Fuente: Fuente: http://www.afribuku.com/cine-africano-casa-mille-soleils-mati-diop/ Olivier Barlet 02.04.2020
Autor : Olivier Barlet (Africultures)
Tras inaugurar el pasado año el mayor canal en español de cine africano, el festival FCAT, en colaboración con Casa África y CICUS, ofrecen una selección de películas temáticas, como forma de apoyo e incentivo de la industria audiovisual africana, y para acompañar a las personas que en estos momentos se encuentran en cuarentena. «Mille soleils», que confirmó a Mati Diop como figura señera de las nuevas escrituras cinematográficas, es uno de los largometrajes escogidos.
“El mundo es viejo, pero el futuro proviene del pasado”. Los griots repiten sin cesar el principio de la Epopeya de Soundiata Keita pero esta máxima esencial es difícil de poner en práctica: ¿cómo puede una joven directora, deseosa de avanzar en su visión del mundo actual, hija del músico Wasis Diop y sobrina del más legendario de los cineastas africanos, Djibril Diop Mambéty, avanzar en la delicada ecuación de una herencia tan magníficamente rica pero que obligatoriamente pesa?
¡Mojándose! Yendo a Dakar tras las huellas de Touki bouki, la película que más le interesa, pero que su abuelo definió afirmando: “Es nuestra historia”. Así que aquí tenemos una historia de familia, de transmisión, de herencia y de ruptura donde la historia personal se mezcla con la gran Historia del cine. Se necesitaba una puerta de entrada, que fue la de explorar lo que sucedió con Marème Niang y Magaye Niang, quienes encarnaron a Anta y Mory, la pareja de jóvenes poco conformistas prendados de libertad que cuarenta años antes recorrían Dakar para encontrar el dinero del viaje hacia Europa. Como Anta, Marème Niang partió hacia el Norte, y como Mory, Magaye Niang no abandonó Dakar. Aunque lo real y la ficción se entremezclan hasta el punto de responderse entre sí. Magaye seguirá estando a la cabeza del rebaño y, como en Touki bouki, encontramos sus animales en el matadero.
Pero han pasado 40 años, y Mati, a pesar de su deseo referencial, no lo capta como Djibril. Por supuesto, la sangre es la misma, como la sangre del matadero de Sang des bêtes de Georges Franju (1949), que evocaba para mejor conjurarla, la matanza de las guerras mundiales, como la sangre del matadero de Rwanda pour mémoire de Samba Félix Ndiaye (2003), que se acercaba así a la representación del Itsembabwoko. La sangre está ahí y, como Djibril, Mati no filma la matanza a distancia: se sitúa en medio de los cebúes. Pero mientras que en Touki bouki, Djibril representaba el terror de los animales, en su intención de evocar a los condenados, pero también la fuerza de vivir, Mati se interesa más bien por los hombres que miden sus fuerzas con los animales, como en una corrida de toros, emitiendo gritos de victoria cuando los abaten. Como en la Historia de Haití, a la que los dirigentes se refieren sin cesar, la sangre es un lazo que atraviesa el tiempo, a su vez peso del pasado y herencia de lo vivido. Ese lazo sanguíneo, aunque también personal e histórico, donde domina el rojo, va a cederle el paso a la invasión del azul, que se impone hasta el punto de bañar de luz azul del proyecto a los veteranos que acuden a presentar Touki bouki durante una sesión al aire libre: Wasis Diop, Joe Wakam (Issa Samb), Ben Diogaye Bèye y Magaye Niang. Bajo el baño de azul, una nueva generación toma asiento, la del nuevo cine que se apodera de lo digital y abandona las bobinas de película y, siguiendo la huella de Djibril, rompe con un cierto clasicismo, la generación de ese chófer de taxi que reivindica a grito pelado el poder del pueblo y le reprocha a los mayores como Magaye no haber intentado nada – el chófer no es otro que Djily Bagdad, el rapero del grupo 5kiem Underground, miembro del movimiento Y’en a marre, cuya movilización en las manifestaciones callejeras impidió que el presidente Abdoulaye Wade entronizara a su hijo como su sucesor.
¿Viajar? «Por supuesto”, dicen los tres compadres. Sin embargo, si Wasis se fue, Joe y Ben se quedaron. Su ruta a través del mundo: el desplazamiento no es solo geográfico. Son, como Magaye, héroes frágiles e inciertos pero penetrados por el compromiso de algunos westerns, como Gary Cooper en High Noon de Fred Zinnemann (1952), cuya célebre canción le entusiasmaba a Djibril y acompaña a Magaye cuando sigue a su rebaño al principio de la película. Cuando la retoma al final a ritmo de rock, Magaye, como ella, ha cambiado: ha franqueado el paso de la memoria y afrontado el frío azul del polo. Por haber superado su dolor y haberse enfrentado a su miedo, alcanza el más allá de la memoria, algo invisible que ya no es recuerdo sino consciencia del tiempo.
Esta es la herencia de Touki bouki: esos mil relojes, esos mil soles, esos mil fulgores que nos emocionan profundamente en una película tan nocturna como luminosa, tan intuitiva como anclada en el tiempo presente, tan digna de inscribirse en su linaje como innovadora y poderosa. Con Mille soleils, Mati Diop revisita con una infinita fineza la meta de Touki bouki: conquistar sin abandonar.
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Traducción: Alejandro De los Santos