Contradicciones de la protesta de Bielorrusia: lo que podemos aprender

Fuente: https://www.sinpermiso.info/textos/contradicciones-de-la-protesta-de-bielorrusia-lo-que-podemos-aprender

Aleksandr Buzgalin

20/09/2020

La crisis en Bielorrusia se está intensificando e, incluso si Alexander Lukashenko logra retener su poder, su autoridad seguirá siendo precaria. En la sociedad de este país, la comprensión de la necesidad de cambio y la preparación para luchar por él madurarán aún más. Independientemente de cómo evolucione exactamente la situación, está claro que Bielorrusia (y no solo Bielorrusia) ya no será la misma que durante el último cuarto de siglo. Una pregunta es si los ciudadanos, los miembros de la izquierda y los gobiernos de los países postsoviéticos lograrán comprender los acontecimientos que se desarrollan ahora en Bielorrusia y extraer las lecciones apropiadas.

Otra pregunta, no menos desconcertante, es cuál será el contenido de estas lecciones. A la primera de estas preguntas, me inclino a responder negativamente. Lo más probable es que, una vez más, las personas involucradas no aprendan nada, pero esto no debería evitar que los teóricos de izquierda intenten explicar el significado de los eventos. Aún no ha llegado el momento de sacar conclusiones definitivas, pero se pueden y se deben aventurar algunas reflexiones iniciales.

Lección uno: el estancamiento no puede durar para siempre

Comenzaré por lo obvio: sistemas que parecen completamente estancados, en los que el poder económico y político reside fundamentalmente en la burocracia, mientras que los ciudadanos se reducen a jugar el papel de consumidores pasivos de “hechos benéficos” más o menos significativos por parte de un Estado paternalista, existen a lo sumo durante algunas décadas.
La razón de su degeneración es bien conocida: los sistemas en los que el poder económico y político es ejercido básicamente por la burocracia estatal son inestables por principio. Solo pueden existir como formas de transición en un proceso general de desarrollo. La tendencia de este desarrollo es hacia el poder económico y político de los trabajadores, que subordinan la burocracia a sus intereses (es decir, el socialismo), o bien, hacia el poder económico y político del capital a gran escala (en las condiciones actuales, el capital transnacional) que emplea el aparato estatal para servir a sus fines.

De momento, dejaremos de lado la primera variante; en el 2021 se cumplirán treinta años desde que la URSS partió hacia el futuro, y cuanto más alejadas estén las bases para discutir el socialismo del siglo XXI, más crecerán.

Vayamos a la segunda variante. En aras de la brevedad, la designaremos como sistema “Lukashenko”. Su esencia es un capitalismo burocrático-paternalista y en el transcurso de su existencia han surgido nuevas fuerzas interesadas en su transformación.

La primera de estas fuerzas es el capital privado, incluido el capital “humano” y de pequeña escala, cuya acumulación y poder ha comenzado a bloquear activamente al viejo sistema burocrático. Los portadores de este “capital humano” merecen una mención especial. La mayoría de estas personas son jóvenes, de entre 16 y 30 años. Han sido educados, o están siendo educados, en un espíritu neoliberal que reproduce el «fundamentalismo de mercado». Habitan en un entorno cultural e informativo totalmente comercializado, que puede llamarse «occidental». Poseen un cierto potencial para ganar dinero (algunos más, otros menos, estos últimos en su mayor parte solo en su imaginación, inflamados por la publicidad) con el objetivo de adquirir productos de marca y formar parte de la tendencia. Sin lugar a dudas, el sistema Lukashenko se interpone en su camino.

Una segunda fuerza es la nueva generación de la nomenklatura de Lukashenko que en esencia habita el mismo entorno neoliberal y cuyo entorno social está formado totalmente por personas (desde cónyuges y amantes hasta hijos y nietos) que viven de acuerdo con estos estándares “occidentales”. Para los miembros de este estrato, Bielorrusia, su gente e incluso los puestos de trabajo en la jerarquía estatal no son más que una base para acumular su poder y capital privados. Desde hace un tiempo estas personas han encontrado bastantes ventajas dentro del sistema burocrático. Pero tan pronto como se les presente la oportunidad de evadirse del poder de la jerarquía y ganar la “libertad” para convertirse en empresarios privados, comenzarán con un entusiasmo envidiable a demoler las mismas estructuras de poder que tan recientemente encarnaban. Incluso ahora, un número significativo de personas del entorno de Lukashenko lo están haciendo.

