«Centro- Izquierda» por Francisco Martins Rodrigues

El Sudamericano

Francisco Martins Rodrigues: Anti-Dimitrov-1935-1985. Medio siglo de derrotas de la revolución, cap. 10. ¿El fin de la crisis?, Ed. Dos Cuadrados, pp. 187-198. Madrid, (1985) 3ra. ed. 2024

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«De ninguna manera consideramos la teoría de Marx como algo acabado e intocable. Al contrario, estamos convencidos de que no hizo más que poner la piedra angular de la ciencia que los socialistas deben llevar más lejos si no quieren ser superados por la vida».

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No basta con trazar la génesis, el florecimiento y la agonía del centrismo como embrión del revisionismo moderno. Queda por explicar por qué el movimiento comunista se dejó devorar por él sin oponer resistencia. La crisis prolongada y cada vez más profunda del movimiento marxista durante el último medio siglo tiene necesariamente una base social y política que debe ser expuesta. Sin esto, las profesiones de fe en la vitalidad del marxismo-leninismo, «una doctrina siempre joven y científica», y en la victoria final de la revolución, «un problema candente que exige una solución» (Enver Hoxha), no son más que flores retóricas marchitas.

Por lo tanto, es necesario concluir este trabajo con un esbozo, aunque sea breve, de las grandes líneas de clase que hicieron surgir el centrismo como corriente dominante en el movimiento comunista y lo condujeron al revisionismo. Y tratar de vislumbrar lo que nos espera.La era del terror

La revolución socialista de octubre abrió una nueva época en la historia, no sólo desde el punto de vista de la revolución, sino también desde el punto de vista de la contrarrevolución. El final de 1917 provocó una feroz resistencia de la burguesía que Lenin difícilmente podría haber previsto cuando caracterizó al imperialismo como «reacción en toda la línea». Las convulsiones de la agonía de la burguesía son más salvajes que las de cualquier otra clase hasta ahora condenada a muerte.

Porque la concentración e internacionalización del capital financiero, su fusión con el aparato estatal y la revolución tecnológica han elevado su potencial terrorista a niveles inimaginables en el pasado, creando verdaderos centros organizadores mundiales de la contrarrevolución. Y también porque la perspectiva del socialismo y el comunismo, al anunciar el fin del ciclo histórico de la explotación del hombre por el hombre, galvaniza todas las energías de las clases explotadoras en una lucha desesperada por la supervivencia. Para ellas, la dictadura del proletariado es verdaderamente el fin del mundo.

En este marco se desencadenaron las dos gigantescas ofensivas terroristas que han barrido nuestra época: el fascismo de Hitler, que inauguró el exterminio industrializado y culminó en el genocidio de la Segunda Guerra Mundial; y el chantaje nuclear del imperialismo estadounidense, que ha durado desde la guerra hasta nuestros días y, entrelazado con el fascismo, ha apoyado una sucesión ininterrumpida de masacres, desde Hiroshima, Corea y Vietnam, hasta Palestina, Indonesia, América Latina, etc.

En la lógica demente de los imperialistas, la aniquilación metódica y masiva de todos los focos de resistencia se ha convertido en el remedio preventivo apropiado contra el peligro de revolución.

Esta dimensión planetaria del terror burgués tuvo que provocar una profunda conmoción en el movimiento obrero y una tendencia general al retroceso de la revolución proletaria. Era inevitable que repetir la hazaña de los obreros rusos se considerara irrealizable. Incluso al darse cuenta de la farsa de las promesas imperialistas de bienestar y libertad, la clase obrera se sintió atenazada por la ferocidad de la lucha imperialista. En otras palabras, los medios de lucha del movimiento obrero se vieron frenados por la explosión del terror burgués. La correlación de fuerzas entre el proletariado y el Estado burgués se desequilibró brutalmente a favor de la contrarrevolución.

Esto tuvo que hacer que se extendiera la desorientación en el movimiento obrero, la receptividad al reformismo, la tendencia a aplazar la revolución, la búsqueda de protección de la pequeña burguesía y de la burguesía liberal, el florecimiento exuberante de mil y una variedades de oportunismo.

