Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/capitalismo-democracia-y-europa-entrevista-a-yanis-varaoufakis-para-la-gran-iniciativa-de-transicion Yanis Varoufakis 22/12/2019
Capitalismo, democracia y Europa. Entrevista a Yanis Varaoufakis para la Gran Iniciativa de Transición
¿Qué inspiró tu trayectoria de economista académico a prominente activista supranacional?
Me metí en política por la crisis financiera de 2008. Si el capitalismo financiero no hubiera implosionado, habría continuado mi bastante oscuro trabajo académico en alguna universidad. La reacción en cadena de crisis económicas, rescates financieros y el crecimiento de lo que yo llamo la Internacional Nacionalista, que casi rompió el capitalismo financiero y llevó a Grecia severas dificultades, tuvo un profundo impacto en mí.
En la primera mitad de los años 2000, estuve empezando a sentir que el crack se estaba aproximando. Pude ver que los desequilibrios financieros globales estaban creciendo exponencialmente y que nuestra generación o la siguiente resultarían afectadas por una crisis sistémica.
Dejé mi escrito sobre economía matemática y me trasladé de Sídney a Atenas cuando Grecia se volvía insolvente. Comencé escribiendo sobre la situación del momento y apareciendo en televisión, alertando del encubrimiento de la insolvencia de los rescates. Mediante estas apariciones, así como de escritos sobre el papel del gobierno para impedir la crisis inminente, derivé a la política.
La segunda transición, del gobierno al activismo, fue mucho más simple. La reestructuración de la deuda griega fue mi máxima prioridad como Ministro de Finanzas. El momento en el que el primer ministro se rindió a las demandas de austeridad de la Comisión Europea y aceptó otro préstamo sin reestructuración de la deuda, la renuncia fue la decisión más fácil de mi vida. Una vez dimitido, volví a las calles, teatros y reuniones municipales, estableciendo el DiEM25 (Movimiento por la Democracia en Europa 2025). Vi en el activismo el mejor camino para confrontar a la élite bancaria y política. Cuatro años después, en julio de 2019, nuestra rama griega, nombrada MeRA25, entró en el Parlamento con nueve parlamentarios. La lucha continúa.
Eres uno de los mayores críticos del neoliberalismo hoy en día. ¿Cómo definirías el “neoliberalismo”?
Para empezar, déjame cuestionar el término “neoliberalismo”. El uso del término, vinculado a las relaciones entre Occidente y la Unión Soviética, fue solo un velo para ocultar el feudalismo industrial libertario, pero el neoliberalismo tiene tanto que ver con el capital financiarizado tras los años 70, como con las relaciones geopolíticas de la Guerra Fría. Asimismo –y sé que esto es controvertido– no hay nada de neoliberal en el mundo en el que vivimos hoy. Ni es nuevo en el sentido de “neo”, ni es liberal en el sentido de promoción de los valores democráticos. Fíjate en qué ha estado ocurriendo en Europa en la última década. Los rescates bancarios gigantescos se financian a través de impuestos. No hay nada realmente “neoliberal” en el uso de vastos subsidios del estado para financiar a capitalistas.
Incluso bajo el gobierno de Margaret Thatcher en el Reino Unido desde 1979 a 1990, el peso del así llamado neoliberalismo en el Reino Unido, el estado británico creció rápidamente, haciéndose más grande, más poderoso y más autoritario que nunca. Fuimos testigos de un estado que fue armado en nombre de la City de Londres para beneficio de un segmento muy pequeño de la población. Creo que no deberíamos ceder el término “neoliberalismo” a la élite salvaje que usa el poder estatal para redistribuir la riqueza de los que tienen a los que no tienen.
¿Cómo esta “élite salvaje” se ha vuelto tan dominante en la conformación del orden global?
Las primeras dos décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial fueron la Era Dorada del capitalismo por una simple razón. El New Deal de Franklin Roosevelt fue proyectado para el resto de Occidente bajo el sistema de Bretton Woods. Fue un sistema notable, aunque imperfecto, una especie de ilustración sin socialismo. Se establecieron estructuras de restricción del capital financiero. Los bancos no podían hacer lo que quisieran; y esto es por lo que los bancos odiaron el sistema de Bretton Woods. Recordemos que Roosevelt prohibió a los bancos asistir a la conferencia de Bretton Woods y los sometió a controles de reservas y normas contra el movimiento de dinero a través de las fronteras internacionales.
