Capital, Fuerza de Trabajo y relaciones de género por Susan Ferguson y David McNally

Fuente: https://elsudamericano.wordpress.com/2023/02/14/capital-fuerza-de-trabajo-y-relaciones-de-genero-por-susan-ferguson-y-david-mcnally/                                                      

Susan Ferguson y David McNally1

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Susan Ferguson

Doctora en Filosofía, profesora asociada de Estudios Contemporáneos y Periodismo en Bratford. Ha publicado diversos trabajos sobre feminismo socialista.

David McNally

Doctor en Filosofía y profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de York, Toronto. Ha escrito ampliamente sobre economía política, marxismo y movimientos sociales.

Lise Vogel

Doctora en Filosofía, veterana de la lucha por los derechos civiles y de liberación de las mujeres, es profesora (jubilada) de Sociología en la Universidad de Rider.

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La vida de los libros es curiosa. Mientras algunos se elevan a las cumbres del éxito sobre una ola de aclamación pública, otros rápidamente se sumergen en la oscuridad. También están aquéllos que desarrollan una larga existencia subterránea, sobreviviendo gracias a los esfuerzos de pequeños grupos de devotos seguidores que divulgan la palabra desafiando el muro del silencio. Ésta última es la historia del libro de Lise Vogel “El marxismo y la opresión de las mujeres. Hacia una teoría unificada”. Publicado por primera vez en 1983, el trabajo de Vogel apareció en un momento de agudo desconcierto en el movimiento feminista socialista, precisamente las coordenadas en las que el libro se había gestado. Tambaleándose bajo los golpes de martillo del neoliberalismo en el ámbito político y la teoría posmoderna en el plano intelectual, y profundamente desorientado por el repliegue de la clase trabajadora, el socialismo y el movimiento de mujeres, el feminismo socialista se aferró desesperadamente a una existencia marginal en los bordes de la vida política e intelectual. Una década antes, un libro como el de Vogel habría sido un pararrayos atractor de enérgicas discusiones y debates. A mediados los años ochenta, sin embargo, apenas fue detectado por el radar cultural.

Pero la sencilla originalidad del texto de Vogel ayudó a nutrir esta supervivencia imperceptible, asegurándose de que no desapareciera totalmente. A pesar de ver la luz en un momento inoportuno, estudiosos del marxismo y del feminismo socialista así como activistas (entre los cuáles se encuentran los que escriben estas páginas) divulgaron la palabra, orientando las lecturas hacia una intervención marxista posiblemente más sofisticada que los debates teóricos lanzados por el feminismo socialista. Hoy día, en pleno resurgir de la lucha anticapitalista y la leve emergencia del pensamiento radical marxista, su republicación parece tan oportuna como obligatoria. A pesar de todo, hay un hambre creciente de trabajo teórico integral que dé cuenta de la diversidad de las formas de opresión en el seno de un análisis anticapitalista general. Con esa finalidad, las claves argumentales que subyacen en “El marxismo y la opresión de las mujeres” ofrecen recursos imprescindibles para el desarrollo riguroso de las teorizaciones materialistas históricas del capitalismo y sobre la opresión de las mujeres.

En primer lugar y ante todo, “El marxismo y la opresión de las mujeres” se distingue por adoptar como punto de partida El Capital de Marx (Volumen I). A decir bien, muchas feministas socialistas ya habían abordado los textos de Marx con ánimo analítico. Sin embargo, frecuentemente los principales puntos de referencia fueron trabajos como La Ideología Alemana o El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado de Engels. A partir de este tipo de textos, el análisis solía derivar en postulados genéricos focalizados en la producción y reproducción social de la vida material. Pero en contadas ocasiones, estas escritoras se atrevieron con el locus del concepto del Marx maduro acerca del modo de producción capitalista concentrado en la obra de su vida: El Capital. Todavía, como Vogel reconoce, ningún marxista serio ha dado cuenta de la opresión de las mujeres en las sociedades capitalistas, a pesar de que parece obligado contar con las categorías centrales de éste acerca del trabajo. Dicho con otras palabras, el método crítico de Marx en El Capital reveló un conjunto de conceptos interrelacionados –mercancía, valor, dinero, capital, fuerza de trabajo, plusvalía…– que fueron diseñados para arrojar luz sobre los profundos procesos estructurales a través de los cuáles el modo de producción capitalista se reproduce a sí mismo. Por lo tanto, mientras el compromiso materialista es loable, las teorizaciones del materialismo histórico más específicas que se desplegaron en El Capital también nos habilitan para abordar un nivel mucho más elevado de claridad conceptual. Al abordar el problema de la opresión de las mujeres desde el conjunto de categorías de El Capital y haciendo de ello algo más que una moda ad hoc, Vogel abrió una dirección renovada en la investigación feminista socialista. Y, a pesar de que su texto no conquista el éxito total de tal empresa, sus logros son, no obstante, considerables. Para poder ver esto, es necesario realizar una breve incursión en el campo de la teorización feminista socialista de la década y media que precedió a la publicación de «El marxismo y la opresión de las mujeres».

Feminismo socialista: trabajo doméstico, teoría posmoderna y reproducción social

Durante los años setenta, el feminismo socialista desarrolló un vigoroso proyecto de investigación tanto a nivel político como teórico. Las feministas socialistas estuvieron profundamente, y en gran parte unidas, por el objetivo de entender la opresión de las mujeres como una relación sociomaterial intrínseca al capitalismo, más que por considerarla un mero producto de actitudes, ideologías y comportamientos. Con este objetivo, se acercaron a las aproximaciones teóricas asociadas a la concepción materialista de la historia de Marx.

Un aspecto crucial en el que el marxismo se diferencia de las teorías “burguesas” de la sociedad es su compromiso con el materialismo, o, para ser más precisos, su compromiso con un corpus teórico basado en las prácticas humanas concretas a través de las cuales la vida sociomaterial se produce y reproduce. Ser marxista implica ahondar en el terreno de lo concreto, en las relaciones históricamente producidas entre las personas y capturar los patrones, las reglas y las contradicciones descarnadas, capturarlas como explicaciones críticas de lo social. Y este fue el enfoque que inspiró la rica e innovadora literatura feminista marxista de los años sesenta y setenta, un cuerpo de trabajos que se desarrolló en diálogo con el ala izquierda del contemporáneo y pujante movimiento radical2 de mujeres. Surgido al final de los sesenta, el debate sobre el trabajo doméstico cristalizó en la búsqueda de los fundamentos sociomateriales de la opresión de las mujeres en los términos y conceptos de la economía política marxiana.

Este debate; los problemas que había que explorar, los caminos mediante los cuales ganó lectores e incluso hizo colapsar su propio marco analítico– son los elementos del escenario en el que hace aparición «El marxismo y la opresión de las mujeres«. A pesar de que Vogel rehúsa poner en práctica estos límites con un cierto nivel de detalle en los capítulos segundo y noveno, creemos que se merece que hagamos una parada para poder sintetizar las pretensiones y trayectoria de este debate.

Antes de que el feminismo identificara el hogar como lugar de opresión de las mujeres, la esfera doméstica ya había sido relacionada con el ámbito de la producción. Sin embargo, hasta 1969 –con la publicación del artículo de Margaret Benston “La economía política de la liberación de las mujeres”– el trabajo de las mujeres en el hogar no fue concebido como objeto de estudio crítico propiamente dicho. La originalidad del texto de Benston reside en su propósito de plantear este trabajo como un trabajo productivo –un proceso o conjunto de actividades de las que depende la reproducción de la sociedad (capitalista).3 En otras palabras, sin el trabajo doméstico los trabajadores no pueden reproducirse a sí mismos, y sin trabajadores, a su vez, el capital no puede reproducirse.

Es difícil exagerar las implicaciones de este movimiento aparentemente tan sencillo. La formulación de Benston introdujo un marco analítico en el que poder situar la experiencia que las feministas de generaciones previas, como Simone de Beauvoir y Betty Friedan, sólo habían podido describir. Armadas con la potencia de este enfoque teórico, durante la siguiente década las feministas socialistas defendieron la teorización del trabajo doméstico como parte integral del modo de producción capitalista. A través de las páginas de “Radical America”, “New Left Review”, la “Review of Radical Political Economics”, “Cambridge Journal of Economics”, “Bulletin of the Conference of Socialist Economists”, y otras publicaciones,4 discutieron los conceptos marxianos de valor de uso y valor de cambio, fuerza de trabajo clase por aquello que debían revelar: el significado económico-político de esas mundanas tareas del hogar que iban desde fregar platos y cocinar, hasta vestir y alimentar a la prole.

Surgieron entonces dos interrogantes fundamentales: ¿el trabajo doméstico produce (plus)valor? ¿Constituye el trabajo doméstico un modo de producción en sí mismo, diferenciado del modo de producción capitalista? Para abordar estas preguntas, Vogel sigue la pista de los esfuerzos de Benston, Peggy Morton y Maria Rosa dalla Costa, y concluye que todas sus contribuciones nos llevan a la siguiente respuesta: “No”. El trabajo doméstico produce valores de uso, no valores de cambio y por lo tanto, no produce directamente plusvalía; y “posiblemente” el trabajo doméstico cuenta con un modo de producción propio, que opera de acuerdo a una lógica pre- o no-capitalista.

