Fuente: https://www.wsws.org/es/articles/2022/02/28/pers-f28.html?pk_campaign=newsletter&pk_kwd=wsws Tom Hall 01.03.22
La campaña contra el director ruso Valeri Guérguiev: histeria de clase media al servicio de la guerra
Después del inicio de la invasión rusa de Ucrania y tras meses de incansable propaganda militarista por parte de los Gobiernos y la prensa corporativa occidentales, está en marcha una campaña chauvinista antirrusa en EE.UU. y Europa occidental. Han puesto en la mira a los músicos, conductores y cantantes rusos.
El jueves por la noche, la gerencia de Carnegie Hall en la ciudad de Nueva York anunció que el aclamado director ruso Valeri Guérguiev no dirigirá la Orquesta Filarmónica de Viena en el famoso establecimiento el viernes. La gerencia también canceló el concierto del respetado pianista Denis Matsuev, que tenía programado tocar el concierto para piano no.2 de Serguéi Rajmáninov.
Guérguiev, de 68 años, es una de las figuras más destacadas y respetadas del mundo de la música clásica en la actualidad, un área en la cual los artistas rusos y exsoviéticos han sobresalido. Su carrera internacional comenzó durante la guerra fría con un concierto en Reino Unido en 1985, cuando el Gobierno de Reagan llevaba al extremo las tensiones con la Unión Soviética. Hace un cuarto de siglo, Guérguiev fue nombrado el principal director visitante de la Ópera Metropolitana de Nueva York.
No se ofreció ninguna explicación para su eliminación del programa, pero se llevó a cabo claramente como represalia por su apoyo al presidente ruso Vladímir Putin, a quien Guérguiev conoció en San Petesburgo en los años noventa, después de la disolución de la URSS. Evidentemente, había protestas planeadas frente al Cargenie Hall durante su concierto, lo que hizo que la gerencia se doblegara a la presión. El New York Times, uno de los principales difusores de propaganda de la CIA, reportó la cancelación con una satisfacción cínica. No describió a Guérguiev como músico, sino como un agente de la política de “poder blando” de Rusia, “un embajador cultural” que “ha construido una carrera internacional ocupada mientras mantiene lazos profundos con el Estado ruso”.
Los otros compromisos internacionales de Guérguiev también se han visto amenazados y el futuro de su carrera internacional está siendo sometido a un juramento de lealtad moderno. La ópera La Scala de Milán amenazó con cancelar su concierto el 5 de marzo si Guérguiev no denuncia públicamente la invasión rus de Ucrania. El alcalde de Múnich le dio tres días para hacer tal declaración y ser expulsado como director de la Orquesta Filarmónica de Múnich. Róterdam presuntamente también está considerando cancelar un Festival Guérguiev en septiembre.
Esta campaña es asombrosamente hipócrita. Huelga decir que ninguna figura de la música estadounidense jamás ha sufrido represalias por apoyar las guerras en Serbia, Afganistán, Irak, Siria, Libia… y la lista continúa. El Times y el Partido Demócrata tampoco están intentando reconciliar su apoyo a prohibir las apariciones de músicos rusos con su oposición al boicot de intelectuales y académicos israelíes por la opresión de dicho país contra los palestinos y sus repetidas atrocidades masivas en la diminuta Franja de Gaza.
Se está haciendo la afirmación de que Guérguiev no está siendo atacado por ser ruso, sino por su respaldo a Putin. ¿Debería ponerse fin a la carrera de todos los músicos, artistas o científicos estadounidenses que han visitado la Casa Blanca o servido en algún panel asesor cultural o científico por los vastos crímenes del Gobierno estadounidense? ¿Son responsables todas las celebridades de Hollywood que apoyaron públicamente a Barack Obama por sus “Martes de Terrorismo” en las que el mandatario y otros oficiales revisaban las “listas de asesinato” para posibles ataques con drones?
Muchos otros músicos clásicos rusos se están enfrentando a amenazas similares y la campaña incluso se ha expandido más allá de individuos con vínculos a Putin, abarcando la música y cultura rusas en general. El concurso de Eurovisión anunció que no aceptará participantes de Rusia este año, alegando que la presencia de músicos nacidos en ese país “desprestigiará la competición”. Varias orquestas han comenzado a eliminar las obras de Piotr Chaikovski y otros compositores rusos que fallecieron hace un siglo o más antes de que comenzara la guerra en Ucrania.
Este espectáculo repugnante es el producto de la fiebre de guerra azuzada por el Gobierno estadounidense con la ayuda de una prensa capitalista sumisa, incluyendo el New York Times, el Washington Post y otros pilares que alguna vez se hicieron pasar como el liberalismo estadounidense.
Esta campaña de promoción del odio antirruso tiene poco apoyo popular. Se centra en gran medida en sectores de la clase media privilegiada. Las encuestas han demostrado sistemáticamente que la gran mayoría del público estadounidense se opone a la guerra con Rusia, o incluso a una participación significativa de Estados Unidos en Ucrania, pero uno no tendría la menor idea de esto al leer las secciones de comentarios del Times. Estos últimos están dominados por declaraciones furiosas que culpan a Putin de todos los males sociales concebibles, tanto extranjeros como nacionales. Vergonzosamente, casi no se puede encontrar un solo académico, escritor o intelectual importante que se oponga a esto.
