Contra la civilización del trabajo, por una vida vivible

Fuente: https://periodicogatonegro.wordpress.com/2022/05/01/contra-la-civilizacion-del-trabajo-por-una-vida-vivible/   01.05.22

Contra la civilización del trabajo, por una vida vivible

El trabajo se constituye como una relación social entre personas, y como toda relación social, está tallada por lo cultural y lo histórico. Eso quiere decir que al no tratarse de algo eterno ni natural, por ende, resulta criticable y destruible. Esta forma se impuso hace aproximadamente cinco milenios, con el inicio de la civilización sumeria: el primer patriarcado.

En el comienzo, la guerra entre hermanxs y contra las mujeres en particular, apartadas de la toma de decisiones y lentamente reducidas, no sin resistencia, a sirvientas incubadoras. Cuna de la civilización, tumba de la comunidad. La autorregulación de las comunidades cede el paso al trabajo civilizado.

Asciende el patriarcado, surgen las clases sociales divididas por la propiedad. Se alzan los muros dividiendo las ciudades de lo salvaje. Algunos pocos en la parte alta de la escalera social se ubican como propietarios de las cosas y los frutos que muchos de la parte media e inferior producen. Nace la escritura y las tablas contables. Las leyes y los escribas. La religión y los sacerdotes. La guerra y los soldados. Los jefes y lxs esclavos. Donde hay clases sociales, hay lucha. Machismo, clasismo, racismo, especismo, adultocentrismo, xenofobia inundan el cotidiano de lo civilizado. El orden resulta caótico. Las revueltas devienen múltiples.

Cada patriarcado en particular ha tenido sus distintas formas de administrar la propiedad y el trabajo que lo vuelve productivo. La esclavitud de la Antigua Roma se constituyó con distintas formas que el vasallaje de la Europa feudal. El imperio Maya de América difería del Estado Islámico de Arabia. Y el imperio Carolingio del imperio Persa de Oriente. Todas formas de vida sacrificadas a un sistema autófago: un centro insaciable que todo lo devora. Sudor del trabajo y sangre de guerras animan su motor.

Hoy el patriarcado es capitalista y, como sus antecesores, también es particular, cultural e histórico. En este, la clase dominada se caracteriza por estar desposeída de la tierra y los medios de producción.

Durante el feudalismo, el campesinado habitaba y trabajaba las tierras de los nobles y sacerdotes, pagando impuestos en frutos a cambio de protección, a su vez que compartía las tierras comunales con otrxs campesinxs. El artesanado, a su vez, trabajaba en su taller manejando sus propios tiempos de trabajo, no rendidos a la productividad incesante del naciente comercio burgués. Esta situación quedó violentamente modificada. La burguesía buscó controlar todo el proceso de producción de mercancías. Comenzó con el cercamiento de tierras y la Revolución Industrial.

El proceso de desposesión que comienza en Europa central se extendería por todo el globo. La conquista de América funciona como el caso más emblemático. En nuestros territorios, la Conquista del Desierto llevada adelante por las fracciones burguesas del Estado argentino —unitarios y federales— sentará las bases del capitalismo argentino.

Las tierras usurpadas por los conquistadores quedan acumuladas por pocos apellidos y no producen por sí mismas, necesitan ser regadas con sudor humano para generar valor mercantil. Lxs nativxs del territorio, esclavxs traídxs a la fuerza y trabajadorxs libres —de tierras— sobrevivientes de la Revolución Industrial y del proceso de desposesión en su Europa natal llegarán buscando mejores condiciones al «Nuevo mundo». A cambio de su arduo trabajo no recibirán tierras ni propiedades sino «salarios». Trabajadores libres, trabajo asalariado, patrones, dinero, mercancía, leyes, Estado, patriarcado, clases sociales. Cultura del trabajo.

La clase desposeída se ve obligada a trabajar por las condiciones materiales históricas y no por deseo o elección. Trabajar para el Estado, para el patrón, en una cooperativa, como monotributista o en la autogestión, al final del día, la vida puede reducirse a pagar las cuentas. El tablero se encuentra armado de antemano y conduce al trabajo, al matadero, a la cárcel o al psiquiátrico. La normalidad resulta asfixiante.

