Anarquista Barbarroja

Fuente: Portal Libertario OACA                                                    12 Jul 2021 02:48 AM PDT

Este relato, escrito para conmemorar el 85 aniversario de la revolución española, se basa en una investigación de nuestro colaborador Álvaro G. Marhuenda, que podéis consultar de forma íntegra en Alacant Obrera.

El 15 de agosto de 1936 una libertaria valenciana llamada Emilia, llegó a Utiel en uno de los vehículos de apoyo de la Columna Fantasma, comandada por el capitán Uribarri.

Emilia portaba un salvoconducto del Comité Regional del Levante de la CNT que solicitaba ayuda al Comité Revolucionario local para recuperar a su hijo de 9 años, a quien el padre biológico mantenía secuestrado desde meses atrás en una casona de Venta del Moro, propiedad de los Condes de Villamar.

Hacia allí se dirigió Emilia Ferrer Gadea acompañada de un grupo de mililcianos, y después de recuperar a su hijo Celso, al que ahora llamaban Santiago, regresó de inmediato a Valencia. Poco después, Fernando Hernández de la Figuera fue detenido no solo por servirse de su rango nobiliario para quedarse con el niño, sino por figurar entre los instigadores del golpe militar y ser uno de los terratenientes de la comarca. El último Conde de Villamar fue fusilado el 18 de agosto en un paraje cercano y, luego, incautadas y colectivizadas sus propiedades. Nada le sucedió a su segunda esposa, Victorina Amigó.

Todos nos preguntamos como pudo liarse una mujer fiera como Emilia, formada en los entornos anarquistas, con un miembro de la nobleza agraria más rancia que le doblaba la edad; pero para responder a ello deberemos volver al año 1926, a los momentos más oscuros de la dictadura de Primo de Rivera.

Emilia era entonces una costurera de pelo rojo que contaba unos 25 años y trabajaba en uno de los teatros de la capital valenciana. Fue allí donde se cruzó con el último conde de Villamar que, recién enviudado de su primer matrimonio y obedeciendo a una morbosa tradición familiar, gustaba de perseguir coristas entre bastidores. De hecho, el único hijo nacido de su primera esposa, había muerto en 1917 tiroteado a la puerta de un teatro de la ciudad por un lio de faldas con una corista.

Siguiendo otra de aquellas costumbres degeneradas, el conde se negó a reconocer al pequeño bastardo y se desentendió de Emilia, pero tras volver a casarse al poco con la tal Victorina, que era una mujer tan católica como infértil, cambió de opinión e interpuso una denuncia contra Emilia y su padre por sustracción de menores.

Olisqueando el peligro en el aire, el padre de Emilia había propuesto solo unos días antes, la necesidad de buscar un lugar seguro para el niño lejos de Valencia. Y así lo hicieron antes de que fuera tarde, emprendiendo una huida hacia adelante que les llevó a Barcelona.

Allí vivieron en la más austera clandestinidad, trabajando Emilia en su oficio, mientras que el abuelo transmitía al pequeño Celso las primeras letras del alfabeto ácrata, ya que se ocupó como maestro en alguna de las escuelas de la tupida red de centros racionalistas de la ciudad. Tras muchas dificultades, trataron de salir adelante ocultos en la Barcelona anarquista, pero lo más probable es que, tras una redada policial en las escuelas racionalistas de la ciudad efectuada en diciembre de 1933, fuera cuando localizaron al pequeño Celso entre los inscritos.

En cualquier caso, perder al niño debió ser un golpe duro para el abuelo, el otro protagonista del relato, ya que nos consta que dejó de escribir en la prensa anarquista; y eso que venía haciéndolo de forma ininterrumpida desde finales del siglo XIX.

Dediquemos pues unos párrafos a Francisco Ferrer Barbarroja, veterano luchador valenciano nacido en 1865, muy conocido en todo el levante por su trayectoria vibrante y turbulenta, que viene a resumir la evolución del sindicalismo anárquico durante el primer tercio del siglo XX.

Como tantos otros precursores, el anarquista Barbarroja se había formado en los círculos librepensadores de la capital del Turia a finales del XIX, como redactor y luego director de La Antorcha Valentina.

A lo largo de su vida habría trabajado como linotipista, editor, vendedor ambulante, docente, apuntador de teatros; pero fue su vínculo con el arte negro de Gutemberg uno de sus rasgos más característicos.

Así, el polígrafo Barbarroja había sido uno de los responsables del boom de la prensa obrera en los primeros años del siglo XX, popularizando el seudónimo Acracio Progreso. Cual hombre-orquesta, fue uno de los primeros en divulgar por medios escritos los postulados emergentes del anarquismo de su tiempo -feminismo, esperanto, vegetarianismo, procreación consciente, etc..-; y no hubo campaña en favor de los presos sociales en la que no prestara su pluma y su pellejo.

La miseria, la injusticia y las persecuciones fueron radicalizando su discurso y sus actos, pasando por prisión en diversas ocasiones; aunque se libró de muchas más. Según nuestros datos, el valenciano Barbarroja tenía ciertas nociones de química y fue uno de los que atentaron contra Alfonso XIII en Paris, 1905, y en Madrid, 1906. En ambos casos no lograron detenerlo.

Personaje escurridizo donde los haya, si bien no consta como delegado en ninguno de los congresos de la CNT, sabemos que participó activamente al menos en el de 1911, siendo también uno de los animadores de la huelga general en Valencia y Cullera, declarada tras este certamen. Hoy día, incluso se le considera uno de los que trajeron el sindicalismo revolucionario a la península ibérica desde Francia.

Así mismo, cabe reconocerle una meritoria labor en el campo de la enseñanza racionalista, puesto que estuvo entre los iniciadores de la Escuela Moderna de Valencia en 1906, y fue uno de sus más firmes defensores, hasta su clausura definitiva por orden gubernativa en 1926.

Volviendo a los años de la revolución, apenas tenemos datos de las peripecias de la madre, ni del nieto, ni del abuelo, pero suponemos que al menos los dos últimos vivieron en alguna de las colonias organizadas por la CNT en la retaguardia.

Lo que sí sabemos es que antes de la debacle final, el viejo Barbarroja marchó a Francia para preparar el terreno, el mismo camino que debían seguir Emilia y el pequeño Celso.

Sin embargo, cuando estos llegaron a la frontera en febrero de 1939 fueron interceptados por un destacamento de la guardia civil mandado por la viuda de Villamar, que había utilizado todas sus influencias como sobrina del Obispo de Castellón para impedir la salida del niño a cualquier precio.

Madre e hijo fueron separados de nuevo, esta vez para siempre, y el chaval fue internado inmediatamente en un colegio religioso de Onteniente, donde los curas tratarían en vano de borrar todo rastro de su impronta ácrata.

Al parecer Emilia también fue detenida, pero juzgada únicamente por la sustracción del menor. Todo indica que no tardó en poner rumbo al exilio para reunirse con su padre; sin embargo nada sabemos de ellos, como si la historia se hubiera encargado de eliminar cualquier huella, convertidos en dos sombras más de las que vagaban sin rumbo entre los exiliados españoles en Francia, hasta su acabamiento.

Vaya nuestro homenaje para todas las Emilias de la revolución, pero sobre todo para el abuelo Barbarroja, uno de aquellos buenos sembradores que después de un largo camino, consiguieron llegar a lo más alto de la escarpada montaña y desde allí, no teniendo más simiente que lanzar al suelo humano, sembraron su propio corazón.

Alacant Obrera

https://alacantobrera.com/

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *