
El Orgullo es una conmemoración emocionante, un momento de subidón y reivindicación que llena nuestras calles de color y esperanza. Sin embargo, este día debe ser también un momento para la reflexión sincera y la denuncia pública. Es importante que nos preguntemos si realmente cabemos todes en esta Orgullo y a quién pertenece la fiesta. Las raíces del Orgullo, como ya se ha repetido millones de veces, se encuentran en la resistencia, nacidas de la lucha de personas racializadas y trans en Stonewall. Es el momento de honrar ese legado mirando hacia dentro y abordando las desigualdades que persisten en el colectivo LGTBIQ+.
Para llegar comprender a profundamente las violencias a las que las personas racializadas se enfrentan dentro del movimiento LGTBIQ+, necesitamos utilizar la herramienta de la interseccionalidad. Este concepto, como ya sabemos, nos ayuda a comprender cómo las diferentes partes de nuestra identidad —como nuestra raza, género y orientación sexual— no actúan por separado. Al contrario, se entrelazan de formas complejas, creando experiencias únicas de discriminación y, en el otro lado, de privilegios. Como ya hemos dicho en muchas ocasiones, no es una suma de opresiones simplista, sino como estas se cruzan y potencian, afectando de manera singular a mujeres afrodescendientes, indígenas, LGTBIQ+ y otras poblaciones diversas. Comprender esto, es imprescindible para darse cuenta de que la lucha por la igualdad de género y el antirracismo, y la no discriminación de cualquier colectivo marginalizado, necesita de una visión que aborde la totalidad de la experiencia de cada persona.
Estado español: racismo con los ropajes de la LGTBfobia
España ha conseguido avances importantes en el reconocimiento de los derechos LGTBIQ+, siendo de los primeros países en instaurar el matrimonio igualitario desde 2005. Sin embargo, para las personas racializadas dentro del colectivo, la realidad es mucho más complicada . La LGTBIfobia sigue siendo el principal delito de odio en España, representando el 22.7% de los casos. Cuando esta discriminación se cruza con el racismo, la vulnerabilidad se multiplica de manera exponencial. Un 16% de las víctimas de discriminación en España denuncian haber sufrido una doble discriminación por su color de piel y su sexo o identidad de género. Estos datos demuestran que, a pesar de los avances legislativos, la igualdad de trato no se ha implementado plenamente en el día a día para quienes enfrentan múltiples formas de exclusión. La existencia de leyes progresistas no se traduce automáticamente en una igualdad en nuestras vidas, especialmente para las personas racializadas, lo que nos enseña que el progreso legal puede esconder sesgos sociales y un racismo estructural profundamente arraigado.
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Planazo antirracista para sobrevivir a la ola de calor (y al blanqueamiento cultural): Si ya has cerrado la ventana porque el del bar de abajo ha puesto sevillanas a todo volumen y el sol te está fundiendo el alma, te traemos justo lo que necesitas: sombra, crítica social y gozo negro. -
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El clásico de Walter Rodney, con prólogo de Angela Davis, llega en castellano. Una lectura clave para entender cómo Europa empobreció a África. -
Quién es Taraji P. Henson, la actriz que nos deja sin palabras en «Harta»
Taraji P. Henson protagoniza Harta, la nueva película de Tyler Perry para Netflix. Su actuación, intensa y sin concesiones, vuelve a colocarla en el centro del cine afroamericano contemporáneo.
Las historias personales ponen foco a esta realidad sin filtros. Maya, una mujer trans negra jamaicana, buscó refugio en Madrid para escapar de la persecución en su país de origen. Aunque en España encontró un marco legal que le ofrecía más protección, la violencia la persiguió. En un supermercado madrileño, una pareja la insultó con gritos racistas y homófobos, amenazándola con llamar a la policía para pedirle los papeles y exigiéndole que regresara a su país. Lo más doloroso fue la inacción de los presentes: nadie intervino para defenderla. Su testimonio es idéntico a la experiencia de muchas personas del colectivo: «Todas, en la comunidad LGTBI+, tenemos dificultades y sufrimos violencia, pero como mujer trans negra también sufro racismo y xenofobia» confiesa Maya. Esta pasividad de los personas que podían haber actuado para defender a Maya, es la consecuencia del racismo que muchas personas tienen interiorizado en este país, y de una apatía social que permite que la discriminación continúe sin consecuencias. Esta falta de acción refuerza la sensación de vulnerabilidad y aislamiento para las personas LGTBIQ+ racializadas, mostrando claramente una falta de solidaridad y humanidad, incluso en espacios públicos.