La existencia dentro del capitalismo se encuentra mediatizada por el trabajo. Si trabajo, me enfermo y si no trabajo, me muero. El/la/le trabajadorx en sí resulta una mercancía intercambiable y reemplazable en el mercado que se puede comprar y vender cada vez a menor precio.

No existe una relación directa de las personas y su entorno natural, sino que se ven presionadas a venderse por un salario de cualquier postor para poder sobrevivir. Las relaciones entre personas dan lugar a relaciones entre cosas. Su actividad cotidiana se dirige, casi en su totalidad, hacia el mantenimiento de su existencia individual. “Vive para obtener los medios para vivir”.

El salario es una herramienta de dominación. Como dirá lúcidamente una de las representantes de la burguesía argentina, Cristina Fernandez de Kirchner: «El salario, por definición, siempre va a ser insuficiente, […] si tenés un salario suficiente, ya dejaste de ser trabajador asalariado para ser casi un patrón». Relación de dependencia que imposibilita la emancipación del trabajador. Dependencia al trabajo, violencia existencial.

El salario oculta el mecanismo. El empleador al vender las mercancías o servicios realizados por el empleado obtiene más dinero del que gasta en contratarlo, adquiriendo la ganancia o «plusvalía». Aspecto cuantitativo de la explotación capitalista que ningún economista serio puede negar. Sin embargo, hay que mencionar el carácter político del mismo.

Este otro aspecto fundamental se evita por de los distintos voceros del Capital —sean de izquierda o derecha—, y que tal vez sea el mejor aporte de Marx. Lxs trabajadorxs a cambio de su poder creativo, de sus horas de trabajo, de su éter, de su deseo reciben un salario, un papel, una moneda. El salario puede comprar cosas pero no puede comprar poder creativo, deseo, amor, tiempo. Sus horas de vida, su deseo triturado en el trabajo, no regresará nunca. Como en las plantaciones de humanxs en Matrix, la maquinaria capitalista realiza un extractivismo ilimitado de nuestros flujos-cuerpos deseantes.

En el patriarcado capitalista, la clase desposeída y las ciudades en las que habita, se encuentran totalmente separadas de la naturaleza y de sí misma. Escindida desde la base, la potencia creativa del deseo resulta degradado en simple medio para la reproducción física. La vida enajenada no realiza a las personas. Los tiempos del trabajo —trabajar seis, ocho, diez, doce horas por día— no tiene nada que ver con los tiempos de la naturaleza, de la vida.

La separación continúa hacia dentro de la clase oprimida. «Divide y reinarás», estrategia fundamental de todo opresor. Así como las tierras y fábricas no producen por sí solas, sino que necesitan del sudor humano para generar valor, el salario que recibe el trabajador tampoco reproduce la existencia física por sí sola. Serán las mujeres, doblemente explotadas, las que se verán históricamente reducidas al «trabajo doméstico» y las tareas de cuidado no pago. El hombre trabajador como patrón de la sirvienta-mujer.

El trabajo doméstico, invisibilizado por la clase dominante y dominada por igual, divide a la familia proletaria en dos. El macho proveedor supervisa y vive del trabajo no asalariado de la hembra. La familia mononuclear heteronormada como institución del Estado/Capital. Patriarcado del salario.

Preparar la comida, lavar la ropa, limpiar la casa, alimentar las crías, llevarlas a la escuela, comprar los víveres, satisfacer al hombre, estar bonita y presentable. División sexual del trabajo, desvalorización de la vida en general y de la mujer en particular.

La tecnología no nos ha librado del trabajo como prometía el proyecto burgués-liberal y burgués-socialista, sino que le ha permitido al capitalismo continuar depredando. Se constituye en la automatización del proceso productivo lo que le permite generar más ganancias a la vez que pauperiza aún más a la clase desposeída. El aumento de la desocupación responde a esta contradicción interna del sistema. «Si los desocupados no reciben dinero para poder sobrevivir, se van a convertir todos al socialismo», dirá Bismark en 1905.

Avances técnicos para producir más en menos tiempo y con menos mano de obra. Abaratamiento de costos de producción pero pérdida de creación de valor. Obsolescencia programada y trabajo tercerizado. Descentralización de los grandes centros fabriles, desmembramiento de la clase obrera. Población no productiva sobrante, ejército industrial de reserva.

Atacar al trabajo en un país que en la actualidad tiene el 50% de su población por debajo de la línea de la pobreza parece una insensatez. Sin embargo, entre trabajo y desocupación existe una relación directa e inherente. En los únicos momentos en los que existió el pleno empleo capitalista fue durante los períodos de guerra. El desempleo es necesario para hacer presión sobre los salarios y lxs trabajadorxs. «Mejor tener trabajo que estar sin trabajo». Por miedo a perder lo poco que tenemos, nos resignamos a perder lo mucho que podríamos tener.

Trabajar es nocivo pero no tener trabajo para reproducir las condiciones de existencia y la de nuestras familias resulta aún peor. A esa situación ha sido reducida la vida dentro del Capital. «Me matan si no trabajo y si trabajo me matan». El trabajo remunerado, formal, registrado escasea, cada vez paga menos y es más precario, a su vez que el precio de las cosas aumenta con cada día que pasa. A esta situación, hay que sumarle la inseparabilidad de la destrucción y contaminación total del medio ambiente. Comida adulterada, agua contaminada, aire poluído, ecosistemas arrasados, cuerpos empastillados. El capitalismo como patriarcado productor de mercancías necesita, cada vez más, de producción material envenenada y precaria. 

Sistema pensado para la ganancia individual pero que depende del consumo general. Los períodos de «crisis» no son debacles humanas objetivas, sino inestabilidades propias de la lógica mercantil. La crisis de 1930 como crisis de sobreproducción. No escaseaban los productos, sino que había tantos que nadie compraba, deteniendo la acumulación de Capital, el consumo y por ende el trabajo.

Hoy las barreras entre trabajar-consumir resultanson cada vez más borrosas. Trabajar con el celular, consumir con el celular, estudiar con el celular, contestar mensajes los fines de semana. Emprender, «ser tu propio jefe», «proactividad laboral», meritocracia. Ansiedad, inestabilidad, deterioro de la salud mental. No es una mala gestión, es la lógica inherente del Leviatán moderno.

Una de las condiciones fundamentales y necesarias, pero no la única, para rebelarse contra esta injuria hacia la vida es poder satisfacer las necesidades básicas. No hay posibilidad de analizar la situación, estudiar, formarse, cuidar la salud, si no se tiene tiempo para hacerlo. Alimentarse, abrigarse, educarse y tener un hogar para habitar son las bases para el enriquecimiento de cualquier individualidad. Este sistema ha hecho que lo básico para tener que reproducir nuestra existencia sea el fin de toda vida.

Como clase oprimida tenemos que hacernos cargo de nuestra situación actual. Resulta necesario que podamos acceder a empleos que nos permitan satisfacer nuestras necesidades. Sin embargo, no todo trabajo —ninguno— resulta un potenciador de nuestra clase. El ejemplo más claro: convertirse en trabajador policial. Entrada segura de salario que conlleva, a su vez, la desorganización de la clase desposeída.

Las instituciones de «defensa» como los partidos políticos, sindicatos, organizaciones sociales o religiosas se siguen evidenciando como recuperadores históricos al servicio de la civilización del trabajo. Contra el discurso que pregonan los falsos críticos, la generación de trabajo, subsidios, asistencialismo, diezmos y planes sociales no apuntan a fomentar la organización ni potenciar nuestra clase contra la civilización del trabajo, sino para el empoderamiento de sus estructuras particulares. Si el encuadre dentro del mundo laboral, sea formal o informal, implica la enajenación de lxs explotadxs, lo que se refuerza es el patriarcado del salario.

Ya hemos visto como los fascismos peronistas y leninistas reducen a la clase desposeída a unx trabajadorx sumisx y contentx. La reforma constitucional de 1949 hecha por Perón quitaba el derecho a huelga, requerimiento básico de cualquier democracia burguesa. «A Perón no se le para», dirá Eva Perón en 1951 a los trabajadores ferroviarios en huelga durante el segundo gobierno.

