“No hay nada misterioso en el desastre de la izquierda italiana”

Fuente: https://vientosur.info/no-hay-nada-misterioso-en-el-desastre-de-la-izquierda-italiana/                                                23 JULIO 2020

“No hay nada misterioso en el desastre de la izquierda italiana”

¿Cómo explicar el desastre de la izquierda italiana? La pregunta ha adquirido una importancia mayor a lo largo de estos dos últimos años cuando el país ha conocido el gobierno más a la derecha de toda su historia republicana, una situación de urgencia sanitaria y la agravación sin precedentes de una crisis económica larvada que dura desde hace casi treinta años. Nada parece querer surgir de este campo de ruinas. Y sin embargo, los últimos sobresaltos políticos, fruto de una larga incubación en las entrañas de la península, obligan a tomar un respiro, una pausa, dentro del flujo incesante de las noticias, para buscar las causas del hundimiento incuestionable de una de las izquierdas más fuertes de Europa después de la Segunda Guerra Mundial.

Conversamos con Franco Turigliatto, antiguo senador de Rifondazione Communista (RC), expulsado en 2007 de ese partido por haber votado en el Senado contra la intervención militar italiana en Afganistán. Veterano militante de la izquierda radical, ha vivido de cerca, durante medio siglo, las victorias y las derrotas del movimiento obrero y es hoy miembro de Sinistra Anticapitalista.

Stéfanie PreziosoEl 2 de junio de 2020, la República italiana celebraba sus 74 años. Entraremos luego en el periodo actual, pero querría comenzar pidiéndote que recuerdes el periodo que sigue a la Segunda Guerra Mundial y lo que significó.

Franco Turigliatto: El 2 de junio de 1946, un referéndum validó la decisión del pueblo italiano de poner fin a la monarquía y dotarse de una estructura constitucional republicana. Fue una victoria a medias, cuestionada, marcada por un voto diferenciado entre el Norte y el Sur, que con todo ratificó una ruptura institucional y política con el pasado. La expulsión de la monarquía de Saboya, directamente responsable del ascenso del fascismo, de una dictadura que duró más de 20 años y de la inmensa tragedia de la guerra, receptáculo y punto de referencia de todo movimiento reaccionario, era indispensable para la reconstrucción democrática del país.

Pero aquel 2 de junio adquirió también otro significado, el de la afirmación de Italia como potencia imperialista que se expresa sobre todo por el desfile militar masivo de las Fuerzas Armadas, denunciado constantemente por las organizaciones pacifistas y anticapitalistas. No es casualidad que, incluso durante los días terribles de la pandemia y del confinamiento, la industria del armamento se haya librado de cualquier interrupción de la producción y haya seguido fabricando tanques y aviones militares.

Este año, por razones evidentes, el desfile militar no ha tenido lugar. Pero ese mismo día, que sigue siendo el símbolo de la victoria de la república antifascista, los fuerzas de la derecha, de la extrema derecha y del fascismo han salido a la calle, con la esperanza de suscitar un peligroso caos político e ideológico reaccionario que les permitiera capitalizar y polarizar la desesperación de amplios sectores sociales, en particular de la pequeña burguesía empobrecida por la crisis económica y social.

Lo que realmente grave es que los sindicatos, y en particular la CGIL [Confederación General Italiana del Trabajo, sindicato mayoritario], ni siquiera han valorado la necesidad de promover acciones, aunque fueran simbólicas, para oponerse; se han mantenido pasivos, totalmente subordinados y alineados detrás del gobierno actual [1]. Las manifestaciones dispersas de la izquierda radical y de los sindicatos de base no podían hacer de contrapeso a la acción de Matteo Salvini y de Giorgia Melloni, de Fratelli d’Italia (formación de extrema derecha) que ocuparon la Piazza del Popolo en Roma, una plaza simbólica para la izquierda.

Una situación trágica frente a las esperanzas que había suscitado el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Las grandes esperanzas del movimiento partisano y popular en un cambio social y económico radical tras la derrota del fascismo, el hundimiento de las antiguas estructuras del Estado, la disolución del ejército y la presencia de estructuras organizadas, han emergido de la resistencia armada, pero el pueblo se ha sentido rápidamente decepcionado. Los partidos de izquierda, en nombre de la reconstrucción nacional y del compromiso unitario con las fuerzas democráticas burguesas, han participado activamente en la reconstrucción del Estado capitalista, o sea, del aparato judicial, de defensa, político y administrativo en sus diferentes niveles. Su decisión no fue transformar la lucha partisana en una revolución socialista como ocurrió en la vecina Yugoslavia. La purga de los altos funcionarios cómplices del fascismo se quedó limitada a los casos más flagrantes. La clase burguesa, responsable de haber escogido el fascismo en los años 20, con el que sólo comenzó a marcar distancias cuando el destino de la guerra estaba establecido, llegó así a guardar el control de las estructuras económicas. Las fábricas ocupadas por los obreros que las habían defendido del desmantelamiento y de los ataques nazis fueron devueltas a sus propietarios legítimos y las luchas obreras, por no hablar de las acciones desesperadas de grupos de partisanos, sufrieron una dura represión.

En ese escenario, la Asamblea Constituyente, después de dos años de trabajo, aprobó el 22 de diciembre de 1947 la nueva Carta constitucional (que entró en vigor el 1 de enero de 1948), una Constitución muy innovadora, considerada generalmente como la más democrática del mundo. No es casual que, incluso hoy, a pesar de las numerosas manipulaciones perniciosas de que ha sido objeto, esté aún justificado defender sus contenidos democráticos, aunque las fuerzas de izquierda tiendan a mitificarla sin comprender plenamente su naturaleza y sus limitaciones. Porque existe una Constitución formal pero también una Constitución material, expresión de una relación de fuerzas que sigue siendo más favorable al capital que a la clase obrera.