¿Qué pasa con la mayoría de los trabajadores: los trabajadores industriales, los maestros, el personal de salud? Antes de intentar responder a esta pregunta, debo enfatizar que la naturaleza del capitalismo burocrático es tal que inevitablemente pasa del crecimiento extensivo al estancamiento y luego las masas pasan del apoyo forzado al sistema como un mal menor a una vaga resistencia a él. Esto es lo que está ocurriendo ahora en Bielorrusia.

En este país se ha intentado, desde hace unas dos décadas, combinar el capitalismo semiperiférico con el paternalismo burocrático. La industria, la agricultura y las infraestructuras se han desarrollado y según los estándares de la semiperiferia, se han establecido sistemas de educación y atención sanitaria generalmente accesibles y de razonable calidad. ( Cabe destacar que la educación ha sido principalmente de carácter liberal- globalizado, lo que ha contribuido mucho a moldear las opiniones  de los jóvenes de mentalidad liberal que han pasado por las universidades, donde se les ha enseñado las bases del fundamentalismo de mercado, junto con los mitos sobre la democracia liberal). Hasta hace poco, el nivel de diferenciación social en Bielorrusia era la mitad que en Rusia y un tercio menos que en Estados Unidos.

Hay que recalcar nuevamente que el capitalismo burocrático-paternalista está condenado al estancamiento y la crisis si no avanza en dirección al socialismo. Lukashenko ha tomado el camino de fortalecer el papel del mercado y del capital, lo que ha resultado en el estancamiento de los ingresos reales, la restricción de los intereses de los trabajadores a través del Código de Trabajo y la reforma de las pensiones, etc. Todo ello ha minado las bases del sistema que se ha ido configurando bajo su mandato. Incluso la gente «corriente» de Bielorrusia ha comenzado a cambiar su actitud hacia el hombre que habían considerado como una especie de figura paterna.

Mientras la burocracia y el capital proporcionaron ciertas mejoras del nivel de vida, con garantías de seguridad y una existencia estable, los trabajadores alimentaron un cierto odio hacia el sistema, pero no obstante lo toleraron, subordinándose y reconciliándose con él y eligiéndolo como un mal menor.  No creían en su propia fuerza ni en la de la oposición de izquierda, que en su mayor parte o bien era genuinamente impotente o bien cedía ante las autoridades en los momentos decisivos.

Pero cuando un sistema antiguo entra en estancamiento, si no en crisis, la gente empieza a despertar. A partir de ese momento, la “gente corriente” – trabajadores, agricultores, maestros, personal médico – estará lista, en un momento decisivo, para declarar: “¡No somos gentuza!”.

Por eso me atrevo a afirmar que la raíz del problema está en el estancamiento económico y la desigualdad social, no meramente en la negación de los derechos políticos y la falta de libertad de expresión. De ahí la primera lección, una para las autoridades (quienes, por supuesto, encuentran inconcebible abordarla): si la nomenklatura capitalista del estado no está dispuesta a cooperar con la mayoría de los trabajadores y a garantizar reformas adecuadas y a su debido tiempo, de orientación social (un impuesto sobre la renta progresivo, educación y atención médica para todos, sindicatos fuertes, etc.) junto con el crecimiento acelerado de la economía nacional, entonces es un enemigo no solo de las fuerzas pro-liberales sino también de la mayoría de los ciudadanos y además, tarde o temprano será traicionado por la nueva generación de cínicos dentro de sus propias filas. Puede decirse que esto es lo que ha comenzado a ocurrir en Bielorrusia.

En Rusia, la situación es algo diferente: la burocracia estatal no se ha subordinado tanto al gran capital oligárquico sino que se ha entrelazado con él. En su mayor parte, la burocracia rusa sirve a los intereses económicos y políticos del gran capital y, por tanto, posee una base económica más duradera que el sistema Lukashenko. Detrás del poder del estado en Rusia se encuentran los billones de dólares que poseen los oligarcas rusos. Pero esta alianza tampoco es eterna. Además, en la Federación Rusa el estancamiento y las políticas antisociales han durado más de una década y la paciencia de la mayoría, al parecer, está al borde de la ruptura. Por lo tanto, a diferencia de la situación en Bielorrusia, es posible que los resultados no se limiten a perturbaciones políticas y se extiendan más allá y más profundamente, hacia la revolución socioeconómica.