Existe una relación directa claramente visible entre cada uno de los saltos de la ofensiva terrorista de la burguesía y las dos grandes capitulaciones del movimiento comunista: el compromiso centrista del 7° Congreso de la Internacional responde como un eco al desencadenamiento de la bestialidad nazi; y la corrupción revisionista internacional de los últimos 30 años es la réplica de la amenaza norteamericana de aniquilar el mundo.

Atribuir cualquiera de estas dos capitulaciones simplemente a la cobardía y la traición de los dirigentes deja sin respuesta la pregunta: ¿cómo pudieron hacerse aceptar por los comunistas y el movimiento obrero? Está claro que, en ambos casos, los dirigentes oportunistas convencieron al movimiento para que capitulara porque le presentaron esta capitulación como la única salida a una desventaja que todo el mundo reconocía como real.

Hoy no es difícil admitir que un cierto retraso en la marcha de la revolución proletaria mundial era inevitable, hasta que el movimiento comunista pudo desarrollar respuestas eficaces a la barbarie fascista-imperialista. Surgieron nuevos problemas, desconocidos en la época de Lenin, en la lucha por la hegemonía del proletariado, el vínculo entre la vanguardia y las masas, la construcción del partido, el paso de la defensiva a la ofensiva, los métodos de insurrección y guerra civil, la construcción de la dictadura del proletariado, etc. Era inevitable un cierto período de derrotas, confusión y dispersión, hasta que el Partido Comunista lograra imponer las leyes generales de la revolución proletaria en las nuevas condiciones históricas.

No obstante, esto solo no basta para explicar un bloqueo tan prolongado de la revolución proletaria y, lo que es más, el marchitamiento y la desintegración de las filas marxistas, el eclipse del pensamiento marxista. El Estado burgués, con todo su poder, habría sido sin duda sumergido por la marea revolucionaria del proletariado si no hubiera encontrado un nuevo apoyo social, que sirviera de vehículo político e ideológico al movimiento obrero.

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La base social del centrismo

De hecho, lo nuevo en la estructura del imperialismo en el último medio siglo fue el ascenso sucesivo y combinado de tres nuevas corrientes burguesas, cuyo entrelazamiento entorpeció el movimiento obrero y desfiguró el marxismo, primero en forma de centrismo y luego como revisionismo. Éstas eran: la nueva pequeña burguesía en los países capitalistas, la nueva burguesía de Estado en la Unión Soviética y la burguesía nacional en los países dependientes.

En los países capitalistas, la crisis de 1929-1933 vio el florecimiento monstruoso y gangrenoso de las capas pequeñoburguesas asalariadas (técnicos, ejecutivos, aristocracia y burocracia obrera, intelectuales, servicios). Esta nueva pequeña burguesía creó una coraza envolvente que empezó a encuadrar a la clase obrera en el terreno productivo, ideológico, político y sindical, inyectándole dosis masivas de su propia actitud reformista de sumisión al imperialismo.

Todo el marco de la lucha de clases en estos países se revolucionó. La clase obrera se enfrenta ahora a la implicación total de un nuevo tipo de pequeña burguesía, no en declive sino en rápido crecimiento, que es por naturaleza un agente del capital monopolista y de su Estado. Su comportamiento frente al movimiento obrero se orienta espontáneamente hacia el objetivo de movilizarlo a su servicio, como fuerza de presión y de regateo con el capital financiero y, si es necesario, reprimir todo intento de acción revolucionaria independiente de la clase obrera.

No puede decirse que este movimiento social fuera una sorpresa. En El imperialismo, Lenin ya había señalado la aparición de una oposición democrática pequeñoburguesa al imperialismo y subrayado su carácter inevitablemente reformista y conservador. Ya en esta obra, escrita en 1916, Lenin desafiaba el falso optimismo de creer posible ganar a estas capas para el campo de la revolución y advertía de un nuevo fenómeno de la mayor gravedad, la tendencia a la«descomposición temporal del movimiento obrero» si éste no lograba sacudirse la influencia del reformismo pequeñoburgués propagado por la aristocracia obrera, la intelectualidad, los cuadros, etc.

Y fue precisamente esta descomposición la que comenzó a producirse en los años 30, con la corrupción imperialista de los partidos socialdemócratas actuando como motor del lento desplazamiento hacia la derecha de los partidos comunistas, ansiosos por ganarse las gracias de la pequeña burguesía.