Esta capa social ha demostrado ser extremadamente vulnerable a este tipo de manipulación. Durante años, la pequeña burguesía acomodada ha sido presa de una campaña de caza de brujas tras otra, que ha destruido innumerables carreras sobre la base de acusaciones e insinuaciones. Esto incluye los ataques de #MeToo (#YoTambién) contra el cantante de ópera Plácido Domingo y el director de la Ópera Metropolitana, James Levine .
En estas campañas predominan los llamados emocionales, los ataques a las garantías procesales, la denigración y falsificación de la historia y una visión del mundo dominada por la raza y la etnia, que han llevado a un espantoso adormecimiento de la conciencia democrática en este entorno social. Pero esta visión también refleja los intereses de clase de este estrato social, que hace tiempo hizo las paces con el imperialismo mundial.
Estas personas escriben y hablan como si hubieran vivido las últimas tres décadas en un universo paralelo en el que la “Guerra Global contra el Terrorismo” y las numerosas “guerras de elección” del imperialismo estadounidense, todas ellas basadas en una avalancha de mentiras y desinformación, nunca tuvieron lugar.
El ataque a Guérguiev y a otros artistas -y solo es el principio- tiene inquietantes precedentes históricos. Algunos de los peores crímenes políticos de la historia de Estados Unidos en el siglo veinte fueron precedidos por la creación de este tipo de ambiente jingoísta frenético. Durante la Primera Guerra Mundial se produjeron atroces ataques contra los inmigrantes alemanes, como el asesinato del minero socialista Robert Prager en Collinsville, Illinois, en abril de 1918. La Segunda Guerra Mundial fue testigo del tristemente célebre internamiento masivo de japoneses estadounidenses por parte de la Administración de Roosevelt.
Estas campañas chauvinistas también crearon las condiciones para un amplio asalto a los opositores socialistas a la guerra, incluyendo el arresto de Eugene Debs en 1918 y la dirección del Socialist Workers Party en 1941.
En la actualidad hay 2,4 millones de ruso-estadounidenses viviendo en Estados Unidos, de los cuales casi 400.000 nacieron en Rusia o en la antigua Unión Soviética. ¿Van a ser tratados también como potenciales agentes enemigos, organizados y dirigidos por Putin a través de RT y otros medios de comunicación rusos? ¿Se les obligará también a denunciar públicamente al Gobierno ruso y sus acciones como condición para mantener sus puestos de trabajo? De hecho, el jueves el congresista demócrata Eric Swalwell planteó la posibilidad de expulsar a los estudiantes internacionales rusos de Estados Unidos como una forma de castigo colectivo por las acciones del Kremlin.
Hay una inquietante similitud entre la campaña contra Guérguiev y el ataque durante la Primera Guerra Mundial contra Karl Muck, el director de la Orquesta Sinfónica de Boston nacido en Alemania. Muck fue obligado a dejar su puesto, arrestado por la noche e internado durante 17 meses como “extranjero enemigo” tras una campaña de prensa por su supuesta “negativa” a interpretar el himno estadounidense antes de los conciertos.
En respuesta, Muck señaló la universalidad de la música y rechazó su subordinación al nacionalismo, declarando: “El arte es una cosa por sí misma, y no está relacionada con ninguna nación o grupo en particular. Por lo tanto, sería un grave error, una violación del gusto y los principios artísticos, que una organización como la nuestra tocara aires patrióticos. ¿Acaso el público piensa que la Orquesta Sinfónica es una banda militar o una orquesta de baile?”.
La campaña contra los músicos rusos pretende envenenar la conciencia pública y privar a la gente de la sensibilidad y la solidaridad humana que la gran música siempre fomenta.
El intercambio de músicos entre Estados Unidos y la Unión Soviética contribuyó a aliviar las tensiones y a inculcar el respeto mutuo por los logros culturales de ambos países, limitando en gran medida la propagación de las formas más viscerales de odio antirruso de la extrema derecha. Esta historia incluye las giras de grandes músicos soviéticos en Estados Unidos y las renombradas giras internacionales de músicos de jazz estadounidenses. En 1958, Van Cliburn, nacido en Texas, causó un enorme impacto en el público soviético cuando ganó el Concurso Internacional Chaikovski en Moscú.
Dentro de la clase obrera, prevalece una actitud diferente. Las décadas de invasiones y guerras de Estados Unidos, entre cuyas víctimas se encuentra la juventud de la clase trabajadora estadounidense, han producido un escepticismo profundamente arraigado sobre las afirmaciones de Washington de estar luchando por la “soberanía nacional” y los “derechos humanos”. Los trabajadores han aprendido a través de amargas experiencias que detrás de esa retórica se esconden los intereses de la élite gobernante. Y saben, como siempre, que serán los trabajadores del mundo los que paguen el precio.
Sin embargo, el mayor peligro es que esta oposición latente permanezca difusa, desorganizada, y sin una voz política. Si la marcha hacia la Tercera Guerra Mundial ha de ser detenida, la clase obrera debe movilizarse sobre una base socialista e internacionalista para detenerla.
(Publicado originalmente en inglés el 26 de febrero de 2022)