Lección dos: La gente no es chusma y los problemas importantes no se pueden resolver con la fuerza

Comenzaré con una tesis muy controvertida (dirijo estas palabras a los patriotas rusos): no hay necesidad de temer el activismo de los propios ciudadanos. El desarrollo constante de un país (¡no el estancamiento con apariencia de prosperidad!) requiere ciudadanos política y socialmente activos, unidos por iniciativas desde abajo y los necesita como se necesita el aire. Las reformas sociales y democráticas, profundas y realizadas a partir de iniciativas desde abajo, son una condición para la socialización (al menos) del capitalismo del siglo XXI, por no hablar de un avance hacia la sociedad del futuro, hacia el socialismo (el capital global moderno no es dicha condición, ya que no tiene intención de seguir por ese camino y, por lo tanto, se está estancando, no solo en el espacio postsoviético). Los ciudadanos pasivamente tolerantes y obedientes, que (como les parece a las autoridades y los patrones) se han sometido al statu quo, constituyen una base para la ruptura y decadencia del poder estatal e incluso de los negocios. Este es el caso del poder estatal, ya que se ve obligado, cada vez más, a depender de órganos coercitivos y de la manipulación política e ideológica; para ser franco, en la mentira y la violencia. Un sistema así no puede existir por mucho tiempo y mucho menos desarrollarse. Las empresas también salen perdiendo estratégicamente bajo este sistema, ya que en una economía donde el principal factor de desarrollo es el potencial creativo humano, los trabajadores necesitan tener talento y creatividad y esto significa que necesitan la oportunidad de autoorganizarse social y políticamente. Mientras tanto, el desarrollo orientado estratégicamente es una cuestión indiferente para el capital en la época neoliberal; el corto plazo y el predominio de la financiarización orientan a las empresas hacia la especulación, hacia la «acumulación por desposesión» (David Harvey) y, a veces, al saqueo feudal, lisa y llanamente.

En lo que a política se refiere, el sistema económico y político  neoliberal proporciona solo una imitación de libertades, reemplazando la democracia por la manipulación política por parte de quienes tienen en sus manos el capital, creando un sistema justamente descrito por los marxistas como «democracia para unos pocos» (Michael Parenti ). En Bielorrusia y Rusia, la mayoría de los ciudadanos “corrientes» sienten que su democracia es una falsedad, aunque no entiendan por qué. Como declaró hace un siglo Aleksandr Blok (¡sí, el gran poeta de la Edad de Plata rusa!), necesitamos democracia, pero no al estilo estadounidense. Necesitamos derechos y libertades políticas reales, la oportunidad real de formar sindicatos y asociaciones, de controlar a las autoridades y realizar iniciativas que surjan desde abajo.

Este texto no es el lugar para explicar en que consiste la “democracia básica” y cómo funciona. Sin embargo, hay que decir que donde la gente carece de oportunidades reales para una acción social y política constructiva conjunta, se producirán protestas callejeras, con todas sus contradicciones. Como en Estados Unidos, o con los “chalecos amarillos” en Francia y como en Bielorrusia. Ni la policía secreta ni las tropas antidisturbios de OMON podrán detenerlo. Ésta es la lección de Bielorrusia.

¿Por qué Bielorrusia guardó silencio durante tanto tiempo? Hay una explicación para ello. Actuando todavía en la extensión postsoviética hay una creencia, formada durante siglos, en el concepto del «buen zar». En la URSS (y hasta hace poco también en Bielorrusia), esta creencia se basaba en una atención genuina del Estado hacia la gente «corriente». Creíamos (y hasta cierto punto todavía creemos) que el «buen zar» castigaría a los «boyardos malvados» (ministros, diputados), los jefes excesivamente codiciosos y los burócratas ladrones, mientras defendía al país de enemigos externos (y son reales !) con la ayuda de un ejército fuerte, y en general, resolvería todos nuestros problemas. Por desgracia esto no es una exageración, es lo que las autoridades se propusieron inculcar a la “gente sencilla” en Bielorrusia, y no solo allí. No es por casualidad que hasta hace poco a Lukashenko se le llamara coloquialmente “papá».

Sin embargo, los ciudadanos «simples» de los países postsoviéticos están lejos de ser simples. Crecimos con la cultura y la práctica de la URSS y treinta años de capitalismo semiperiférico no nos han degradado del todo. Esto puede aplicarse a la mayoría de los ciudadanos de Bielorrusia, y no solo de Bielorrusia, con cualquier tipo de élites privilegiadas que han adoptado los valores neoliberales.

Si el capitalismo burocrático perpetúa, o peor aún, refuerza el estancamiento económico y la injusticia social, si aumenta la anarquía política a la que está sujeta la mayoría, los trabajadores que supuestamente han sido hipnotizados para siempre se levantarán en protesta.

