Comentario al libro «Karl Marx: El progreso y los caminos del arte» de Mijaíl Lifschitz

Fuente: https://elsudamericano.wordpress.com/2023/10/01/comentario-al-libro-karl-marx-el-progreso-y-los-caminos-del-arte-de-mijail-lifschitz-por-alan-luna/                                                  Alan Luna                                                                                   

CEMEES | Octubre 2023

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Introducción

Mucha de la producción teórica de la antigua URSS nos es desconocida. Las razones son variadas. Desde que la esperanza de un mundo completamente nuevo empezó a consolidarse y a esbozarse como proyecto en construcción, los intereses del capitalismo se vieron afectados y reaccionaron con todos los medios a su alcance para contrarrestar la influencia de la revolución rusa.

Actualmente, nombres como Mijaíl Lifschitz, Valeri Bosenko o Évald Iliénkov son generalmente ignorados, incluso entre los interesados en el legado de la Unión Soviética. Sin embargo, es importante rescatar a dichos pensadores, y a todos aquellos que se nos muestren como representantes de la construcción de una teoría viva, que en su momento no se encerró solamente en las universidades para reproducir una y otra vez las frases polémicas de Marx, Engels y Lenin, sino que veían en el marxismo la guía teórica para la construcción de una sociedad verdaderamente justa, equitativa y libre, donde la lógica no la impusiera el interés de la máxima ganancia sino cómo hacer de la vida del ser humano una más digna, que funcionara para la mayoría y no sólo para quienes se la pudieran comprar.

Existe la opinión generalizada entre los “filósofos de profesión” o de “academia” de que el legado teórico de la URSS se restringió a una simplificación del marxismo-leninismo que nos llegó en forma de manuales; esto es un panorama incompleto. En primer lugar, los manuales de filosofía y economía marxistas buscaban hacer populares los planteamientos de la nueva concepción del mundo, de difundirla por donde fuera posible y servir como base para un interés posterior en las obras de los padres del comunismo científico.

Pero resulta extraño que más de setenta años de experiencia socialista no aportaran planteamientos profundos en materia de teoría, pues al ser un experimento totalmente nuevo había toda una práctica por explorar que daría como resultado interesantes enfoques teóricos. ¿Existen estos nuevos enfoques? Y si es así ¿en dónde se encuentran?. Que sólo se mencione a los manuales como producción teórica del socialismo de la URSS es una trampa doble, no se les valora en su correcta función, con su correcto valor pedagógico, y oculta otros trabajos con más profundidad que tuvieron la intención de entender posturas que ya no fueron desarrolladas por los clásicos del marxismo.

Este es el caso de Lifschitz, quien intentó sistematizar las ideas de Marx en materia de Estética o, como algunos pensadores le llaman también, la filosofía del arte. Ya un texto aparecido en español con el título de La filosofía del arte de Karl Marx nos advertía del estudio serio y profundo que el pensador soviético hizo de la obra de Marx; sin embargo, poco se realizó por seguir difundiendo su obra en habla hispana. Sólo recientemente se ha publicado una de sus obras más importantes: Karl Marx: el progreso y los caminos del arte, que es precisamente de la que hableremos en este espacio. En ella, Lifschitz se mete de lleno a polemizar con otras vertientes de la filosofía y con ciertas vulgarizaciones del marxismo, por ejemplo, aquellas que ven a Marx sólo como un revolucionario en el campo de la economía. Para Lifschitz, existen otros campos del pensamiento que son tan importantes como el económico, toma como ejemplo a la estética para demostrar que una revolución como la que Marx propone lleva consigo una concepción nueva de la sociedad, su propia valoración sobre lo viejo y lo nuevo, sobre cuál es la correcta evaluación que hay que hacer del arte del pasado y hacia dónde hay que encaminar los esfuerzos de transformación para que no sea un cambio hacia cualquier parte, como si lo que importara fuera hacer ruido por el mero hecho de hacerlo, sin tener claro hacia dónde debe ser la transformación.

