencia que es elocuente de la época en que vivíamos. Desde mi frente sindical partidario me avisan que tenía que ir a una reunión con unos compañeros ferroviarios de Cruz del Eje que habían pedido contacto con el PRT. La cita era en la entrada del Sindicato de Luz y Fuerza. Allí me esperaba el gordo Wenceslao Vera (del sindicato de Obras Sanitarias) que estaba con otro compañero del PRT que venía de Buenos Aires. Nos subimos al auto que él traía y ahí me entero que teníamos que esperar a Tosco. Lo vemos salir al Gringo manejando una camioneta del gremio con otras personas y lo seguimos en el viaje por los sinuosos y bellos caminos del valle de Punilla. Llegamos a las afueras de Cruz del Eje y nos guían hacia una casilla ferroviaria al lado de las vías. Nos esperaban como una decena de trabajadores, a quienes se veía sorprendidos y emocionados por la presencia de Tosco. Con mate y pan criollo comenzó la charla en la que los ferroviarios comentaban las pésimas condiciones de trabajo, sus formas de lucha para enfrentarlas y cómo se organizaban. Después la conversación giró hacia la situación del gremio, del movimiento obrero y del país. Tosco hizo un análisis político con el mismo contenido de sus intervenciones públicas y los instó a organizarse y sumarse a la lucha. No dejó de sorprenderme cuando tocó el tema de la necesaria unidad política que requería el momento, cuando dijo que esa unidad debía estar compuesta por el PST, el PC y el FAS.

Resalto lo de mi sorpresa porque era pública su buena relación política con el PC, pero no lo había escuchado a Tosco antes mencionar expresamente al PST en esa propuesta unitaria. En determinado momento, un ferroviario lo interpeló acerca de cómo hacer para que el resto de los trabajadores de base del sector, asumieran posiciones de lucha, ante la confusión que él mismo describía. Aquí fue cuando escuché la respuesta de Tosco que me quedó grabada para siempre. Con esa claridad que lo caracterizaba y ese lenguaje llano y profundo a la vez, dijo: «La conciencia es como un campo donde todos siembran. La burguesía ha sembrado malezas. Nosotros, los proletarios, tenemos que cortar las malezas, sembrar la semilla y cosechar el fruto». Después de varias horas, emprendimos la vuelta a Córdoba. A mitad de camino, el Falcon que manejaba el compañero porteño del PRT se plantó. Él se quedó con el gordo Vera y yo me subí a la camioneta de cabina doble que manejaba Tosco y me senté justo detrás de él. Los otros dos con quienes habíamos estado todo el día, eran compañeros de Luz y Fuerza que yo conocí allí.

Era noche tarde cuando atravesábamos los portones de entrada del III Cuerpo de Ejército a la altura de La Calera. ¡Zas! ¡Una pinza militar! Varios milicos con casco y fusil en mano, hacen señas con linterna y obligan a detener el vehículo.

Uno de ellos se acerca y Tosco baja la ventanilla. El milico le pide a Tosco el carnet de conducción y los papeles de la camioneta, él se los da y el militar se retira unos metros.

Adentro, todos nosotros en silencio. Yo ignoraba si Tosco circulaba con documentos propios o no y tampoco sabía si los compañeros que lo acompañaban estaban armados o no. Por razonamiento elemental, suponía que sí. No era momento de preguntar nada. Cavilaba rápidamente con qué minuto (coartada) justificar mi presencia en esa camioneta y con esas personas si nos detenían. Pero tampoco eso habíamos acordado previamente, dado que yo me subí de improviso y a mitad de camino. Habrá pasado un minuto o dos –¡una eternidad!– y el militar que parecía ser el que dirigía el operativo se acerca de nuevo y le dice a Tosco que los papeles de la camioneta no coinciden con la de su carnet. El Gringo le explica que el vehículo es propiedad de Unión Eléctrica, la mutual del gremio. El milico se retira de nuevo y se junta con otros y nosotros los observamos en la oscuridad. Hablan entre ellos, pero no se escucha nada. Otros dos o tres minutos –otra eternidad– hasta que el milico vuelve, le entrega los documentos y le dice que siga. Ni siquiera nos pidieron documentos a los demás ni nos revisaron. Suspiré profundamente al mismo tiempo que la transpiración me bañaba.