En la Unión Soviética, la dictadura del proletariado se estancó a finales de los años 20, sometida al asedio interno de la pequeña burguesía y al asedio externo del imperialismo. La «segunda revolución» dirigida por Stalin, al intentar anular los compromisos de la NEP mediante una huida hacia adelante, apoyada en los aparatos del partido y del Estado y no en la iniciativa revolucionaria de las masas trabajadoras, dio origen a una estructura económica formalmente socialista, pero también a nuevas relaciones de clase.

Lo que los críticos balbucientes de Albania han calificado hasta ahora de «desviaciones en la construcción del socialismo» (alejamiento entre los cuadros y las masas, desaparición del control obrero, tecnocratismo y burocratismo, violaciones de la democracia interna del Partido, relaciones incorrectas entre el Partido y las masas sin partido, etc.) formaba en realidad un nuevo marco social, en el que el poder se transfería de las manos de la clase obrera a las de los cuadros (técnicos, políticos, administrativos) que constituían poco a poco una nueva clase. En la Unión Soviética se formó un tipo original de burguesía, desconocido hasta entonces: la burguesía de Estado «socialista», sostenida por la explotación de obreros y campesinos a través de la propiedad nacionalizada.

Sin embargo, este traspaso de poder no se produjo de golpe. Pasó por una larga etapa intermedia en la que los cuadros se hicieron con la dirección del régimen, vaciando desde dentro el poder de los soviets y la dictadura del proletariado, bajo la apariencia de continuidad. El «ultrabolchevismo» de Stalin, con el poder desmesurado del aparato y sus oscuras luchas internas, correspondía a este carácter transitorio del poder, que cambiaba silenciosamente la dinámica proletaria revolucionaria de los primeros años por una dinámica capitalista, a la sombra de instituciones inmutables. Y fue el intento de impedir la libre expresión de las nuevas relaciones sociales en gestación lo que sumió al «marxismo-leninismo» soviético en la típica petrificación dogmática de los años 30-50.

Es comprensible que este proceso original de formación «clandestina» de la nueva burguesía hubiera creado el terreno ideal para la configuración del centrismo, con la explotación del trabajo asalariado, el nacionalismo, el conservadurismo cultural y toda la procesión de miserias de la ideología «socialista de todo el pueblo», ocultas bajo el caparazón de la dictadura del proletariado y el internacionalismo.

En los países dependientes, la maduración de las burguesías nacionales, que sólo alcanzó su plena expresión después de la Segunda Guerra Mundial, venía produciéndose desde hacía tiempo (Turquía, India, China, etc.). Desde finales de los años veinte, cuando las contradicciones interimperialistas empezaron a avanzar hacia la guerra, se hizo perceptible la formación de un vasto movimiento de liberación nacional dirigido por la burguesía.

Pero esta segunda oleada de revoluciones burguesas llegó cuando el mundo ya estaba completamente repartido entre las potencias y el mercado capitalista mundial había sido copado. Las burguesías nacionales, incapaces de hacer frente a una lucha desigual, se dedicaron a arrebatar la dirección de las luchas de liberación nacional de manos del movimiento obrero y campesino, explotando en su propio interés el sentimiento nacional que inflamaba a las masas y utilizando la lucha revolucionaria como moneda de cambio para llegar a compromisos con el imperialismo.

El movimiento de liberación nacional, burgués en esencia, campesino en su base de apoyo, al agrupar reivindicaciones radicales y métodos de lucha revolucionarios en una perspectiva nacionalista burguesa, se convirtió en uno de los componentes activos de la nueva ideología centrista que se estaba formando en el movimiento comunista. No es casualidad que la cuestión de la política a adoptar frente al Kuomintang en China se convirtiera, a partir de los años 20, en una de las fuentes de las luchas más agudas en el seno de la Internacional, prefigurando la elección de clase que se haría más tarde. La Nueva Democracia de Mao Tsetung fue precisamente el reflejo en el seno del Partido Comunista Chino de la presión de la burguesía nacional en ascenso.

Así pues, de la conjunción de estas tres corrientes de clase intermedias, al entrar en contacto con el menguante movimiento obrero, nació el centrismo. El punto de inflexión del VII Congreso de la IC fue la fusión centrista del marxismo con el reformismo nacional, que estaba en auge en todo el mundo.

