Fuente: La Jornada/Juan Pablo Duch 18.04.2020
Tras semanas de abierto desafío –mientras la expansión del coronavirus seguía su curso implacable y ya con decenas de sacerdotes contagiados–, el Patriarca Kiril exhortó a los fieles a no acudir de modo temporal a las iglesias, sugerencia que no quisieron acatar todos los obispados al interior de Rusia hasta que las autoridades urbanas impusieron el cierre de los templos.
Pero no lo hizo el presidente Vladimir Putin ni los funcionarios que dan la cara por las decisiones impopulares (el primer ministro, el acalde de Moscú, los gobernadores de las restantes entidades federales), sino la orden se atribuyó a un nivel muy inferior de la pirámide del poder: los encargados del servicio sanitario de cada ciudad o región.
Los voceros delPatriarcado arremetieron contra esos funcionarios menores, acusándolos de prohibir la asistencia a los templos a la vez que permiten que la gente llene los supermercados o se formen aglomeraciones en las estaciones del Metro. La posición oficial de los jerarcas eclesiásticos, sin embargo, consiste en que es posible participar desde casa en una misa celebrada en templo vacío y hasta se permite bendecir por televisión o Internet el pan y los huevos de Pascua.
Los radicales con sotana y sus devotos seguidores no están de acuerdo y, a través de las redes sociales, instan a los fieles a acudir a las iglesias aunque estén cerradas y prometen ceremonias al aire libre. El Patriarcado se opone y no quiere forzar una ruptura con el poder civil, lo cual no impide su preocupación por las preguntas que se hará la gente cuando acabe la pandemia: ¿para qué construir tantos templos?, ¿para que ir a la iglesia si se puede rezar en casa?, entre otras.
Por primera vez en la historia postsoviética, un virus antes desconocido está causando fricciones entre la Iglesia Ortodoxa y el Estado, que era su gran protector, mejor aliado para dominar a las masas y, cómo no, una generosa fuente de financiamiento con dinero público.