Fuente: Umoya num 104 3er trimestre 2021 Noemí Ferrero y Alicia Gallego.
“Yo intentaba abrirles los ojos y el corazón a la cultura africana”
Paquita Reche Reche nació en un pequeño pueblo del norte de Almería, Chirivel, del que guarda un recuerdo entrañable. Estudió Magisterio y Pedagogía y Filosofía. Después de licenciarse, comenzó a participar en la Congregación de las Misioneras de Nuestra Señora de África, a través de la cual se fue como misionera a África. Ya en el continente, pasó etapas en diferentes países, como Argelia, Ruanda, Guinea Ecuatorial y Burkina Faso. Su labor consistió en ser maestra y educadora, colaborar con asociaciones y aprender de las culturas y sabidurías tradicionales de los pueblos africanos.
En 2004, Paquita regresó de manera definitiva a España, en concreto a Logroño, donde siguió visibilizando las realidades africanas desde organizaciones como Umoya.
Actualmente, vive en la Residencia Madre Carmen de Málaga.
Hemos hablado con ella para saber más sobre sus recuerdos y sus experiencias en África, así como lo que le llevó a querer recoger las historias de la cultura tradicional y los relatos de las mujeres africanas.
Durante nuestra conversación, Paquita le da mucha importancia a cómo sus padres creían necesario que sus hijas estudiasen una carrera universitaria para poder lograr independencia económica
antes de decidir qué querían hacer con su vida. “Mi padre era un hombre con mucha visión de futuro, y decía que de su casa no podía salir nadie sin tener una carrera y sin tener independencia
económica. Él pensaba que eso garantizaba que una persona pudiera hacer lo que quisiera sin depender de nadie. Hablo de mi
padre, pero mi madre era igual, tenía una preocupación grande por esto”, nos relata Paquita.
Explica que por eso ella decidió estudiar Magisterio, que además era la disciplina en la que trabajaban sus padres, ambos educadores: “Y a raíz de eso he tenido siempre una visión de lo mportante que ha sido para mí la enseñanza. Mis padres eran los dos educadores, y fueron gente que se había comprometido mucho con la enseñanza; especialmente mi madre con la educación de las mujeres”.
Desde joven a Paquita siempre le rondó la idea romántica de viajar a África, sin embargo, conforme se fue formando, se dio cuenta de que en el continente había muchas necesidades.
“Poder ir de misionera a África tenía ciertas exigencias y ser maestra era la vía más rápida”, reconoce. Así que se formó como tal en la Congregación de Hermanas Misioneras de Nuestra Señora de África, más conocida como Hermanas Blancas, fundada por el cardenal Charles Martial Lavigerie, en Argel, a petición del papa León XIII. No pudimos evitar preguntarle por
sus libros y su labor de divulgación, pero Paquita se empeña en quitarle importancia y agradecer a todas sus compañeras la idea de recoger sus escritos: “Eso han sido iniciativas que han venido de compañeras y compañeros.
Yo escribía mucho en revistas para divulgar, siempre me ha gustado escribir. Pero en el fondo eso era secundario, porque lo importante era el compromiso que yo pudiera tener con mis alumnos o alumnas”.
Aunque reconoce que siempre ha intentado dar “una visión de África positiva”, y se siente afortunada por haber vivido tantas situaciones que le han permitido hacerlo. Desde que se instruyó
como misionera, Paquita decidió estudiar en profundidad las costumbres del país al que iba, “en la vocación de nuestro
fundador se daba una importancia grande a las culturas locales”, continúa explicando. Por eso, una vez comenzó a trabajar como profesora, una de sus grandes preocupaciones fue trasladar a sus alumnos y alumnas esa necesidad de conocer su propia historia y su cultura. “Yo veía que la filosofía clásica que se impartía en Europa era la misma que aparecía en los programas educativos de África. Mi preocupación fue hacerles descubrir que había un saber en los pueblos y en la cultura tradicional que era muy importante. Yo intentaba abrirles los ojos y el corazón a la cultura africana”, admite mientras se esfuerza en rescatar estos detalles de un pasado que le va quedando cada vez más lejano.
Y así lo hizo también con Umoya, donde siempre ha tenido un papel importante, aunque ella lo considera modesto. No duda en recordarnos que cuando comenzó a colaborar en la Federación
lo hizo con la condición de que desde los comités “se abrieran a aspectos de la cultura de las distintas regiones de África” y que “se diera mucha importancia a la sabiduría tradicional”.
De su labor como educadora destaca su implicación en que sus alumnos y alumnas se comprometieran con la sociedad y creciera en ellos un interés por sus saberes populares. Cuenta que no fue
fácil: “Cuando me iba de vacaciones les decía que si en sus poblados oían, por ejemplo, los cantos de la cosecha, lo recogieran. Pero costaba que se interesaran por ello, por la
cultura tradicional”.
Algo recurrente a lo largo de nuestra entrevista ha sido hablar sobre el papel de las mujeres africanas y su importancia en las luchas y resistencias africanas. Cuando le preguntamos sobre cuál ha sido su mayor aprendizaje de todos los años que ha
pasado en el continente, nos responde que es todo aquello que le enseñaron las mujeres. “De ellas aprendí que nosotros somos solo iniciadores, que el trabajo verdadero tiene que ser hecho por los africanos y africanas, por ellos mismos, una vez tengan la formación necesaria. Que son ellos los responsables y los protagonistas”. Y cuenta un ejemplo: “Yo trabajaba como educadora y formaba a futuros maestros y maestras, pero luego les dejaba el sitio para que trabajasen ellos, y yo dedicarme a
otra cosa”. De entre sus mejores recuerdos, destaca los que vivió en Burkina Faso, el país de los hombres íntegros. Aunque se ríe al decir que, en realidad, todos sus recuerdos son maravillosos. “África fue importantísima para mí,marcó mi vida para siempre.
He tenido mucha suerte de encontrarme con gente maravillosa”, nos dice.Paquita recuerda con especial interés una anécdota que
viene recogida en el libro de Sabiduría Africana:
“—Tú eres esclava— me dice una señora en un poblado. —¿Que yo soy esclava? Yo no soy esclava. —Sí, tú eres esclava de la cosa esa que tienes en la muñeca— me responde, refiriéndose al reloj.”
El sabor de la intensa vida que ha llevado Paquita puede comprobarse a través de la lectura de sus libros y nume-
risísimos artículos, o gracias a charlar con ella por teléfono y
escuchar la ilusión con la que habla a pesar de los naturales
resquicios de la edad.
Nosotras hemos tenido la suerte de poder hacer las dos cosas, y sentimos un profundo agradecimiento de todos los saberes a los que nos ha acercado Paquita tanto con sus textos como con la propia voz de la experiencia y la sabiduría de esta mujer de corazón africano.