Civio Nº 53
11 diciembre 2025
Eva Belmonte
Hola.
Aquí la Belmonte. ¿Cómo estás?
A veces en Civio nos toca viaje de trabajo. No a lo loco, claro, solo cuando nos invitan, es imprescindible o podemos cubrir los gastos con alguna beca. Porque, como seguro sabes, y si no pues te lo cuento, casi todo el presupuesto se va a nóminas, que es lo importante, no a meneos por el mundo. Muchos de esos viajes -la mayoría, a decir verdad- son por Europa. Pero esta vez tocó cogerse dos aviones y cruzarse medio mundo.
Hace un par de semanas David y yo aterrizamos en Kuala Lumpur (Malasia), beca mediante, para ir a uno de mis eventos favoritos, la Conferencia Global de Periodismo de Investigación (GIJC). Que, ojo, no es cualquier cosa: se celebra cada dos años y reúne, cada vez en una parte del planeta, a periodistas de la leche de todas partes del mundo que hacen cosas flipantes. Era mi tercera vez en el festival y mi primera vez en Asia, así que estaba de subidón por partida doble: iba a (re)encontrarme con periodistas que admiro fuertecito y me iba a poner gocha de comida sabrosísima y con mil formas y colores. Comer cosas ricas me hace extremadamente feliz, es así.
Ya el día previo a la conferencia estuvimos en una sesión sobre cómo se investiga la tecnología. Yo participé contando cómo hemos estado indagando en los algoritmos que usan las administraciones públicas y fardé de victoria en el caso BOSCO, claro. Hubo aplausos y celebración. Porque a veces, cuando estás en comandita con otras personas que pelean tus mismas luchas, aunque estén en la otra parte del mundo, las victorias son compartidas. En ese aquelarre de periodistas que se enfrentan a diario a la opacidad de la tecnoutopía omnipresente aprendimos otras maneras de investigar, otros enfoques: que si crowdsourcing, que si ingeniería inversa… Y sobre todo entendimos que esto no es una obsesión nuestra, sino una preocupación compartida.
De hecho, las sesiones sobre inteligencia artificial, datos y tecnología marcaron el camino elegido por David dentro de un programa intensísimo de cuatro días. Yo seguí la senda de: investigaciones sobre lobby dañino para la salud, cómo colaborar con otros aunque cada uno sea de su madre y de su padre, qué es eso del impacto y cómo se consigue… Hasta estuve escuchando hablar a Joseph Stiglitz, Nobel de Economía, sobre la importancia de los medios públicos.
Y di la turra con la contratación, claro. Esa fue mi segunda charla, en la que expliqué cómo hacemos para adentrarnos en el árido mundo de los contratos públicos para encontrar fraccionamientos, grandes beneficiados, contratos chuscos que tienen de emergencia lo que yo de pivot de la WNBA y corruptelas varias. Y es que la clave de estos eventos, si se plantean bien como pasa con la GIJC, es compartir metodologías y truquillos, porque puede que a otros les sirva lo que tú has aprendido a base de hostias, y entonces vale más la pena el esfuerzo. Y os voy a contar una cosa: cuando acabé esa última charla me quité un peso enorme de encima. No me cuesta nada hablar en público, estoy muy acostumbrada y, otra cosa no, pero hablar hablo por los codos, pero en ese contexto, rodeada de gente buenísima en lo suyo y en un idioma que no es el mío, pues algo de presión tienes. Y cuando acabas es cuando ya puedes disfrutar, ligerita como una pluma, la conferencia.
Junto a todo eso, las sesiones que más me interesaron tenían un elemento en común, que podemos resumir en «cómo ejercer esta profesión con todo en contra». Desde no ser capaz de llegar a tu audiencia porque una dictadura te veta hasta la valentía brutal de las y los periodistas que siguen trabajando, cabeza alta, en medio de guerras o conflictos. Y descubrí reportajes maravillosos para contar lo que está pasando en Palestina, investigaciones globales en las que colaboran cientos de personas de decenas de países e ideas ingeniosísimas que desvelan asuntos importantes sobre los que nadie antes se había parado a pensar.
Así que (¡yuju!) salí de ahí con un chute de optimismo muy necesario. Sí, el mundo da asco a veces, pero hay por ahí periodistas listísimas y poderosas haciendo cosas increíbles. Y no se rinden. ¿Cómo me voy a rendir yo, que lo tengo todo infinitamente más fácil?
Y sí, comí de todo y mucho y maravilloso. Sobre todo en la calle. Pero buena parte de la ciudad está atestada de torres demenciales y calles como autopistas. Mercadillos callejeros bien, rascacielos meh. Y tuve un ratico para escaparme a un templo de colorinchis en medio de una montaña y perseguir monetes, sin duda el momento feliz del viaje, corriendo a salticos como si tuviera tres años pese a que estaba empapada (no hubo ni un día sin lluvia).
Pequeño monete resguárdandose de la lluvia en brazos de su madre.
Además del optimismo, lo mejor de ir a estos sitios es la sensación de comunidad, de que no estás sola. Parece una tontería, pero no lo es. Ahí, en la otra parte del mundo, me reencontré con periodistas a las que admiro y quiero, de medios grandes y pequeños, con los que colaboro y con los que espero colaborar, de las que aprendo todo el rato. Y conocí a otros nuevos. Compartimos frustraciones -son las mismas en todos los idiomas del mundo, os lo prometo-, risicas, descubrimientos y trucos. Porque si gana uno, la victoria es del aquelarre.
firma de Eva
P.D.1: Si te mola, comparte esta cartica. Cuantos más, mejor. O, como dice una de las frases catalanas que más me chiflan: Com més serem, més riurem.