El resultado del sistema de Bretton Woods fue una reducción notable de la desigualdad junto con crecimiento estable, bajo desempleo e inflación cercana a cero. El sistema se basaba en el estatus de Estados Unidos como un país de plusvalía, reciclando riqueza a través de Europa y Japón de diversas maneras. Para el final de la década de 1960, sin embargo, el sistema se Bretton Woods resultó insostenible. Los Estados Unidos empezaron a incurrir en déficit comercial con Europa, Japón y después China, al mismo tiempo que Wall Street, sin restricciones de barreras regulatorias, atrajo la mayoría de los beneficios del resto del mundo.
Las instituciones financieras, desatadas, comenzaron a crear lo que era dinero privado. Mantener un influjo de 5 mil millones de dólares al día durante unos cinco minutos era suficiente para repartirlo en derivados, instrumentos de inversión opacos que contribuyeron a la crisis financiera de 2008. Esta y otras formas de ingeniería financiera produjeron grandes cantidades de dinero privado, el valor del cual, como en el crack de 1929, finalmente cayó a manera de dominó. Las autoridades en Washington, Bruselas, París y Atenas transfirieron inmediatamente las pérdidas resultantes a los contribuyentes, una forma de socialismo para banqueros. Describí esta manipulación de nuestro sistema financiero en mi libro El Minotauro global de 2009, seis años antes de que me convirtiera en Ministro de Finanzas griego.
Cuando pase a ser ministro, creía que estábamos en una crisis global del capitalismo. Imagina, entonces, mis andanzas en un encuentro del Eurogrupo con todos los ministros de finanzas europeos en la sala, que sabían que yo mantenía esta visión. Fui la bandera roja en los ojos de la élite política. Del mismo modo, el embajador alemán en Grecia, y uno de los más poderosos (y más corruptos) banqueros griegos, alertó al democráticamente electo Primer Ministro de que mi nombramiento como Ministro de Finanzas llevaría a que cerraran los cajeros por todo el país y al colapso del sistema bancario griego.
Dada tu experiencia dentro y fuera del gobierno, ¿crees que hay una tensión fundamental entre capitalismo y democracia?
Sí. Compara el carácter de una elección democrática con una reunión general de accionistas de una corporación privada. Ambas son elecciones, pero en el proceso democrático, el “una persona, un voto” se aplica, mientras que en el proceso corporativo tú tienes un voto por cada acción, en esencia, una estructura de votación basada en la riqueza. Mis compañeros economistas, especialmente los verdaderos creyentes en los mercados libres, aman retratar al mercado como un mecanismo de voto. Esto es cierto si cada vez que compras un yogurt estuvieras votando a favor de esa marca. Lo mismo se aplica cuando compras un Ford en oposición a un Volkswagen. El que tiene más dinero emite más votos.
Así que si piensas que el capitalismo es un mecanismo de votación, es uno antidemocrático, en el sentido de que el dinero determina el poder. La evolución del capitalismo en las últimas décadas es una historia de la constante transferencia de poder a los ricos, incluido el poder de tomar decisiones que afectan a la distribución de ingresos.
Con el tiempo, el poder ha sido redistribuido desde la esfera política a la esfera económica. Hasta comienzos del siglo XVIII, no había diferencia entre esas esferas. Si tú eras rey o barón eras también rico. Y si eras rico, pertenecías a la nobleza. Con el ascenso del capitalismo, un pequeño comerciante podía convertirse en poderoso económicamente. A medida que la separación entre lo político y lo económico se desarrolló, se transfirió gradualmente el poder al último. Lo que ahora llamamos democracia no es democracia real, dada la influencia creciente del poder económico. Desde luego, el derecho al voto se ha extendido a todos los hombres (antes solo los terratenientes), a las mujeres y a los negros. Pero no ha habido un proceso de democratización paralelo en la esfera económica, donde el poder se ha convertido en menos inclusivo y cada vez más concentrado.
De la década de 1870 a la de 1920, la democracia devino gradualmente debilitada a medida que el mundo empresarial –una zona libre de democracia– emergió. Desde el final del sistema de Bretton Woods en los setenta, el poder ha emigrado a las finanzas. Goldman Sachs, repentinamente, llegó a ser más importante que Ford, General Motors o General Electric. Incluso empresas como Apple y Google están cada vez más financiarizadas. Apple, por ejemplo, se sitúa en cientos de miles de millones de dólares y está operando más como un financiero que como un productor de iPhones.
Esta dinámica garantiza que cuando votamos, un acto de celebración de la democracia, estamos participando en una esfera que ha sido totalmente desempoderada. El capitalismo se basa en frustrar la democracia, incluso cuando el velo democrático continúa en legitimar el sistema predominante.
Dada esta tensión fundamental entre capitalismo y democracia, ¿crees que la Unión Europea puede ser reformada? Y, si es así, ¿cómo?