Por lo tanto, si el debate del trabajo doméstico despertó interés por el potencial del análisis económico-político marxiano de la opresión de las mujeres, sus conclusiones también subrayaron las marcadas limitaciones que tenía. En 1979, Maxine Molyneaux y Heidi Hartmann, en sendos artículos (publicados en la “New Left Review” y “Capital and Class”, respectivamente) ofrecieron afiladas afirmaciones sobre estos límites. Aludiendo al reduccionismo economicista, funcionalista y la confusión en los niveles de análisis, sentenciaron la muerte del debate sobre el trabajo doméstico. Muchos comentaristas discreparon. A pesar de no renunciar completamente al marxismo, las críticas sembraron la duda acerca de la capacidad de la economía política marxista para ofrecer poco más que una explicación muy limitada de la opresión de las mujeres. Ciertamente, declarar el marxismo como “ciego al sexo” (sex blind) remató el asunto. El “matrimonio” o una esperanzada unión entre marxismo y feminismo llegó a su fin. Una “nueva dirección para los análisis feministas marxistas” sólo podría desarrollarse si los dos movimientos, cada uno a su manera, y al mismo tiempo de manera contradictoria, aprendían a cohabitar respetuosamente.5

A pesar de que el artículo de Hartmann llamaba a realizar un enfoque de tipo “sistema dual” (uno socialista y otro feminista) en lugar de un enfoque feminista socialista, la realidad es que muchas feministas socialistas (incluidas las participantes en el debate sobre el trabajo doméstico) en la práctica ya estaban operando en estos términos. Pero, como atestiguan las contribuciones en respuesta a Hartmann –recogidas en la colección de artículos de 1981, Women & Revolution: A discussion of the Unhappy Marriage of Marxism and Feminism–, la perspectiva dual también flaqueaba. El enfoque del sistema dual, sostuvieron sus críticos, es incapaz de teorizar adecuadamente las razones más allá de estas dos esferas (¿cómo encajan el racismo y el heterosexismo?, preguntaron); tampoco podían explicar convincentemente la naturaleza de la interconexión entre patriarcado y capitalismo. Iris Young sugirió que estos problemas evidenciaban una laguna metodológica fundamental:

“La teoría de los dos sistemas permite al marxismo tradicional mantener prácticamente intactas su teoría de las relaciones de producción, cambio histórico y análisis de la estructura del capitalismo … [y continuar abordando] la cuestión de la opresión de las mujeres como un simple añadido a las principales cuestiones del marxismo”.6

La solución, replicaba, era desarrollar:

Una teoría de las relaciones de producción y de las relaciones sociales de las cuales se derivan y refuerzan estas relaciones que toman las relaciones de género y la situación de las mujeres como elementos nucleares. En lugar de casarse con el marxismo, el feminismo debe apropiarse del marxismo y transformarlo en dicha teoría. Debemos desarrollar un marco de análisis que atienda las relaciones sociales materiales de una formación social e histórica particular como un único sistema en el cual la diferenciación de género sea un atributo esencial.7

Si bien, su propia propuesta sobre cómo podría lograrse tal teoría unitaria de la opresión de las mujeres – a través del análisis de la división del trabajo– decepciona,8 la noción de que las mismas categorías del marxismo podrían re-imaginarse a través del prisma feminista, y su análisis de las relaciones de género integradas dentro de una teoría omnicomprensiva, la “teoría de las relaciones de producción”, abrió una relevante línea de investigación.

La teoría de Young tampoco llegó en un momento propicio. La emergencia del neoliberalismo, [Pinochet 1973] convencionalmente situada en las elecciones de Margaret Thatcher y Ronald Reagan en 1979 y 1980, respectivamente, coincidió con un nuevo periodo de retroceso social de la izquierda y las conquistas laborales y sociales fueron revertidas agresivamente. Desorientados por el periodo de reflujo, muchos grupos de activistas volvieron su mirada hacia el interior, hacia sus métodos de lucha, se concentraron en los retos político-organizativos que las políticas antirracistas y queer implicaban para asumir la unidad y la identidad. La retirada política también produjo debilidades, desafecciones y reorientaciones. Los compromisos con la emancipación y la política revolucionaria parecían entonces cada vez más desfasados y fuera del alcance, en virtud de la fragmentación social y de la cultura consumista que ostentosamente marcaba el sello de una nueva era.

El momento sí fue propicio, en cambio, para la negación de las llamadas “grandes narrativas” que habían marcado como objetivo las teorías posmodernas y postestructuralista. El culto a lo particular se convirtió en el orden del día, la búsqueda de teorías unitarias de cualquier tipo fue torticeramente abandonada como si se tratara de un pintoresco ejercicio de exhumación de fósiles “modernos”.

El feminismo socialista también fue doblegado por los vientos de este cambio político e intelectual. El análisis de Barret del patriarcado como ideología –un poderoso conjunto de ideas precapitalistas capaces de resistir el muy realista empuje que caracteriza al capitalismo– fue crucial en esta consideración.9 El marxismo althusseriano de Barrett parecía un sano corrector de los modelos excesivamente mecanicistas que habían caracterizado al joven feminismo socialista. Pero lo corrigió tanto, que sería engullido por los enfoques post-estructuralistas y posmodernos, y la orientación materialista de la teoría social que había caracterizado al feminismo socialista en las discusiones del trabajo doméstico quedó desplazada. En plena ola de alta teoría postestructuralista, a las académicas de izquierda estas cuestiones a menudo les parecieron irrelevantes, pero no lo fueron para quienes continuaron luchando en sus lugares de trabajo y comunidades por los derechos y libertades de las mujeres. Sin embargo, los círculos de activistas también fueron testigos de una acelerada huida del marxismo al tiempo que las políticas de la identidad se hicieron con el centro del tablero. En este contexto, se convirtió prácticamente en un dogma la renuncia generalizada al marxismo entre universitarios y activistas, y a la economía política marxiana en particular, considerada caduca, y tratada como un marco explicativo desafortunadamente reduccionista e inadecuado para construir una teoría comprensiva de la opresión de las mujeres.

Mientras tanto, los grupos de extrema izquierda insistieron en lo contrario, defendiendo demasiado a menudo las viejas ortodoxias y mostrando una falta de voluntad para reconocer que el materialismo histórico tenía un trabajo real que hacer respecto al análisis de la mujer en la sociedad capitalista.

También hubo destacadas excepciones, particularmente las de aquellos que mantuvieron el compromiso con la economía política marxista a través de la perspectiva de la “reproducción social”. En efecto, es de justicia reconocer que el feminismo marxista desarrollado en el seno del feminismo socialista progresivamente gravitó sus intereses hacia el estudio de la reproducción social macro, en lugar de mantener el foco sobre el trabajo doméstico per se. Ciertamente, el feminismo de la reproducción social se adhiere de forma significativa al espíritu de la propuesta de Young. Comparte la premisa de que la opresión de las mujeres en el capitalismo puede ser explicada en los términos de un marco teórico unitario y materialista. Pero más que localizar las bases de este marco en la división sexual del trabajo (tal como hizo Young), prefirió adoptar como punto de partida el día a día de los procesos de producción y reproducción de la fuerza de trabajo.

El marxismo y la opresión de las mujeres» sería una de las primeras contribuciones a este enfoque. En torno a la misma época, otras feministas socialistas, la mayoría canadienses, se fueron desplazando en la misma dirección que Vogel, pero este libro fue la exploración pionera más robusta y sustentada teóricamente respecto a la arquitectura conceptual de El Capital de Marx.[10] A pesar de que Vogel reconoce que una aproximación de este tipo no pretendía explicar todos los aspectos de la opresión de las mujeres bajo el capitalismo, sí que establece una base sociomaterial firme para entender esta opresión.[11] Así fue como el feminismo socialista se recuperó de la preocupación exclusiva respecto a las ideas, al tiempo que sorteaba las dificultades metodológicas de los primeros debates sobre el trabajo doméstico y de las teorías de los sistemas duales. Al hacerlo, estableció los parámetros de una teoría de la opresión de las mujeres bajo el capitalismo que aspiraba a ser materialista pero también histórica.

Reelaborando a Marx, teorizando la producción y la reproducción de fuerza de trabajo.

El marxismo y la opresión de las mujeres” lleva un subtítulo significativo: hacia una teoría unificada. Este subtítulo vincula el proyecto de Vogel con la búsqueda del feminismo socialista de una concepción teórica integrada y única que dé cuenta tanto de la opresión de las mujeres como del modo de producción capitalista. Más que injertar un enfoque marxista de la opresión de género en el seno del análisis marxiano del capitalismo –huyendo del eclecticismo metodológico que plagaba la teoría de los dos sistemas–, Vogel se propone extender y expandir el logro conceptual de las categorías clave de El Capital así como explicar rigurosamente las causas de la opresión de las mujeres. Pero hacer esto implica, sin género de dudas, acercarse a El Capital de una forma antidoctrinal, acentuando su espíritu científico y abordarlo como un programa de investigación que invita al desarrollo de sus conceptos centrales. La búsqueda de Vogel de la teoría unificada no solamente hace esto sino que también sondea las carencias teóricas en El Capital, lugares donde el texto guarda un llamativo silencio cuando se requería –en efecto, debería hacer–12. “El marxismo y la opresión de las mujeres”, por lo tanto, impulsa la innovación lógica del propio marco conceptual hacia conclusiones que eludieron tanto el autor como generaciones de lectores posteriores.

Para ver a dónde quiere llegar Vogel, es quizá útil seguir el curso del argumento de Marx en El Capital, seguir la pista de aquellos pasajes donde aborda lo que Vogel identifica como la clave del problema –la reproducción biológica, social y generacional de la fuerza de trabajo– así como aquellos lugares donde inoportunos silencios señalan aspectos que deben ser explorados en relación con esta cuestión.