Como ya he escrito en muchos artículos, en 2016, con ocasión del referéndum sobre la contrarreforma constitucional propuesta por Matteo Salvini y del que salió derrotado, la Constitución de 1948 no era la constitución de los consejos de fábrica, de la autogestión y de la democracia directa. Era una Constitución innegablemente muy democrática, pero burguesa, que garantizaba la propiedad privada de los medios de producción y el sistema capitalista como tal.  Se basaba en importantes instrumentos democráticos y en disposiciones basadas en una división de poderes del Estado y en su equilibrio, en mecanismos de elección proporcionales que aseguraban una amplia representación de las clases subalternas, así como en un estricto sistema de dos cámaras que evitara los golpes de fuerza legislativos, y en la búsqueda de intercambios entre los diferentes sectores de la clase burguesa y en compromisos parciales con las fuerzas representativas de la clase obrera.

Los partidos de izquierda, que habían renunciado a la revolución social, consiguieron incluir en la Constitución no sólo las reglas de protección de la libertad y de los derechos, sino también algunos principios, aunque muy generales, de igualdad y de justicia social. Pero esos principios sólo estaban inscritos en el papel y, como sostuvo el jurista Piero Calamandrei: “Para compensar a las fuerzas de izquierda de la revolución frustrada, las fuerzas de derecha no se opusieron a acoger en el seno de la Constitución los elementos de una revolución prometida. Sólo el futuro nos dirá cuál de esas dos fuerzas ha visto mejor en esta escaramuza”.

Y en la práctica, la “República basada en el trabajo” no ha impedido las decisiones agresivas de la burguesía, la dura explotación de la clase obrera en los años 50 y 60, los despidos masivos, las represalias políticas en los centros de trabajo y las violencias policiales contra las manifestaciones de la clase trabajadora y del campesinado que, en 20 años, causaron más de 150 muertes. En una fase ascendente de la economía mundial, el capitalismo llegó a conocer un desarrollo sin precedentes y se produjo una industrialización real del país.

Los principios democráticos y sociales inscritos en la Constitución italiana no se han visto aplicados durante muchos años. El Tribunal Constitucional mismo, institución clave de todo el sistema constitucional, sólo se creó en 1954.

Durante esos años, el Partido Comunista Italiano (PCI), para justificar su orientación y también la derrota política sufrida tras su expulsión del gobierno en 1947, y para mantener al mismo tiempo la perspectiva, aunque lejana, del socialismo, teorizó la necesidad de una fase histórica de democracia progresiva entre el capitalismo y el socialismo; una fórmula hueca y muy irrealista teniendo en cuenta las condiciones políticas y sociales de los años 50. Hay que reconocer, sin embargo, que el PCI realizó un gran trabajo de politización elemental, aunque fuera reformista, de amplios sectores de la clase obrera, aumentando así su fuerza electoral y afirmando una capacidad de hegemonía política e ideológica (en su sentido laxo) entre importantes capas intelectuales y culturales del país.

 P.En esta historia de las izquierdas italianas de la posguerra, ¿qué otras etapas mencionarías?

 T.: Se produjo un primer giro en la segunda mitad de los años 60 debido a hechos objetivos (el enorme desarrollo numérico de la clase obrera y las profundas contradicciones del sistema) y a cambios subjetivos: la radicalización política entre la juventud y el estudiantado, la reanudación de la movilización de la clase obrera, renovada y rejuvenecida. A partir de 1967, se desarrolla un periodo de luchas sin precedentes que cambia profundamente la sociedad y abre el camino a un extraordinario ascenso de las organizaciones sindicales, al nacimiento y al desarrollo de los consejos de fábrica y, en el plano político, a un nuevo ascenso electoral del PCI, pero también a la formación de una extrema izquierda muy fuerte. Las movilizaciones casi cotidianas dentro de las empresas determinaron un cambio profundo de la relación de fuerzas entre las clases en beneficio del movimiento obrero, que logró imponer una concreción y una inclusión parcial en la ley de algunos principios sociales.

Entre 1968 y 1978, todas las grandes reformas de la sociedad capitalista italiana han sido arrancadas por muy duras luchas. Es impresionante enumerarlas hoy, poniéndolas en relación con los principios constitucionales que hasta entonces habían sido letra muerta.

La constitución de las regiones (artículos 114 y 115 del texto original) no ha llegado a aplicarse hasta 1970. La gran reforma de las pensiones destinada a garantizar una vejez decente e independiente a las mujeres y a la clase trabajadora se remonta a 1968 (artículo 38);  lo mismo ha pasado con la abolición de las siete zonas (gabbie salariali) en las que el país estaba dividido y en las que se aplicaban niveles salariales muy diferentes, así como la conquista de contratos de trabajo nacionales eficaces (artículo 36). Un sólido sistema de escala móvil de salarios para protegerlos de la inflación (artículo 36) es conquistado en 1975. La ley del divorcio y la ley de aplicación del referéndum (artículo 75) datan igualmente de 1970; la reforma fiscal (artículo 53) y la reforma de la sanidad (artículo 32) se remontan a 1978; el derecho al voto para jóvenes de 18 años es concedido en 1975 y en el mismo año es adoptada la reforma de la familia, que estableció la igualdad de derechos entre hombres y mujeres (artículo 29); la ley 194 sobre la interrupción del embarazo, así como la abolición de los asilos, data de 1978.

