En una región volátil que ya se tambaleaba al borde del abismo, el estallido de un conflicto militar directo entre Irán e Israel conmocionó al mundo.
Pero a medida que se calma la situación y la comunidad de inteligencia global analiza los acontecimientos, emerge un panorama más complejo e inquietante que apunta a lo que razonablemente puede inferirse como una operación encubierta orquestada desde Washington. La guerra, ahora prácticamente suspendida tras un alto el fuego inestable, podría haber tenido menos que ver con hostilidades regionales y más con la experimentación estratégica.
Todo parece indicar que Estados Unidos intentó utilizar a Israel como intermediario para poner a prueba la profundidad militar y la capacidad disuasoria de la República Islámica de Irán.
Sin embargo, este objetivo clandestino no salió según lo previsto. Lejos de revelar un Estado débil y fracturado, la guerra reveló un ejército iraní unificado, capaz y estratégicamente sofisticado que capeó el temporal y respondió con precisión y moderación. Con ello, Teherán demostró no solo su evolución militar, sino también su comprensión del poder asimétrico en un mundo de alianzas cambiantes y campos de batalla opacos.