Fuente: https://www.wsws.org/es/articles/2024/02/10/9edc-f10.html?pk_campaign=newsletter&pk_kwd=wsws Mauricio Saavedra 10/02/24
En el transcurso de dos días, mortíferos incendios forestales envolvieron en llamas la ciudad portuaria de Viña del Mar y las comunas de Quilpué, Limache y Villa Alemana en la provincia chilena de Valparaíso, dejando al menos 131 personas muertas hasta el jueves, y cientos más desaparecidas. Este, el peor desastre provocado por un incendio en la historia del país, es consecuencia principalmente de una crisis climática de origen capitalista que cada vez con mayor frecuencia está devastando poblaciones en todos los rincones del planeta.
El infierno de Valparaíso, hogar de más de un millón de personas, es el incendio forestal más mortífero a escala mundial desde los catastróficos incendios de 2009 en Australia, y el desastre más mortífero en Chile desde el terremoto de 2010.
Pero, al igual que la pandemia del COVID-19 y todas las crisis sanitarias, sociales, económicas y medioambientales que la precedieron, los incendios afectaron desproporcionadamente a los barrios y asentamientos precarios, algunos de los cuales carecían de agua corriente, alcantarillado, electricidad, banda ancha, carreteras asfaltadas e incluso bocas de incendio, lo que habría dado a la población al menos una posibilidad de salvar la vida.
La cifra de 131 muertos, comunicada el miércoles, aumentará casi con toda seguridad, ya que más de 300 personas siguen en paradero desconocido. Otras 40.000 víctimas del incendio se quedaron con lo puesto. Unas 12.000 casas, negocios familiares y tiendas locales, junto con un gran número de vehículos, quedaron reducidos a cenizas ardientes. Muchos de los habitantes de Valparaíso, de clase trabajadora, se vieron obligados a huir a pie por las estrechas y mal construidas carreteras, lo que les impidió descender en coche por la accidentada topografía.
La temporada de incendios está lejos de terminar. Las regiones Centro y Centro Sur de Chile, predominantemente rurales, fueron escenario, hace exactamente un año, de enormes incendios forestales que causaron la muerte de dos docenas de personas y arrasaron más de 400.000 hectáreas, mientras el hemisferio sur alcanzaba temperaturas récord y sufría vientos huracanados en medio de una sequía que dura ya más de una década.
A unos 9.000 kilómetros al norte, en California, donde viven más de 22 millones de personas, varios condados fueron declarados zonas catastróficas porque una lluvia sin precedentes vertió en una semana el agua de medio año, produciendo inundaciones repentinas y cientos de corrimientos de tierra mortales. El número de muertos ascendió a nueve el pasado martes.
Las cosas empeoran por el hecho de que menos del uno por ciento de los 7,7 millones de hogares serán indemnizados debido a la falta de seguros contra inundaciones, informó Los Angeles Times el 7 de febrero. Durante cinco años seguidos, el estado había luchado contra algunos de los mayores incendios forestales jamás registrados debido a la grave sequía y al aumento constante de las temperaturas, eso hasta 2023, cuando el fenómeno del ‘río atmosférico’ hizo su aparición.
Una nueva e importante investigación de la Universidad Nacional de Australia (ANU) reveló el mes pasado que el calor récord registrado en todo el mundo había afectado profundamente al ciclo global del agua en 2023, contribuyendo a graves tormentas, inundaciones, megasequías e incendios forestales. El informe subrayaba que la tendencia hacia condiciones más secas y extremas era consecuencia de la persistente quema de combustibles fósiles.
Los investigadores de la ANU y del Global Water Monitor Consortium basaron sus conclusiones en datos procedentes de miles de estaciones terrestres y satélites que orbitan la Tierra para proporcionar información en tiempo real sobre precipitaciones, temperatura y humedad del aire, condiciones del suelo y de las aguas subterráneas, vegetación, caudales de los ríos, inundaciones y volúmenes de los lagos.
‘En 2023 se produjeron olas de calor sin precedentes en todo el planeta, batiendo récords anteriores, desde Canadá hasta Brasil y desde España hasta Tailandia’, explicó el profesor Albert Van Dijk, autor principal del estudio publicado el mes pasado. ‘Los sucesos de 2023 muestran cómo el cambio climático en curso amenaza más nuestro planeta y nuestras vidas cada año que pasa’.
Las condiciones extremadamente calurosas y secas infligieron grandes daños ecológicos a los mayores bosques del mundo. Incendios forestales masivos asolaron Canadá durante el verano boreal, mientras que la selva y los ríos del Amazonas se sumieron rápidamente en una grave sequía a finales de 2023.
Los megaincendios y la quema de combustibles fósiles elevaban a su vez las temperaturas de la superficie del mar y del aire, aumentando la fuerza y la intensidad de las lluvias de monzones, ciclones y otros sistemas de tormentas.
Estos estudios deberían servir de base para prever las calamidades medioambientales y prepararse para ellas, como paso previo para abordar la causa del cambio climático. Para ello sería necesario destinar importantes recursos y desarrollar un equipo de emergencia masivo a escala mundial, equipado con las últimas tecnologías, maquinaria e información y técnicas de gestión de catástrofes con base científica.
Pero sugerir siquiera una propuesta semejante en la actual época de decadencia imperialista, en la que los Estados-nación capitalistas rivales se pelean por eviscerar el gasto público para atraer capital internacionalmente móvil, es un ejercicio reaccionario de autoengaño.