De todos modos hay que hacer una reserva importante: el nivel real de activismo de la mayoría de los trabajadores, campesinos, personal sanitario, maestros, etc. de Bielorrusia no es tan grande como los líderes de la oposición liberal intentan hacer creer. En la mayoría de los casos, las acciones que se describen como “huelgas” son, de hecho, reuniones de protesta organizadas por activistas políticos. De las huelgas reales, una cierta proporción son apoyadas indirectamente por jefes de empresa que consideran que el régimen de Lukashenko no sirve a sus intereses, o por altos directivos que, como en la URSS en vísperas de su colapso, esperan que esta ola de luchas les proporcione la oportunidad de privatizar empresas que por el momento están en manos del Estado.Son pocas las empresas, y este es el aspecto más importante para nosotros, en las que existe un potencial real de estallido de huelgas. Sin embargo, tales acciones son casi imposibles de organizar debido a la legislación draconiana y la represión de los líderes de los comités de huelga. Allí donde, en estas circunstancias, los trabajadores han podido organizar las llamadas huelgas «italianas» (“huelgas de celo”) es posible y necesario hablar de protesta laboral real. Pero incluso en este caso no existe todavía una oposición independiente para  defender los intereses de los trabajadores y no para llevar a cabo la transición de un modelo de capitalismo burocrático a uno neoliberal.

Lección tres: La falta de una alternativa de izquierda está llevando a los trabajadores al campo de los neoliberales

Las masas populares comienzan a levantarse en protesta. Pero entonces se presenta la pregunta: ¿qué exigirá la gente? ¿Con quién  estarán y contra quién se dirigirá su ira?

Si en este momento no hay en el país una oposición de izquierda fuerte, organizada y capaz de una acción constructiva y positiva, la gente terminará como marionetas cuyos hilos son movidos por políticos neoliberales, por políticos que, como era de esperar, serán descritos como “pro occidentales” (debo señalar que esto no es una cuestión de geopolítica sino de economía política – detrás de estos políticos estará el poder económico, político, mediático y militar del capital global). Si los trabajadores terminan como marionetas, sujetos a este control, perderán (y de hecho, estamos perdiendo). La razón es simple: en los países postsoviéticos, el capitalismo neoliberal trae consigo un grado aún mayor de degradación económica, desigualdad social y anarquía política que los sistemas que lo precedieron.

De ahí las siguientes lecciones, para las autoridades, para los ciudadanos y para la oposición.

Para los que están en el poder en los países postsoviéticos, la lección es la siguiente (no será asimilada, ya que, a corto plazo, no se adaptará a los propósitos de estas personas): convertir a los ciudadanos de sus países en extras de su espectáculo te condena al aislamiento en el «momento de la verdad», es decir, en el momento en que el capital privado y la minoría activa pro-liberal se aleja de ti y cuando los elementos más activos dentro de tu campo se dan cuenta de que es más ventajoso para ellos traicionarte. Añadámosle la poderosa presión mediática, económica y política aplicada por el capital global (recalco: no solo los políticos polacos o lituanos que buscan ejercer influencia en Bielorrusia, sino el capital global) y si la gente no está contigo sino contra ti, aunque no sea de forma activa, acabarás solo. Intentar confiar en el aparato de la coerción resultará inútil. La fuerza no solo resultará incapaz de resolver el problema, sinó que en el momento decisivo, la gente que la aplica simplemente te abandonará, no queriendo terminar en el lado perdedor. Esto es lo que sucedió en la URSS en 1991 y en Ucrania en 2014 …

Para la masa de la población, la lección es la siguiente: si en el momento del conflicto vosotros (nosotros) no hemos desarrollado una conciencia social y política madura; si no entendemos quiénes somos, por qué luchamos, a quién defendemos y dónde están nuestros intereses estratégicos; y si nos comportamos como ovejas que se despiertan repentinamente, seremos conducidos, en el mejor de los casos, a un nuevo redil y, en el peor de los casos, seremos sacrificados. Las autoridades harán uso de nuestro activismo, ya sean las viejas autoridades, después de convencernos de que representan un mal menor, o los nuevos detentores del poder, blandiendo el signo de la “libertad” neoliberal y fortaleciendo nuestro sometimiento al mercado y al capital.

La lección para la oposición de izquierda es la siguiente: si, en el “momento de la verdad”, esta oposición no se ha vuelto poderosa y constructiva, el papel que acabarán desempeñando sus integrantes ni siquiera será el de extras, sino, más bien, de espectadores. Los espectadores de  una tragedia.

