Bocetos de la nueva crisis alimentaria que se avecina

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El economista de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), Abdolreza Abbassian, señaló en declaraciones a The Associated Press que para alimentar la población mundial, que llegará a 9.000 millones de personas en el 2050, se necesitará un incremento de 70 por ciento de la producción global de alimentos en los próximos 40 años.

Bocetos de la nueva crisis alimentaria que se avecina

 

Dicha tarea se antoja titánica pues mientras la población mundial crece 1,55 por ciento anual, los rendimientos del trigo (la mayor fuente de proteína en países pobres) habrían sufrido un descenso del 1por ciento al tiempo que, según la FAO, el índice de precios de cereales habría aumentado el 56 por ciento en el 2022.

¿Se está gestando una nueva crisis alimentaria mundial?

La carestía de productos agrícolas básicos para la alimentación (trigo, maíz, arroz, sorgo y mijo) y el incremento bestial de dichos productos en los mercados mundiales que tuvo su punta de iceberg en el 2007, irá presumiblemente “in crescendo” a lo largo de la próxima década hasta alcanzar su cenit en el horizonte del 2030.

Para llegar a dicha crisis (cuyos primeros bocetos ya están perfilados y que terminará de dibujarse con toda su crudeza al final del decenio) han contribuido los siguientes elementos:

Desarrollo económico suicida de los países del Tercer Mundo con crecimientos desmesurados de macrourbes y megacomplejos turísticos y la consiguiente reducción de superficie dedicada al cultivo agrícola, que habría provocado un preocupante déficit de oferta de cereales, estimado en mil millones de toneladas anuales.

Cambio de patrones de consumo de los países emergentes debido al aumento espectacular de las clases medias y su poder adquisitivo, en especial en países como China e India. Así, la fiebre importadora de China de granos como maíz, soja, cebada y trigo debido al acelerado ritmo de consumo de su población, provocó que según datos del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA), en el 2022 el coloso chino habría acaparado más del 50 por ciento de la producción mundial de cereales, lo que se traduce en una peligrosa escasez de oferta de granos para los países netamente importadores de cereales como Colombia y Egipto.

Excesiva dependencia de las importaciones de cereales en los países en desarrollo con incrementos del 9 por ciento, crecimiento exponencial que para el 2030 podrían alcanzar los 265 millones de toneladas de cereales (14 por ciento de su consumo), con el lastre añadido de una progresiva depreciación de sus monedas respecto al dólar.

Incremento del uso por los países del primer mundo de tecnologías depredadoras (biocombustibles) que bajo la etiqueta BIO de países respetuosos con el medioambiente no dudarán en fagocitar ingentes cantidades de maíz destinadas en un principio a la alimentación para la producción de biodiesel.

Por otra parte, la escalada de los precios del crudo hasta superar los 100 dólares por barril tendrá su reflejo en un salvaje encarecimiento de los fletes de transporte y de los fertilizantes agrícolas, lo que aunado con sequías e inundaciones en los tradicionales graneros, el acaparamiento del grano ucraniano por los países europeos y la aplicación de restricciones a la exportación de commodities agrícolas de países como India para asegurar su autoabastecimiento, podría producir el desabastecimiento de los mercados mundiales y el incremento de los precios hasta niveles estratosféricos.

Si a ello le sumamos la intervención de los brokers especulativos en el mercado de futuros de las commodities agrícolas, el resultado sería una espiral de aumentos de precios en las materias primas imposibles de asumir por las economías del Primer Mundo, que escenificará el finiquito de los Objetivos del Tercer Milenio de reducir el hambre en el mundo.

Así, según la ONU, estaríamos ya en la antesala de una crisis alimentaria mundial que afectará especialmente a las Antillas, México, América Central, Colombia, Venezuela, Egipto, India, China, Bangladés y el Sudeste Asiático, ensañándose con especial virulencia con el África Subsahariana, pudiendo pasar la población atrapada en la inanición de los 800 millones actuales a los 1.500 millones estimados por los analistas.

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