El Estatuto de los trabajadores de 1970, aprobado al día siguiente del otoño caliente (que da cierto sentido a los artículos 1, 4 y 39) constituye un jalón importante. Garantiza los derechos colectivos e individuales de los y las asalariadas, así como la plena igualdad salarial y reglamentaria entre hombres y mujeres.

En cuanto a la escuela (artículo 34), se había dado un primer paso a comienzos de los años 60 con la creación de una escuela secundaria unificada, pero sólo con las grandes luchas de 1968 la escuela se convirtió realmente en una institución de masas, potencialmente accesible a todo el mundo.

El artículo 4 (“La República reconoce a todos los ciudadanos el derecho al trabajo y promueve las condiciones que hacen efectivo ese derecho”) no fue nunca concretado por la sencilla razón de que no es compatible con el sistema capitalista.

Hacia finales de los años 70, cuando el gran ascenso obrero y social comenzó a decaer frente a una serie de escollos políticos y estratégicos, la burguesía y sus gobiernos comenzaron a poner en cuestión esas conquistas sociales.

Los observadores extranjeros vieron la fuerza y el alcance de las fuerzas sindicales y políticas de la clase obrera en Italia y sus éxitos electorales, y luego su hundimiento posterior –lo que Perry Anderson llama el “desastre de la izquierda”-, casi como una manifestación del destino, cínico e infiel, sin comprender plenamente ni las características de su ascenso ni las razones profundas de la catástrofe que le ha seguido. Para intentar comprenderlo, hay que tener presentes dos elementos: la dialéctica entre el movimiento de masas y el marco económico capitalista y la que se da entre ese movimiento y las orientaciones estratégicas y políticas de los sindicatos y del PCI.

Procedamos ordenadamente: como todos los grandes movimientos de masas, el de 1968-1969 encuentra sus raíces en las contradicciones del capitalismo adquiriendo un carácter muy espontáneo en el que pueden intervenir las vanguardias políticas y sindicales radicales. Su fuerza, su duración y su impacto condicionaron durante un determinado periodo las orientaciones burocráticas, que vieron con inquietud la dinámica de esos movimientos, pero que supieron insertarse en ellos, cabalgarlos, renovarse y asumir un papel social y político sin precedentes, especialmente los sindicatos. Lograron reforzarse orgánica y electoralmente; a mediados de los años 70, el PCI apareció como un exponente electoral consecuente.

Segundo elemento: la fuerza de las luchas y el control obrero en las fábricas y lugares de trabajo, pero también su dimensión polarizadora en la sociedad, solo pudieron ser toleradas por el capitalismo italiano durante un periodo limitado, o sea, el tiempo necesario para reorganizarse y preparar su revancha. Para la clase obrera, la clave de su estrategia consistía en ir más lejos, para así poner en cuestión la estructura del capitalismo y profundizar su control desarrollando formas de auto-organización y de autogestión. Pero esto no llegó a formar parte de la conciencia de los delegados y delegadas combativas, que mostraron su fuerza en las cuestiones internas de su empresa, pero delegaron la estrategia política a la dirección mayoritaria.

Las fuerzas de la izquierda revolucionaria no lograron nunca, debido a sus límites intrínsecos y a los errores que cometieron, ganar credibilidad para ofrecerse como dirección sindical y política alternativa. La discusión de 1977-78 sobre si el salario era o no una variable dependiente de la productividad expresaba todas esas contradicciones. Es demasiado evidente que en el sistema capitalista el salario es una variable dependiente; ponerlo en cuestión significa emprender un proceso de superación de las leyes del capitalismo, de la propiedad privada de los medios de producción.  Afirmar su dependencia, como hicieron los dirigentes sindicales y más todavía el PCI, significa abordar un proceso de normalización moderada y de repliegue, aunque se oculte en mil sofismas ideológicos. Esto significaba devolver a los capitalistas la totalidad del poder en las fábricas. Fue a partir de ese periodo (1977 en Bolonia) cuando aparece igualmente un peligroso foso entre la clase obrera tradicional y las zonas de precariedad de la juventud, un foso fomentado por las decisiones del secretario de la CGIL, Luciano Lama, y del PCI, pero también favorecido por el extremismo político de las organizaciones de la autodenominada autonomía obrera.

En 1978, durante la gran asamblea interconfederal de delegados y delegadas que tuvo lugar en el barrio del EUR en Roma, el giro moderado de la línea sindical se vio formalmente confirmado, pero en los centros de trabajo la acción de las y los delegados siguió yendo en la dirección opuesta, pese a que se vio debilitada debido a su carácter fragmentario y pragmático. Los acontecimientos de la lucha en torno a los convenios de 1979, con las movilizaciones extraordinarias de julio (obreros y obreras de la FIAT de Turín saliendo en manifestación durante 15 días, requisando los autobuses y bloqueando el centro de la ciudad), cuando la contra-plataforma de la patronal fue rechazada y los y las metalúrgicos consiguieron defender sus posiciones anteriores, confirmaron que el conflicto seguía todavía abierto.