Ningún gobierno burgués, ya sea supuestamente de ‘izquierda’ o de derecha, se atreve a arriesgarse a las consecuencias de obstaculizar la acumulación de beneficios privados de la burguesía nativa o de sus amos imperialistas: la caída precipitada del valor de las acciones y el colapso de la moneda tendrían un impacto tan grave como cualquier desastre natural.
En lugar de ello, los gobiernos capitalistas de todo signo se rebajan al mínimo común denominador: a la demagogia de la ley y el orden o, peor aún, a utilizar como chivos expiatorios a los inmigrantes, los refugiados, los indígenas y los jóvenes, los sectores más vulnerables de la población, por los interminables males sociales producidos por el capitalismo.
El pasado agosto, en medio de los devastadores incendios forestales que arrasaron la región de Evros, fronteriza con Turquía, el derechista primer ministro griego Kyriakos Mitsotakis declaró en rueda de prensa que ‘es casi seguro que la causa es humana. Y es casi seguro que se encendió en rutas utilizadas por inmigrantes ilegales’. Así, desató una caza de brujas contra los solicitantes de asilo.
El sucio chivo expiatorio de Mitsotakis y el hostigamiento a los refugiados es hoy la norma.
En Chile, durante el último año y medio, en medio del aumento del desempleo, la alta inflación y las alzas de las tasas de interés, las catástrofes ambientales, la crisis de escasez de viviendas y la actual pandemia de COVID-19, la coalición gobernante Frente Amplio-Comunista-Socialista ha adoptado el mantra de la ultraderecha, sosteniendo que la prioridad del gobierno es ‘derrotar la delincuencia, la criminalidad violenta, el narcotráfico y la proliferación de armas de fuego’. Con la ayuda de la derecha y de los medios de comunicación corporativos, ha perfilado a los inmigrantes y a las comunidades indígenas mapuches como la raíz de todos los problemas y ha desplegado a los militares contra ellos.
La semana pasada, el presidente Gabriel Boric fue un paso más allá, convocando a una reliquia de la dictadura conocida como el ‘Consejo de Seguridad Nacional’ para facilitar el uso de las Fuerzas Armadas en operaciones policiales en barrios obreros, bajo el pretexto de proteger la ‘infraestructura crítica’.
Luego, en respuesta a la tragedia de Valparaíso del viernes pasado, Boric se comprometió a utilizar todo el peso del aparato del Estado, la policía, la inteligencia y las Fuerzas Armadas —es decir, las mismas instituciones con un historial de más de un siglo de cometer crímenes horrendos contra los que han luchado por la igualdad social y los derechos democráticos— para hacer frente a los pirómanos y delincuentes reales e imaginarios.
‘Es difícil creer que puedan existir personas tan miserables y desgraciadas capaces de causar tanta muerte y dolor. Pero si esas personas existen, las buscaremos y las encontraremos’, dijo Boric en una conferencia de prensa en la que anunció que su gobierno de pseudoizquierda decretaría el Estado de Excepción, poniendo a las fuerzas de Defensa Nacional a cargo de Valparaíso.
Esto fue seguido por el jefe de Defensa Nacional, contralmirante Daniel Muñoz, quien el lunes afirmó que existían indicios de que los incendios fueron planificados. ‘En los orígenes hay indicios, por lo que sabemos, de un patrón de conducta que indica que hubo una planificación, algo orquestado y organizado’, dijo Muñoz.
Bajo estas incesantes provocaciones ha surgido el crecimiento del vigilantismo y, en el proceso, ha desviado a la población legítimamente enfurecida por la ausencia total de avisos oficiales de incendio y el tardío y mísero apoyo gubernamental hacia un frenético linchamiento contra los ‘forasteros’. En uno de los muchos incidentes similares, alentados por los medios de comunicación corporativos, dos inmigrantes venezolanos estuvieron a punto de ser linchados por residentes furiosos por intentar supuestamente provocar un incendio. Más tarde fueron liberados por la policía debido a la falta total de pruebas.
En muchos sentidos, Boric y su camarilla de ‘izquierdas’ están superando a su contendiente presidencial, José Antonio Kast, un demagogo rabiosamente xenófobo y golpista fascista que durante los últimos siete años ha marcado el tono de la política burguesa oficial del país. Cabe señalar que Kast aplaudió la convocatoria del Consejo de Seguridad Nacional, aunque su verdadero deseo es la restauración en toda regla del régimen militar.
Toda la clase dirigente y los medios de comunicación han aprovechado los incendios para intensificar la atmósfera de paranoia sobre el ‘crimen organizado’ y promover la necesidad de mano dura. En público, están condicionando a la población a la militarización de la sociedad y a un estado policial, mientras que entre bastidores se preparan para la dictadura. Este fenómeno está en marcha a escala internacional.
El papel de la pseudoizquierda ha sido fundamental. Apostaron por que las masas se creyeran su promesa de acabar con las falacias ‘neoliberales’ de libre mercado de Pinochet, para así suprimir la rebelión masiva de la clase obrera que estalló en 2019. Sólo han conseguido salvaguardar el legado de Pinochet, que fue un factor clave en los incendios, y ahora están allanando el camino a la extrema derecha.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 8 de febrero de 2024)