La perspectiva de Lifschitz es, de este modo, la del pensador que está tratando de teorizar desde dentro de la transformación misma y no desde afuera. Tiene claro que es necesario darle una vuelta de tuerca al pensamiento de Marx para dilucidar lo que ya estaba en el fondo de su planteamiento, pero sin alejarse de las ideas básicas del marxismo. Nos muestra, de este modo, algo que para la filosofía contraria a Marx es difícil de pensar, pues para ésta ser marxista es la dogmática total, la lectura al pie de la letra de los clásicos, sin razonamiento de la lógica que lo sustenta. Lifschitz nos da una perspectiva profunda del problema, de la mano de él aprendemos que es necesaria una lectura más crítica de los clásicos marxistas sin alejarnos de su guía para entender la realidad que queremos transformar.

Sobre el contenido del libro

La primera parte del libro es en esencia el texto que se publicó en español con el título de La filosofía del arte de Karl Marx, aunque las correcciones hechas por el mismo Lifschitz, sumadas a las anotaciones que la editorial EDITHOR le hace en la única traducción al español que hay a la fecha, complementan de tal manera el texto que se siente como una experiencia completamente nueva el estudiar esta versión, como si se tratara de un texto nuevo que toma como base la versión anterior. Se encuentran, además, algunos artículos importantes que complementan cuestiones tratadas en el grueso del texto. Menciono solo algunos de los títulos que aparecen en su obra para que el lector pueda vislumbrar el interés del filósofo soviético: Contribución a la cuestión de los criterios estéticos de Marx, Dialéctica en la historia del arte, El marxismo y la educación estética, entre otros. Estos artículos son de particular interés para quienes quieren estudiar la relación del marxismo con el arte.

El grueso del texto está dividido en dos partes, la primera analiza la obra temprana de Marx, para intentar vislumbrar la opinión del arte que éste tenía en aquellos textos llamados de juventud. La segunda parte se enfoca en el periodo de madurez, por lo que tenemos todo un recorrido en donde se comentan las opiniones de Marx y su posible relevancia no solo para la comprensión de la postura estética de este pensador, sino también la ligazón de ésta con su obra en general. Más adelante se comentará un poco al respecto.

La obra de Lifschitz y el trabajo de edición se complementan muy bien; por un lado, el filósofo nos lleva por un camino en donde podemos identificar apuntes valiosos sobre cómo comprender el arte, así como las valoraciones que tiene Marx sobre algunos de los clásicos de la literatura, además de ponerlo en constante debate con algunos de los pensadores más grandes de la humanidad, como Kant y Hegel. Por el otro, la editorial pone atención en aquellos aspectos que podrían complicar la lectura, eventos históricos que se mencionan de pasada, expresiones rusas que no se pueden entender sin su contexto, o incluso algunas referencias que Lifschitz no desarrolla por ser de dominio popular en la Rusia de su tiempo. Así, podemos encontrar pedazos de la cultura rusa que es complicado conseguir en nuestro idioma, como aquel cuento de La vobla seca que es utilizado para definir el carácter de algunas discusiones que se tenían en ese tiempo. Todo esto enriquece el estudio de Lifschitz en particular, pero ayuda a que nos acerquemos a la cultura rusa en general.

La preocupación por la estética

Como se mencionó antes, la guía del libro que hoy comentamos es la preocupación por la estética y su conexión con el pensamiento general de Marx. Para ahondar en las razones de dicha preocupación cito un artículo contenido en el libro, llamado Marx y Engels sobre el arte:

La obra de Marx y Engels se pueden denominar de enciclopedia del pensamiento revolucionario. Pero, naturalmente, los creadores de esta enciclopedia, tanto por lo profundo de sus principios teóricos, cuanto por lo práctico de sus conclusiones concretas, no pudieron concluirla en todas sus tendencias. Esto sobrepasó las posibilidades de la vida humana, incluso una tan titánica y poderosa como fue la de los fundadores de la Internacional obrera.

