Fuente: Umoya num. 103 2º trimestre 2021 Oliva Cachafeiro Bernal. Directora del Museo de Arte Africano
Arellano Alonso de la Uva.
LA TUMBA DE LOS ASKIA.Arquitectura en barro y memoria
Al hablar de arte africano habitualmente no se tiene mucho en cuenta la arquitectura, aunque existen bellos y abundantes ejemplos que demuestran el grado de desarrollo de la misma en muchas de las culturas repartidas por todo el continente.
Quizá, la más conocida y estudiada es la tradición de construcción en barro que se extendió por el Sahel. Se caracteriza ésta por la erección de estructuras de barro combinadas con maderos colocados perpendicularmente para dar estabilidad, además de funcionar como andamios. El material adopta una forma rectangular equivalente a nuestros adobes que se denomina bancó, mezclándose para su fabricación, arcilla, arena, paja y cáscaras de arroz, junto a materiales orgánicos como la goma arábiga, polvo del fruto del baobab, manteca de carité o taninos, en función de la disponibilidad de cada zona. Tras ser unidos con
mortero, eran recubiertos por un enlucido de arena, lo cual obliga a que anualmente estas construcciones sean de nuevo enlucidas para mantenerlas en perfecto estado, contrarrestando el efecto de la erosión.
En la estructura de las edificaciones predomina la línea recta, así como la alternancia de torretas piramidales y pilastras, lo cual permite romper la monotonía y crear efectos de claroscuros que enriquecen el conjunto.
Según parece, el origen de esta técnica constructiva es inmemorial, siendo practicada por los baris, casta de constructores trashumantes originarios de Sudán del Sur, entre los
cuales los conocimientos se transmitían de padres a hijos.
A medida que se desplazaban fueron trasladando hacía el oeste sus prácticas. Una de las zonas en la que más se desarrolló la arquitectura en barro es el delta interior del Níger donde abunda la
materia prima, lo que es todo un ejemplo de adaptación al medio y sostenibilidad, como se diría actualmente. En esta área destacan especialmente cuatro conjuntos localizados en la actual Malí, todos ellos incluidos en la Lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO: el País Dogón y la Falla de Bandiagara, la ciudad de Tombuctú, las antiguas ciudades de Djenée y la tumba de los Askia. Las construcciones realizadas en esas zonas están vinculadas a la implantación del Islam, por lo que se trata fundamentalmente de mezquitas u otros lugares de culto que se convertirán en sí mismos en un estilo específico dentro de la arquitectura islámica. Por su simbolismo y empaque, el edificio más conocido de todos ellos es la gran mezquita de Djenée, la más grande del mundo. Sin embargo no ocurre lo mismo con la tumba de los Askia.
En realidad, no se trata solo de un enterramiento sino de un complejo constituido por un ágora al aire libre, un cementerio, dos mezquitas y una extraordinaria tumba piramidal. Fue erigida ésta en torno a 1495 por Askia Mohamed I el Grande, considerado primer emperador Songhai, en la capital de su imperio, la ciudad de Gao. Se mostraba con su magnificencia el poder y la riqueza que llegó a alcanzar un imperio que tuvo su auge entre los siglos
XV y XVI, gracias sobre todo al control del comercio de sal y de oro en la ruta del Sahara.
Askia I fue el que convirtió lo que hasta entonces era un reino más, en el mayor imperio islámico visto en esta zona del continente africano, extendiéndose desde la desembocadura del rio Senegal hasta el norte de la actual Nigeria. Estableció la capital en Gao, donde ya había existido un estado Shongay desde el siglo XI. El soberano centralizó y burocratizó allí el gobierno, lo enriqueció impulsando los contactos comerciales con Europa y Asia, apoyó la educación y fue clave para la expansión del Islam en la zona. Pero también, bajo su mandato, el imperio alcanzó un
esplendor cultural y artístico que, aunque duró poco, fue intenso. En este marco se sitúa la construcción de la propia tumba de Askia. Según parece, para su construcción se trajo consigo a arquitectos e incluso materiales desde la propia Meca, a donde peregrinó con una extraordinaria caravana de miles de camellos. Se dice que a su muerte fue enterrado bajo ella, pero no se sabe con total seguridad porque la tumba fue sellada y hasta el momento no se ha excavado en ella. Lo que sí se conoce es que nadie de su estirpe fue inhumado allí, sino en el cementerio que forma parte del mismo recinto.
En realidad, no es una construcción tan espectacular como otras del mismo material, ya que solo mide 17 metros de altura y 15 de lado. Lo que la hace única es su peculiar forma, escalonada y con una rampa externa para acceder a la parte más alta donde se localiza una puerta que permitiría el paso a la sala interior. Por lo
demás, está construida según los principios de la arquitectura en tierra de la región, combinándose la madera con el barro.
La tumba de los Askia fue declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad en el año 2004. Sin embargo, debido al ataque destructor de grupos islamistas, en 2012 fue incluida en la lista del
Patrimonio de la Humanidad en Peligro. Y se hizo al mismo
tiempo y por las mismas razones por las que se incorporó al listado Tombuctú. Hay que recordar que esta ciudad es la protagonista de la primera sentencia de la Corte Penal Internacional en la que se condenó a un terrorista por la destrucción de patrimonio histórico, en concreto nueve mausoleos. Este hecho fue un hito histórico en la lucha por acabar con la impunidad ante la destrucción del patrimonio cultural, poniéndose además de relieve la importancia del mismo no solo para la propia comunidad concernida, sino para toda la humanidad.
El patrimonio no son solo edificios u artefactos, sino la plasmación de la historia de cada pueblo. Refleja sus valores y creencias, por lo que su destrucción implica la pérdida de todo ello. De ahí que se emplee como arma de guerra para acabar con la memoria del enemigo y con su identidad colectiva e individual. Es un auténtico “memoricidio”. Y todo ello deber llevarnos a reconocer la importancia real del patrimonio cultural, de la necesidad de su preservación y conservación para las generaciones futuras. No son únicamente piedras lo que desaparecen, sino el recuerdo
y el aprendizaje de las vidas vividas en torno a ellas. ¡Recordémoslo!