Ahmad Manara y el sapo iscariote – (Dos poemas de León Felipe)

El Sudamericano

LOQUEROS… RELOJEROS…

El sapo iscariote y ladrón
en la silla del juez,
repartiendo castigos y premios
¡en nombre de Cristo,
con la efigie de Cristo
prendida en el pecho!…
Y el hombre aquí de pie,
firme, erguido, sereno,
con el pulso normal,
con la lengua en silencio,
los ojos en sus cuencas
y en su lugar los huesos.

El sapo iscariote y ladrón
en la silla del juez,
repartiendo castigos y premios…
y yo tranquilo aquí
callado, impasible, cuerdo… ¡cuerdo!
sin que se me quiebre
el mecanismo del cerebro.
¿Cuándo se pierde el juicio?
Relojeros
¿Cuándo enloquece el hombre?
¿Cuándo,
cuándo es cuando se enuncian los conceptos absurdos
y blasfemos,
y se hacen unos gestos sin sentido,
monstruosos y obscenos?
¿Cuándo es cuando se dice,
por ejemplo:
no es verdad.
Dios no ha puesto
al hombre aquí en la Tierra
bajo la luz y la ley del Universo:
el hombre es un insecto
que vive en las partes pestilentes y rojas
del mono y del camello?
¿Cuándo, si no es ahora
(yo pregunto, loqueros),
cuándo es cuando se paran los ojos
y se quedan abiertos,
inmensamente abiertos,
sin que puedan cerrarlos ni la llama ni el viento?
¿Cuándo es cuando se cambian
las funciones del alma y los resortes del cuerpo,
y en vez de llanto
no hay más que risa y baba en nuestro gesto?
Si no es ahora,
ahora que la Justicia vale menos,
mucho menos, que el orín de los perros;
si no es ahora, ahora que la Justicia
tiene menos
infinitamente menos
categoría que el estiércol;
si no es ahora, ¿cuándo,
cuándo se pierde el juicio?
Respondedme, loqueros,
¿cuándo se quiebra y salta roto en mil pedazos
el mecanismo del cerebro?
Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos.
Se murió aquel manchego,
aquel estrafalario
fantasma del desierto,
y… ¡ni en España hay locos!
Todo el mundo está cuerdo,
terrible,
monstruosamente cuerdo.
¡Qué bien marcha el reloj;
qué bien marcha el cerebro,
este reloj, este cerebro –tic, tac… tic, tac, tic, tac…
es un reloj perfecto…, perfecto…; perfecto!

*

COMO UN PULGÓN

Yo no puedo tener un verso dulce
que anestesie el llanto de los niños
y mueva suavemente las hamacas como una brisa esclava.
Porque yo no he venido aquí a hacer dormir a nadie.
Además… esa tempestad ¿quién la detiene?
¡Eh, tú, varón confiado que dormitas! ¡Levántate, recoge
tus zapatos y prosigue!…
Porque yo no he venido aquí a hacer dormir a nadie.
Hacia las cumbres trepan los dioses extenuados buscando
un resplandor.
Y aquí voy yo con ellos,
entre el sudor y el polvo de sus inmensos pies descalzos,
aquí voy yo con ellos, atropellado y sacudido, pero
agarrándome a sus plantas como las pinzas de un insecto,
clavándome en su carne,
hundiéndome en su sangre
como un pulgón,
como una nigua… maldiciendo, blasfemando…
Porque yo no he venido aquí a hacer dormir a nadie;
ni a los niños
ni a los hombres
ni a los dioses.

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