Fuente: La Jornada Juan Pablo Duch 20.08.22
Y es desacertada porque no va a provocar una revuelta contra el Kremlin por varias razones: la mayoría abrumadora de los rusos, cerca de 80 por ciento, nunca han viajado al extranjero y carecen de recursos para hacerlo. Quienes sí tienen esa posibilidad no necesariamente apoyan la operación militar especial
y si no lo expresan en público es para no perder el trabajo o acabar en la cárcel.
En cambio, los familiares y colegas de muchos de los que están en las listas de sancionados por promover la guerra –funcionarios, empresarios, legisladores, periodistas– hace tiempo que residen en Europa con visas de oro, eufemismo que demuestra la validez de la frase del emperador Vespasiano de que pecunia non olet (el dinero no huele).
Además, a pesar de que el espacio aéreo europeo está cerrado para vuelos desde y hacia Rusia, cualquier ruso puede viajar a Turquía (cerca de 300 vuelos por semana) y vacacionar en sus playas o, de ahí, continuar hacia cualquier destino turístico en Europa, si tiene el visado de Schengen, en América Latina, México incluido, en África, Marruecos o Egipto sobre todo, o en Asia, pero para llegar a Tailandia, por ejemplo, es mejor volar a Emiratos Árabes Unidos o Qatar, donde los rusos son bienvenidos.
En caso de que no dejen entrar en el Viejo Continente a los rusos, los países que en gran medida dependen del turismo (Grecia, España, Italia, Francia) recibirían un tiro en el pie al perder las millonarias ganancias que dejan los viajeros rusos, al margen de si apoyan o no la guerra. Sin embargo, algunos miembros de la Unión Europea, Estonia a la cabeza, quieren dejar de dar visas o anular los permisos de residencia de los rusos; otros, como Finlandia, sólo reducir el número, y los cancilleres de la UE acordaron discutir el 31 de agosto la propuesta de cerrar Europa para los rusos.
Es previsible que fracase consensuar una posición común y se dejará a criterio de cada miembro hacer lo que considere pertinente.