Fuente: https://www.wsws.org/es/articles/2023/07/10/elli-j10.html?pk_campaign=newsletter&pk_kwd=wsws Bill Van Auken 10.07.23
Esta semana, el gobierno de Biden anunció discretamente la selección de Elliott Abrams, antiguo agente de la derecha republicana en política exterior y criminal de guerra convicto, para formar parte de un grupo independiente que supervisa la diplomacia estadounidense.
El anuncio del nombramiento de Abrams para la Comisión Asesora sobre Diplomacia Pública de Estados Unidos (ACPD) se produjo en vísperas de la festividad nacional del 4 de julio, una noticia programada para recibir la menor cobertura mediática posible.
Había buenas razones para dar la mínima difusión a este nombramiento de Abrams para la comisión, encargada de asesorar al gobierno sobre sus operaciones mundiales de propaganda. Es una de las figuras más repugnantes del establishment de la política exterior estadounidense, personificación de la violencia homicida, el matonismo y la hipocresía que han impregnado las operaciones globales de Washington durante las últimas cuatro décadas. Su historial político está ligado a la preparación y encubrimiento de sangrientas masacres, terrorismo de Estado y genocidio, junto con guerras, golpes e intentos de golpe de Estado, desde América Latina hasta Oriente Medio.
Mientras que el nombramiento de Abrams ha suscitado expresiones doloridas de indignación moral por parte de elementos dispersos de la pseudoizquierda, ningún demócrata prominente, incluidos aquellos como la representante Alexandria Ocasio-Cortez, afiliada a los Socialistas Demócratas de América, ha dicho ni pío.
Biden sabe muy bien a quién ha nominado. Como senador y principal demócrata en el Comité de Inteligencia del Senado en la década de 1980, Biden estaba íntimamente familiarizado con los crímenes llevados a cabo por Abrams bajo la administración Reagan durante las sangrientas guerras contra la insurgencia en América Central, junto con la ilegal campaña de terror de la ‘contra’ orquestada por la CIA para derrocar al gobierno sandinista en Nicaragua. El papel de Biden entonces fue buscar un ‘compromiso’ con la administración republicana basado en la promoción de desdentadas enmiendas de ‘derechos humanos’ a los proyectos de ley que proporcionaban la financiación que mantuvo la carnicería en marcha.
Esto encajaba con los propios intentos cínicos de Abrams de justificar todos los crímenes llevados a cabo por el imperialismo estadounidense en la región en nombre de los ‘derechos humanos’, sobre la base de que el mayor garante de estos derechos era el sistema capitalista de beneficios, en cuya defensa todos y cada uno de los métodos eran permisibles, incluidos los asesinatos en masa.
Abrams saltó por primera vez a la fama nacional como alto funcionario del Departamento de Estado durante la administración Reagan, distinguiéndose por sus descaradas mentiras para encubrir los crímenes de los dictadores y terroristas apoyados por Estados Unidos, al tiempo que calumniaba de ‘incautos’ comunistas a cualquiera que se atreviera a denunciar esos crímenes.
En 1991, la mentira le alcanzó y se vio obligado a declararse culpable de dos cargos de mentir bajo juramento al Congreso de EEUU en su testimonio sobre la operación secreta e ilegal montada desde la Casa Blanca de Reagan para financiar la guerra de los contra mercenarios organizada por la CIA que mató al menos a 10.000 nicaragüenses. El acuerdo con el fiscal permitió a Abrams evitar una condena por delito grave y la cárcel, y en poco más de un año fue indultado por el presidente saliente, George H. W. Bush, junto con otros condenados en la conspiración Irán-Contra.
Bajo la administración Reagan, Abrams fue director de la Oficina de Derechos Humanos y Asuntos Humanitarios del Departamento de Estado, donde fue pionero en enarbolar la sucia y cínica bandera de los ‘derechos humanos’ para justificar la guerra imperialista estadounidense y el apoyo a las dictaduras respaldadas por Estados Unidos. Más tarde asumió el cargo de subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos, donde utilizó estos métodos en apoyo de crímenes monumentales.
Entre los más infames de estos episodios se encuentra la masacre de casi 1.000 hombres, mujeres y niños indefensos perpetrada en diciembre de 1981 por el Batallón Atlacatl, entrenado por Estados Unidos, en la aldea salvadoreña de El Mozote. Las tropas gubernamentales acorralaron a toda la población del pueblo, separando a los hombres que fueron interrogados, torturados y ejecutados. Mujeres y niñas de apenas diez años fueron violadas y asesinadas. Y los niños fueron decapitados, quemados y colgados de los árboles.
Abrams, cuyo trabajo consistía en defender al gobierno que llevaba a cabo estos actos espeluznantes como un dechado de democracia y asegurar el flujo continuo de armas, dinero y asesores estadounidenses, denunció con saña a los periodistas que confirmaron los asesinatos en masa, describiendo sus informes sobre el terreno como ‘nada más que propaganda comunista’.
En 1992, una Comisión de la Verdad patrocinada por Naciones Unidas documentó la masacre, nombrando a 500 de los muertos, mientras que los restos mutilados de muchas más víctimas no pudieron ser identificados. Los cables del Departamento de Estado también confirmaron que la administración Reagan y Abrams estaban plenamente informados de la masacre cuando la tachaban de ‘propaganda’.