El capitalismo y su mercancía especial

Un momento cumbre del drama de El Capital sucede cuando la mercancía que sostiene el conjunto del modo de producción de plusvalía –la fuerza de trabajo humana– hace su aparición. Cuando todas las miradas se ciernen sobre esa “mercancía especial”13 descubrimos la pista clave del misterio del capital: sólo cuando enormes masas de población están a disposición y son empujadas forzosamente hacia el mercado de trabajo para buscar los medios de vida, vendiendo sus capacidades laborales por un salario, es cuando el proceso sistemático de acumulación de capital puede despegar. El capital, en otras palabras, “surge únicamente donde el poseedor de medios de producción y de existencia encuentra en el mercado al trabajador libre como vendedor de su fuerza de trabajo, y esta condición histórica envuelve toda una historia universal”.14

Habiendo identificado la fuerza de trabajo como el eje sobre el cual el sistema entero gira, Marx declara: “Veamos ahora más de cerca esta mercancía peculiar: la fuerza de trabajo. Como todas las mercancías, posee un valor. ¿Cómo se determina este valor?”.15 Esta cuestión y cómo el valor de la fuerza de trabajo se determina ha alimentado importantes controversias entre estudiosos del marxismo y también ha preocupado a muchas teóricas feministas socialistas. Pero, si seguimos a Marx demasiado rápido aquí, corremos el riesgo de equivocarnos al plantear con idéntico énfasis –lo cual para nuestro propósito, es importante– la siguiente pregunta: ¿cómo esta mercancía especial se produce y reproduce a sí misma? Aunque Marx percibe la existencia de un problema, no captura la esencia de la cuestión.

La revisión del cuerpo crítico implica interrumpir el argumento de Marx justo en este momento y formular la siguiente pregunta: ¿Cuáles son las condiciones de posibilidad de esta “mercancía peculiar”, la fuerza de trabajo, la pieza esencial de la economía capitalista? ¿Cuál es la naturaleza del proceso social a través del cual, la fuerza de trabajo se autoproduce? La respuesta de Vogel es decisiva: “la fuerza de trabajo… no se produce de forma capitalista”. Se produce y reproduce en una unidad familiar, en “la familia de clase trabajadora”.16 Poner el foco sobre la familia obrera no es en sí mismo una aportación original. La innovación de Vogel reside en el rol social que adscribe a la familia de clase obrera (organizada a su vez sobre las bases de la diferencia de género y edad) y en la manera en que lo analiza.

Para identificar la familia de clase obrera como lugar social de producción/reproducción de la peculiar mercancía fuerza de trabajo, Vogel prioriza el análisis de la relación estructural que la vincula a la reproducción del capital, en lugar de la estructura interna y las dinámicas que caracterizan la familiar. Está claro que otras teóricas feministas ya habían abordado la relación entre la familia obrera y el capital a través de la reproducción de la fuerza de trabajo. Pero la mayoría de estas críticas concluyeron, erróneamente, que, dado que el trabajo doméstico produce fuerza de trabajo que crea valor y plusvalor para el capital, también el doméstico tenía que ser una forma de trabajo generador de valor.17 Vogel capta ágilmente el fallo argumental: el trabajo en el hogar no está mercantilizado: produce valores de uso, pero no mercancías cuya venta realice la plusvalía para el capitalista. También esto había sido detectado, pero a diferencia de las teorías del trabajo doméstico, la apreciación de Vogel de esta realidad no la lleva a argumentar que la base sociomaterial de la opresión de las mujeres se encuentre en las relaciones de género que se producen en el seno del hogar.

Aunque la familia sea fundamental, el elemento esencial de la opresión de las mujeres en las sociedades capitalistas no es el trabajo doméstico de las mujeres al servicio de hombres y niños, por muy opresivo y alienante que puede llegar a ser. Más bien, la clave está en el significado social que tiene el trabajo doméstico para el capital, el hecho de que la producción y reproducción de la fuerza de trabajo sea esencial, condición y precondición de la dinámica del sistema capitalista –haciendo posible la reproducción del capitalismo. Y este proceso social no tiene porqué realizarse estrictamente en el seno del hogar –orfanatos públicos y privados, por ejemplo, también asumen la responsabilidad de reproducir fuerza de trabajo. El hecho de que se trate de un asunto abrumadora y fundamentalmente doméstico y privado, de acuerdo con el hecho biofísico de que la procreación y la lactancia requiere cuerpos sexuados de mujer, explica por qué existen, en primer lugar, las presiones hacia el hogar para conformar desiguales normas de género. Las raíces socio-materiales de la opresión de las mujeres tienen más que ver con la reproducción del capital que con las relaciones estructurales del hogar: el capital y el Estado tienen que ser capaces de regular la capacidad biológica de las mujeres para producir la siguiente generación de trabajadores.18

Es importante destacar que este planteamiento no tiene porqué ser “funcionalista”. El razonamiento no requiere que el capitalismo “cree” la familia nuclear heterosexual con esta finalidad. La cuestión clave, es que la forma familiar preexistía al capitalismo y fue defendida por una clase obrera ansiosa de preservar sus lazos familiares. Dichos vínculos serían reforzados y modificados en parte por las políticas sociales y en parte por la acción de los Estados capitalistas (discutiremos ambas cuestiones en la siguiente sección).

A través de complejos y, a menudo contradictorios, procesos sociales, la forma familiar compatible con la reproducción privatizada de fuerza de trabajo fue preservada y adaptada al nuevo orden de género burgués.

En un momento posterior del razonamiento, Vogel nos brinda una base materialista e histórica para entender la persistencia de las formas familiares de género a lo largo del tiempo y del espacio del modo de producción capitalista. Desde esta perspectiva, la naturaleza del debate feminista marxista se transforma. El marco de análisis adecuado no es el hogar en sí mismo; la unidad doméstica ahora será teorizada en relación con la reproducción del capital. Al mismo tiempo, la especificidad del trabajo en el hogar se mantiene, en lugar de equipararse a la mercantilización y a la producción de valor que caracterizan el proceso de trabajo.

Esta perspectiva localiza la opresión de las mujeres en las sociedades capitalistas en las relaciones centrales del modo de producción capitalista. Con el fin de separar la producción y reproducción actual y futura de suministros de fuerza de trabajo, el capitalismo requiere mecanismos institucionalizados a través de los cuáles ejercer el control sobre la reproducción biológica, formas familiares, la crianza de la prole y el mantenimiento del orden de género. A pesar de que las relaciones hombre-mujer en el hogar pueden expresar y socialmente reproducir un orden de género donde el masculino es dominante, esta ubicación no permite cubrir la totalidad de las opresiones a las que se ven sometidas las mujeres. En efecto, debido al rol estratégico de los hogares privados como (en principio) lugares para la producción y reproducción de la fuerza de trabajo, se deduciría que las familias monoparentales o lideradas por la mujer, o hogares con dos o más mujeres a la cabeza, serían también parte de la matriz de opresión de género. Más bien, el rol estratégico que tiene la privacidad del hogar familiar es (en principio) un lugar de producción y reproducción de fuerza de trabajo, está en la base del liderazgo femenino en las familias monoparentales. Estos hogares también forman parte de la opresiva matriz de género, aunque sean hogares conformados por dos o más mujeres. Es decir, el orden de género capitalista se apoya estructuralmente, no en un patriarcado transhistórico o en un modo de producción doméstico separado, sino en la articulación social entera del modo de producción capitalista y los hogares de la clase trabajadora, una articulación vital para la producción y reproducción de la fuerza de trabajo.19

Una vez localizados los aspectos innovadores de Vogel respecto al análisis de Marx, regresaremos a El Capital para señalar la manera en que Vogel confronta las lagunas lógicas del texto de Marx.

La familia de clase obrera y la reproducción generacional de fuerza de trabajo

Marx no ignora la necesidad del capital de renovar el suministro de fuerza de trabajo. En su lugar, él la inserta en su teoría del salario. Comenzando con la cuestión del valor de la mercancía fuerza de trabajo, que se expresa en el salario, Marx nos dice que no es una mera cuestión de reproducción directa de la masa de trabajadores. Al fin y al cabo:

“El propietario de la fuerza de trabajo es mortal. Así, pues, para que su presencia en el mercado sea continua, como presupone la transformación continua de dinero en capital, el vendedor de la fuerza de trabajo tiene que eternizarse “como se perpetúa todo ser viviente, por la procreación”. Las fuerzas de trabajo sustraídas al mercado por el desgaste y la muerte tienen que ser sustituidas continuamente al menos por un número igual de fuerzas nuevas de trabajo. Así, pues, la suma de los medios de subsistencia necesarios para la producción de la fuerza de trabajo incluye los medios de subsistencia de los sustitutos, es decir, de los hijos de los obreros, de suerte que esta raza especial de poseedores singulares de mercancías pueda perpetuarse en el mercado.20

Aquí sin embargo, encontramos un problema: más allá de la procreación, Marx guarda un destacado silencio acerca del proceso mediante el cual la siguiente generación de “la raza de propietarios de esta peculiar mercancía” crece. En su lugar, más que teorizar las relaciones sociales y prácticas a través de las cuales los futuros trabajadores asalariados son producidos, Marx lo remite a un simple naturalismo, enseñándonos que cuando se trata de “la conservación y reproducción de la clase obrera”, los capitalistas pueden “confiar tranquilamente el cumplimiento de esta condición al instinto de conservación y de reproducción de los obreros”.21

Está claro que no resuelve el problema acerca de cómo la procreación, el instinto de autoconservación y propagación están organizados en el seno de formas socioculturales de vida. Y estas formas no pueden darse por dadas como podría sugerir una teoría naturalista, desde el momento en que son socio-históricamente creadas y reproducidas. No existe, dicho en otras palabras, una reproducción y mantenimiento de la prole y los trabajadores adultos fuera de las formas de vida socialmente institucionalizadas. En la época de Marx, como en la nuestra, hay unidades predominantemente domésticas conocidas como familias. Aquí, sin embargo, nos encontramos otro problema, Marx sostuvo que el modo de producción capitalista estaba destruyendo la familia de clase obrera. Su análisis, en este aspecto, es sesudo y de vez en cuando, visionario, como veremos. Pero en ningún momento reconoce que la destrucción de la familia de clase obrera podría significar la eliminación de ese espacio social en el que la reproducción y reproducción de fuerza de trabajo tiene lugar. El resultado es que no detecta el carácter contradictorio del desarrollo del capitalismo en este aspecto. Si la familia basada en los vínculos de parentesco es un lugar clave para la reproducción y producción de fuerza de trabajo, entonces, la dinámica económica del capitalismo que la dinamita debe ser profundamente problemática para el capital en su conjunto. Yendo más allá, Marx se percató sensiblemente de los efectos destructivos del capital en los hogares de la clase obrera, El Capital desborda indignación en el ex cursus sobre el trabajo infantil, así como el trabajo femenino. Y los dañinos efectos domésticos de este fenómeno fueron destacados a menudo, como en la siguiente observación:

“El trabajo de las mujeres y de los niños fue la primera palabra de la aplicación capitalista de la maquinaria. Este poderoso sustituto de trabajo y de obreros se transformó en un medio para aumentar el número de asalariados, colocando a todos los miembros de la familia obrera, sin distinción de sexo ni edad, bajo el dominio inmediato del capital. El trabajo forzado al servicio del capitalista usurpó no sólo el lugar de los juegos infantiles, sino también trabajo libre dentro de la esfera doméstica, dentro de los límites morales, para la propia familia.”22

En una nota al pie del pasaje anterior, Marx observa más allá: “el capital usurpa en su propio provecho hasta el trabajo familiar necesario para el consumo”.23

Estos pasajes son dignos de atención por la manera en que Marx da cuenta de la realidad del trabajo doméstico, describiéndolo como “trabajo independiente en el hogar”, y “trabajo familiar necesario para consumir”. Aquí se encuentra a punto de identificar el problema de cómo la producción y reproducción (no capitalista) de la mercancía especial localizada en el corazón del capitalismo se asegura. De haber confrontado esta cuestión directamente, se habría visto obligado a dar cuenta de la contradicción que arroja su propia afirmación de que la industrialización, la maquinaria y el crecimiento del trabajo femenino y el trabajo infantil estaba debilitando la familia de clase obrera. De ser cierta esta crítica, entonces resultaría problemática respecto al reconocimiento de algunas instituciones sociales, como la familia basada en el parentesco, es esencial para la reproducción de una clase obrera asalariada. En otro pasaje veremos un reconocimiento parcial de Marx de las dimensiones de género de estas cuestiones:

“Como en la familia hay ciertas funciones, por ejemplo, la de atender y amamantar a los niños, que no pueden suprimirse por completo, las madres confiscadas por el capital tienen que contratar en mayor o menor medida sustitutas. Los trabajos requeridos por el consumo familiar, tales como coser, remendar, etcétera, tienen que ser sustituidos mediante la adquisición de mercancías terminadas. Así, pues, al gasto disminuido de trabajo doméstico corresponde un gasto aumentado de dinero. Por tanto, los gastos de producción de la familia obrera aumentan y compensan el mayor ingreso. A eso se suma que se hacen imposibles la economía y la conveniencia en el consumo y la preparación de los medios de subsistencia.”24

Aquí Marx, efectivamente, plantea la cuestión de la diferencia biológica –no el embarazo y el parto, sobre los cuáles no habla– pero sí de la “lactancia y la alimentación”. Al hacerlo, tácitamente reconoce que el trabajo de producir a la siguiente generación tiene un carácter de género distintivo basado en la diferencia biológica. Esto, por supuesto, abre paso a la pregunta de porqué las mujeres experimentan formas singulares de opresión en las sociedades capitalistas. Y en este punto, Vogel hace una construcción crítica argumentando que la organización social de la diferencia biológica constituye una precondición material para la construcción de las diferencias de género.25

Mientras los hombres bien pueden asumir algunos de los trabajos domésticos asociados con la crianza y el mantenimiento del hogar, hay procesos cruciales para los cuales ellos no están biológicamente equipados. Aquí, sin embargo, tenemos que ser muy precisos. Quien dicta la opresión de las mujeres no es la biología per se, sino la dependencia del capital de los procesos biológicos que son específicos de las mujeres –embarazo, parto y lactancia– para poder asegurar la reproducción de la clase trabajadora. Aquí está lo que induce al capital y al Estado a controlar y regular la reproducción femenina y lo que les impele a reforzar un orden de género masculino dominante. Y este hecho social, en relación con la diferencia biológica, comprende la fundación sobre la cual la opresión de las mujeres se organiza en la sociedad capitalista.26

El análisis de Vogel en este aspecto, se ajusta estrechamente a la lógica de El Capital. Que Marx no prosiguiera esta línea argumental parece obedecer a dos razones. Una es la clara tendencia en sus escritos a tratar las relaciones hombre-mujer como naturales y no sociales.27 La otra razón es su excitación ante la perspectiva de que la clase obrera fuera liberada (destructivamente) de las formas familiares patriarcales. Esta perspectiva emerge con claridad tanto en La ideología alemana (1846) como en el Manifiesto Comunista (1848). Mientras en el primer texto argumenta que la familia proletaria está siendo “realmente abolida”, en el Manifiesto insiste en que “debido a la acción de la industria moderna, todos los lazos familiares se hacen añicos”.28

El Capital continúa la línea de los primeros textos sobre la cuestión. Además, Marx insiste en que la disolución de la familia de clase obrera, tan aplastante como es, prepara el camino para una forma más progresiva:

“Por espantosa y repugnante que parezca la disolución de la vieja familia dentro del sistema capitalista, no es menos cierto que la gran industria, al asignar a la mujer, al adolescente y al niño de ambos sexos un papel decisivo en los procesos socialmente organizados de la producción, trascendiendo así la esfera doméstica, crea las nuevas bases económicas de una forma superior de familia y de las relaciones entre los sexos. Tan necio es, naturalmente, considerar absoluta la forma cristiano-germánica de la familia como la forma de la antigua Roma, de la antigua Grecia o del antiguo Oriente, que, además, constituyen entre sí una serie histórica progresiva. También es evidente que la composición del personal obrero combinado, en el que entran individuos de ambos sexos y de las más diversas edades, aunque en su forma espontáneamente brutal, capitalista, donde el obrero existe en función del proceso de producción y no del proceso de producción para el operario, sea una fuente pestífera de corrupción y esclavitud, bajo las condiciones adecuadas ha de convertirse, por el contrario, en fuente de desarrollo humano.29

La visión de una nueva y “superior” forma de relaciones entre mujeres y hombres, adultos y niños es inspiradora. Pero también está basada en una falsa premisa: que el desarrollo capitalista inevitablemente conjura la desintegración de la familia de clase obrera. De hecho, Marx falló al captar el significado global de los movimientos legislativos acordados, particularmente, durante el periodo victoriano en Gran Bretaña, para restablecer las diferencias de género y reforzar la familia de clase obrera. Las comisiones parlamentarias se dieron cuenta, aquí particularmente, en el Informe de la Comisión de Trabajo Infantil (en dos partes) y de la Ley de minas de carbón (ambas de 1842). Informes como estos, espolearon reformas legislativas orientadas a limitar las horas de trabajo infantil y a restringir el trabajo femenino. Combinado con la legislación que creaba la escolarización obligatoria de niños, el Estado se comprometió a registrar las tasas de mortalidad infantil y juvenil, a “educar” a los niños en las habilidades y docilidad apropiadas para el capitalismo industrial y a reforzar la división del trabajo según género que reintrodujo la identificación de las mujeres con la esfera doméstica. (Es interesante, a este respecto, que el trabajo en las minas fuera restringido, mientras que el, más frecuentemente oneroso, servicio doméstico, permaneció intacto).

El pánico moral acompañó todos estos procesos, incluida una narración alarmista acerca de las mujeres con pantalones, trabajadoras del subsuelo con picos y palas que coincidieron con la legislación que vetaba a mujeres y niñas el estruendoso trabajo en las minas.

A lo largo del período victoriano, por lo tanto, el Estado persiguió la reconstitución de la familia de clase obrera mediante nuevas restricciones al trabajo femenino y al trabajo infantil, y reforzar el orden de género, la responsabilidad del Estado sobre la educación pública de la juventud, atravesada por una reforma sanitaria y de la salud, gran parte de la cual fue promovida mediante el miedo a la suciedad, las incivilizadas hordas de clase obrera, en el hogar, en las colonias, y el miedo a las mujeres de clase obrera, a las transgresoras en particular.30

Por supuesto, la gente de clase obrera también clamó para defender sus hogares y sus redes familiares, en este sentido, inconscientemente, aceleraron las reformas que a largo plazo fueron de interés para el capital –restricciones al trabajo infantil, presiones para el trabajo familiar masculino– y que también reforzaron el orden de género dominante.31 Como resultado, la participación femenina en el trabajo asalariado se estabilizó en torno al 25% y a lo largo del siglo XIX el trabajo infantil se redujo.32 La descomposición de la familia de clase obrera no sólo se detuvo, sino que se revirtió.

Es instructivo que Marx fallara a la hora de captar esto y continuara creyendo que la familia obrera se estaba disolviendo. Esto es en parte un síntoma de haber dado por asegurado lo que no podía dar por asumido –que los recambios de la fuerza de trabajo serían invariablemente reproducidos tanto generacional como socialmente, y que los suministros ya existentes se reproducirían diariamente, no sólo en las cantidades adecuadas, sino con las “habilidades” y “aptitudes” apropiadas. A pesar de sus propias observaciones acerca de los efectos destructivos de la industrialización capitalista sobre las familias proletarias, Marx continuó cayendo en un ingenuo enfoque naturalista en el que, respecto a la reproducción de la clase trabajadora, el capital podía “confiar tranquilamente el cumplimiento de esta condición al instinto de conservación y de reproducción de los obreros”.

Tal como hemos visto, a pesar de que la propia lógica dialéctica de Marx invita a realizar el tipo de enmiendas que propone Vogel, igual que la reproducción de capital, la reproducción de la fuerza de trabajo también requiere de un enfoque crítico y social. Pero no es posible hacerlo sin una teorización de la preocupación biológica, social, diaria y generacional de la fuerza de trabajo y de la organización social de la diferencia que implican en una sociedad capitalista. En resumen, las relaciones internas entre género, familia y el modo de producir capitalista deben ser tratadas si queremos entender la opresión de género en el capitalismo de modo que engarce con la estructura conceptual de El Capital.