Tosco subió el vidrio, puso primera y apenas arrancó, espetó: «¡Milico hijo de puta!». Y apenas habíamos hecho unos metros dice: «¡Cuántas veces habrá pasado Santucho por aquí y justo a mí me vienen a parar!». Ya nos reíamos después de tanta tensión. Ahí sí me animé a preguntarle a Tosco si el carnet y sus documentos estaban a su nombre y me dijo que sí. Entonces, los 12 kilómetros que nos faltaban para llegar al centro de Córdoba, nos la pasamos discutiendo qué habría pasado. ¿Lo reconocieron a Tosco y no se animaron a detenerlo? ¿No se dieron cuenta del nombre y apellido de quien tenían adelante? ¿Podrían ser tan brutos? Difícil, pero podría ser. ¿Habrían consultado en esos pocos minutos con su mando? ¿O no, y se hicieron los boludos para no meterse ellos mismos en problemas? Nunca lo supimos. Tosco decía: «Yo tenía miedo por los fierros», lo que me corroboró que ciertamente los otros compañeros estaban armados. Este episodio no hubiese sido más que una anécdota, si no fuese porque ésa fue la última vez en mi vida que estuve con Tosco. Me bajé en avenida Colón a la altura del Clínicas.

El 10 de octubre, el edificio de Luz y Fuerza también fue asaltado, esta vez con tropas uniformadas al mando del jefe de Policía, comisario Héctor García Rey, con el pretexto y la colaboración del Poder Judicial que le montó una causa por «actividades subversivas» a Tosco y otros directivos. Tosco no estaba en el edificio y también fue forzado a la clandestinidad. Fueron duros golpes ya que en menos de diez meses, la ofensiva fascista privó al movimiento obrero de importantes herramientas legales. La CGT copada por los aliados de la intervención, SMATA y Luz y Fuerza intervenidos, sus principales dirigentes en la clandestinidad y peligro de muerte a cada instante en caso de ser sorprendidos.

El Movimiento Sindical Combativo pasó a constituir la Mesa de Gremios en Lucha, que fue la Coordinadora cordobesa. En forma diferente, se conformaron después las Coordinadoras fabriles en Rosario, en zonas norte y sur del Gran Buenos Aires, 44 en La Plata-Berisso-Ensenada.

La represión iba tomando rápidamente las características que había anticipado el presidente Perón en su Orden Reservada 45 y era congruente con dos aspectos de la política oficial: la necesidad de enfrentar la creciente rebelión obrera y la previsión de una crisis económica descomunal que necesariamente iba a incrementar esa rebelión.

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Si repasamos el contexto de la época podemos valorar su vorágine: fin de la dictadura 1966-73, elecciones sin proscripciones y regreso del peronismo al gobierno, retorno de Perón y masacre de Ezeiza, todo esto en apenas tres meses y medio. Imposición del Pacto Social, autogolpe del 13 de julio de 1973 y nueva elección que instala a Perón presidente. Inmediatamente «orden reservada» de aniquilamiento de opositores internos del peronismo, del activismo izquierdista en general y la Triple A actuando desembozadamente.

Todo eso en menos de un año. Persistencia y crecimiento de las luchas obreras reivindicativas y antiburocráticas, muerte de Perón y escalada represiva, crisis política y descalabro económico y por fin, en la cresta de la ola del auge de masas, las jornadas de junio/julio de 1975. Si el propio Perón había caracterizado al período previo a su retorno de «guerra civil embozada», ¿cómo caracterizar a esta vertiginosa etapa y la nueva situación? ¿Acaso la clase dominante y su aparato estatal político, jurídico y sobre todo militar,no estaban ya intentando resolver esta lucha por medio de las armas? ¡Y esto lo hacían en un marco jurídico-político de restauración constitucional! Esta aparente, o real, contradicción, de un terrorismo de Estado incubado en un marco democrático institucional, es retaceada, o negada por múltiples versiones históricas.

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