Recordemos que Marx quiso escribir un ensayo del contenido positivo de la dialéctica hegeliana, pero no logró realizar su propósito. En lo subsiguiente el populista N. K. Mijaílovski exigió a los seguidores rusos de Marx que señalen el «libro» en el que se exponía su doctrina de modo tan sistemático como la doctrina de Darwin en su «Origen de las especies». La literatura burguesa hace mucho se negó a ver un filósofo en Marx bajo el fundamento de que éste no dejó aunque sea un breve cursillo de su filosofía.

Algo similar ocurrió también con lo que sabemos de los criterios de Marx y Engels sobre el arte.[1]

Como vemos, la cuestión sobre si hay una teoría del arte en Marx va más allá de la simple curiosidad teórica. Se trata de toda una forma de ver el pensamiento de Marx. Aquellos intelectuales que, por ejemplo, no quieren ver en Marx sino sólo a un economista o, en algunos casos, a un político en busca de la transformación social, lo que buscan es parcializar los alcances del de Tréveris. Es declarar sin pena que, dado que Marx no tiene una concepción del mundo en general, hay que adoptarla de otras filosofías, o simplemente caer en el relativismo absoluto, declarar que no hay posibilidad de guía general para la acción porque no hay verdad que perseguir, que todo esto está determinado por los intereses de particulares, aunque estos particulares sean grupos más o menos grandes.

No se trata de decir que Marx lo ha dicho todo. La cuestión es, más bien, ver cómo Marx se inserta en el desarrollo del pensamiento de la humanidad, aceptar que no se construyó sólo y que, por lo tanto, en él se sintetizan los pensamientos de Hegel, Kant, y en general de la filosofía anterior; demostrar que esto es así en el plano de la estética es un paso importante para la defensa de esta tesis. Así, el pensamiento anterior no queda sepultado por una teoría enteramente nueva, sino que se rescata en sus justos términos valorando que como parte de un mismo movimiento, dice cosas valiosas que es necesario tomar en cuenta, pero sabiendo que su postura es unilateral y condicionada por su medio y su época, así como por el desarrollo del pensamiento hasta ese momento.

La estética sirve en parte como paradigma de este camino hacia la evaluación correcta del marxismo porque, en efecto, como muchos intelectuales han criticado, no existe un libro sobre filosofía, particularmente sobre estética, en donde Marx nos haya dicho de una vez y para siempre su concepción sobre el pensamiento en general. Puede ser que no haya sido tampoco su intención, pero es importante notar que la ausencia de dichos textos de Marx han servido para las más distintas posturas: o para declarar que lo no dicho por Marx no era digno de estudio, en el caso del marxismo dogmático, o para buscar un complemento falso por medio de otras teorías, dejando abierta así la puerta de los más pintorescos tipos de marxismo.

Lifschitz explica la situación de la estética en aquellos años donde, ya sin Marx, el marxismo reflexionaba sobre sí mismo, de la siguiente manera:

Los autores de esquemas sociológicos improvisados o adoptados de Occidente eran totalmente ajenos al pensamiento de la existencia de criterios estéticos inherentes a los propios fundadores de la cosmovisión marxista y que forman parte de su teoría revolucionaria. Por supuesto, se conocían los relatos de Lafargue y Eleonora sobre los gustos personales de Marx. Pero todos estos parecían más bien pequeños detalles de una gran vida, más que la aplicación de una teoría determinada. Todos los corifeos de las escuelas sociológico vulgares afirmaron que era necesario crear de nuevo la estética marxista, y además sobre un terreno completamente virgen, si se omite los numerosos ejemplos de la dependencia del arte con respecto de la base económica ya dados por Plejánov.[2]

El arte es, como expone Adolfo Sánchez Vázquez[3], símbolo del trabajo transformador donde, transformando la naturaleza o el objeto, se transforma el sujeto mismo, el ser humano; este trabajo transformador es tratado por Marx en los Manuscritos de 1844 como referente para medir la peculiaridad de la forma en que el individuo se manifiesta en el mundo por oposición a los demás animales. Dadas estas premisas, ¿había que plantear refundar la teoría estética bajo una base completamente nueva, ajena al marxismo? Lifschitz contesta que no necesariamente debe ser así, pues esta es una forma unilateral de ver el problema.