Que el imperialismo, fase agónica del régimen capitalista, haya podido producir nuevas corrientes burguesas intermedias dotadas de tanta vitalidad, sólo parecerá contradictorio a quienes ven la caída del capitalismo y el ascenso del socialismo como un proceso lineal, sin saltos, sin retrocesos, sin fenómenos nuevos imprevisibles.

Durante medio siglo, el ascenso de las nuevas corrientes burguesas y su efecto desorganizador sobre el movimiento obrero crearon condiciones favorables para que el lugar del marxismo fuera usurpado por el centrismo y, más tarde, por el revisionismo. Hoy parece haber indicios de que la correlación de fuerzas está cambiando de nuevo y de que esta época está llegando a su fin.

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Auge y declive del centrismo

¿Existió realmente el centrismo? ¿O no sería más exacto calificar el giro del VII Congreso pura y simplemente como el inicio del revisionismo? Esta es la tesis defendida, por ejemplo, por el PC (Izquierda) japonés, al que debemos una crítica metódica de la degeneración de la Unión Soviética y del movimiento comunista, y que sitúa el nacimiento del revisionismo en los años 1930.

Sin embargo, esta tesis, aunque a primera vista tiene la ventaja de delimitar claramente las fronteras entre marxismo-leninismo y oportunismo, tiene el inconveniente de no captar las características particulares del período comprendido entre el VII Congreso de la IC y el XX Congreso del PCUS. Durante este período intermedio, el equilibrio inestable entre la línea proletaria revolucionaria descendente y la línea reformista pequeñoburguesa ascendente determinó la aparición de esa forma específica de oportunismo que es el centrismo.

De hecho, la ruta de este nuevo oportunismo estaba rígidamente marcada a la derecha por la colaboración de clases socialdemócrata, que había que combatir, y a la izquierda por las lecciones del leninismo y de la Revolución de Octubre, que había que defender. Ir más allá de estos límites sería perder la identidad comunista. Las condiciones de existencia de la nueva corriente oportunista explican así su fisonomía «bolchevique» militante y la dualidad de sus posiciones, que son sus rasgos más engañosos.

La plataforma «democrático-popular» de Dimitrov introdujo una original amalgama de posiciones opuestas, típica del centrismo. Revolución, sí, pero sólo después de eliminar el peligro del fascismo y la guerra. Socialismo, sí, pero pasando antes por la antesala de la «democracia popular». Partido, sí, pero liberado del «sectarismo» de pretender ser el único representante genuino de los intereses obreros. Armonizar la rivalidad proletariado-pequeña burguesía en el Frente Popular. Orientar al proletariado hacia una revolución a medias aceptable para la pequeña burguesía. Templar el internacionalismo con un nuevo nacionalismo «progresista». Templar el leninismo con un nuevo humanismo. Corregir el marxismo con el centrismo.

Durante su lucha contra Bujarin, Stalin describió acertadamente el centrismo de la vieja socialdemocracia como «la subordinación de la izquierda a la derecha bajo frases izquierdistas» y como «la adaptación, la sumisión de los intereses del proletariado a los intereses de la pequeña burguesía dentro de un único partido común».

Sin embargo, Stalin veía el centrismo que había quedado atrás y no podía ver el nuevo centrismo que estaba naciendo bajo sus pies. Se negó incluso a admitir que pudiera renacer en los partidos comunistas, forjado de nuevo como un bloque proletario revolucionario «monolítico». Se trataba de un razonamiento antimarxista, porque olvidaba que el juego incesante de la lucha de clases, la presión circundante de la pequeña burguesía, mucho más fuerte que en el pasado, tenían que acabar introduciendo también en los partidos comunistas, como habían introducido medio siglo antes en la socialdemocracia, la diferenciación y la lucha entre la corriente proletaria revolucionaria y la corriente pequeñoburguesa reformista. Al declarar definitivamente muerto el centrismo, Stalin estaba precisamente haciendo sitio para el nacimiento del nuevo centrismo.

