A propósito de Constanza Santa María: ¿Pinochet presidente o Pinochet dictador?

Fuente: https://www.telesurtv.net/opinion/A-proposito-de-Constanza-Santa-Maria-Pinochet-presidente-o-Pinochet-dictador-20230705-0025.html?utm_source=planisys&utm_medium=NewsletterEspa%C3%B1ol&utm_campaign=NewsletterEspa%C3%B1ol&utm_content=37 Pedro Santander                                                                           05.07.23

Politológicamente, decirle “presidente” a Pinochet es afirmar su legitimidad y negar la ilegitimidad de su mandato.

Politológicamente, decirle “presidente” a Pinochet es afirmar su legitimidad y negar la ilegitimidad de su mandato. | Foto: TVN (captura de video)

Decir que Pinochet fue un “presidente” es negar que este asumió el mando mediante un golpe de Estado que eliminó todas las bases republicanas del país.

El lenguaje nos dio a los seres humanos esa maravillosa capacidad de ponerles nombres a las cosas y así referirnos a ellas. Es lo que se conoce como la “capacidad referencial” del lenguaje. A su vez, también nos dio la capacidad de elegir cómo describir esas cosas acerca de las cuales queremos hablar. Es lo que se conoce como la “opcionalidad lingüística”.

Generalmente tenemos más de una palabra a nuestra disposición. Así, para referirme a mi progenitor puedo decirle padre, papá, viejo, viejito o taita; a un asesino lo puedo denominar como homicida, sicario, criminal, etc. O para hablar de Pinochet puedo elegir llamarlo genocida, carnicero, asesino, ladrón, dictador o, como lo hizo hace pocos días la rostro de Televisión Nacional, Constanza Santa María, “presidente Pinochet”.

Cuando lo hizo, su compañero en estudio, el periodista Kevin Felgueras, pocos segundos después y en clara referencia a sus palabras, habló del “dictador Augusto Pinochet”. Fue un momento lingüístico paradigmático respecto de cómo nos podemos referir, de modos radicalmente distintos, a una misma cuestión. Fue la semántica en acción y en horario prime. En este caso estamos semánticamente ante pares antagónicos: decir que Pinochet fue un “presidente” es negar que fue un “dictador”. En esa negación, asoma tanto en el lenguaje de la periodista como en las pantallas de TVN el negacionismo.

Pero estamos ante una cuestión no solo lingüística, también politológica. La noción de “presidente” proviene de la tradición republicana que entiende que quien preside una nación fue elegido para ello por el pueblo, y goza, por lo tanto, de representación democrática en su investidura y de legitimidad en su ejercicio de gobierno, que, además, ocurre en el marco de la separación de poderes. Decir que Pinochet fue un “presidente” es negar que este asumió el mando mediante un golpe de Estado que eliminó todas las bases republicanas del país, es negar que la elección que se hizo para darle aires de presidente (el plebiscito de 1980) fue realizada con la proscripción de partidos políticos, sin registros electorales, sin libertad de prensa y con el personal de la CNI votando hasta cuatro o cinco veces en diferentes centros de votación. Politológicamente, decirle “presidente” a Pinochet es afirmar su legitimidad y negar la ilegitimidad de su mandato.

También periodísticamente estamos ante un antagonismo radical. Si el periodismo tiene por misión relatar los sucesos, los acontecimientos y eventos que ocurren en el mundo del modo más veraz posible, con los hechos como un referente orientador, lo más apegado a estos y lo menos a la ideología personal y subjetiva, decirle “presidente” a Pinochet es desentenderse de lo factual, prescindir de la mínima objetividad periodística, para así negar la existencia de una dictadura en nuestro país, que, como toda dictadura, solo pudo estar encabezada por un dictador.

Esos breves segundos en la pantalla de TVN (cuya misión anuncia que quiere “promover y difundir los valores democráticos y los derechos humanos”) dan cuenta de cómo diversos actores están hoy empeñados en crear una historia alternativa e instalar dudas para producir confusiones políticas. Es una práctica propia y característica del negacionismo que tiene como propósito no solo alterar la historia, sino la propia memoria democrática.

Como explica Donatella Di Cesare en su libro Si Auschwitz no es nada, los primeros en instalar la negación fueron los propios perpetradores de los crímenes cometidos en los campos de concentración nazi. Una característica esencial de ese discurso es la inversión; por ejemplo, invertir los roles entre víctimas y verdugos, o decirle “presidente Pinochet” a un sanguinario dictador, como lo hace Constanza Santa María en el canal de todos los chilenos.


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