Críticos y críticas

Como hemos indicado El marxismo y la opresión de las mujeres apenas repercutió en los círculos feministas y marxistas tras su publicación. La única respuesta académica de relevancia que recibió fue de Johanna Brenner, autora de uno de los trabajos socialistas feministas más importantes de los años 2000.33

Para Brenner, el libro de Vogel es destacable como contribución a la historiografía radical, particularmente en la recuperación de la tradición marxista en la “cuestión de la mujer” y para situarla dentro del contexto político del primer movimiento socialista. Vogel, sugiere Brenner, extiende nuestro entendimiento de las raíces de la teoría de los dos sistemas, rastreándolas en los clásicos de Bebel y Engels, mientras identifica un enfoque de la “reproducción social” alternativo derivado del trabajo del Marx maduro. Brenner está menos impresionada, sin embargo, por las innovaciones teóricas de Vogel, sugiriendo que su marco de reproducción social falla al no dar tratamiento adecuado de los conflictos entre hombres y mujeres, especialmente en lo que respecta al rol activo de los hombres en la institucionalización y mantenimiento de la opresión de género. Esto conduce, argumenta Brenner, a que el argumento de Vogel pase por alto cuestiones clave para el feminismo socialista acerca de por qué los hombres “casi universalmente” ejercen el poder sobre las mujeres en el ámbito del sistema familiar.34

Brenner atribuye este fallo al “elevado nivel de abstracción y generalidad” del análisis de Vogel.

“Una teoría ‘unitaria’ debería especificar al menos cómo la estructura de clases marca los límites dentro de los cuales las clases subalternas organizan las familias y hogares y cómo estos términos están alineados de tal manera que fomentan el sistema familiar de ‘dominación masculina’. Como proyecto, continua, implica mirar más allá de la ‘base material’ de la sociedad, hacia las estructuras políticas e ideológicas que comprenden la jerarquía de género. Carente de este aspecto, Vogel únicamente ofrece un estudio preliminar de la teoría de la reproducción social.”35

Los comentarios de Brenner, aquí, son instructivos para graduar hasta qué punto articulan el problema que Vogel se ha propuesto resolver: el establecimiento de una base teórica inicial de la reproducción social, del capital y el género indispensable para una teoría unitaria, en contraposición a una perspectiva dualista o meramente descriptiva. Brenner, en efecto, está en lo cierto cuando dice que Vogel no trata de teorizar el ejercicio masculino del poder en el seno del hogar per se, o de ofrecer un enfoque histórico de su desarrollo. En su lugar, el interés de Vogel es analizar las relaciones fundamentales del capitalismo que parecen requerir un sistema familiar basado en relaciones masculinas de dominación en un orden de género. Tal como ella lo expone:

“es la responsabilidad del trabajo doméstico necesario para la reproducción social del capitalismo –y no la división sexual del trabajo o la familia «la que materialmente fundamenta la perpetuación de la opresión de las mujeres y la desigualdad en la sociedad capitalista.”36

A diferencia de la mayoría del pensamiento feminista, especialmente después del giro lingüístico en la teoría social, Vogel pretende descifrar los fundamentos sociomateriales del sistema del hogar basado en la opresión femenina. Con este fin, explora el camino a través del cual las dinámicas específicamente capitalistas establecidas definen límites al rango de instituciones y prácticas de reproducción posibles. Identificando la contradictoria necesidad del capital de explotar y renovar la fuerza de trabajo –y considerando, bajo esta luz, la relación necesariamente diferenciada de los hombres y las mujeres (o cuerpos sexuados masculinos y cuerpos sexuados femeninos) respecto a los aspectos procreativos y de crianza de estas prácticas–, Vogel identifica la dinámica sociomaterial del sistema capitalista que tiende a reproducir tales formas familiares patriarcales que han atravesado los espacios y los tiempos del mundo capitalista.

Por supuesto, aquí estamos hablando de una tendencia, no de una ley de hierro. El hecho de que la reproducción social es, y debe ser, realizada a través de individuos de carne y hueso inmersos en los imperativos del capitalismo no significa que ninguna o todas las formas familiares estén funcionalmente determinadas. Las tradiciones culturales, y las luchas sociales también moldean el rango de las modalidades de hogar disponibles. Pero, al identificar el problema clave de la necesidad bajo el capitalismo, de un lugar social que biológica y socialmente reproduzca fuerza de trabajo, el análisis de Vogel nos permite entender porqué las sociedades capitalistas, a pesar de la amplia gama de historias diferentes, han reproducido repetidamente formas familiares patriarcales. Similarmente, también ofrece una manera de entender porqué las formas domésticas pueden cambiar de forma significativa tales como el crecimiento del reconocimiento legal y aceptación de los matrimonios del mismo sexo y los hogares, así como la madre soltera o el padre soltero cabeza de familia, sin que la opresión de la mujer sea eliminada. Por mucho que las clases dominantes se resistan a la relajación de las normas de género y costumbres sexuales, estos cambios no socavan necesariamente la generación de responsabilidades fundamentales respecto al nacimiento, nutrición y crecimiento de los niños pequeños. De esta manera, Vogel de hecho pone “el estadio preliminar” de una teoría de la reproducción social que conecta lógicamente la opresión de las mujeres a las funciones esenciales del modo de producción capitalista.37 Más que una debilidad de su trabajo, esta es, tal como hemos argumentado anteriormente, un singular logro de “El marxismo y la opresión de las mujeres”.

Trabajando con la arquitectura conceptual de El Capital, Vogel no solo abre una muy fértil línea de investigación en el materialismo histórico; también supera notables debilidades del primer feminismo socialista. En particular, como hemos visto, refuta lúcidamente la defectuosa proclama de que el trabajo no pagado en el hogar produce valor y plusvalía. Al mismo tiempo, sin embargo, Vogel cae en la trampa de argumentar que el trabajo doméstico es un componente del trabajo necesario en el sentido con el que Marx utilizó el término en El Capital.38 Aquí yerra, como más tarde reconoció en un artículo de los 2000 en Science & Society (reimpreso como apéndice de este libro). Vogel estuvo, por supuesto, en lo cierto respecto a que el trabajo de producción y reproducción de la generación actual y futura de asalariados es socialmente necesario para el capital. Pero el término “trabajo necesario” tiene un sentido mucho más restringido para Marx en su teoría del valor –y de la plusvalía–: Marx se refiere al trabajo que es un coste necesario para el capital, el trabajo que debe ser pagado (en salarios) del fondo del capital.39 Por esto, Marx se refiere a los salarios como capital variable. Hay mucho más trabajo impagado, trabajo – que no tiene que ser pagado por el capital– que es necesario para la reproducción de una sociedad capitalista. Y el capital está, en efecto, enormemente asistido por el hecho de que los niños nazcan, se críen, alimenten, amen y eduquen en unidades basadas en el parentesco, así como los adultos se reproducen física, psicológica y socialmente allí. Mas los capitales individuales aquí se benefician de una práctica social que no forma parte de de ninguno de sus costes necesarios.40 Aquí, por lo tanto, no hay tasa de explotación, porque estas prácticas no están mercantilizadas (producen valores de uso pero no valor), y porque no hay un coste estructural directo para el capital.

La corrección posterior de Vogel de este aspecto es una importante clarificación que los lectores deberían tener en cuenta cuando lean el texto. También es importante recordar el espíritu crítico y científico que guía “El marxismo y la opresión de las mujeres” y que hace de él un trabajo susceptible de ser renovado, extendido y desarrollado.

Nuevas agendas: interseccionalidad, feminismo materialista, reproducción social y la larga búsqueda de la teoría unitaria

Como hemos observado, “El marxismo y la opresión de las mujeres” aparece en el momento más inhóspito, justo cuando los socialistas, la clase trabajadora y los movimientos sociales radicales estaban empezando a replegarse bajo la arremetida de la ofensiva neoliberal. Este contexto nuevo y hostil supuso un fuerte obstáculo para el florecimiento vigoroso de las teorías y prácticas del feminismo socialista. Con el paso de los años, las agendas políticas e intelectuales cambiaron, el inflexible marxismo preocupado por la opresión de género fue relegado a los museos de la la teoría “moderna”. Sucedió en un momento en el que el giro lingüístico, que estaba calentando motores desde hacía décadas, arrasó en ciencias sociales y humanidades, y también dejó su huella en parte de la izquierda. En un reduccionismo tan evidente como el practicado por cualquier materialismo vulgar, el lenguaje y el discurso se convirtieron en el determinante de las fuerzas de la vida social.41 Las identidades construidas discursivamente devinieron el foco del análisis político, mientras que las preocupaciones por el trabajo y las prácticas humanas concretas fueron deshonestamente apartadas de una forma tan pintoresca como delirante.