En los países capitalistas, el centrismo dimitroviano se ha convertido sin duda en la forma más peligrosa de oportunismo en las filas comunistas, porque ha conseguido lo que el oportunismo declarado no pudo. Las garantías y demarcaciones de principios dimitrovianas funcionaron como el mejor lubricante para favorecer la lenta penetración de la lógica oportunista en el cuerpo de los partidos, desangrándolos lentamente de sus fuerzas revolucionarias, disolviendo todas las tradiciones de vigilancia y firmeza de clase y conduciendo al movimiento comunistaen su conjunto hacia el revisionismo y la colaboración de clases.

A partir del 7° congreso, los partidos comunistas se vieron atrapados en su propio oportunismo. La línea general de unidad antifascista, al borrar cada vez más la presencia independiente del proletariado en la escena política, contribuyó a polarizar cada vez más la lucha entre los dos campos burgueses, liberal y fascista, y eliminó cada vez más la posibilidad de una intervención independiente del proletariado. La iniciativa en las operaciones políticas pasó de las manos del proletariado a las de la pequeña burguesía democrática. El proletariado fue relegado al papel de fuerza de choque fiel y trabajadora de la unidad antifascista y antiimperialista. La revolución proletaria abandonó silenciosamente la escena. Se allanó el camino para la degeneración de los partidos comunistas en partidos burgueses para los trabajadores.

Era inevitable. Una vez cuestionado el principio de la hegemonía del proletariado, la dinámica de la lucha de clases podía hacer su trabajo devastador y dispersar a los vientos las imponentes barreras de «principios» con las que Dimitrov había fortificado su edificio. Todo lo que quedaba de las posiciones duales de su informe era lo que realmente estaba en su núcleo: el oportunismo.

En el período de posguerra, sin embargo, este oportunismo seguía conservando una postura militante, ofensiva, «revolucionaria». Los años 1944-1949 correspondieron sin duda al periodo de máximo esplendor para el centrismo: el triunfo de la unidad democrática sobre el fascismo, el reconocimiento universal del poder de la Unión Soviética como pilar del nuevo orden internacional «democrático», el establecimiento de las democracias populares de Europa del Este y de la nueva democracia en la inmensa China, la expansión de la influencia de masas de los partidos comunistas en el mundo capitalista. El centrismo tenía su justificación teórica en su irresistible dinámica.

Sin embargo, el colapso siguió de cerca al apogeo. En 1956-1961, con los XX y XXII congresos del PCUS, parecía que el centrismo tenía los días contados. La nueva plataforma revisionista, al poner en tela de juicio toda la trayectoria de la Unión Soviética y del movimiento comunista bajo Stalin (la dictadura del proletariado, la lucha armada por el poder, el antiimperialismo militante, la denuncia de la socialdemocracia), al abrir las compuertas a la libre colaboración de clases por parte de los partidos comunistas, abrió también un nuevo espacio a la crítica marxista, que hasta entonces había estado maniatada por las ambiguas y resbaladizas fórmulas del centrismo.

Sin embargo, el empobrecimiento del pensamiento marxista había sido tan grande que la única reacción al revisionismo fue la segunda oleada centrista del Partido Comunista en China y del PTA en Albania. La polémica contra las tesis revisionistas, en lugar de revitalizar el marxismo, sirvió para revitalizar temporalmente el viejo centrismo moribundo, cubriendo sus posiciones intermedias con acentos izquierdistas y pseudoleninistas y ocupando todo el espacio a la izquierda de los revisionistas.

De 1965 a 1975, el nuevo centrismo vivió su breve apogeo. Fue la edad de oro del maoísmo y de la «revolución cultural», del prestigio internacional del PTA y de la proliferación de grupos marxistas-leninistas, apoyados por un clima internacional favorable, con las victorias de Vietnam sobre el genocidio americano, el guevarismo, la explosión radical en Europa, el auge de los movimientos de liberación nacional.

Es comprensible que, en estas condiciones, la crítica marxista pudiera bloquearse, aunque ya dispusiera de todos los materiales necesarios para una nueva síntesis. Fue necesario el espectacular giro de China hacia el revisionismo para que el centrismo se viera despojado de la apariencia de vitalidad que le había dado el maoísmo. A partir de entonces, empezaron a acumularse signos inequívocos de crisis en el lado del PTA y del movimiento «marxista-leninista». Comenzó a surgir una nueva etapa, en la que la crítica del revisionismo se vio obligada a superar los medios tintes centristas y a avanzar hacia las posiciones de principio del marxismo, abandonadas hace cincuenta años.

