En 1981 Ngugi wa Thiong´o pronunció un discurso en Dinamarca contra Karen Blixen y sus libros Memorias de África (1937) y Sombras en la hierba (1960), que causó una gran polémica en la tierra natal de la escritora, lugar donde “estaba prácticamente santificada”, en palabras del propio escritor. No era la primera vez que un escritor africano arremetía contra un icono literario europeo. Basta recordar la fuerte controversia que suscitó en 1975 Chinua Achebecon su texto sobre la obra de Conrad, El corazón de las tinieblas.
En ambos casos, los dos escritores no dudaban en reconocer las cualidades literarias de los textos en cuestión. Pero, al unísono, sacaban a la luz lo que nadie hasta ese momento había percibido tras sus lecturas.
La plasmación por escrito del discurso pronunciado en Copenhague por el keniano se puede leer traducido a castellano en el volumen Desplazar el centro (Rayo Verde). En el mismo analizaba una de las áfricas más peligrosas, en su opinión, que el imaginario occidental había construido hasta entonces: el África de la ficción europea, y señalaba como máximo representante de la misma a Karen Blixen. En concreto, destacaba el racismo teñido de amor que rezuman sus páginas.
El keniano centraba dicho análisis en la figura de Kamante Gatura, el cocinero de la baronesa, a quien en su conocido libro Memorias de África “describe como si fuera un perro”. Ngugi estrechaba más su convicción al comentar que lo anterior no era fruto del desconocimiento de una joven escritora en tierra extraña, ya que en Sombras en la hierba, escrita casi 30 años después, volvía a mostrar el mismo talante.
En concreto, Cuentos de Kamante. Memorias de África (1975) pudo ver la luz gracias al interés que puso el fotógrafo Peter Beard. Recordemos que Blixen, después de diecisiete años, tuvo que decir adiós a Ngong en 1931. Su siguiente vida, es decir la posterior a estos años la dedicó a la escritura hasta su fallecimiento en Dinamarca en 1962. Beard, quien ya había visitado con diecisiete años África, decidió instalarse en Kenia, cerca de la finca de la escritora tras leer sus Memorias de África. En 1961 quiso conocerla y cuando esta le dio, dos meses antes de morir, una carta para Kamante, invitó a este a vivir con él – al menos, es lo que aparece en la web del reconocido fotógrafo-.
Kamante Gatura (1912-1985) era kikuyu. Fue acogido por Blixen a los nueve años y acabó trabajando para ella como cocinero hasta su regreso a Europa. Mantuvieron contacto hasta la muerte de la autora. Beard y él, junto con los hijos de aquél, pasaron horas grabando, transcribiendo, traduciendo del suajili, editando y componiendo la otra historia de su vida junto a Blixen. El resultado es una obra que suma las fotografías de Beard, los dibujos de Kamante y algunos relatos de la tradición kikuyu. El conjunto ofrece una colección de recuerdos, cartas, un ramillete de secuencias, breves, que abarcan desde su infancia junto a su padre, un anciano sin cuya presencia nunca se reunía el jefe, hasta su paso a formar parte del servicio de la baronesa y su vida junto a ella, que le llevó a servir una comida al Príncipe de Gales.
Memorias de África comienza con la famosa frase: “Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong” y el libro de Kamante lo hace en contrarréplica con: “Yo, Kamante Gatura, era un cocinero en su casa”. Los recuerdos se inician, así, en su aldea de la que marcha junto con su padre, que finalmente muere. El contacto con la baronesa se inicia porque el niño tiene una enfermedad en su pierna y ella se presta a curársela. Pronto formará parte de la servidumbre de la danesa. Mientras la familia del niño pasa penurias, el joven kikuyu narra cómo en aquella casa había cocineros para los perros de la escritora.
Blixen disfrutaba cazando, pero era capaz de acoger a una cría de bosbok y solicitar los máximos cuidados para ella. Una de las cosas que más llama la atención es el protagonismo de los perros. Los que tenía Blixen, que se muestran en varias de las fotografías que atesora el libro, los que aparecen en los recuerdos de su sirviente, o el que ofrece a su ex – marido a cambio de no llevarse a Kamante (este episodio, narrado por su protagonista, es quizás el más significativo de todo el libro).