Inevitablemente, quizá, mientras las duras realidades del género, la raza y la clase persistieron, así como el militarismo imperialista se intensificó, notablemente durante la primera ‘Guerra del Golfo’, las teorías del discurso enrarecieron sus abstracciones y su total alejamiento de la intervención política produjo una contrarreacción. Los teóricos comprometidos con la crítica materialista conjuntamente con las políticas emancipadoras no tardaron en lanzar respuestas teóricas para neutralizar las constricciones de las “teorías post”. Los inicios de los años 1990 fueron testigos de momentos clave de esta reacción, ampliamente iniciada bajo la bandera del feminismo negro y del feminismo materialista.42

El feminismo negro, en particular, condujo la agenda que dio origen al marco teórico conocido como “interseccionalidad”, que rápidamente se convirtió en el principal punto de referencia de un amplio rango de debates teóricos. Este enfoque estaba profundamente enraizado en la experiencia de las organizaciones feministas socialistas de las mujeres afroamericanas, donde destacaría Combahee River Collective formado en Boston en 1974, donde la académica y activista Barbara Smith jugó un papel central. Comprometidas en campañas alrededor de los derechos reproductivos, la abolición de las prisiones, la violación, los derechos para las lesbianas, la esterilización forzosa y muchas más, el colectivo de Combahee River e iniciativas similares de organizaciones feministas negras, tenían poco tiempo para la reducción de la política en discurso. Los cuerpos, especialmente los cuerpos con raza y género de las mujeres negras de clase obrera, fueron el aspecto central de su teoría y práctica.43 Con la emergencia del feminismo negro, la perspectiva interseccional sostuvo una permanente orientación materialista, pero extendiéndola y modificándola respecto a los primeros materialismos.44

Patricia Hill Collins, quizá la más prolífica y aclamada feminista de esta tradición, perspicazmente desarrolló el argumento de W.E.B Du Bois según el cual las jerarquías sociales de razas, clase y nación codeterminaban las realidades político-económicas de la población negra en EE.UU. Llamaron la atención sobre “la matriz de dominación” que abarcaba la raza, la clase y el género.45 Esta perspectiva abordó un problema central que se había extendido tanto entre las teorías de los sistemas duales como en las perspectivas de las políticas identitarias: aclarar las interrelaciones entre las diferentes dimensiones de la experiencia social y las instituciones y prácticas que las moldean. Del mismo modo que gran parte de esta perspectiva inicial reconoció la conexión entre, digamos, sexismo y racismo, o clase y heterosexismo, prestaron poca atención a la operativa de la totalidad dentro de la cual estas relaciones están internamente conectadas. Explicar teóricamente estas conexiones se convirtió en el rasgo distintivo de la interseccionalidad.

La interseccionalidad estaba inspirada en un importante trabajo de documentación empírica acerca de cómo la opresión es vivida de forma no compartimentada y a menudo contradictoria. Esta orientación empírica fue al mismo tiempo su fuerza y su debilidad. Por una parte, al llamar la atención sobre la experiencia de la opresión, estos estudios reinsertaron las personas, agentes humanos, en el análisis de la historia y la vida social. Además, esta aproximación entendió la experiencia como algo socialmente determinado de manera no reduccionista, en el sentido que se trata de procesos complejos y contradictorios de la determinación y organización social. Por otra parte, como Johanna Brenner señaló, mucho del trabajo de esta tradición se limita a hacer una mera descripción y exposición de las dinámicas de situaciones sociales específicas, explorando cómo una situación social moldea la experiencia y la identidad, mientras que, a menudo, fallan a la hora de preguntar cómo estas situaciones eran producidas y sostenidas en y a través de un sistema de poder social. Las relaciones sociales de dominación (del capitalismo racista y patriarcal), en otras palabras, estaban infra-teorizadas.46

Esto se debe en parte a que, al desplegar la metáfora espacial de la intersección, la perspectiva interseccional tiende a ver cada modo de dominación como un vector diferente de poder que se cruza (intersecciona) con otros. Pero, tomando cada vector de poder como dado previa e independientemente (con anterioridad a la intersección),este enfoque lucha para aprehender la co-constitución de cada relación social en y a través de otras relaciones de poder.47

Coincidiendo con la emergencia de la interseccionalidad como paradigma poderoso, dentro de la teoría feminista surgió el desarrollo del feminismo materialista. Reaccionando contra el giro lingüístico, Rosemary Hennessy y otras insistieron en regresar a la teoría y práctica feminista de los espacios extra-lingüísticos de los cuerpos, las necesidades, las relaciones de clase, sexualidad y los afectos.48 El resultado es un potente cuerpo de trabajos que reabre las preocupaciones del primer feminismo socialista y rehabilita el enfoque materialista histórico para entender la opresión de género. Además, como las feministas negras, las teorías realizadas desde esta perspectiva han desarrollado un importante análisis de la opresión sexual, incluso si simplemente señalaron la necesidad de una auténtica teoría integral del capitalismo y sus múltiples opresiones.

El feminismo de la reproducción social, tal como se ha desarrollado en los años posteriores a la publicación de “El marxismo y la opresión de las mujeres” a menudo tampoco alcanzó a elaborar una visión integral de las relaciones co-constitutivas de clase, género, sexualidad y raza. A pesar del objetivo declarado de desarrollar una teoría unitaria, enunciado de forma muy prometedora por su compromiso con un abanico de concepciones no economicistas del trabajo, muchas de ellas acabaron abrazando los análisis de los sistemas duales o un descriptivismo ateórico.49 Estas tendencias son posiblemente, un legado de lo que Humani Bannerji ha identificado como la influencia estructuralista en la economía política del feminismo socialista. Aunque las feministas de la reproducción social partieron del concepto de trabajo, muy a menudo tendieron a conceptualizarlo como una cosa, operando dentro de otra cosa o estructura (e.g. la economía, el hogar o la comunidad). Igual que el enfoque positivista, Bannerji considera que se pierde el sentido de la historia, de los procesos constitutivos a través de los cuales se conforman las relaciones estructurales, y de los sujetos en esta historia en particular. Como resultado, muchas feministas socialistas crearon “una infranqueable grieta entre el yo, la cultura y la experiencia, y el mundo en el que emergen y tienen poco que decir acerca de la subjetividad política.”50 Esta es una de las razones, sugiere Bannerji, por las que se produce un profundo silencio acerca del racismo en el feminismo de la reproducción social de los años 1980 y 1990. Habiendo fallado en aprehender el complejo y contradictorio proceso mediante el cual las múltiples dimensiones de la vida social crean un todo integrado y dinámico, buena parte del pensamiento feminista marxista vaciló cuando tenía que teorizar la totalidad social en toda su diversidad.

Pero una línea de investigación más reciente dentro de la perspectiva del feminismo de la reproducción social es más prometedora al acercarse a estas categorías analíticas –trabajo, economía, hogares y demás– como procesos más que como cosas. En la medida en que tenga éxito, esta perspectiva abre la posibilidad de una lectura genuinamente materialista histórica de las relaciones sociales de poder, una que identifique las condiciones bajo las cuales, la raza, el género la sexualidad y la clase son (co)reproducidos, transformados y potencialmente revolucionados. Isabella Bakker, Stephen Gill, Cindi Katz y David Camfield han contribuido a esta re-configuración del marco de trabajo de la reproducción social.51 Más que presentar estructuras donde los sujetos únicamente actúan según la lógica sistémica de sus posiciones sociales, su trabajo concibe lo social como un conjunto de prácticas del pasado y del presente, que comprenden un sistema de relaciones estructuradas que la gente experimenta, reproduce y transforma continuamente. Esta actividad transformadora es entendida como trabajo, definido en términos generales. El mundo, como señala Camfield, es significativamente el producto del trabajo reproductivo de la gente –o, como Bakker y Gill enfatizan, lo que Gramsci llamaría “trabajo”.52

Posicionando el trabajo, concebido como actividad práctica, sensorial y consciente, en el punto de partida del análisis (en lugar de las estructuras o las funciones), estos teóricos reconstruyeron la visión central de Vogel, sin el caduco estructural-funcionalismo. La noción según la cual la producción y la reproducción de la fuerza de trabajo es en realidad un proceso desarrollado por personas situadas socialmente, reintroduce en el marco de análisis la agencia y, en última instancia, la historia. Esto también incorpora los cuerpos en la ecuación. Y, mientras los feminismos de la reproducción social, comenzando con Vogel, han dado mucho peso a la naturaleza biofísica de los cuerpos (trabajadores) – particularmente, cómo o por qué importan la capacidad biológica de las mujeres para dar a luz y amamantar niños– no han tenido que hacer un gran esfuerzo para pensar a través del cuerpo (trabajador) racializado. Ferguson sugiere un aspecto potencial desde el cual comenzar esta discusión: interrogándose sobre el lugar que ocupan los cuerpos en un mundo jerarquizado por el capitalismo, como proponen en líneas similares Luxton juntamente con Bakker y Silvey.53 Aunque todavía queda mucho por hacer para forjar un marco de la reproducción social que dé cuenta completamente del género, la raza y otras relaciones sociales, la concepción central de sujetos (trabajadores) (re)productores en los trabajos más recientes ofrece un prometedor comienzo.

Los interesantes análisis materialistas históricos de la raza y la sexualidad ofrecen otro estimulante punto de partida con el cual podemos volver a desarrollar un marxismo renovado capaz de aprehender lo social como “la síntesis de múltiples determinaciones, por lo tanto, unidad de lo diverso”.54 Mientras no sea posible tratar con estas literaturas aproximándonos a un modelo integral, puede ser útil marcar algunas fuentes y direcciones clave.

Respecto al análisis de la raza y de la opresión racial, además de la literatura del feminismo negro citada anteriormente, está el importante trabajo de David Roediger sobre “los salarios de raza blanca” (wages of whiteness). También adoptando a W.E.B. Du Bois como punto de partida, estos estudios han contribuido enormemente a entender las apuestas psicológicas que muchos trabajadores blancos hacen en identidades raciales y estructuras de poder.55 En sintonía con las recientes y excelentes orientaciones teóricas del trabajo en la teoría de la reproducción social, estos análisis reintroducen la población de clase trabajadora como agentes de construcción (y de destrucción) de la raza y el racismo. En una vertiente similar, aunque desde un ángulo de abordaje profundamente diferente, el trabajo de la historiadora Robin D.G. Kelley ha documentado profusamente los aspectos de la constitución de la clase media trabajadora negra en Estados Unidos, incluida la dimensión de género, y el camino a través del cual esta experiencia ha implicado la producción político-cultural de duraderos “sueños de libertad”.56 Reconociendo que la experiencia del género, la raza y la clase son siempre mutuamente vividas, o co-constituidas. Kelley también ha prestado una estrecha atención al desarrollo de una “nueva clase obrera urbana multiétnica” en EE.UU., analizando la interconexión de los diversos aspectos de la experiencia social en la sociedad capitalista.57

Igualmente prometedora es la vibrante emergencia de investigaciones marxistas sobre sexualidad, y lo queer, particularmente los estudios que examinan las tensiones de clase implicadas en la formación de identidades queer a través de los procesos socioculturales de mercantilización. Relacionado con la formación de la identidad sexual de amplios procesos sociales de acumulación de capital, en espacios racializados y afectados por el género, estos estudios se interrogan acerca de la dialéctica de la clase, la sexualidad, la raza y el género de formas sutiles y provocadoras.58 Al hacerlo, están realizando contribuciones indispensables al desarrollo del robusto materialismo histórico del capitalismo tardío en el que la sexualidad y la opresión sexual se posicionan como funciones esenciales de cualquier teoría unitaria viable acerca de la sociedad capitalista.