Las ideas de Marx, un continuo desarrollo

Para defender su postura, Lifschitz analiza las ideas de Marx en desarrollo sosteniendo que aunque en los llamados textos de juventud se ve una clara simpatía por temas eminentemente filosóficos, en los textos de madurez podemos encontrar las mismas preocupaciones, aunque en un lenguaje mucho más científico. Lifschitz se expresa así de las segunda parte de su obra:

Esta intenta presentar el contenido histórico genuino de aquellos problemas ideológicos que estuvieron ante Marx ya en el período de surgimiento de su teoría. Ni un solo matiz esencial del pensamiento, enmascarado bajo la expresión filosófica verbal de los años cuarenta, se perdió en la historia posterior al marxismo. La crítica burguesa se agarra de las diferencias externas entre obras de años distintos tales como «La ideología alemana» y «El Capital». La diferencia es, desde luego, evidente. Estas surgieron como el resultado del proceso natural que va de una formulación menos perfecta a una más perfecta de una y la misma teoría. Pero aquí no existe ruptura alguna.[4]

De esta manera, Lifschitz vería en las preocupaciones de los textos de juventud, más encaminadas a encontrar una filosofía coherente y verdaderamente transformadora, el inicio de un camino que se fue perfeccionando después, en donde la formulación de los textos más acabados, pongamos el ejemplo de El capital, no supone un abandono del impulso primero. Así, se conforma una visión de conjunto de los textos de Marx, un análisis que va estudiando las partes en donde se menciona la exigencia de una forma distinta de comprender el mundo, aunque siempre poniendo énfasis en la transformación de la realidad existente, y su conexión con la crítica de la economía política.

Cuando Marx hace algunas de sus obras de juventud, ya dejaba escapar opiniones sobre el arte, incluso ensayó escribir poesía o teatro; Lifschitz nos muestra cómo esto no lo hace al margen, sino para mostrar sus avances teóricos, de tal manera que la estética que se puede desprender de lo comentado por Marx en esta materia no es solamente un gusto aislado, sino que tiene un importante peso en toda su obra.

Más adelante, su excelente exposición de la economía en sus obras de madurez, y la cientificidad que dicho análisis nos muestra hizo que nos enfocáramos en la economía como eje rector de los avances de Marx, pero así como el interés temprano en el arte y la filosofía no demuestra una completa anexión ni a Kant, ni a Fichte, ni siquiera a Hegel sino más bien una lectura crítica en donde se pueden ver ya los trazos del desarrollo futuro, así también la lectura económica del Marx maduro no es un movimiento de negación absoluta de las preocupaciones primarias. Por eso la opinión de Lifschitz es que

Aunque los autores burgueses llevan a la perfección la sofística barata sobre las diferencias entre la cientificidad, el «cientismo» y la existencia humana. Para nosotros no existe tal distinción y vemos claramente la continuidad del desarrollo de la teoría marxista. Incluso allí, donde interviene en primer plano solo el análisis económico objetivo de menciones y matices poco importantes, ante nosotros se levanta todo el sistema multifacético y acabado de la cosmovisión del marxismo, aún más profundo porque esta no admite condescendencia alguna con las bellas letras filosóficas de los humanistas melifluos que habitualmente saben, como dice el dicho inglés, «de qué lado se unta la mantequilla en el pan»[5].

