De derecho a mercancía: La especulación inmobiliaria que ahoga a los trabajadores
El acceso a la vivienda en Canarias, al igual que en muchas otras partes del Estado, se ha convertido en un lujo al alcance de pocos. La compra de una vivienda es prácticamente inalcanzable para la mayoría de los trabajadores, pero la situación del alquiler no es mucho más halagüeña (…).
Por ARTURO INGLOTT PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
El acceso a la vivienda en Canarias, al igual que en muchas otras partes del Estado, se ha convertido en un lujo al alcance de pocos.
La compra de una vivienda es prácticamente inalcanzable para la mayoría de las personas trabajadoras, debido a los precios desorbitados, la necesidad de disponer de grandes sumas de dinero para la entrada y las condiciones cada vez más restrictivas de las hipotecas. Pero la situación del alquiler no es mucho más halagüeña.
Precios que superan los salarios
En Canarias, la situación del alquiler resulta especialmente grave. Aunque obviamente existen zonas periféricas con precios más bajos, el alquiler medio de una vivienda supera los 1.149 euros mensuales, mientras que el salario medio de un joven apenas llega a los 1.050 euros, y también son muchos los que tienen salarios inferiores.
Esta diferencia hace imposible que los jóvenes puedan independizarse e incluso les impide, en algunos casos, cursar estudios superiores cuando éstos se imparten lejos de sus núcleos familiares, al no poder soportar los gastos de alquileres que, en ciudades universitarias como La Laguna, en Tenerife, llegan a ser absolutamente desorbitados.
Esta situación no es una mera casualidad, sino el resultado de décadas de políticas que han priorizado los intereses del mercado sobre las necesidades de la población.
La precariedad juvenil: Sin futuro y sin hogar
La juventud en Canarias, como en el resto del Estado, enfrenta una precariedad laboral que les condena a la dependencia económica de sus familias o a la pobreza.
Con contratos temporales, salarios bajos y condiciones laborales cada vez más inestables, los jóvenes ven cómo sus posibilidades de acceder a una vivienda se desvanecen. No solo se enfrentan a la imposibilidad de pagar un alquiler, sino que mucho menos pueden aspirar a la compra de una vivienda. Una opción que, debido a la falta de vivienda pública y el incremento constante de los precios, se ha vuelto un sueño inalcanzable para la mayoría.
El futuro que se dibuja en el resto del Estado no es mucho mejor. El 2% de los jóvenes en España se encuentra en riesgo de pobreza, según un informe del Consejo de la Juventud de España (CJE) citado por RTVE. Y este dato no es solo un número, sino el reflejo de la desesperanza de una generación a la que se le están cerrado todas las puertas.
A diferencia de generaciones anteriores, que pudieron acceder a la vivienda, los jóvenes de hoy solo pueden aspirar a compartir pisos en condiciones a menudo precarias, o a depender económicamente de sus padres, quienes muchas veces también enfrentan dificultades crecientes para cubrir sus gastos más básicos.
La falta de vivienda pública: La raíz del problema
Una de las razones de esta crisis es la casi total desaparición de la promoción de vivienda pública. Durante décadas, las políticas neoliberales se han impuesto y los gobiernos, de derechas o de la pretendida “izquierda” socialdemócrata, han renunciado por completo a la construcción de viviendas sociales, dejando a las fuerzas del mercado la tarea de proveer una necesidad básica.
Este enfoque “liberal” con respecto al suelo y la vivienda se convirtió en terrano abonado para el enriquecimiento de los especuladores y grandes propietarios, que han visto cómo sus beneficios se incrementaban a medida que los precios de las viviendas subían sin control.
En Canarias, la promoción de vivienda pública es prácticamente inexistente. La escasez de vivienda social provoca que las pocas opciones disponibles estén siempre desbordadas, y las listas de espera para acceder a una vivienda pública sean interminables.
La vivienda como mercancía: Un derecho convertido en lujo
El problema de fondo es que, bajo el capitalismo, la vivienda deja de ser un derecho para convertirse en una mera mercancía.
Esta perspectiva sobre lo que debería defenderse como un derecho básico de ciudadanía permite que los precios se disparen, mientras que los salarios se mantienen estancados.
Mientras tanto, las viviendas se han convertido en un refugio para los grandes capitales, en ocasiones de dudosa procedencia, en manos de favoreciendo a los grandes inversores y fondos buitre que han acaparado propiedades para obtener beneficios rápidos y espectaculares.
En esta jungla del mercado inmobiliario, solo aquellos que han heredado una vivienda de sus padres, o aquellos con ingresos significativamente superiores a la media, puedan acceder a una vivienda en condiciones dignas. El resto debe enfrentarse a una realidad marcada por alquileres abusivos, endeudamiento masivo para aquellos que pueden acceder a los créditos bancarios o la imposibilidad de emanciparse para cientos de miles de jóvenes.
Una dinámica perversa que ha hecho del acceso a la vivienda un privilegio reservado para unos pocos.
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