En ese momento, la patronal comprendió que las divisiones introducidas entre trabajadores estables y trabajadores precarios no bastaban para determinar la derrota de la clase obrera. Ésta tenía que ser vencida en su cabeza dirigente, la del gran complejo industrial de la FIAT con sus centenares de miles de trabajadores. El ataque comenzó en otoño de 1979 con el despido de 61 obreros y delegados, pero no llegó a realizarse plenamente hasta septiembre de 1980, con el anuncio de varios miles de despidos. La lucha duró más de un mes (37 días), con el bloqueo de las puertas de todas las fábricas en Italia, con movilizaciones y una solidaridad extraordinaria, pero, finalmente, las direcciones sindicales firmaron un acuerdo que echó a la calle a 22.00 trabajadores y trabajadoras de la fábrica. Fue la victoria de la reacción, el inicio de la derrota y de la retirada. Los congresos sindicales de 1982 fueron los de la normalización, del nuevo rumbo que se expresará cada vez más mediante la subordinación a las necesidades del capital [2].

Durante los años 90 y el decenio siguiente, la ofensiva capitalista neoliberal se desarrollará en toda Europa, con un papel activo de los gobiernos socialdemócratas, cada vez más social-liberales, y con unos sindicatos subordinados a ese proceso de regresión, pero el giro italiano de los años 70 ya les había mostrado el camino.

 P.¿Cuáles son las fases de esa ofensiva?

 T.: Tengo muy claro el recuerdo de las etapas del desmantelamiento progresivo de las conquistas en Italia, de las luchas que no se dieron o se dieron mal, de las divisiones que se produjeron en la clase, de las derrotas que generaron desmoralización, de las rebeliones de delegados y delegadas que no llegaron a consolidarse y a traducirse en una fuerza sindical nacional alternativa. Cada una de esas etapas ha permitido avanzar a la ofensiva política e ideológica de la clase dominante y de sus medios, y que sus ideas adquieran más credibilidad en los sectores intermedios y populares, privados desde entonces de una verdadera orientación de clase y solidaria.

Por su parte, los grupos dirigentes burocráticos, paso a paso o mediante mil formas, han envilecido y desmantelado los conceptos de clase más elementales. El cambio de nombre del PCI ha ido en el mismo sentido; la tentativa de relanzar un proyecto alternativo con la construcción de Refundación Comunista fue difícil, obtuvo éxitos parciales a comienzos del siglo XXI, pero luego se hundió de forma espectacular con la participación en el gobierno de Romano Prodi en 2006.

Siendo todavía más preciso: la escala móvil de salarios, instrumento de defensa esencial, ya modificada a comienzos de los años 80, fue definitivamente abolida en 1992 por un acuerdo entre el gobierno, los sindicatos y la Confindustria (confederación patronal): el 31 de julio de ese año, en el momento en que las y los trabajadores se iban de vacaciones. En 1993 se firmó el acuerdo de concertación que vinculaba las reivindicaciones salariales a la inflación prevista por el gobierno y a la productividad de las empresas; la subordinación de las burocracias sindicales a las empresas fue cada vez mayor; los contratos laborales se fueron debilitando cada vez más, al igual que los salarios.

La gran reforma de la fiscalidad  de 1978 perdió su carácter especialmente progresivo: el impuesto sobre el capital se fue reduciendo cada vez más; como consecuencia, la deuda pública siguió aumentando y pasará a ser el instrumento de chantaje permanente a la reducción de los gastos públicos y del bienestar. El derecho a una pensión decente después de la vida laboral sufrió una terrible modificación con la ley (Lamberto) Dini de 1995, votada por el centro izquierda y aceptada por los sindicatos; la destrucción del bienestar público continuó en el nuevo siglo con el aumento de la edad de jubilación hasta la super contrarreforma Fornero de 2011 bajo el gobierno de Mario Monti.

Las primeras leyes que precarizaron el trabajo datan ya de los años 80, continúan en los años 90 y culminan en 2003 con la ley 30 de Berlusconi (decreto legislativo 276), que prevé unas 50 formas de contratos precarios. El gobierno Prodi, que le sucede en 2007, confirmará el contenido de esa ley con enmiendas ridículas [3].

En 2001 la modificación del Título V de la Constitución, por iniciativa del gobierno de centro izquierda (bajo la presión del federalismo denominado fiscal) redefinió los poderes legislativos entre el Estado y las regiones, conduciendo a una profunda alteración de la Constitución. Se dio un golpe más duro en 2012 con la introducción del artículo 81, que constitucionaliza el equilibrio presupuestario e impide en la práctica cualquier acción social amplia del Estado.

Si el movimiento obrero jugó un papel decisivo en las luchas por los derechos y las libertades democráticas, su debilitamiento significó en cambio la emergencia de procesos regresivos en el ámbito institucional, empezando por la afirmación del papel predominante de los órganos ejecutivos sobre los legislativos y una serie de leyes electorales que fueron reduciendo cada vez más una verdadera representación proporcional del voto popular en nombre de la estabilidad y la gobernanza.

Los años 90 se caracterizaron también por la privatización de un elevado número de propiedades públicas. En 2014el gobierno de Matteo Renzi abolió el artículo 18 del Código del trabajo, que obligaba a la patronal a readmitir a las y los trabajadores despedidos injustamente.

El desastre de la izquierda no tiene nada de misterioso. Había algo podrido, no solamente en Dinamarca, sino también en la izquierda italiana. Esa vía liberal regresiva produjo un empobrecimiento político y cultural de la sociedad, un hundimiento de la conciencia de clase, que se fue acelerando cada vez que la clase obrera sufría una nueva derrota bajo los golpes de las fuerzas dominantes, gestionados con la colaboración de clases de sus direcciones históricas. En este nuevo siglo, el movimiento altermundialista y la intensa lucha por la defensa del artículo 18, combinados con otras movilizaciones en defensa del empleo, no llegaron a modificar la dinámica general porque siguieron siendo parciales y las direcciones sindicales no mostraron ninguna intención de oponerse eficazmente a las orientaciones neoliberales de los sucesivos gobiernos.