Estas experiencias tienen un impacto devastador en la salud de las personas racializadas. Casi la mitad (47%) de las víctimas de discriminación en España señalar haber tenido consecuencias graves en su salud mental, como depresión, ansiedad y estrés. La discriminación doble, por origen étnico y orientación sexual, es una realidad para el 9.4% de las personas entrevistadas. El elevado impacto en la salud mental de las víctimas nos dice que estas experiencias además de desagradables, son profundamente dañinas, lo que señala a una carencia sistémica en la protección del bienestar y la dignidad de de las personas LGTBIQ+ racializadas.
El racismo, desgraciadamente, está presente en muchos ámbitos de nuestra vida cotidiana, no únicamente en las agresiones directas. Las personas afrodescendientes latinoamericanas y nativas americanas perciben una fuerte discriminación en la Administración Pública, donde tienen que sufrir tratos degradantes y trabas para realizar trámites sencillos. Además, los controles policiales por perfil racial, que afectan de una manera desproporcionada a personas racializadas LGTBIQ, convertidas en blanco del racismo y la homofobia del policía de tuno. Esto crea un ambiente de constante vigilancia y miedo, donde la seguridad y la libertad de las personas LGTBIQ+ racializadas se ve cercada y estrechada hasta lo insoportable. La naturaleza sistémica de la discriminación en diversos organismos, como la administración pública y la policía, nos muestra bien a las claras que se trata de un engranaje que se mueve por los sesgos que están profundamente arraigados en las instituciones. Esto afecta de manera directa a los derechos fundamentales y oportunidades de las personas racializadas LGTBIQ+.
El privilegio blanco en el Arcoíris
Nombrar el privilegio blanco incomoda, sí, pero tenemos que hablarlo. Este término no significa que las personas blancas no tengan dificultades en la vida; significa que esas dificultades no están ligadas a su color de su piel. Es como el aire para un pez, omnipresente e invisible para quien lo respira. Es un conjunto de ventajas no conseguidas, sino heredadas , beneficios estructurales y culturales de los que las personas blancas disfrutan por nacimiento en una sociedad diseñada por y para ellas. Esto es fundamental porque aborda directamente la reacción defensiva más común al concepto de privilegio blanco, conocida como «fragilidad blanca». Al tratar de por qué a las personas blancas les resulta tan difícil reconocer su propio privilegio, estamos buscando abrir un diálogo. No estamos señalando con el dedo acusador, más bien estamos acompañando en la deconstrucción.

Dentro del colectivo LGTBIQ+, el privilegio blanco existe, generando lo que se conoce como «endodiscriminación». Esto se traduce en que las experiencias de personas LGTBIQ+ racializadas son ignoradas e invisibilizadas. ¿Se ha preguntado alguna vez una persona blanca LGTBIQ+ si su tono de piel afectará cómo la perciben en un espacio LGTBIQ+? ¿Si su cabello natural será juzgado? ¿Si su historia de migración será entendida? Para muchas personas blancas LGTBIQ+, estas preocupaciones simplemente no existen. La existencia de la «endodiscriminación» dentro de la comunidad LGTBIQ+ es un aspecto poderoso y a menudo pasado por alto del privilegio blanco. Esto nos enseña que la opresión compartida, como la LGTBIfobia, no elimina automáticamente otras formas de discriminación, como el racismo. Y además demuestra que existe un problema sistémico más profundo, donde también los movimientos de liberación pueden perpetuar las mismas jerarquías que pretenden desmantelar, lo que hace que la lucha por la verdadera solidaridad sea más complicada y necesaria.
La «fragilidad blanca» es la reacción habitual cuando se señala la existencia del privilegio. Esto construye una barrera que impide hacer comunidad. Negar el propio privilegio es consecuencia de una ceguera interna, lo que impide un progreso genuino.
Reconocer el privilegio blanco no es hacer un ejercicio de culpa, es un acto de responsabilidad. Es entender que, si bien las luchas de las personas blancas son perfectamente válidas, no están marcadas por el color de su piel. Es una actitud de compromiso para desmantelar las ventajas sistémicas y escuchar, con humildad y atención, las experiencias de las personas BIPOC (Negras, Indígenas y de Color). Solo así podremos construir un Orgullo que nos abrace a todes, con todas nuestras complejidades y realidades.