El fascismo rojo llamado URSS con acólitos en Cuba y Corea del Norte directamente ha prohibido los sindicatos autónomos, censurado cualquier disidencia y cualquier oposición al régimen del capitalismo manejado por la burocracia estatal que se dice llamar proletaria pero que continúa reproduciendo sistemas de trabajo represivos con el objetivo de industrializar la vida.

El desafío consiste siempre en cómo lograr mejorar nuestras condiciones materiales de existencia a la vez que debilitamos el mundo del Patriarcado/Estado/Capital. «El pueblo tiene necesidad de poesía como de pan» decía Simone Weil. Mientras el trabajo siga siendo un medio servil para la reproducción de la vida, un medio y no un fin realizador acompasado con los ritmos de los territorios y personas que lo habitamos, existirá la miseria.

Lograr acompañar las luchas parciales e inmediatas —salarios, derechos, recursos— con reflexiones existenciales que nos empujen a transformar nuestra sensibilidad y vida cotidiana. No construir «poder popular» ni ningún partido obrero que solo genera obreros partidos. Que la lucha en todos los aspectos sea generar comunidad y no Poder.

«El partido, en tanto que institucionalización de un movimiento social, es la negación organizada de ese movimiento», señaló Lourau. Muy bien. «El colectivo es un medio para la realización individual, y la historia un proyecto abierto que el individuo debe construir desde su libertad», profetizó Simone Weil. Mejor aún, «Una pasión es revolucionaria solamente si determina el enaltecimiento inmediato del deseo de vivir», afirmó Fourier. De acuerdo.

Construir comunidad y no Institución. La comunidad es potente, no poderosa, por eso crea. El Poder es impotente, no potente, por eso oprime. En ese sentido entendemos la lucha por la anarquía: un movimiento colectivo de realización individual.

La crítica del trabajo en tanto que crítica social del patriarcado del salario no implica olvidarnos del significado y la importancia de lo ocurrido en 1886, sino, al contrario, continuar su legado. En su juicio, Albert Parsons, periodista de 39 años que se comprobó que no había estado en el lugar cuando sucedió el bombazo, dirá:

El principio fundamental de la anarquía es la abolición del salario y la sustitución del actual sistema industrial y autoritario por un sistema de libre cooperación universal, el único que puede resolver el conflicto que se prepara. La sociedad actual sólo vive por medio de la represión, y nosotros hemos aconsejado una revolución social de los trabajadores contra este sistema de fuerza. Si voy a ser ahorcado por mis ideas anarquistas, está bien: mátenme.

Los Mártires de Chicago luchaban por trabajar menos y en última instancia por abolir el trabajo. La lucha parcial de reducir la jornada laboral tenía como principal interés recuperar horas de vida para la clase proletaria. En aquel contexto, las luchas laborales interferían directamente con el proceso de acumulación capitalista y por ello la represión era brutal. Recordemos el 1° de mayo de 1909 en estos territorios, cuando en otro aniversario por Los Mártires de Chicago, el coronel Ramón Falcón ordenaría reprimir la concentración, desencadenado en lo que se conoce como la Semana roja y la posterior vindicación de Simón Radowitzsky.

Actualmente, un siglo después, la clase desposeída se encuentra sumamente integrada al Estado/Capital. Los progresos científicos y tecnológicos sumado a las incesantes luchas intestinas del sistema lo han ido reformando más y más para continuar devorando. El proletariado actual se encuentra completamente integrado al sistema capitalista. El acceso al crédito, a derechos laborales, vacaciones pagas, aguinaldos, consumo, elecciones libres, sumado a la propaganda incesante de izquierda a derecha, nos coloca en un contexto en el cual la lucha proletaria contra las lógicas patriarcales, estatales y capitalistas resulta fundamental.

Hoy, la clase desposeída tiene algo más que perder además de sus cadenas, sin embargo, las cadenas continúan estando allí, y el trabajo es una de las más grandes.


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