Capital ficticio: ¿Acumulación sin producción? por Tania Rojas

El Sudamericano                                                                                                         22/10/25

CEMEES | Octubre 2025

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El capitalismo es un sistema económico basado en la producción y la acumulación de valor por parte de agentes privados, ya sean empresas o individuos. En términos generales, este proceso funciona de la siguiente manera. Una persona o empresa realiza una inversión para contratar trabajadores asalariados y adquirir medios de producción como maquinaria y materias primas. Con estos elementos se pone en marcha el proceso productivo, en el que el trabajo transforma los insumos adquiridos en una nueva mercancía, por ejemplo, zapatos. El resultado de este proceso no solo es un producto con una forma física distinta, los zapatos, sino una mercancía con un valor total mayor al de los insumos y salarios utilizados en su producción. Cuando los zapatos se venden en el mercado, ese valor acrecentado toma la forma de dinero, que en cantidad es mayor a la inversión inicial. Esto es, la empresa recupera lo invertido y además obtiene una suma adicional de dinero como ganancia.

Dado que todos los elementos del proceso de trabajo, incluida la fuerza de trabajo, fueron adquiridos por quien realizó la inversión inicial, el producto final y el dinero obtenido por su venta le pertenecen a este. La ganancia así obtenida le permite expandir su negocio, lo que significa que la reinvierte con el objetivo de volver a incrementar su inversión, es decir, su capital.

Todo este recorrido es lo que Marx denomina el “circuito del capital industrial”, expresado por la fórmula D–M–D′. Esta fórmula sintetiza la lógica del capital: dinero que se invierte para convertirse en más dinero. Es precisamente este incremento continuo lo que impulsa al capital a ponerse en movimiento una y otra vez, repitiendo cíclicamente la inversión, la producción de mercancías con mayor valor y su venta.

En la práctica, no obstante, el circuito del capital se presenta de forma fragmentada. Las distintas fases del circuito se separan, se independizan como actividades especializadas que, al ser vistas de forma aislada, dan lugar a formas diferenciadas de circulación del capital.

Por ejemplo, un sector de empresas se dedica exclusivamente a la venta de mercancías. En estos casos, la ganancia parece surgir de comprar barato y vender caro. Sin embargo, ese excedente no representa una ganancia autónoma, sino que corresponde a una parte del plusvalor generado en la producción que el capitalista industrial transfiere al comerciante al venderle las mercancías por debajo del precio al que serán revendidas. Esta redistribución de valor es necesaria, pues la acumulación no puede completarse si las mercancías no se convierten nuevamente en dinero.

Ocurre algo similar con otro sector de los negocios, dedicado exclusivamente a la administración del dinero. En este caso, la ganancia proviene de prestar dinero a cambio de un interés. Para los capitalistas que prestan dinero, el recorrido de su capital se presenta de forma abreviada como D–D′, es decir, dinero que se transforma directamente en más dinero. Desde su punto de vista, el proceso intermedio de producción y circulación desaparece, como si el dinero produjera más dinero por sí mismo.

No obstante, también en este caso, el dinero adicional que obtienen los prestamistas en forma de interés proviene de una redistribución del valor previamente generado en la producción. Si el préstamo se destina a la inversión, el interés es una parte del plusvalor que los productores transfieren a sus acreedores. Si se destina al consumo, el interés se descuenta de los salarios, que a su vez se extraen del valor total creado en el proceso productivo.

Aunque estas formas diferenciadas del capital parecen operar por separado, en realidad forman parte de un mismo proceso. Sin embargo, su articulación y coexistencia distan de ser armónicas. En lugar de funcionar como partes coordinadas de un sistema, cada una actúa de forma autónoma, pero guiada por el mismo fin: incrementar su capital. Esa finalidad común las pone en competencia directa, dando lugar a una dinámica en la que cada fracción busca expandirse y desplazar a las demás por todos los medios posibles. Este enfrentamiento constante entre capitales produce una acumulación cada vez más acelerada y concentrada.