El tono de la narración del libro es muy oral. Desconocemos hasta qué punto lo que contó a Beard fue transcrito de manera sastisfactoria. Lo que se pudo añadir, o si Kamante se sentía libre para expresarse cuando conocía que lo que narraba iba a componer una especie de homenaje para Blixen. Parece que en cuanto a este último extremo fue sincero. A menudo se ha destacado la preocupación de la autora por el bienestar de los africanos que la rodeaban y su interés genuino por su cultura; llegó a aprender suajili. Era una colona, sin duda, (de clase alta, además) pero se diferenciaba del resto. En este sentido, el que fue su cocinero no cesa, a lo largo de sus memorias, de agradecer la bondad y el carácter alegre de la escritora, que le abrió un camino y un reconocimiento en Kenia.
En los últimos años de su vida, parece que Kamante denunció ante la prensa keniana que Beard no le había dado ni un centavo por el libro, ni tampoco por sus dibujos, algunos de los cuales debió de utilizar para decorar sus famosas fotografías, aunque la información sobre ambos extremos es confusa y merecería mayor rigor. Blixen, por su parte, sentía auténtico aprecio por su cocinero, pero no veía en él nada digno de mención: el propio Beard hace notar que ella había escrito sobre él: “No tenía talento alguno para admirarse” lo cual, como el famoso fotógrafo subraya, era una equivocación.
Lo único que sí sabemos con certeza es que Beard quiso que aquel hombre contara su historia y que la última carta que escribió Blixen fue para Kamante, su fiel sirviente: “Desearía poder verte de nuevo”, fueron sus últimas palabras. Y que éste, cuando se enteró de su fallecimiento -lo recoge en la introducción de sus Cuentos– escribió: “Si hubiera tenido algún poder ancestral, la hubiera vuelto inmortal, como a mi querida madre (…) Las amables cartas que recibía de ella quedan en el recuerdo y los lejanos días que permanecimos juntos, son como las teclas, negras y blancas, de un piano que se toca y produce melodiosos versos…”
Cuentos de Kamante. Memorias de África (Longing for Darkness: Kamante`s Tales from Out of Africa, 1975). Kamante Gatura con fotografías de Peter Beard y dibujos de Kamante Gatura. Traducción José Jesús Fornieles Alférez. Editorial Confluencias, 2015.
En ambos casos, los dos escritores no dudaban en reconocer las cualidades literarias de los textos en cuestión. Pero, al unísono, sacaban a la luz lo que nadie hasta ese momento había percibido tras sus lecturas.
La plasmación por escrito del discurso pronunciado en Copenhague por el keniano se puede leer traducido a castellano en el volumen Desplazar el centro (Rayo Verde). En el mismo analizaba una de las áfricas más peligrosas, en su opinión, que el imaginario occidental había construido hasta entonces: el África de la ficción europea, y señalaba como máximo representante de la misma a Karen Blixen. En concreto, destacaba el racismo teñido de amor que rezuman sus páginas.
El keniano centraba dicho análisis en la figura de Kamante Gatura, el cocinero de la baronesa, a quien en su conocido libro Memorias de África “describe como si fuera un perro”. Ngugi estrechaba más su convicción al comentar que lo anterior no era fruto del desconocimiento de una joven escritora en tierra extraña, ya que en Sombras en la hierba, escrita casi 30 años después, volvía a mostrar el mismo talante.
Mucho se ha escrito sobre el racismo de Blixen; sus comparaciones entre hombres y animales están ahí. Pero, otras opiniones matizan lo anterior: sus ensayos muestran a una “europea no condescendiente”, que no se engañaba sobre su posición en Kenia, ni sobre su privilegio y que “trató a los kikuyus, masáis y totos con una apertura de miras que chocó con los prejuicios de la mayoría de colonos”. Tampoco se suele mencionar el libro de memorias que escribió ese mismo cocinero, objeto de la polémica.
En concreto, Cuentos de Kamante. Memorias de África (1975) pudo ver la luz gracias al interés que puso el fotógrafo Peter Beard. Recordemos que Blixen, después de diecisiete años, tuvo que decir adiós a Ngong en 1931. Su siguiente vida, es decir la posterior a estos años la dedicó a la escritura hasta su fallecimiento en Dinamarca en 1962. Beard, quien ya había visitado con diecisiete años África, decidió instalarse en Kenia, cerca de la finca de la escritora tras leer sus Memorias de África. En 1961 quiso conocerla y cuando esta le dio, dos meses antes de morir, una carta para Kamante, invitó a este a vivir con él – al menos, es lo que aparece en la web del reconocido fotógrafo-.