PD. La lección para los patriotas rusos: es necesario pensar en algo más que en los intereses geopolíticos de vuestro país.

Esta sección será muy controvertida y relativamente breve.

Hoy la inmensa mayoría de políticos, periodistas y analistas expertos, cuando reflexionan sobre Bielorrusia y Rusia, ponen en  primer lugar las cuestiones de geopolítica. Mientras tanto, pregonan un estribillo particular, duro aunque no siempre prominente: “Nosotros (Rusia) tenemos que pensar en nuestros intereses, en lo que nos va a favor y en contra en el conflicto de Bielorrusia y en quién nos puede ser útil o no.» Al mismo tiempo, y como algo no menos evidente, repiten la canción de que somos dos pueblos hermanos, dos países en el marco de una sola unión de estados…

Por todo eso, a la mayoría de los rusos ni siquiera se les ocurre que hay aquí una profunda contradicción: si somos hermanos, el pueblo ruso, como verdaderos hermanos y camaradas, debería en primera instancia pensar en los intereses del pueblo bielorruso, y no en los beneficios geopolíticos para el estado ruso, beneficios que los intereses comerciales del gran capital ruso están observando con demasiada claridad.

Los bielorrusos también perciben estos motivos egoístas de los verdaderos dueños de Rusia.

Es importante señalar que nosotros, el pueblo multinacional de Rusia, tenemos una unidad de intereses genuina y profunda con el pueblo multinacional de Bielorrusia. Esto es debido no solo a nuestro pasado histórico compartido y no solo a la victoria heroica en la Gran Guerra Patria (patriótica, agregaría, para los rusos, para los bielorrusos y para todos los pueblos que componían la URSS). Surge también de la invaluable experiencia que nuestros pueblos acumularon en la construcción del socialismo y de la unidad de nuestras culturas. Y lo más importante de todo: es más fácil y productivo para nosotros desarrollarnos juntos en este mundo, que está lleno de profundos problemas y contradicciones.

¡Pero!

Pero los capitales de Rusia y Bielorrusia son competidores. Producimos casi las mismas cosas, peleamos por cada dólar del precio del transporte de energía y competimos entre nosotros por inversiones «beneficiosas» de Occidente y Oriente.

Pero en la geopolítica no hay amigos, solo rivales en la lucha por las esferas de influencia, por el territorio, por las ganancias del capital.
Pero los «patriotas» (las comillas invertidas no son un accidente) de nuestro país sostienen: «Rusia no tiene amigos aparte de su ejército y marina…»

Así es. En conclusión, me gustaría dar una lección para los patriotas (sin comillas) y para aquellos sectores (políticos, mediáticos, culturales) del establishment que piensan genuinamente en el futuro de los pueblos de Rusia y Bielorrusia, y no en las ventajas para el capital ruso o bielorruso, los intereses de los burócratas de los dos países, etc. Esta lección es simple: para los pueblos de Rusia y Bielorrusia (y de hecho, para todos los demás) solo hay un camino estratégico que ofrece alguna promesa estratégica. Ese es el camino que lleva a la transformación de la gente trabajadora (no “mano de obra», sino trabajadores modernos: científicos, programadores, maestros, médicos, artistas) de engranajes pasivos de la máquina burocrática y esclavos del dinero, tendencias y marcas, a dueños de la economía y la política, gente que antepone el progreso de la humanidad a las ganancias y la politiquería. Si Rusia ofrece a Bielorrusia (y no solo a Bielorrusia) un camino de este tipo, primero de reformas sociales y luego de socialismo (no le tengo miedo a este concepto, en absoluto prohibido en artículos «serios»), entonces la mayoría de los ciudadanos ( no los accionistas, no los políticos, sino los ciudadanos) de Bielorrusia serán nuestros amigos. Y no solo de Bielorrusia.

Si buscamos ganancias para nuestro capital y beneficios para nuestros intereses geopolíticos, es probable que lo perdamos todo y a todos, al igual que ya hemos perdido a casi todos nuestros amigos en el espacio postsoviético. Por el momento, Bielorrusia lo sigue siendo…

es doctor en ciencias económicas, profesor de la Universidad Jurídica Financiera de Moscú (MFYuA) y editor en jefe de la revista Alternatives.

Fuente:

ttp://www.europe-solidaire.org/spip.php?article54621

Traducción:Anna Maria Garriga Tarré

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