Ninguno de estos desarrollos teóricos, puede acoplarse entre sí de manera productiva al margen de una teoría social dialéctica. Y mientras, muchos teóricos han estado trabajando en este área, pocos han sido más efectivos que Himani Bannerji a la hora de realizar el trabajo de campo de un “marxismo antirracista y feminista”. Partiendo de la noción fie experiencia, como hace E. P. Thompson en su discusión de la formación de la clase obrera,59 Bannerji desarrolla un análisis dialéctico y multidimensional centrado en el concepto de mediación. La ventaja de este concepto reside en su insistencia en la “experiencia inmediata del mundo”, que siempre está social e históricamente mediada.60 Como resultado de ello, cada “momento” de la experiencia social está previamente refractado a través de, o mediado por, otros momentos. Más que tratar de aprehender las diferentes relaciones sociales que se encuentran en la intersección, este enfoque propone un “análisis relacional e integral” diseñado para construir teóricamente “una visión formada y mediada por la práctica social”.61 Bannerji sugiere que este tipo de aproximación metodológica es simultáneamente deconstructiva –desmontando la totalidad para localizar los diferentes momentos del todo– y dialécticamente reconstructiva: “En el mejor de los casos es un análisis relacional e integrador que requiere un método deconstructivo para desplegar el proceso de mediación. Puede tanto desmontar y volver a reunir –de un modo no agregativo– un acontecimiento o una experiencia dentro de un contexto más amplio, recurriendo a una teoría materialista de la conciencia, la cultura y la política.62

Al plantear que ninguna de las categorías de la experiencia social está libre de inflexiones, refracciones y que todas están constituidas en y a través de otras, esta perspectiva entiende la totalidad social siempre como una unidad de diferencias (y frecuentes antagonismos). Así, puede dar cuenta de las diferentes mediaciones sociales de la vida social y de su compleja unidad, la verdadera tarea que Marx describió cuando se vio abocado a capturar lo concreto como “la síntesis de muchas determinaciones”, y, por lo tanto, “la unidad de lo diverso”.

Como proyecto sólo puede ser inacabado. Queda pendiente todavía una tarea central del materialismo histórico: desarrollar un mapa conceptual de lo real con todos sus complejos y contradictorios procesos de transformación. Y esto es imposible sin una teoría de la producción y reproducción en curso, de la totalidad social. Esta fue la gran innovación de Marx, la de capturar los caminos a través de los cuáles la producción y la reproducción de la fuerza de trabajo –y las historias de desposesión y expropiación que implican–, es el gran secreto para entender la totalidad de los procesos del capital. Colocando este secreto en el centro del análisis de “El marxismo y la opresión de las mujeres” y relacionándolo con las actividades reproductivas específicamente femeninas de los hogares de la clase trabajadora, Lise Vogel extendió críticamente el proyecto de Marx e hizo una indispensable contribución al conocimiento de las formas de género de la reproducción social del capital. Queda mucho trabajo por hacer en este sentido, pero no debería disuadirnos de apropiarnos y desarrollar las tesis más poderosas de este trabajo.

***

NOTAS:

1. Introducción a la edición de Historical Materialism de “El marxismo y la opresión de las mujeres”. Marxism and the Oppression of Women. Toward a Unitary Theory. Lise Vogel (2013). Chicago: Haymarket Books

NOTA: Las citas de Marx de El Capital se han extraído de la traducción de Vicente Romano García en la edición de Akal (1976). Las citas de los “Grundrisse” proceden de la traducción de José Aricó, Miguel Murmis y Pedro Scarón para la edición de Siglo XXI (1998)

Traducido por Isabel Benítez Romero. Barcelona. Diciembre 2016

2. A pesar de que no existe una línea clara y definida que distinga el feminismo socialista del feminismo marxista, éste último tiende a identificarse a sí mismo de forma explícita con el materialismo histórico y la crítica de Marx de la economía política. Es en este sentido con el que utilizamos el término.

3. Hubo, sin embargo, una ambigüedad calculada: es el trabajo doméstico una actividad de producción humana indispensable para la vida social, o es también directamente productiva para el capital? El disenso alrededor de esta cuestión configuró un importante debate feminista socialista.

4 Hartmann, H (1981) The Unhappy Marriage of Marxism and Feminism. Pp 34-35, nota 10 proporciona una visión de conjunto bastante comprensible de las contribuciones más allá de la discusión de Vogel. Ver también Luxton, M. (2006) Feminist Political Economy in Canada and the Politics of Social Reproduction, en Bezanson y Luxton (eds) de 2006, p. 43, nota 14.

5. Luxton, M (2006) Feminist Political Economy in Canada and the Politics of Social Reproduction, en Bezanson y Luxton, M (2006), pp. 2-3

6. Young (1981), Beyond the Unhappy Marriage: A Critique of the Dual System Theory, en Sargent (ed) 1981, p. 49

7Íbíd. p. 50

8. Como Vogel señala, su propio análisis en última instancia “amenaza con recrear el fuerte dualismo que precisamente que desea evitar”, Vogel (1983) Marxism and the Oppression of Women: Toward a Unitary Theory. New Brunswick, New Jersey: Rutgers Univerversity Press, p. 192, nota 4.

9. Para una crítica de la historiografía de Barret, ver Brenner y Ramas (1984) Rethinking Women’s Oppresion, New Left Review, 1, 144: 40-7

10. Ver Ferguson, S. (1999) Building on the Strenghts of the Socialist Feminist Tradition, Critical Sociology, 25, 1: 1-15 para una revisión de otros trabajos que exploraron y desarrollaron el paradigma feminista de la reproducción social a comienzos de los años 1980.

11. Vogel, L. (1983) p.138

12. Vogel sugiere (Vogel, 1983, p. 62) que las omisiones de Marx en esta área fluyen desde su tendencia a naturalizar una división del trabajo histórica y específica. Esta observación forma parte de este relato. Además, como veremos, la perspectiva de Marx puede estar sesgada por su creencia en la desintegración irreversible de la familia de clase obrera.

13 Marx, 1976, p. 270 [Akal: Libro I, Sección Segunda, Capítulo IV, p. 229]

14.Marx, 1976, p. 274 [Akal: Libro I, Sección Segunda, Capítulo IV, p. 228-229]

15Ibíd.

16. Vogel, L. (1983), pp. 151, 170. Otras abordaron, por supuesto, este problema antes que la aparición del texto de Vogel. Ver, por ejemplo, Seccombe, W. (1974) The Housewife and Her Labour Under Capitalism, “New Left Review”, 83: 3-24; Quick, P. (1977) The Class Nature of Women’s Oppression, en “Review of Radical Political Economics”, 9, 3: 42-53; y Giménez (1978) Structuralist Marxism on “The Woman Question”, “Science and Society”42, 3: 301-23. Pero no tenemos constancia de ningún análisis previo al de Vogel que haya explorado esta cuestión con la sistematicidad y su grado de relación con el volumen I de El Capital.

17. Esta noción errónea fue promovida por Dalla Costa y James (1972), The Power of Women and the Subversion of the Community. Bristol: Falling Wall Press; Gardiner (1976), The Political Economy of Domestic Labour in Capitalist Society, en Barker y Allen (eds). 1976; y Humphries, J. (1977) Class Struggle and the Persistence of the Working Class Family, en “Cambridge Journal of Economics”, 1: 241-58; entre otras. Ha sido repetida recientemente por Hensman, R. (2011), Revisiting the Domestic-Labour Debate: An Indian Perspective“Historical Materialism”, 19, 3: 3-28, pp.7-10.

18. Puede ser útil pensar la contribución de Vogel en lo siguientes términos: al enfocar la precondición social del proceso de trabajo bajo el capitalismo –la reproducción de la fuerza de trabajo– pone en primer plano la relación entre las mujeres y el capital, sugiriendo que esta relación entre hombres y mujeres debe entenderse en este contexto histórico, y no ahistóricamente, como un fenómeno transhistórico y universal.

19. Otras instituciones sociales, especialmente las escuelas, también desarrollan un papel muy importante aquí. Pero los hogares privados siguen siendo el principal eje que sostiene la producción y reproducción biológica y social de fuerza de trabajo.

20. Marx, K. (1976) [1867], p. 275 [Akal: Libro I, Tomo I. Sección 2. cap IV, pp. 230-1]

21Ibíd. p. 517 [Akal: Libro I, Tomo II. Sección 4. cap XXIII, p.110]

22Ibídem, p. 517 [Akal: Libro I, Tomo II. Sección 4. cap XXIII, p.110]

23Ibídem, p. 517 [Akal: Libro I, Tomo II. Sección 4. cap XXIII, p.111 nota pie 120]

24Ibídem, p. 517 [Akal: Libro I, Tomo II. Sección 4. cap XXIII, p.112 nota pie 121]

25. Vogel, L. (1983), p. 142

26. Destacar que este orden de género no requiere que todas las mujeres paran. Más bien, implica relaciones de género en las cuáles la responsabilidad social de la procreación y crecimiento de la siguiente generación es codificada como femenina. En este aspecto, ver también Armstrong and Armstrong, (1983), “Beyond Sexless and Classless Sex: Towards Feminist Marxism”, “Studies in Political Economy”, 10: 7-43.