Kamante Gatura (1912-1985) era kikuyu. Fue acogido por Blixen a los nueve años y acabó trabajando para ella como cocinero hasta su regreso a Europa. Mantuvieron contacto hasta la muerte de la autora. Beard y él, junto con los hijos de aquél, pasaron horas grabando, transcribiendo, traduciendo del suajili, editando y componiendo la otra historia de su vida junto a Blixen. El resultado es una obra que suma las fotografías de Beard, los dibujos de Kamante y algunos relatos de la tradición kikuyu. El conjunto ofrece una colección de recuerdos, cartas, un ramillete de secuencias, breves, que abarcan desde su infancia junto a su padre, un anciano sin cuya presencia nunca se reunía el jefe, hasta su paso a formar parte del servicio de la baronesa y su vida junto a ella, que le llevó a servir una comida al Príncipe de Gales.
Memorias de África comienza con la famosa frase: “Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong” y el libro de Kamante lo hace en contrarréplica con: “Yo, Kamante Gatura, era un cocinero en su casa”. Los recuerdos se inician, así, en su aldea de la que marcha junto con su padre, que finalmente muere. El contacto con la baronesa se inicia porque el niño tiene una enfermedad en su pierna y ella se presta a curársela. Pronto formará parte de la servidumbre de la danesa. Mientras la familia del niño pasa penurias, el joven kikuyu narra cómo en aquella casa había cocineros para los perros de la escritora.
Blixen disfrutaba cazando, pero era capaz de acoger a una cría de bosbok y solicitar los máximos cuidados para ella. Una de las cosas que más llama la atención es el protagonismo de los perros. Los que tenía Blixen, que se muestran en varias de las fotografías que atesora el libro, los que aparecen en los recuerdos de su sirviente, o el que ofrece a su ex – marido a cambio de no llevarse a Kamante (este episodio, narrado por su protagonista, es quizás el más significativo de todo el libro).
El tono de la narración del libro es muy oral. Desconocemos hasta qué punto lo que contó a Beard fue transcrito de manera sastisfactoria. Lo que se pudo añadir, o si Kamante se sentía libre para expresarse cuando conocía que lo que narraba iba a componer una especie de homenaje para Blixen. Parece que en cuanto a este último extremo fue sincero. A menudo se ha destacado la preocupación de la autora por el bienestar de los africanos que la rodeaban y su interés genuino por su cultura; llegó a aprender suajili. Era una colona, sin duda, (de clase alta, además) pero se diferenciaba del resto. En este sentido, el que fue su cocinero no cesa, a lo largo de sus memorias, de agradecer la bondad y el carácter alegre de la escritora, que le abrió un camino y un reconocimiento en Kenia.
En los últimos años de su vida, parece que Kamante denunció ante la prensa keniana que Beard no le había dado ni un centavo por el libro, ni tampoco por sus dibujos, algunos de los cuales debió de utilizar para decorar sus famosas fotografías, aunque la información sobre ambos extremos es confusa y merecería mayor rigor. Blixen, por su parte, sentía auténtico aprecio por su cocinero, pero no veía en él nada digno de mención: el propio Beard hace notar que ella había escrito sobre él: “No tenía talento alguno para admirarse” lo cual, como el famoso fotógrafo subraya, era una equivocación.
Lo único que sí sabemos con certeza es que Beard quiso que aquel hombre contara su historia y que la última carta que escribió Blixen fue para Kamante, su fiel sirviente: “Desearía poder verte de nuevo”, fueron sus últimas palabras. Y que éste, cuando se enteró de su fallecimiento -lo recoge en la introducción de sus Cuentos– escribió: “Si hubiera tenido algún poder ancestral, la hubiera vuelto inmortal, como a mi querida madre (…) Las amables cartas que recibía de ella quedan en el recuerdo y los lejanos días que permanecimos juntos, son como las teclas, negras y blancas, de un piano que se toca y produce melodiosos versos…”
Cuentos de Kamante. Memorias de África (Longing for Darkness: Kamante`s Tales from Out of Africa, 1975). Kamante Gatura con fotografías de Peter Beard y dibujos de Kamante Gatura. Traducción José Jesús Fornieles Alférez. Editorial Confluencias, 2015.
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