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Conclusión

Tres conclusiones principales resumen lo anterior:

En primer lugar. Entre el declive de la corriente comunista fundada por Lenin y el surgimiento de la corriente revisionista, hubo un período de centrismo, que abarcó los veinte años que van del VII congreso de la IC al XX congreso del PCUS, cuya función histórica fue dar forma al revisionismo y preparar al organismo comunista para recibirlo. Como ideología de fusión popular obrero-campesina-burguesa, el centrismo adoptó diferentes formas en la Unión Soviética, China y el mundo capitalista, pero todas convergían en el mismo objetivo: el mantenimiento o la restauración de la dictadura de la burguesía sobre el proletariado, a la sombra de la revisión del marxismo.

En segundo lugar. La fuerza irresistible del centrismo, y de su producto superior, el revisionismo, provino de la ofensiva terrorista del imperialismo y del apoyo social que recibió del ascenso de tres nuevas corrientes burguesas intermedias: la nueva pequeña burguesía en los países capitalistas, la nueva burguesía de Estado en la Unión Soviética y la burguesía nacional en los países dependientes. La historia del último medio siglo es la historia de la descomposición del movimiento obrero bajo el asalto combinado de las oposiciones reformistas burguesas y pequeñoburguesas al imperialismo.

En tercer lugar. Incluso después de haber dado lugar al revisionismo, el centrismo no se extinguió, sino que encontró una prolongación con la corriente llamada «marxista-leninista», dirigida por el Partido Comunista de China y el Partido del Trabajo de Albania. La lucha «principista» de este nuevo centrismo tuvo que fracasar porque se apoyaba en el arsenal oxidado del viejo centrismo: la experiencia soviética de los años 30 a los 50, el VII° Congreso de la IC, las democracias populares, la nueva democracia china, etc. La crisis en la que se hunde la corriente «marxista-leninista», con Albania preparándose para seguir los pasos de la Unión Soviética y China (cualquiera que sea la forma original que adopte allí la transición al capitalismo de Estado) demuestra que la plataforma transicional del centrismo sólo sirve de puente hacia el revisionismo.

Estamos entrando en lo que parece ser un punto de inflexión en la sinuosa trayectoria del marxismo y del movimiento obrero. La bancarrota del nuevo centrismo «marxista-leninista», la plena revelación de la base burguesa del revisionismo y de su incapacidad para competir con el imperialismo, la corrupción rampante de la socialdemocracia, la capitulación de las burguesías nacionales en los países dependientes, todo ello atestigua la bancarrota de la línea dimitrovista de colaboración «democrática» de las clases obreras. Medio siglo de dominio absoluto del oportunismo ha tenido la ventaja de demostrar la mentira de los caminos «más fáciles»; no hay alternativa al marxismo revolucionario, a la hegemonía del proletariado, a la revolución socialista, a la dictadura del proletariado.

Todavía es demasiado pronto para saber cómo el proletariado recuperará la independencia política e ideológica y se reapropiará del marxismo. Habrá que encontrar nuevas respuestas para todo, como única forma de volver al camino abierto por el leninismo y la revolución rusa.

Una cosa, sin embargo, es segura. El resurgimiento del comunismo implicará una lucha sin cuartel contra el centrismo.

Lejos de desviar los esfuerzos de la lucha contra el imperialismo, la socialdemocracia y el revisionismo, sólo esta lucha le permitirá desarrollarse plenamente. Es la falta de crítica al centrismo lo que ha bloqueado la reconstitución del movimiento comunista en los últimos 25 años. La derrota del centrismo es por tanto, hoy como en 1919, una cuestión clave para el renacimiento del marxismo revolucionario y de la Internacional Comunista.