La concentración y centralización del capital han alcanzado hoy tal magnitud que enormes masas de dinero no encuentran salida rápida e inundan los principales centros financieros del mundo. Sin embargo, la producción, único ámbito donde el capital realmente se valoriza, no puede desarrollarse al ritmo que exige esta creciente sobreacumulación. Ante este límite, el capital busca superar el obstáculo que representa la producción, generando formas de acumulación desligadas del proceso productivo, que buscan eludir sus tiempos, riesgos y restricciones.

Una de las expresiones más claras de esta tendencia es el capital ficticio, que aparece como una alternativa rápida, lucrativa e irrestricta frente al problema de la sobreacumulación del capital. Este tipo de capital se presenta bajo la forma de títulos de deuda, como los bonos y las acciones. Estos títulos de deuda certifican que su poseedor recibirá pagos periódicos en el futuro, además del reembolso de la deuda en la fecha de vencimiento. No obstante, estos títulos de deuda pueden comprarse y venderse en los mercados financieros como si fueran una mercancía más.

Esto sucede a través de un mecanismo que se conoce como “capitalización”, que consiste en asignar un precio de mercado a estas promesas de pago futuro. Este precio se calcula en función de cuánto habría que invertir hoy para obtener ese mismo ingreso, según la tasa de interés promedio vigente. Si un bono promete pagar 100 pesos anuales de manera indefinida, y la tasa de interés es del cinco por ciento, su precio en el mercado rondará los dos mil pesos, pues ésa es la suma de dinero que, invertida a una tasa del cinco por ciento, generaría el mismo ingreso anual.

La mercantilización de estas promesas de pago juega un papel un tanto necesario en el sistema capitalista. Por ejemplo, si una empresa o individuo necesita dinero de forma imprevista, y posee riqueza pero en la forma de estos títulos, en lugar de tener que esperar a recibir esos ingresos en el futuro, puede venderlos y transformarlos hoy en dinero. Pero, quien compra estos activos no necesariamente lo hace para conservarlos y gozar de su derecho a recibir pagos periódicos por el tiempo especificado, sino para especular con su precio y revenderlo cuando éste sea más alto. Esto sucedería si la tasa de interés cayera, ya que entonces un bono en circulación se volvería más valioso al ofrecer un rendimiento superior al de los bonos recién emitidos a una tasa menor.

De este modo, la ganancia ya no proviene del ingreso que representa el bono, sino del cambio en su precio, el cual se mueve de forma independiente al valor que dichos títulos representan. Se trata, pues, de una forma de valorización especulativa, derivada de la compraventa de activos financieros, sin necesidad, aparente, de atravesar los riesgos y plazos propios de la inversión productiva.

En la actualidad, prácticamente cualquier tipo de deuda puede ser transada como una mercancía, y los mercados donde circulan estos productos están estrechamente integrados con el sistema crediticio. Dado que muchas veces la especulación resulta más atractiva, el sistema crediticio asigna cada vez más recursos a la especulación financiera. Con todo, este juego especulativo no genera nuevo valor; solo redistribuye el valor previamente extraído de la producción y que ahora se acumula y se resiste a permanecer ocioso en los centros financieros. Tarde o temprano, los precios inflados de estos activos regresan a su valor real. Este ajuste suele ser abrupto y generalmente ocurre cuando alguien no puede pagar su deuda, incumple el pago y demuestra que esa promesa carece de valor real, provocando el colapso del sistema. Cuando el capital ficticio se desvanece, lo que permanece como base fundamental de la riqueza es el trabajo humano, de donde brota todo el valor y toda la riqueza de la sociedad.

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Referencias

Marx, K. (1999). El Capital: Crítica de la economía política. Volumen 1 (W. Roces, trad.). Fondo de Cultura Económica.

Marx, K. (2006). El Capital: Crítica de la economía política. Tomo II, Volumen 4: El proceso de circulación del capital (P. Scaron, trad.). Siglo XXI Editores.

Basu, D. (2021). The Logic of Capital: An Introduction to Marxist Economic Theory. Cambridge: Cambridge University Press.

 

 

 

 

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