Vivimos en un mundo enfermo, un planeta podrido donde matar seres humanos y arrasar poblaciones desprotegidas se ha convertido en una carnicera cotidiana que ya ni nos impresiona cuando los medios de comunicación nos la cuentan. Bombardear hospitales, arrasar escuelas con niños dentro, violar a mujeres indefensas y exhibir símbolos nazis forman parte de la diversión infrahumana que nos rodea y que genera el rentable negocio del que viven los países fabricantes de armamento. El mundo está infestado de psicópatas degenerados y políticos genocidas que fomentan las matanzas de seres humanos para exportar engendros bélicos y sembrar el terror entre poblaciones indefensas.
Las bestias nazis, las mismas que a mediados de siglo XX campaban a sus anchas, por Europa, arrasando países y exterminando judíos, han renacido de sus cenizas y ahora celebran sus matanzas exhibiendo la estrella de David en su bandera, la misma estrella que en otros tiempos los estigmatizaba por pertenecer a una cultura hostigada y que hoy justifica el holocausto que cometen con un nuevo concepto de supremacía: la supremacía sionista.
Vivimos en un infierno demente, en un planeta gobernado por bestias repulsivas que disfrutan exterminando seres humanos, un mundo en el que todos los organismos internacionales -creados para salvaguardar la paz y la justicia-, se han vuelto cómplices de los asesinos. Vivimos en un mundo podrido, en un planeta que se odia a sí mismo, en una humanidad que cierra los ojos ante los salvajes bombardeos de aquellos que se creen pueblos elegidos.
No creáis a los que os digan que la guerra es inherente al ser humano, a los que predican que “si volem pax para belum”, no escuchéis a los profetas que justifican el exterminio, ni a los degenerados que profetizan la supremacía sionista… Todos son seres despreciables, farsantes pagados por bastardos belicistas. No escuchéis a los creyentes que adoran a unos dioses degenerados que los justifican en su barbarie. Jamás os dejéis convencer por los depravados que predican que el destino del hombre es exterminarse a sí mismo.
Todos aquellos países que crean aún en la supervivencia de una especie humana digna y respetable, deben exigir la imperiosa convocatoria de unos nuevos juicios de Nuremberg. Tal y como más de medio siglo atrás se hizo con los nazis, en estos tribunales serán juzgados los genocidas y sus cómplices en la carnicería que Israel lleva a cabo en la franja de Gaza. Encarcelar de por vida a esta nueva forma de nazismo, no permitirle que su veneno siga contaminando el mundo, es la única forma de frenar su implacable sed de sangre palestina.