Las rupturas generacionales se multiplican, así como el foso entre las y los trabajadores que tienen todavía un contrato tradicional (con cada vez menos garantías) y la extensa zona del trabajo precario e informal; la transmisión entre militantes del saber hacer de la lucha de clases se ha visto también interrumpida. Los sindicatos oficiales han sido cada vez menos escuelas de crítica del sistema capitalista y de formación de la conciencia de clase; se ha llegado así a la paradoja de que muchos miembros de la CGIL votan sin problemas por el M5S, pero también por la Liga.

Comprender esta dialéctica social permite comprender también las razones del desarrollo de Forza Italia primero y del M5S después.

El berlusconismo y el Movimiento 5 Estrellas

P.Se ha hablado mucho del berlusconismo, no sólo como instrumento de gestión del poder, sino también como cultura política en medio de la tormenta de la izquierda. ¿Qué ha supuesto este periodo de la historia italiana, a lo largo de los últimos treinta años, en términos sociales, políticos, culturales y económicos, y también en términos de transformación del mundo del trabajo? ¿Por qué hay que entender esta fase para intentar aprehender la situación actual?

F.T.: En los años 80 las dificultades de los partidos tradicionales (Democracia Cristiana, Partido Comunista Italiano, Partido Socialista Italiano) ya empezaron a manifestarse. Estos partidos conocieron una crisis abismal en los inicios de los años 90 con el escándalo de lo que se conoció como tangentopoli; el papel polarizador de la clase obrera se había agotado; las reestructuraciones capitalistas produjeron divisiones crecientes entre los diferentes sectores laborales; la precariedad iba aumentando, y la credibilidad de las soluciones colectivas disminuyó porque cada conflicto sindical fue abandonando algo en su camino.

El individualismo y la búsqueda de soluciones individuales formaban parte de la propaganda ideológica y de sus modelos, pero fueron apareciendo cada vez con mayor frecuencia como la única solución ganadora, o al menos la única vía posible. Los medios de comunicación privados, pero también las cadenas públicas y todos los partidos, en cierto modo, realizaron un enorme trabajo para promover nuevos relatos, o sea, nuevas interpretaciones mistificadas de la realidad, incluido el mito del self-made man.

A nivel político, todo el mundo se puso a buscar al líder, al que saliera victorioso de la promoción por los medios de comunicación. El problema de la corrupción explotó como un mal endémico; y el combate contra la injusticia y las corrupciones del capitalismo dejó paso a la lucha contra la corrupción a secas, sin otro calificativo. Es cierto que las transformaciones productivas han modificado algunas características del mundo del trabajo; en realidad, la clase obrera no ha desaparecido en absoluto (es una invención ideológica), pero los sectores que la integran se han visto desarticulados [4].

Berlusconi encontró durante esos años un terreno líquido y fértil para polarizar a favor suyo a amplios sectores de la pequeña y mediana burguesía, obtener el apoyo de los sectores capitalista más importantes y el voto de franjas populares crecientes, sobre todo en el Sur. Berlusconi era, en muchos sentidos, impresentable y fue en torno a eso que sus adversarios demócratas construyeron su oposición política, centrada enteramente en el berlusconismo y el antiberlusconismo, dejando de lado las grandes opciones económicas y sociales que parecían evidentes, ya que eran las que preconizaba la UE

El primer corolario de ese enfoque político fue delegar en el poder judicial la lucha contra el berlusconismo, abandonando la lucha social. El segundo corolario fue que en Italia también asistimos al movimiento paralizante del péndulo: el gobierno de centro izquierda decepcionaba, el centro derecha le sucedía y no lo hacía mejor; seguía luego una nueva oscilación a favor de los social-liberales, etc., en un juego deformado de alternancia burguesa, en el que las masas se convertían simplemente en espectadoras. En Italia tanto la acción política, económica e ideológica de Berlusconi como la manera en que la batalla contra él se emprendió hicieron mucho daño.

P.¿Qué papel ha jugado el M5S? Su aparición en la escena política italiana, ¿ha bloqueado, en tu opinión, la aparición de movimientos sociales y políticos de mayor envergadura? Si es así, ¿cómo ha sido? Si no, ¿por qué los diferentes movimientos sociales que han influido en la escena política italiana desde 2011 no encontraron una salida política como la que ocurrió en el Estado español?

T.: El desarrollo del M5S tuvo lugar en los años que siguieron al segundo gobierno Prodi (2008). Es útil recordar que ese gobierno de centro izquierda, nacido en 2006, después de 5 años de gobierno Berlusconi que chocó con las luchas obreras en defensa del artículo 18, había despertado esperanzas de cambio especialmente importantes. Fue presentado como el gobierno de la alternativa y de la reparación y Refundación Comunista (RC) apareció y se postuló como el garante a la izquierda de un giro reformista. Era la última oportunidad para el centro izquierda de responder a las expectativas de la clase trabajadora. Esas expectativas se vieron sin embargo rápidamente frustradas, lo cual condujo al agotamiento de la experiencia y a la nueva afirmación electoral del centro derecha en abril de 2008. Siguieron luego la desaparición en el Parlamento de la izquierda, la profunda crisis política y organizativa de RC y la fragmentación de la fuerzas de la izquierda alternativa.