Latinoamérica en carne viva
En Latinoamérica, el racismo tiene raíces muy profundas, tejidas con la historia de la esclavitud y la colonización. La mayoría de los 11.2 millones de africanos esclavizados fueron traídos a América Latina, no a Estados Unidos. Esto ha dejado un legado de racismo estructural que a menudo se disfraza bajo el «mito de la democracia racial», la idea de que el mestizaje ha eliminado el racismo. Las políticas de «blanqueamiento» buscaban literalmente hacer la población más blanca, incentivando la reproducción con personas de piel clara y prohibiendo la entrada de inmigrantes «no blancos» (¿os suena?). Todavía hoy+ se sienten los efectos de estas políticas. Durante mucho tiempo, las poblaciones indígenas y afrodescendientes fueron invisibilizadas y excluidas de los censos nacionales, como los afro-mexicanos hasta 2015, borrando su existencia.
Para las personas LGTBIQ+ afrodescendientes e indígenas, la vulnerabilidad se multiplica en Latinoamérica. Experimentan una «violencia normalizada» que las lleva a auto-invisibilizar su propia sexualidad e identidad. Los datos son tremendos: en la región Caribe, 3 de cada 5 mujeres trans víctimas de agresiones en espacios públicos son afrodescendientes. Además, 97 de 178 casos de personas LGTBIQ+ víctimas del conflicto armado documentados por la Unidad de Víctimas en la región Caribe se dieron en contextos afrodescendientes. Especialmente doloroso es la normalización de las «terapias de conversión» o «métodos ancestrales de cura» en algunas comunidades indígenas y afro, donde la homosexualidad es vista como una «enfermedad».
Estas violencias constantes se convierten en barreras para el desarrollo y la vida digna. Las personas LGTBIQ+ afrodescendientes enfrentan grandes dificultades para acceder a un empleo, lo que a menudo las empuja a trabajos informales, incluyendo la prostitución. El racismo es una de las principales razones que dificultan su acceso al trabajo, siendo la tercera causa después de la pobreza y la discriminación por orientación sexual o identidad de género.
Además, la falta de información oficial y desagregada sobre la violencia contra personas LGTBIQ+ en Latinoamérica es un obstáculo enorme para entender la dimensión del problema y crear soluciones que funcionen. Lo que no se cuenta, no existe para las políticas públicas.
Resistencias
A pesar de los desafíos y la violencia estatal y social, hay voces que no se rinden y colectivos que tejen redes de resistencia y apoyo. En España, organizaciones como Kif-Kif y ACATHI trabajan incansablemente con migrantes y refugiados LGTBIQ+.
En América Latina, la Corporación Caribe Afirmativo es un referente crucial, documentando la violencia y luchando por los derechos de las personas LGTBIQ+ afrodescendientes, visibilizando sus experiencias y abogando por políticas más justas. En Guatemala, OTRANS – Organización Trans Reinas de la Noche y REDMMUTRANS – Red Multicultural de Mujeres Trans abordan directamente el racismo, la migración y la pobreza para las mujeres trans, con un enfoque multicultural e intercultural que reconoce y celebra la diversidad de identidades y experiencias.
Cada testimonio compartido, cada estadística que se hace, es un acto de valor y un paso hacia un futuro más equitativo. Denunciar estas realidades, por incómodas que sean, es el primer paso para desmantelar las estructuras de racismo y privilegio que nos dividen. La visibilización es una herramienta poderosa y esencial para conseguir el cambio.
El Orgullo es una oportunidad. Tenemos que recordar que nuestra lucha por la igualdad y la justicia no ha finalizado. Debemos aspirar a un Orgullo que sea verdaderamente inclusivo, que abrace cada identidad, cada color de piel, cada historia de vida. No se puede dejar a nadie atrás. Celeebremos la diversidad en todas sus formas y hagamos un espacio seguro para todes.
A las personas blancas dentro del colectivo LGTBIQ+, les pedimos algo muy concreto: Reconocer vuestro privilegio. Hacer escucha de las voces de sus compañeres racializados. Hay que salir de la incomodidad y asumir la responsabilidad de acabar con el racismo en sus espacios. Su rol como aliades es central para construir.
Soñamos con un futuro donde la lucha por los derechos LGTBIQ+ sea inseparable de la lucha antirracista.
Afroféminas