Con esto, obtenemos con Lifschitz una de las visiones de conjunto de la obra de Marx, adelantándose incluso a los promotores de la ruptura epistemológica que veían un abandono poco coherente en las distintas partes de los textos del alemán.

Lifschitz nos recuerda además, que Lenin es bastante insistente en que, para no caer en la superficialidad, es necesario no dar por sentado el resultado de la investigación como una verdad acabada, sino como un proceso en el que juega un papel importantísimo el camino que ha llevado hacia dicha parte de la verdad.

Pasado, presente y futuro en las ideas

El desarrollo que la obra de Marx nos presenta también se puede ver en los problemas particulares que de su análisis se desprenden, por eso la estética, o filosofía del arte, es el paradigma que retoma Lifschitz para exponer su lectura.

Así, este problema en específico se conecta con otro de igual relevancia, el del pasado, el presente y el futuro en el arte. ¿Cómo es que hay que ver el arte del pasado? O mejor dicho, ¿cómo es que hay que rescatar el arte del pasado sin ser tradicionalistas y encerrarnos en una ideología retrógrada que añore solamente los tiempos anteriores? Por otro lado ¿cómo, cuál debe ser el papel del arte en el presente? Y por último, ¿cómo sentar las bases para el arte del futuro, este es, el de la sociedad verdaderamente libre?

Es importante señalar con más insistencia que las preocupaciones de Lifschitz no fueron producto de su sola cabeza, es difícil que algún pensador realmente serio proceda a inventar problemas de la nada, pero en el caso del soviético es claro identificar lo que estaba pasando con el arte en los tiempos de la revolución. Para tranquilidad de quien esto escribe dejemos que hable el propio autor:

Mi insignificante obra fue escrita justamente en contra de las representaciones corrientes sobre el conflicto sempiterno entre la marcha triunfal de la civilización técnica y el mundo del arte que se pierde en el pasado. Pese a su, como se dice, origen social ajeno, éste esquema a menudo es accesible a las gentes de nuestro siglo a través de la neblina de la frase revolucionaria. En mis días de juventud el canto de los ruiseñores casi que parecía una reminiscencia del régimen zarista, los poetas declararon la guerra a su propia sensibilidad, los artistas se consideraban iconoclastas, la admiración ante las líneas rectas de los rascacielos, ante la belleza divina de las máquinas alcanzó niveles casi místicos.[6]

Así era el mundo en el que teorizaba Lifschitz y en el que se puede ver una de las grandes interrogantes que la estética se encuentra en algunos puntos nodales de la historia. En una época de transformación radical las preguntas sobre lo viejo y lo nuevo adquieren una dimensión política. Si se considera que el arte del pasado es muestra de sistemas de producción caducos, en donde las élites de su tiempo se preocuparon en influir en la estética, ¿cómo debe ser el arte de la nueva sociedad? La respuesta inmediata parece ser que la transformación debe ser tan radical como los nuevos tiempos.

Lifschitz concuerda con que debe haber arte nuevo, pero cree que la evaluación de lo viejo tiene algunas fallas esenciales que no permiten valorarlo en sus justos términos, por eso rescata la opinión de Marx en torno a los clásicos, viendo que aunque puede haber una crítica hacia el arte producido en un modo de producción determinado, en realidad lo que nosotros somos es producto de un desarrollo que nos ha llevado a donde estamos, y que si no queremos pecar de superficiales debemos tomar en cuenta el arte del pasado. Es su opinión que

Es necesario conservar lo bello y tomarlo por modelo, partir de ello, aunque sea «viejo». ¿Por qué volverse de espaldas a lo que es realmente bello y repudiarlo definitivamente como punto de arranque para el desarrollo ulterior por el mero hecho de ser «viejo»? ¿Y por qué adorar a lo nuevo como a un dios que se debe obediencia sólo por ser «nuevo»?[7]

Lo que existe en la teoría estética que Lifschitz, siguiendo las ideas del marxismo, propone es este constante diálogo con lo viejo y lo nuevo, con el pasado y el futuro.