En los años siguientes, un profundo malestar atravesó a amplios sectores de la población, combinando la rabia frente a la continuación de las políticas neoliberales pero también cierta desmoralización, la pérdida de credibilidad de la izquierda y la gran dificultad para reconstruir movimientos de masas radicales, como los que se habían manifestado después del Foro Social de Génova (2001). La rabia y el rechazo a las políticas dominantes eran confusas, individuales, y en ese terreno abonado el M5S encontró la vía para afirmarse con ideas muy generales, pero difundidas con mucha fuerza. Sectores de la pequeña burguesía (profesiones liberales, independientes), pero también trabajadores, oficinistas, tanto del sector privado como del público, encontraron en esa formación un exponente político para expresar su rechazo a la denominada casta, a la antigua clase política y a la vieja política, pero también un eco en temas no que no eran ajenos a la izquierda radical (ecología y servicio público del agua, por ejemplo), e ideas ligadas a las nuevas tecnologías de la información.

Una formación ambigua, una pequeña burguesía que consiguió así federar la rebelión surgida de amplios sectores de la derecha, pero también de la izquierda y de la clase trabajadora. La cuestión de los y las migrantes ha sido sin embargo el test decisivo para determinar su carácter de derecha y qualunquista [5]. Por su propia naturaleza, el M5S no podía construirse a partir de movimientos colectivos, solo podía gestionar la rebelión individual y canalizarla hacia el voto. Su gran éxito electoral tuvo lugar en 2018, después de 5 años de gobierno de centro izquierda, dirigido por Matteo Rezi. Si bien durante un tiempo la ambigüedad política del M5S le permitió evitar un consenso con la derecha, impidiendo así buscar una referencia más extrema, a medio plazo no pudo frenar la emergencia de posiciones políticas cada vez más reaccionarias, casi fascistas. El M5S no ha tenido ningún problema en gobernar con la Liga, pero eso ha conducido a que una parte de su electorado acabe acercándose directamente a Salvini.

Los movimientos sociales se han manifestado también a lo largo del último decenio, en torno a objetivos precisos y concretos, pero no han conocido una dinámica de recomposición y extensión. La movilización de las y los trabajadores se ha visto estrictamente contenida por los sindicatos y su fuerza espontánea no es capaz de desbloquear esta situación. El único verdadero gran movimiento político general ha sido el de los enseñantes (en 2015), pero, en el momento más alto de una movilización que duró varios meses, se vio frenado por la dirección del sindicato, con efectos de desmoralización muy profundos. Desde entonces, este sector forma parte del electorado del M5S.

Algunas movilizaciones antirracistas, de migrantes y de quienes les apoyan han sido también importantes, pero todas se han encontrado con la imposibilidad de poner en pie por sí solas un proyecto político global. Las mayores movilizaciones han sido las de las mujeres, desde un movimiento feminista que, a partir de “Non una di meno” (Ni una menos) contra la violencia machista, ha tomado un nuevo y gran impulso, un protagonismo central que continúa impregnando la conciencia del país. Es difícil sin embargo pensar que pueda resultar del mismo una recomposición política como tal, Creo que en el Estado español ha tenido más importancia en el nacimiento de Podemos, pero coincidiendo con otros factores.

Mucha gente se ha hecho esta pregunta: ¿por qué en Italia no ha habido una fuerte recomposición política en la izquierda? Yo planteo un problema que es también un intento de explicación. Además de la debilidad estructural de los movimientos de estos últimos años, la insignificancia política y organizativa de una izquierda radical dividida y que ha ido oscilando, habíamos ya experimentado en Italia un proceso de recomposición  antes, el que representaba RC, la única fuerza política presente en el movimiento altermundialista; una experiencia que su dirección política frustró con su opción gobernista de 2006. Desde entonces, caminamos entre escombros y hará falta quizás esperar a que pase otro tren, aunque las fuerzas alternativas de izquierda pueden y deben hacer cosas útiles para prepararse a ello.

La catástrofe sanitaria y la necesaria recomposición de una izquierda anticapitalista

P.¿Qué ha revelado la crisis sanitaria en Italia, tanto en términos de gestión política como a nivel económico y social?

T.: Hemos asistido al hundimiento del sistema nacional de salud, una catástrofe que es el resultado de las políticas neoliberales (37 mil millones de euros menos en 10 años, lo cual ha conducido a la masacre de la sanidad pública) y de la privatización de importantes sectores de la sanidad, en particular en Lombardía (pero no sólo), la región en donde la epidemia ha sido más violenta. La pandemia ha sido abordada sin los instrumentos necesarios para resistir a su impacto: las instalaciones hospitalarias (muchas habían sido abandonadas en los últimos años), el personal médico y enfermero, los equipamientos necesarios, incluso los básicos, incluidas las blusas y las mascarillas para quienes trabajan en la sanidad, etc.

El gobierno nacional ha tomado una serie de medidas tardías y/o parciales (el confinamiento no ha sido nunca realmente total), cediendo en distintas ocasiones al chantaje de las fuerzas capitalistas que querían mantener las actividades productivas. El papel jugado por los gobiernos regionales, que se han mostrado completamente desprevenidos y dependientes de los intereses privados, ha sido especialmente nefasto. La Confindustria ha sido especialmente culpable, ya que ha impedido el cierre a tiempo de un buen número de zonas, desde las que se había propagado el virus, con el fin de mantener las fábricas abiertas y garantizar sus beneficios. Los efectos en el desarrollo de la pandemia han sido devastadores. La patronal y sus subordinados políticos tienen miles de víctimas en su conciencia.

Estos hechos, denunciados desde el principio por la militancia sindical, y luego confirmados por las investigaciones periodísticas, son hoy objeto de una investigación judicial. Solo la huelga espontánea de las y los trabajadores en defensa de la salud ha impuesto en determinado momento un cierre más general de las actividades productivas, aunque no total, ya que un decreto gubernamental dejó a las empresas un gran margen de maniobra para continuar sus actividades declarando que se trataba de producciones esenciales.

