Fuente: La Jornada Joseph E. Stiglitz 01.02.23
Especial para La Jornada
En primer lugar, los modelos estándar de los economistas –especialmente el que predomina, que supone que la economía siempre está en equilibrio– resultaron decididamente inútiles. Y, en segundo lugar, el argumento de quienes aseguraban con total confianza que llevaría cinco años de sufrimiento erradicar la inflación del sistema (https://bit.ly/3JuUaUF) ya ha sido refutado. La inflación ha caído drásticamente: el índice de precios al consumidor ajustado estacionalmente, en diciembre de 2022, estuvo apenas uno por ciento por encima del de junio (https://bit.ly/40fZaTd).
Hay pruebas contundentes de que la principal causa de inflación fueron los shocks de oferta relacionados con la pandemia y los cambios en el patrón de demanda, no un exceso de demanda agregada y, con certeza, tampoco una demanda adicional generada por el gasto de la pandemia. Cualquiera que tenga fe en la economía de mercado sabía que los problemas de la oferta terminarían resolviéndose; pero no había modo de que alguien supiera cuándo.
Después de todo, nunca tuvimos que pasar por un cierre económico provocado por una pandemia, seguido de una reapertura rápida. Es por eso que los modelos basados en la experiencia pasada resultaron irrelevantes. Aun así, se podía prever que resolver los cuellos de botella de la oferta tendría un efecto desinflacionario, aun si esto no necesariamente contrarrestara de inmediato o por completo el proceso inflacionario previo, debido a la tendencia de los mercados a ajustar más rápido al alza que a la baja.
Los responsables de las políticas siguen equilibrando el riesgo de hacer demasiado poco versus hacer demasiado. Los riesgos de aumentar las tasas de interés son evidentes: una economía global frágil podría caer en una recesión, precipitando más crisis de deuda en tanto las economías emergentes y en desarrollo altamente endeudadas enfrentan el triple impacto de un dólar fuerte, ingresos más bajos por exportaciones y tasas de interés más elevadas. Sería una farsa. Después de permitir que muriera gente innecesariamente por negarse a compartir la propiedad intelectual de las vacunas contra el covid-19, Estados Unidos ha adoptado, a sabiendas, una política que probablemente hunda a las economías más vulnerables del mundo. No es una estrategia ganadora para un país que ha lanzado una nueva guerra fría con China.
Peor aún, ni siquiera está claro que esta estrategia tenga un costado positivo. De hecho, aumentar las tasas de interés podría ser más perjudicial que beneficioso, ya que haría que a las empresas les resultara más costoso invertir en soluciones para las restricciones actuales de la oferta. El ajuste de la política monetaria de la Reserva Federal de Estados Unidos ya ha frenado la construcción de viviendas (https://bit.ly/3wHo4h1), aunque una mayor oferta es precisamente lo que se necesita para bajar una de las principales causas de inflación: los costos de la vivienda.
Asimismo, muchos fijadores de precios en el mercado inmobiliario ahora pueden trasladar los costos más altos de sus operaciones a los inquilinos. Y en el mercado minorista y otros mercados, en términos más generales, las tasas de interés más altas de hecho pueden generar aumentos de los precios, ya que las tasas de interés más altas inducen a las empresas a amortizar el valor futuro de los clientes perdidos en relación a los beneficios actuales de los precios más altos.
Sin duda, una recesión profunda controlaría la inflación. ¿Pero por qué querríamos eso? El presidente de la Fed, Jerome Powell, y sus colegas parecen disfrutar de alentar en contra de la economía. Mientras tanto, sus amigos en la banca comercial están llenándose los bolsillos como bandidos ahora que la Fed paga un interés de 4.4 por ciento sobre más de 3 billones de dólares de saldos de reservas bancarias (https://bit.ly/3kTYpiq), que arrojan la bonita suma de más de 130 mil millones de dólares por año.
Para justificar todo esto, la Fed apunta a los cucos habituales: la inflación galopante, una espiral de salarios y precios y expectativas de inflación desancladas. ¿Pero dónde están estos cucos? No sólo baja la inflación, sino que los salarios aumentan más lentamente que los precios (o sea, no hay una espiral) y las expectativas se mantienen bajo control. La tasa de expectativa a cinco años, dentro de cinco años está apenas por encima de 2 por ciento (https://bit.ly/3Dw9fBI), difícilmente desanclada.
Algunos también temen que no regresemos lo suficientemente rápido a la tasa de inflación objetivo de 2 por ciento, pero recordemos que esa cifra surgió de la nada. No tiene ninguna relevancia económica ni existe ninguna evidencia que sugiera que sería costoso para la economía si la tasa de inflación oscilara, digamos, entre 2 y 4 por ciento. Por el contrario, dada la necesidad de cambios estructurales en la economía y frente a las rigideces a la baja en materia de precios, una meta de inflación ligeramente más alta tiene muchas ventajas.
Algunos también dirán que la inflación se ha mantenido controlada precisamente porque los bancos centrales han manifestado esa voluntad de combatirla. Mi perro Woofie podría haber llegado a la misma conclusión cuando les ladraba a los aviones que volaban sobre nuestra casa. Podría haber pensado que los había asustado y que, si no ladraba, habría aumentado el riesgo de que el avión se le cayera encima.
Uno esperaría que el análisis económico moderno escarbara más profundo que Woofie. Una mirada atenta a lo que está sucediendo, y el punto hasta donde han caído los precios, respalda la visión estructuralista de que la inflación estuvo generada, principalmente, por alteraciones del lado de la oferta y cambios en el patrón de demanda. En tanto se resuelven estas cuestiones, es probable que la inflación siga bajando.
Sin embargo, es demasiado pronto para decir con precisión cuándo se controlará la inflación por completo. Y nadie sabe qué nuevos shocks nos esperan por delante. Pero yo sigo apostando mi dinero al Equipo Temporaria
. Quienes sostienen que la inflación esencialmente se curará por sí sola (y que el proceso podría acelerarse con políticas para aliviar las restricciones de la oferta) siguen teniendo un argumento mucho más sólido que quienes defienden medidas que conllevan costos obviamente altos y persistentes, pero sólo beneficios dudosos.
Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía, es profesor en la Universidad de Columbia y miembro de la Comisión Independiente para la Reforma de la Fiscalidad Corporativa Internacional.
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