De aquí se desprende una de las ideas más criticadas ya por algunos de sus contemporáneos, esta es la del realismo en el arte. No se trata de destruirlo todo, ni de aceptarlo todo, ¿cuál ha de ser el criterio entonces? La respuesta a esta cuestión es, de manera abstracta, un realismo en sentido amplio. Realismo no quiere decir calca de lo que en la realidad pasa, para profundizar esto nos remite el autor a los escritos de Lenin sobre Tolstoi, la realidad es un todo complejo que en muchas ocasiones no se nos muestra en su esencia, sino solo en su apariencia. El arte ayuda a entender esa realidad al reflexionar sobre el ser humano y su manifestación en la tierra, sobre las contradicciones que se tienen en determinado momento, sobre los sentimientos más profundos de la humanidad en determinadas condiciones concretas en lo económico y político, etc. De cualquier modo será la historia la que se encargue de evaluar la producción artística de cada época.

Lo nuevo tiene también su lugar en la revolución, no cabe duda. El movimiento revolucionario abre todo un mundo nuevo sobre el cual el artista puede experimentar, algunas de esas experiencias son analizadas con justeza y cierta aprobación por Lifschitz, pero es necesario tomar en cuenta que “La dialéctica revolucionaria no se reduce a la negación de lo viejo. Ella incluye en sí también la preservación de su contenido absoluto, la victoria del núcleo positivo sobre el poder de descomposición.”[8].

Conclusión

Es imposible tratar todos los asuntos que se desprenden del libro de Lifschitz, no es el propósito de este escrito tampoco, sino mostrar la utilidad de estudiar el texto de un filósofo que vio en la profundización del marxismo una herramienta para dar la lucha ideológica de su tiempo. Muchas de las ideas que aquí se tratan son polémicas, el intelectual revolucionario Aleksandr Herzen, otro ruso del que espero tener la oportunidad de tratar en otra ocasión, recomienda evaluar bien toda opinión contraria a la nuestra, si es falsa desecharla, pero si tiene su razón de ser y solamente peca de unilateral, hacer el esfuerzo por aprender de ella.

El esfuerzo que en este libro hace el soviético trata de no quedarse en la superficialidad, intenta ver la profundidad del pensamiento de Marx y sacar las correspondientes conclusiones según su lectura. En este sentido, motiva la discusión en varios de los temas que seguimos encontrando en gran parte del marxismo posterior, por lo que nos puede aportar una perspectiva interesante lo aquí escrito.

Seguramente quien lea Karl Marx: el progreso y los caminos del arte encontrará bastante valor y utilidad en sus páginas, lo que se ha comentado en este escrito es apenas el contenido de los prólogos y de algún artículo de la obra, hay todavía bastante de lo que se puede nutrir el marxista que le interesa el tema, o aquel que quiera aprender sobre la relación entre Marx y los problemas del arte.

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Alan Luna es maestro en filosofía por la UAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

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NOTAS

[1] Lifschitz, Mijaíl, Karl Marx: el progreso y los caminos del arte, EDITHOR, Ecuador, 2023, p. 418.

[2] Ibíd. pp. 102-103

[3] Cfr. Sánchez Vázquez, Adolfo, Las ideas estéticas de Marx, Siglo XXI, México, 2013.

[4] Lifschitz, Mijaíl, Karl Marx: el progreso…, ob. cit., p. 110

[5] Ibíd., p. 111

[6] Ibíd., p. 77

[7] Ibíd., p. 86

[8] Ibíd., p. 93.

Bibliografía

Lifschitz, Mijaíl, Karl Marx: el progreso y los caminos del arte, Edithor, Ecuador, 2023.

Sánchez Vázquez, Adolfo, Las ideas estéticas de Marx, Siglo XXI, México, 2013.

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