Al mismo tiempo, las personas aisladas que se paseaban eran criminalizadas por los medios, mientras que la reacción de la ciudadanía y habitantes era en general satisfactoria. En todo caso, nos hemos visto confrontados a una terrible tragedia: actualmente, se puede contar más de 34.000 víctimas. Además, desde hace meses, casi todos los distintos sectores de la sanidad están en punto muerto y las repercusiones a medio plazo serán muy graves.

La crisis económica es enorme, con una caída del 10% del PIB, una deuda pública que alcanza el 160% del PIB y más de un millón de personas que corren el riesgo de ser despedidas. Desde hace meses, las extensas zonas de trabajo precario e informal que, en el Sur, alimentan a 10 millones de personas, están de rodillas y los millones de trabajadores en paro técnico se encuentran también con muchas dificultades, porque sus ingresos son reducidos, al no haber recibido asignación alguna, y porque esa cobertura económica está solo prevista para unos meses, como máximo hasta fin de año. El miedo y la desesperación comienzan a instalarse, ya que muchos sectores de la pequeña burguesía, de la industria, del comercio, del turismo y la hostelería están al borde de la quiebra y son empujados a adoptar posiciones reaccionarias.

El gobierno ha abordado esta situación distribuyendo algunas decenas de miles de millones a las clases populares y trabajadoras (con medidas limitadas en el tiempo) para evitar el hundimiento de las rentas y eventuales levantamientos populares, concediendo recursos no reembolsables mucho más importantes a las pequeñas y medianas empresas, pero sobre todo financiando a las grandes empresas. Las empresas privadas son consideradas el corazón del sistema económico y social. Sus propietarios quieren dinero público, pero no quieren ningún control sobre su utilización; quieren que la gobernanza quede firmemente en sus manos. El resultado es demasiado claro: los recursos dedicados al relanzamiento de la sanidad pública y de la educación, dos sectores fundamentales de la sociedad, son totalmente insuficientes e irrisorios.

Las empresas quieren recibir todo el dinero que llegue de la Unión Europea. En la práctica, toda esta liquidez aparecerá muy pronto como una deuda pública y sabemos ya a quiénes querrán hacérsela pagar. El proyecto de la burguesía, de los medios, del gobierno y de los partidos de la oposición puede resumirse así: decir que todo tiene que cambiar, al mismo tiempo que nos esforzamos por obrar de manera que todo siga como antes, o sea, peor que antes, en el marco del capitalismo neoliberal.

P.Hay diferentes hipótesis en discusión a nivel mundial respecto a la toma de conciencia político-social después de la crisis en amplias capas de la población. ¿Ves la posibilidad de organizar a todos esos sectores en Italia ahora? O, para decirlo de otra manera, ¿a quiénes piensas que las diferentes crisis (política, económica, social, sanitaria y ecológica) podrían beneficiar y por qué?

T.: Está claro que la crisis sanitaria ha puesto en evidencia todas las contradicciones y desastres de este sistema económico, de la propiedad privada, de las reducciones de los gastos sociales públicos en sectores fundamentales de la sociedad. De repente, el Estado ha pasado a ser bueno y todo el mundo ha pedido su intervención para evitar la catástrofe económica y sanitaria total. Muchas personas han tenido que decir (al menos durante un primer momento) que las cosas tenían que cambiar. Muchos sectores populares han recogido y acogido favorablemente las propuestas alternativas a las neoliberales dominantes, en torno a la defensa de los bienes públicos y la intervención del Estado, etc. Ese proceso alternativo a la lógica neoliberal es solo algo que existe como una posibilidad. La contraofensiva burguesa ha comenzado ya a abortar esas dinámicas y a reafirmar los valores sagrados del capital y del beneficio.

Las direcciones sindicales han demostrado su total subordinación al gobierno: piden un pacto social en las empresas, mientras que la patronal ha hecho ya saber que lo quieren todo y que quieren tomar el mando, y la derecha y la extrema derecha salen a la calle para polarizar el descontento social. Los sectores populares pobres y ahora más empobrecidos sufren hambre y piden ingresos y trabajo. Sería decisivo que la clase obrera pueda movilizarse defendiendo un programa de defensa de los salarios, del empleo, del reparto del empleo para garantizar un trabajo y un ingreso para todos y todas, una fuerte intervención pública para relanzar la sanidad y el bienestar. Esto permitiría orientar y polarizar al menos a una parte de los sectores de la pequeña burguesía en crisis.

Pero eso no lo van a hacer los sindicatos. Es cierto que hay un potencial positivo que ya se ha expresado en las huelgas para forzar el cierre de empresas por razones de seguridad; hay también movilizaciones antirracistas y reactivación de algunas movilizaciones medioambientales. Quedan todavía sin embargo muchos interrogantes. En las semanas que siguieron al fin del confinamiento, se desarrolló una serie de movilizaciones sobre cuestiones muy diversas en todo el país, en el marco de las medidas de seguridad necesarias: algunas se referían al ámbito escolar, en el que no se sabe todavía en qué condiciones podrán abrir las escuelas en septiembre; otras denunciaban a un serie de instituciones y asociaciones patronales, señaladas con el dedo por la propagación de la pandemia. Otras atacaban el racismo, en sintonía con el movimiento estadounidense Black Lives Matter, pero también reclamaban la regularización de las y los migrantes. Algunas mostraban su solidaridad con Palestina o el Kurdistán; otras eran de carácter más sindical, relacionadas con las fábricas en crisis y la defensa de los puestos de trabajo y de los salarios y el pago del paro técnico…Sin olvidar los numerosos pequeños conflictos sindicales locales y las movilizaciones impulsadas por el antifascismo.