Debemos aspirar a algo más cercano a una Europa democrática federada que a lo que tenemos ahora. La tragedia es que en el momento en que empiezas a hacer de esto un caso como solo un antídoto frente a la desintegración, le haces el juego a los nacionalistas, xenófobos, racistas y fascistas. En diez años, tendremos o una Unión Europea federada y democrática, o los monstruos políticos serán los victoriosos.
¿Cómo llevar a cabo una futura federación democrática? La tarea más urgente y difícil es salir a las calles en Atenas, Roma, Berlín, París y Lisboa y tener una discusión con la gente sobre la crisis que encara la Unión Europea. Muchos no quieren oír hablar más de un futuro europeo. La que solía ser una visión muy atractiva de una Europa unificada como gran patria de todos los ciudadanos se ha vuelto tóxica en las mentes y corazones de muchos europeos. Para ellos, la democrática Unión Europea ha pasado a ser sinónimo de una visión antihumanista, incluso totalitaria. Necesitamos construir una nueva visión para contrarrestar este tipo de pensamiento.
Tú has estado en el frente del recientemente creado DiEM25. Háblanos de su misión y estrategia paneuropeas.
DiEM25 pretende presentar propuestas que estimulen la cooperación realmente democrática. Esto llevará tiempo y requerirá recrear las instituciones europeas y una economía política que incluya un gran Green New Deal o una estrategia similar. Debemos gastar inmediatamente al menos 500 mil millones de euros anualmente en energía verde, transporte verde y una transición verde en industria y agricultura. Podemos hacerlo mediante un uso creativo del poder de las instituciones existentes. El Banco Europeo de Inversiones, por ejemplo, podría emitir bonos valorados en medio billón de euros cada año, con este dinero destinado empleos y tecnologías verdes de calidad. El Banco Central Europeo podría estar listo para comprar esos bonos si fuera necesario mantener la inflación a raya. Al mismo tiempo, deberíamos colaborar con un amplio espectro de grupos para estabilizar Europa y así traer de vuelta la esperanza. Con este movimiento podemos entonces tener una discusión sobre la gobernanza democrática de la UE.
Soy un izquierdista chapado a la antigua. No creo en destruir las instituciones. Creo en tomarlas y transformarlas en verdaderos sirvientes públicos.
¿Qué ofrece DiEM25 más allá de propuestas de partidos como Die Linke en Alemania, Podemos en España u otro partido verde o de izquierdas de Europa?
La mayoría de miembros de esos grupos son nuestros amigos y camaradas. Compartimos una actitud humanista frente a la vida y contra el capitalismo. La razón por la que creamos DiEM25 es que la mayor crisis en Europa requiere tanta acción local y nacional como acción paneuropea, si no global. No tiene sentido priorizar lo local y nacional sobre lo transnacional, o viceversa. Debemos operar simultáneamente en todos los niveles.
Por poner un ejemplo, el diseño de sistema de transporte urbano debe tener en cuenta los impactos planetarios, o sistémicos, de las decisiones alternativas. El problema con los partidos políticos nacionales es que no son muy buenos en tal pensamiento sistémico. Lo que necesitamos en Europa es un movimiento paneuropeo, lo cual es más que una confederación de estados operando autónomamente y que hacen promesas para electorados locales y nacionales, independientemente de los demás estados, para luego juntarse en Bruselas a discutir las promesas realizadas. Este modelo está condenado al fracaso.
Cuando DiEM25 fue inaugurado en febrero de 2016, buscamos juntar a Podemos, Die Linke y aliados del Reino Unido para desarrollar un Green New Deal para Europa. Esperábamos unificar tales movimientos alrededor de un programa paneuropeo común. No resultó ser así. ¿Por qué? Die Linke se compone de dos grupos distintos: una facción cree que la Unión Europea no se puede arreglar y debe ser desmantelada; la otra cree que la Unión Europea es salvable a través del activismo democrático y la transformación social, una visión compartida por DiEM. Esta división entre defensores de la “salida” y la “permanencia” se mantuvo para elaborar una alianza con nosotros.
Otro impedimento para unirse fue que Podemos y otros se opusieron a una dirección europea en políticas y tomas de decisión nacional y local. ¿Qué iba a decir Podemos, por ejemplo, sobre el nivel y lugar de inversión de fondos entre los estados miembros? Si una candidata de Podemos es electa para el Parlamento Europeo, ¿qué política financiera defendería? Necesitamos claridad y unidad en tales asuntos para tener un itinerario no griego, alemán o español, sino internacionalista europeo. Continuaremos la lucha para crear una agenda coherente y unificada para toda Europa. Unidad sin cohesión es la maldición de la izquierda.
No olvidemos que la llamada histórica no era que los trabajadores de cada nación se organizaran dentro de sus fronteras. Se trata de que los trabajadores del mundo se unieran.
