Fuente: Iniciativa Debate/ Domingo Sanz
Todos hemos perdido el equilibrio en algún momento de los críticos, cayendo fáciles en las trampas reales o imaginarias que se ocultan en los bordes de los abismos que intentamos esquivar.
Si todos fuéramos irreverentes contra nosotros mismos las guerras no tendrían sentido. Pero España tiene un currículum muy guerrero y creo que nos gusta demasiado reírnos de terceros, aunque no en todas partes por igual. En Catalunya, por ejemplo, también se ríen mucho de sí mismos.
Pero en todas partes sí cuece la mala leche, y más cuando el fuego es fuerte y el incendio viene de lejos. No tropezar en estas circunstancias solo es posible para los equilibristas del mejor circo.
No lo ha conseguido el Conseller catalán Buch. Quizás, y sin levantar la menor liebre, debería haber pedido a Marlaska, su equivalente en La Moncloa y por el conducto más burocrático posible, que le certificara el criterio del reparto de las mascarillas y su desglose por territorios, con tal de comprobar si 1.714 tiene fundamento estadístico, y cual. Entre los montones de parámetros y ratios que pueden considerarse, lo mismo le suena la flauta al mago de las mascarillas.
(En este momento, que son las 12 de la mañana, le están preguntando a Fernando Simón por los criterios de reparto de las mascarillas y ha respondido que no los conoce).
Pero si Buch se sentía obligado a hablar, podría haber agradecido al gobierno central que se sumara a la causa de la Diada de cada 11 de septiembre pues, como cualquier catalán sabe, lo que se conmemora es la derrota de Catalunya en el año 1.714, con una demostración de optimismo histórico y humor casi negro que garantiza millones de victorias íntimas cada año, en medio de una derrota colectiva que no quiere eternizarse.
Abundando en la ironía, Buch podría incluso haber felicitado a Madrid por demostrar un conocimiento suficiente de la historia. Pero a este conseller casi nunca le he visto sonreír. Aunque no es menos cierto que, con los marrones que le han tocado, muchos se habrían confinado sin esperar al virus.
Tampoco han sabido mantener el equilibrio todos los que han entrado al trapo desde el gobierno de Sánchez, entre otros la señora Cunillera, delegada en Catalunya, pues lo único que debería hacer, si es que puede, es limitarse a enseñar el documento con el criterio de reparto utilizado y la hoja con su desglose por CC.AA.
Y lo que hayan dicho, y siguen, otros políticos, desde el PP hasta Podemos y de Catalunya o de otros ámbitos, para remover aún más el rifirrafe, tiene poca o nula importancia, pues a lo único que se arriesgan es a quedar mal o fatal cuando se conozca el desglose del reparto. Que, en mi opinión, solo se publicará si alguien consigue que la cifra cuadre con la fecha.
Y no digamos si resulta que, finalmente, se descubre que hubo mano burlona con ganas de provocar. Aun así, ninguno de los bocazas habituales reconocerá su resbalón.
En cambio, no le han faltado reflejos al conseller Buch al incluir en la baraja otro número cabrón, esta vez no solo catalán, el del año 1.939. Esto garantiza que cualquiera que desee batir el récord conseguido por Rajoy en el incremento del porcentaje de independentistas en Catalunya solo tiene que manipular hacia esa cifra el envío de algo.
Teniendo en cuenta que hoy es 14 de abril, si yo fuera Buch habría exigido a Sánchez que el 1, el 9, el 3 y el 1 sean, a partir de ahora, los cuatros primeros dígitos, y en ese orden, del número de productos que se incluyan en cualquier envío destinado a Catalunya desde el “mando único” que Sánchez montó con el visto bueno de Casado, y tras el sacrificio de los intereses de los madrileños que su propia presidenta acaba de confesar, a cambio de que Sánchez no escuchara a Torra ni con una pandemia amenazando.
Si, 1931, aunque solo sea para compartir la celebración de “todo un régimen que caía sin sangre, para asombro del mundo”, tal como nos recuerda hoy “La República de Público” que dijo un Antonio Machado al que hoy citan todos sin cortarse un pelo, hasta algunos de los que no dudarían en ordenar de nuevo el canto del “Cara al sol” antes de comenzar las clases de cada día en todas las escuelas.