27. Vogel, L (1983), p. 62

28. Marx and Engels 1975a [1845], The German Ideology p.180; and Marx and Engels, 1973[1848], The Manifesto of the Communist Party, p. 84

29. Marx, 1976 [1867]. p. 517 [Akal: Libro I, Tomo II. pp. 232-3]

30. Ver McClintock (1995), pp 114-18, quien también explora la dimensión psicoanalítica de este tipo de alertas de género (gender-panic). [no incluida en la bibliografía final, posiblemente Imperial Leather: Race, Gender and Sexuality in the Colonial Contest]

31. Ver Clark (1995), The Struggle for the Breeches. Gender and the Making of the British Working Class. Berkeley CA: University of California Press. Para una discusión profunda de estos procesos, ver Humphries (1977), ‘Class struggle and the persistence of the working-class family’ (1977) 1 (3): 241-258; y Laslett and Brenner (1989), ‘Gender and Social Reproduction: Historical Perspectives’, “Annual Review of Sociology”, Vol. 15 (1989), pp. 381-404

32. Humphries (1977) ‘Class Struggle and the Persistence of the Working Class Family’, “Cambridge Journal of Economics”, 1:241-58, p. 251.

33. Brenner (2000). Women and the Politics of Class, NY: “Monthly Review Press”. Como indicio más claro del desprecio académico al libro de Vogel, destacar que no se merece ni una mención en el impresionante trabajo de investigación del materialismo histórico acerca de las relaciones de género realizado en Haug 2005. Brenner, J. (1984), p. 699. ‘Marxist Theory and the Woman Question’, “Contemporary Sociology”, vol. 13, n.° 6, 1984, pp. 698-700. Brenner critica correctamente a Vogel por su estrecha revisión global de la “cuestión de la mujer” en la tradición socialista, señalando que se equivoca al comprometerse con el trabajo tanto de la anarquista Emma Goldman o la bolchevique Alexandra Kollontai.

34Ibíd.

35. Vogel, L. (1983), p. 170.

36. Fue desafortunada la posterior apropiación de Vogel de la noción hiperabstracta de “Teoría” acuñada por Althusser, noción descontaminada de lo empírico con el objetivo de explicar su procedimiento teorético en El marxismo y la opresión de las mujeres (ver Vogel 2000). Desde nuestro punto de vista, hubiera sido más productivo entender el procedimiento de Vogel mediante el establecimiento de las condiciones de posibilidad de las formas familiares y del orden de género en la sociedad capitalista.

37. Vogel, L. (1983). pp. 152-4. El mismo error aparece en Hensman (2011), Revisiting the Domestic-Labour Debate: An Indian Perspective, “Historical Materialism”, 19 (3): 3-28 January 2011, p. 8.

38. Por descontado, como hemos visto, estos salarios deben ser adecuados para ayudar al mantenimiento de la producción de la siguiente generación de trabajadores. Pero el coste necesario para el capital es el pagado directamente a los trabajadores que participan directamente en el proceso de producción.

39. Por supuesto, algunos de estos costes pueden ser reclamados por el Estado mediante la imposición de impuestos sobre los beneficios. Estamos abstrayendo este problema aquí y no afecta al argumento acerca de la tasa de explotación.

40. Por supuesto, algunos de estos costes pueden ser reclamados por el Estado mediante la imposición de impuestos sobre los beneficios. Estamos abstrayendo este problema aquí y no afecta al argumento acerca de la tasa de explotación.

41. Para un ejemplo del tratamiento marxista de estos desarrollos, ver Jameson (1972), The Prison House of Language, Princeton: Princeton University Press; Palmer (1990), Descent into Discourse, Philadelphia: Temple University Press; Hennessy (1993), Materialist Feminism and the Politics of Discourse, New York, Routledge; y McNally (2001), Bodies of Meaning, Studies on Language, Labor and Liberation, Albany, NY: State University of New York Press.

42. Ver por ejemplo, Collins (1992), Race, Class and Gender; y Collins (1993), Toward a New Vision: Race, Class, and Gender as Categories of Analysis and Connection; Smith (1993), Writings on Race, Gender and Freedom: The Truth That Never Hurts; Hennessy (1993), Materialist Feminism and the Politics of Discourse; y MacLean (1993).

43. Es importante reconocer la influencia de los trabajos pioneros de “Sexo, raza y clase” de Selma James de 1975; y el de Angela Davis “Mujeres, raza y clase” de 1981.

44. Hubo también, por supuesto, posiciones feministas negras que giraron este trabajo en caminos más posmodernos. El trabajo de Bell Hooks es bastante indicativo de esto, aunque Hooks regresó periódicamente a esas preocupaciones pasadas de moda y no postmodernas que tenían que ver con la clase social. Ver, por ejemplo, Hooks (2000), Where We Stand: Class Matters. New York: Routledge

45 Ver Collins, P. (1993), ‘Toward a New Vision: Race, Class, and Gender as Categories of Analysis and Connection’, Race, Sex & Class, 1, 1: 25-45; Collins, P. (1998) 1998, ‘The tie that binds: race, gender, and US violence’, Ethnic and Racial Studies, 21, 5: 918-38; Collins, P. & Anderson, M. (eds.) (1992), Race, Class and Gender: An Anthology, Belmont, CA: Wadsworth Publishing.

46. Brenner, J. (ed) (2000), Women and the Politics of Class, New York: “Monthly Review Press”.

47. Regresamos en este aspecto de la discusión al importante trabajo de Himani Bannerji.

48. Hennessy, (1993); Landy and MacLean (1993), Materialist Feminisms; Hennessy and Ingraham (1997), Materialist Feminism: A Reader in Class, Difference and Women’s Lives.

49. Ejemplos de la reversión en teorías de sistema dual y descriptivas son discutidas en Ferguson (1999), Building on the Strenghts of the Socialist Feminist Tradition, “Critical Sociology”, 25, 1: 1-15

50. Bannerji (1995), Thinking Throught: Essays on Feminism, Marxism and Anti-Racism. p. 80. Como hemos indicado, Vogel más tarde abraza, a través de Althusser, una peculiar noción de “Teoría” descontaminada de datos empíricos, comete el mismo error (ver Vogel, 2000).

51. Ver Katz ( 2001), Vagabond Capitalism and the Necessity of Social Reproduction, Antipode”, 33. 709-38; Camfield (2002), Beyond Adding on Gender and Class: Revisiting Marxism and Feminism, “Studies in Political Economy”, 68:37-54; y Bakker y Gill (2003), Power, Production and Social Reproduction, Houndsmills, Baingstoke: Palgrave Macmillan. Como hemos señalado previamente, este trabajo sería estrechamente realizado en y a través del enfoque dialéctico a la experiencia desarrollado por Bannerji.

52. Como una perspectiva no necesita involucrar el mero voluntarismo humanista. Si los humanos son entendidos a sí mismos como parte de la naturaleza, como cuerpos concretos capaces de hacer historia, entonces la noción de la producción mundial permanece enmarañada en lo natural y lo biológico, al tiempo que la transforma. En este aspecto, ver McNally (2001).

53. Ferguson (2008); Luxton (2006) pp. 38-40; Bakker and Silvey (2008), Introduction: ‘Social Reproduction and Global Transformations – From Everyday to the Global’, en Beyond States and Markets: The Challenges of Social Reproduction, New York: Routledge, p.6.

54. Marx, K. (1973b) [1857] p. 101 Grundrisse. [Siglo XXI Ed.: p. 21]

55. Ver Roediger (1991), The Wages of Whiteness: Race and the Making of the American Working Class; Roediger (1994), Toward the Abolition of Whiteness: Essays on Race, Politics and Working Class History; Roediger (2008), How Race Survived US History: From Settlement and Slavery to the Obama Phenomenon; e Ignatiev (1995), How the Irish Became White. Para un texto fundacional, ver Du Bois, 1998, Black Reconstruction in America 1860-1880. En nuestra opinión, un trabajo como este puede y debe ser complementado con los importantes estudios académicos marxistas sobre racismo y control social del tipo de los desarrollados por Allen (1994), The Invention of the White Race: Volume One, Racial Oppressions and Social Control; Allen (1997), The Invention of the White Race: Volume Two, The Origins of Racial Oppression in Anglo-America.

56. Kelley (1990), Hammer and Hoe: Alabama Communist and the Great Depression; Kelley (1994), Race RebelsCulture, Politics and the Black Radical Imagination; 2002, Freedom Dreams: The Black Radical Imagination.

57. Kelley (1997), Yo’ Mama’s Disfunktional: Fighting the Culture Wars in Urban America, Boston: Beacon Press.

58. Hennessy (2000), Profit and Pleasure: Sexual Identities in Late Capitalism, New York: Routledge; Sears (2005), Queer Anti-Capitalism: What’s Left of Lesbian and Gay Liberation?“Science and Society”, 69,1:92-112; Floyd (2009), The Reification of Desire: Toward a Queer Marxism, Minneapolis: University of Minnesota Press. Para trabajos iniciales, ver Smith (1983), Home Girls: A Black Feminist Anthology; Kinsman (1987), The regulation of Desire: Sexuality in Canada. Montreal: Black Rose Books.

59. Thompson, E.P. (1963). La formación de la clase obrera en Inglaterra, (Capitan Swing). La noción de experiencia de Bannerji es muy deudora del trabajo de Dorothy Smith. Ver Smith (1987)

60. La clásica discusión, está en Hegel, 1977 [1807]. La fenomenología del espíritu. Capítulo I.

61. Bannerji, H. (1995) Thinking Through: Essays on Feminism, Marxism and Anti Racism, Toronto: Women’s Press, p. 67.

62. Ibíd.

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