En algunas de ellas (incluidas las relacionadas con el antirracismo), la participación de personas muy jóvenes ha sido importante. La crisis económica, social y del empleo va a explotar durante el otoño. El futuro será difícil, lleno de contradicciones, conflictivo, con movimientos muy diversos en el plano social y político.

P.¿Cuáles son las tareas del anticapitalismo, en tu opinión, en la actualidad? O para decirlo de otra manera, ¿ves una posibilidad, en la crisis que se está abriendo, de construir un anticapitalismo más amplio y más implantado en las clases trabajadoras y cuál podría ser su papel?

T.: En este contexto, no cabe duda que las fuerzas de la izquierda anticapitalista deberían jugar un papel central, a condición, claro, de actuar de que actúe de manera convergente y eficaz para ser creíble entre las clases trabajadoras y populares. El futuro depende de esa capacidad o posibilidad que le caracteriza: hacer creíble la existencia de una propuesta política alternativa, totalmente diferente de las que los medios presentan como las únicas posibles, impulsada por una subjetividad política opuesta a todas las orientaciones que, bajo una forma u otra, defienden los intereses de la clase dirigente.

Las fuerzas del sindicalismo de clase están muy divididas y dispersas. La izquierda alternativa existe y sigue contando con un número importante de militantes, aunque menos numeroso que en el pasado. Está asimismo presente en muchos sectores sociales. Pero, después de la crisis de RC, está marcado por una insignificancia política grave y persistente. Esto tiene que ver no sólo con su exterioridad en relación con las instituciones y con su ocultación por los medios de sus actividades y propuestas, sino también con la división y la competitividad de sus siglas y con los errores cometidos en determinados momentos de la lucha de clases.

La construcción de una unidad de acción, de momentos comunes de campañas políticas, la búsqueda constante de convergencias posibles son herramientas indispensables para intentar salir de esta insignificancia y convertirse en protagonista, aun siendo minoritaria, de la confrontación política y social. A lo largo de los últimos meses, ha habido y hay ahora distintas iniciativas en ese sentido. Las organizaciones de la izquierda radical, aunque con retraso, han lanzado la campaña Reconquistar el derecho a la salud para la defensa y el relanzamiento de la sanidad pública.

En estas condiciones, la hipótesis posible y más eficaz debería ser, en nuestra opinión, la de un foro político y social (comparable a lo que pasó a comienzos de siglo con los foros sociales altermundialistas) de las organizaciones de clase de izquierda, abiertos a a trabajadores y trabajadoras, al estudiantado; un movimiento plural en cuyo marco podríamos avanzar juntos y juntas en torno a puntos comunes, y continuar la discusión sobre lo que no estemos de acuerdo, sin forzar el paso y garantizando igual dignidad a las diferentes opciones políticas que componen hoy la imagen fragmentada de la izquierda. La capacidad de estas fuerzas para favorecer el desarrollo de movimientos combativos más amplios y establecer lazos con nuevos sectores sociales y con la juventud que sale a la calle por primera vez será decisiva.

Dentro de este amplio espacio, serían posibles en efecto convergencias alrededor de determinados temas que favorezcan la construcción de iniciativas comunes con sectores diferentes, aptos para desarrollar alianzas estables que podrían conducir a la formación de organizaciones políticas con una mayor masa crítica, capaz de intervenir más eficazmente en el contexto político y social. Construyendo así una alternativa a las fuerzas de la derecha, pero también al PD y al M5S, o sea, a las diferentes variantes políticas de la burguesía italiana. Ha comenzado una carrera contrarreloj para evitar que el descontento social no se vea polarizado por las fuerzas de la derecha más reaccionaria.

23/07/2020

Stefanie Prezioso es profesora de Historia Internacional en la Universidd de Lausanne, militante de solidaritéS y actualmente miembro de la Cámara baja de la Asamblea Federal Suiza.

Traducción: viento sur.

[1] Desde agosto pasado, el Movimiento 5 Estrellas (M5S) y el Partido Demócrata italiano (PD) han formado una nueva alianza de gobierno para hacer frente a la Liga de Matteo Salvini, el cual, reforzado por su victoria en las elecciones europeas de mayo de 2019, había roto la alianza con el M5S y presionó sin éxito a favor de unas elecciones anticipadas.

[2] El PCI convocó una serie de conferencias en las fábricas con su afiliación en las que defiende la idea de que hay que aceptar las reestructuraciones industriales para hacer más competitivas las industrias capitalistas.

[3] En un Senado de la República semidesierto –las fuerzas de oposición de la derecha habían abandonado el recinto porque no podían votar a favor de una medida del gobierno, pero tampoco podían oponerse a unas normas que habían aceptado cuatro años antes- yo fui el único senador que se opuso a ese fraude- Nota de F. T.

[4] En los años 70 había 1.800.000 trabajadores y trabajadoras en la metalurgia; hoy son poco menos que esa cantidad, pero están menos concentrados en lo que respecta a su distribución en las empresas.

[5] Franco Turigliatto se refiere aquí al Uomo qualunque, el movimiento de Guglielmo Giannini fundado en 1944, que emprendió una feroz campaña contra los partidos antifascistas y la política en general, receptáculo de un descontento que confluirá en parte con el Movimiento Social Italiano, neofascista.

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