¿Hay lecciones que aprender de episodios previos del internacionalismo izquierdista, como las Internacionales, para nuestro tiempo actual de movilización global?
Hay muchas lecciones que aprender. Cualquiera que no aprenda de la historia es un fanático peligroso. La lección número uno es que el nacionalismo socialista es el peor antídoto para el nacionalsocialismo. Recordemos lo que ocurrió en la Primera Guerra Mundial cuando los socialdemócratas fueron cooptados en la agenda nacional y apoyaron los presupuestos de guerra de Alemania contra la mayoría de Europa. Este tipo de nacionalismo socialista siempre será engullido por el nazismo. Cualquiera que defienda una agenda de izquierdas y al mismo tiempo defienda una agenda nacionalista o populista va a ser devorado por los fascistas. Acabarán efectivamente soplando viento a las alas fascistas, intencionalmente o no.
La lección número dos es que las Internacionales fracasan si se limitan a una confederación de partidos nacionales. En el momento en el que agendas y organizaciones tengan una base nacional, como fue el caso de los partidos comunistas de posguerra, el movimiento internacional se fragmentará y colapsará de manera inevitable. Esto es por lo que DiEM25 centra todas sus energías no en constituir una confederación de DiEM25 griego, DiEM25 alemán y un DiEM25 italiano. No se trata de materia teórica, sino práctica: la transnacionalidad como opuesta a la confederación es crucial para construir una iniciativa política progresista nueva. Estudiar los errores de las Internacionales anteriores es fundamental para conformar esta estrategia.
Para ser claros, cuando creamos DiEM25, planeamos un movimiento, no un partido. Y sigue siendo un movimiento, pero decidimos hace un año crear nuestra propia “ala electoral” en cada país. En Alemania, DiEM25 creó Democratie Europa (Democracia en Europa); en Dinamarca, Alternativet (La Alternativa). En resumen, si eres miembro de un partido creado por DiEM25, eres también miembro de un movimiento mayor. Pero puedes también ser miembro del movimiento mayor sin pertenecer a ningún partido de DiEM25.
En un libro venidero, imaginas “otro mundo” en 2035, en el cual el capital financiero básicamente se destruye. ¿Qué aspecto tendría este mundo? ¿Qué nos llevaría a allí?
Inicié con la visión de que el sistema presente es, simplemente, tanto insostenible como espantoso. Mi historia se cuenta desde la perspectiva de 2035, cuando mis personajes descubren que en 2008, en el pico de la crisis, la línea temporal se divide en dos: una en la que tú y yo habitamos y otra en la que se produjo una sociedad post-capitalista. Esta es mi estrategia narrativa para esbozar cómo el post-capitalismo podría funcionar, y sentir así que nuestra respuesta al 2008 podría haber sido diferente.
Mi próximo libro, titulado Another Now: Dispatches from an Alternative Present, responde las siguiente cuestiones: ¿El mundo podría ser no-capitalista o post-capitalista? ¿Podríamos ver el humanismo en acción? ¿Cómo sería? ¿Cómo serían las corporaciones socialistas? ¿Cómo funcionarían? ¿Qué ocurriría con las fronteras, la migración y la defensa? Trato de elaborar una visión de una sociedad socialista y liberal que no esté basada en la propiedad privada sino que use el dinero como un vehículo de cambio y los mercados como dispositivos de coordinación. Mantengo el dinero y los mercados porque la alternativa sería caer en alguna clase de control jerárquico, lo cual es, para mí, un escenario aterrador.
Es esencial una transformación profunda de los valores e instituciones para construir un mundo de solidaridad, bienestar y resiliencia ecológica –aquello que llamamos Gran Transición y es más necesario que nunca. En tiempos oscuros, ¿qué bases de esperanza y consejo puedes ofrecer a los compañeros internacionalistas en este momento histórico crítico?
Tenemos las herramientas necesarias para gastar al menos el 5% del PIB global en una Gran Transición que salve el planeta. Técnicamente, sabemos cómo crear un nuevo Bretton Woods, un Green New Deal progresista que destine los recursos para salvar el planeta y crear empleos verdes de calidad a lo largo del globo.
Para lograr un futuro tal, debemos advertir sobre el papel de las fronteras. Parte de la izquierda se mueve desafortunadamente en la creencia de que los migrantes son una amenaza para los trabajadores nacionales. Se trata de un discurso de derechas que es, de hecho, falso. Necesitamos emancipar a los progresistas de la noción de que las fronteras fuertes protegen a la clase obrera. No lo hacen. Son una cicatriz en el rostro de la Tierra, y dañan a los trabajadores por todo el mundo.
Fuente:
Traducción:Roberto Álava