Y ya podemos prever algunos de los ámbitos en los que la ruptura con el centrismo abrirá nuevos caminos al marxismo:

• La crítica marxista, hasta ahora prohibida o mutilada, de la degeneración de la Unión Soviética y del papel de Stalin, así como del compromiso de clase que presidió la formación de los regímenes de democracia popular en China, Europa del Este, etc., permitirá a los comunistas comprender el origen del fracaso de las experiencias de dictadura del proletariado en el siglo XX y armarse teóricamente para la perspectiva de nuevas revoluciones proletarias victoriosas;

• Una vez desmitificada la política unitaria «democrática y popular» como arma de la hegemonía pequeñoburguesa sobre el movimiento obrero, la idea leninista de la hegemonía del proletariado, reducida durante medio siglo a una fórmula vacía, podrá por fin ser liberada; caerá la barrera que impedía la formación de una vanguardia obrera comunista y ponía en peligro la formación de verdaderos partidos comunistas;

• la crítica del centrismo también revelará la falsedad de la teoría de las revoluciones «democráticas y nacionales», como un intento de empujar hacia abajo a las burguesías nacionales con la esperanza de conseguir que asuman la dirección de una lucha revolucionaria contra el imperialismo; la línea leninista de lucha por la dictadura democrático-revolucionaria de los obreros y campesinos podría renacer ahora, dando una base política al resurgimiento de auténticos partidos comunistas en los países dependientes;

• Al revelar finalmente la naturaleza social de los partidos revisionistas en los países capitalistas como instrumentos de la pequeña burguesía para utilizar a la clase obrera al servicio de su proyecto de poder, al abandonar el sueño oportunista de querer derrotar al revisionismo cortejando a la pequeña burguesía, los comunistas crearán las bases para disputar seriamente la clase obrera a los revisionistas y dirigir victoriosamente la lucha de clases en el seno del proletariado;

• la crítica de la disolución de la Internacional Comunista como capitulación ante el imperialismo, el oportunismo occidental y el nacionalismo soviético volverá a poner en el orden del día de los partidos comunistas el internacionalismo proletario y la reconstitución de la Internacional; la concepción «ultrabolchevique» del partido comunista como fuerza «monolítica», con su morboso gusto por la unanimidad y el ahogo de la lucha de ideas, así como la concepción maoísta del partido como plataforma de coexistencia entre diferentes líneas, serán definitivamente superadas como deformaciones enfermas del leninismo, surgidas del intento de equilibrar en una misma plataforma los intereses divergentes del proletariado y la pequeña burguesía. El principio del centralismo democrático y el modelo del partido bolchevique podrán finalmente inspirar partidos comunistas de nuevo tipo, capaces de fusionar el movimiento obrero con un marxismo vivo y creativo, liberado de la inferioridad dogmática y de la corrupción revisionista;

• finalmente, al completar la ruptura hasta ahora inconclusa con el revisionismo moderno y el capitalismo de Estado, los nuevos partidos comunistas se liberarán de los lazos de dependencia que les obligaban a buscar un «insospechado» deslinde con el revisionismo, poniéndose en pie de igualdad con el imperialismo. Cortar de raíz el revisionismo abrirá a los comunistas el terreno que les faltaba para una acción revolucionaria independiente, dirigida inequívocamente contra el imperialismo norteamericano como enemigo principal del proletariado y de los pueblos.

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Después de alcanzar su punto más bajo, la revolución tendrá que reanudar su marcha ascendente, porque la acumulación de fuerzas explosivas, de contradicciones insolubles, no ha dejado de multiplicarse durante este período de pausa. El capitalismo ha conseguido retrasar el pago de su deuda histórica con el proletariado y los pueblos; pero los intereses siguen aumentando.

Ahora, el movimiento comunista puede capitalizar la enorme masa de experiencia acumulada durante el último medio siglo. Las recetas dimitrovistas de la «unidad de la clase obrera» en lugar de la hegemonía del proletariado, de la «democracia popular» en lugar de la dictadura del proletariado, de la «democracia nacional» en lugar de la dictadura revolucionaria de los obreros y campesinos, del «partido único obrero» en lugar del partido leninista, de la lucha contra el «sectarismo» en lugar de la lucha contra el oportunismo, la subordinación a la pequeña burguesía en lugar de neutralizarla, –el gobierno de transición en lugar de la insurrección popular armada– estas recetas pseudoleninistas deben ser desenmascaradas y enviadas al museo como antigüedades oportunistas introducidas de contrabando en el marxismo, semilleros siempre presentes de revisionismo y colaboración de clases.

El destino histórico de la clase obrera no ha cambiado. Tampoco el del marxismo. Juntos, acabarán enterrando el capitalismo.

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Nota:

1. V. I. Lenin: Oeuvres, 45 tomos, Ed. Progreso, Moscú, t. 4, pp. 217-218

 

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