Fuente: afribuku/Melissa Tandiwe Myambo*
“La sala de embarque” de Melissa Tandiwe Myambo
Aquí pueden descargar el texto íntegro en formato PDF: LA SALA DE EMBARQUE – Ellas (también) cuentan.
Como con tantos otros presagios, ella no había interpretado su significado en ese momento. Hacía tres años que Ibou envió a casa una foto de su prestigiosa escuela de negocios en América, en la que aparecía junto a sus amigos. El abultado sobre llegó después de un prolongado silencio. Fátima no tuvo el menor presentimiento al abrirlo con la ayuda de un cuchillo de cocina, y retiró las páginas escritas a máquina. Salió fuera y se dispuso a leer la preciada carta a Padre.
El anciano se encontraba cómodamente sentado en un pequeño taburete, apoyado sobre la áspera corteza del tronco de un mango, con su arremolinado y habitual boubou [1] de color gris con bordados amarillos en la pechera, cuello abierto y holgado en los laterales. Debido a la educación que tuvo en la escuela coránica, le resultaba más fácil leer en árabe que en francés, aunque había pasado un tiempo desde que lo hizo por última vez y la visión se le iba desvaneciendo con el paso de los años. Sus ojos, desde la distancia, parecían casi azules, iris oscuro rodeado por un halo de color gris y la córnea cubierta por una película de gel translúcida. Últimamente, aquellos ojos acuosos pero relucientes, solo podían distinguir un conjunto de formas, y por lo general dependía de Babacar o de cualquier nieto que se encontrase cerca, para que le leyera la letra pequeña de los diarios.
Fátima agitó la carta frente al anciano pero este le indicó con un movimiento que esperara mientras les daba indicaciones a los jóvenes que se encontraban junto al grifo de agua preparando ataya [2]. Cuando estuvo listo, Lamine, su vecino, le ofreció al anciano el primer ataya de la segunda ronda. El sol brillaba a través de la pequeña taza de cristal. El ardiente té era casi tan oscuro como la mano temblorosa del anciano.
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