Del mismo modo, Abrams pasó por alto los informes de masacres en Guatemala que la Iglesia Católica de ese país calificó de ‘genocidio’. Elogió a la dictadura respaldada por Estados Unidos del general Efraín Ríos Montt, que llegó al poder en un golpe de Estado en 1982, por su historial en materia de derechos humanos. En 2013, Ríos Montt fue declarado culpable de genocidio y crímenes contra la humanidad por orquestar una campaña de contrainsurgencia que mató y mutiló a miles de miembros de la población indígena maya ixil, al tiempo que expulsaba de sus aldeas a decenas de miles más.
Nada de esto, ni su condena en relación con su papel directo en la creación y encubrimiento de la operación ilegal para financiar a los contras nicaragüenses, impidió que Abrams asumiera altos cargos en varios think tanks republicanos tras la destitución de Bush padre, ni su posterior nombramiento para la Fundación Nacional para la Democracia y el Consejo de Relaciones Exteriores.
De regreso a su cargo tras la investidura de George W. Bush como presidente, Abrams se incorporó al Consejo de Seguridad Nacional, donde desempeñó un papel destacado en el frustrado intento de golpe de Estado contra el presidente venezolano Hugo Chávez en abril de 2002. Fue uno de los más entusiastas defensores de la guerra de agresión contra Irak. Ferviente sionista de derechas, trabajó para anular las elecciones palestinas de 2006 y fomentar una guerra civil entre su vencedor, Hamás, y la facción de Al Fatah, a la que Washington apoyaba.
Bajo la administración Trump, Abrams fue nombrado representante especial para Venezuela, supervisando las continuas sanciones y operaciones sucias destinadas a matar de hambre a la población venezolana y derrocar o asesinar al presidente Nicolás Maduro. Posteriormente asumió la misma cartera en relación con Irán, convirtiéndose en ‘representante especial para Venezuela e Irán’, o más apropiadamente, enviado especial para el cambio de régimen.
Una de las reacciones más reveladoras al nombramiento de Abrams por Biden para el panel de supervisión de la propaganda estadounidense fue la de la revista Jacobin, la voz semioficial de los Socialistas Demócratas de Estados Unidos (DSA).
En un artículo titulado ‘The Nomination of Elliott Abrams Is a Stain on Joe Biden’s Human Rights Record’ (‘El nombramiento de Elliott Abrams es una mancha en el historial de derechos humanos de Joe Biden’), Branko Marcetic, de Jacobin, describió el nombramiento como ‘desconcertante’, un ‘error político no forzado’ y ‘otro golpe autoinfligido a la política exterior de la Casa Blanca preocupada por su imagen pública’.
El nombramiento, continuó Marcetic, ‘ridiculiza’ el intento de Biden de ‘hacer un reset de los años de Donald Trump llenos de escándalos’ al ‘replantear la política exterior estadounidense como girando en torno a una ‘batalla entre democracia y autocracia’ global y defendiendo el ‘orden internacional basado en reglas».
¿A quién cree Jacobin que está engañando? Su balido de indignación moral se produjo mientras la administración Biden se preparaba para enviar municiones de racimo a Ucrania y continuaba su apoyo al gobierno israelí en su brutal asalto militar contra la población del campo de refugiados de Yenín, en la Cisjordania ocupada. Ha impuesto condiciones de miseria abyecta a decenas de miles de refugiados a los que se ha denegado el derecho a solicitar asilo en la frontera mexicana y sigue adelante con su intento de extraditar a Julian Assange para que se enfrente a un juicio por espionaje y a una posible condena a muerte por atreverse a denunciar los crímenes de guerra de Estados Unidos. La idea de que se pueda detectar otra ‘mancha’ en el ‘historial de derechos humanos’ de Biden es ridícula.
Más fundamentalmente, el nombramiento sólo puede ser ‘desconcertante’ para aquellos que buscan engañarse a sí mismos y a los demás mientras se alinean detrás del Partido Demócrata en el período previo a las elecciones de 2024.
Desde su elección, e incluso después del intento liderado por los republicanos de anularla el 6 de enero de 2021, Biden ha subrayado su determinación de trabajar por el ‘bipartidismo’ y colaborar con sus ‘colegas’ al otro lado del pasillo. Ha declarado repetidamente su deseo de un ‘Partido Republicano fuerte’, preparado para trabajar con su administración en apoyo de una política exterior común dirigida a intensificar tanto la guerra de EE.UU. y la OTAN contra Rusia en Ucrania como la agresión dirigida contra China, al tiempo que persigue políticas internas que obliguen a la clase trabajadora a pagar los costes cada vez mayores del militarismo estadounidense.
Abrams, uno de los republicanos ‘nunca Trump’ que se opone al ex presidente por su insuficiente entusiasmo por la guerra para el cambio de régimen contra Rusia, es un valioso socio en la búsqueda de esta política. De hecho, él es la cara fea adecuada de la campaña de guerra global en curso del imperialismo estadounidense.
El DSA, una facción del Partido Demócrata y partidario de la guerra de EE.UU. y la OTAN en Ucrania, finge indignación y ‘desconcierto’ por su nombramiento en un intento de encubrir esta realidad política y desviar la creciente oposición de izquierdas al capitalismo y la guerra dentro de la clase obrera.
(Publicado originalmente en inglés el 8 de julio de 2023)