Cuando el conflicto nos elige

Fuente: https://www.sinpermiso.info/textos/cuando-el-conflicto-nos-elige                                                                                                                       Rubén Martínez Moreno                                                                                        Marta Domènech Gutiérrez                                                                             09/05/2020

Vendemos nuestro trabajo [1]. Vendemos fuerza de trabajo propia porque no nos queda más remedio. Hay personas que trabajan sin necesitarlo y algunas forman parte del campo cultural. En sus cabezas suena esta canción. No necesito muchos ingresos. Mejor mato el tiempo con algo que me realice y que promete darme distinción social, no con un trabajo alienante. Imagina ser rentista y pasarte el día fregando suelos o picando piedra. Es de ser imbécil.

La tercera ocupación más contratada durante 2018 en la provincia de Barcelona fue «Personal de limpieza de oficinas, hoteles y otros establecimientos». Casi un 90% son mujeres. No lo hemos analizado, pero nos cortamos un brazo si encontráis a una sola pija entre ellas. La ilustradora Rocío Quillahuaman decía que es muy importante que quienes trabajamos en cultura digamos de dónde vienen nuestros ingresos. «A algunos les dará cosa porque, en el mundo creativo, hay pijos que quieren ocultar que son ricos».

En cualquier caso, la verdad se revela sola cuando explicas de dónde vienes, qué tienes y a qué aspiras. Las personas que vendemos trabajo porque de lo contrario no podríamos vivir somos las elegidas. No ha sido por sorteo ni supone ningún premio, más bien lo contrario. Nos ha elegido un conflicto y no hay manera de que nos suelte. Nos tiene agarrados por la yugular y hace rato que sangramos.

Escribimos esto para compartirlo con la gente que trabaja porque no tiene otra opción. Formamos parte de ese sector y a nuestro sector nos queremos dirigir. Quienes trabajáis en cultura sin necesitarlo, por favor, no sigáis leyendo. Matad este rato con otra cosa. Ya encontraremos otro momento para hablar de lo vuestro.

Bien. Ahora que estamos solo la gente de nuestro sector, quienes vendemos fuerza de trabajo propia porque no nos queda otra, queremos diseccionar el conflicto que nos ha elegido. Primero, compartiendo algunos datos sobre la precariedad estructural del trabajo. Segundo, sobre el trabajo en cultura. Por último, nos gustaría compartir una propuesta.

Un breve paseo por el trabajo en la tierra de las rentas inmobiliarias

En 1995 se publicó la primera Encuesta de Estructura Salarial del INE [2]. El sueldo medio era entonces de 16.762€. Una década después, en pleno ciclo de bonanza económica –que en castellano significa «pelotazo inmobiliario»– el sueldo medio cayó un 4%. En 2006, el 50% de la población asalariada formaba parte de los conocidos mileuristas. Durante «el milagro español» (1994-2007) la reducción de salarios garantizó beneficios para el capital [3]. El patrimonio de los hogares se cuadruplicó, pero gracias a la revalorización de los activos financieros. El acceso a rentas inmobiliarias funcionó como sustituto de la demanda de subidas salariales. Estos «efectos riqueza» se desplomaron con la crisis de 2008 dando paso a enormes deudas domésticas. Ni rentas, ni salarios dignos, ni clases medias.

Saltamos otra década. En 2017, las rentas de trabajo cayeron a mínimos históricos mientras las rentas de capital aumentaron. En 2018, España pasa a ser el país de la OCDE donde el alquiler se come más porcentaje de sueldo (llegando a un 40% de los ingresos). En 2019, España seguía despuntando como el Estado europeo con la tasa de temporalidad laboral más alta y se clasificó en la cuarta posición en índice de desigualdad. Ese mismo año, la remuneración de los consejos de administración del Ibex creció un 7,7%.

Todo esto no es debido a un fenómeno natural. Desde 1950, más del 70% de la acumulación de riqueza en España está vinculada al ladrillo. Entremedio, hay reformas laborales, disciplinamiento del trabajo, sumisión a mandatos europeos, incentivos fiscales a la especulación, apertura de mercados de suelo, cuentos sobre la clase media y un sinfín de cirugías estatales para mantener una economía de oligopolios y rentistas sostenida por un trabajo estructuralmente precario. Durante 40 años de democracia, la distribución desigual de rentas y ganancias así como los riesgos asociados al crédito y a los títulos financieros han mantenido las divisiones de clase. ¿Qué decir del ascensor social? Las familias pobres pueden tardar cuatro generaciones en alcanzar el nivel de ingresos medio, si es que lo consiguen. La «nueva crisis» promete reproducir y ampliar esta situación.

En todo este largo proceso, las grandes inversiones en cultura dedicadas a equipamientos y macroeventos han sido un pretexto para proyectar ciudades más atractivas para la inversión y el consumo. Barcelona es un caso ejemplar. Los planes estratégicos de la cultura han estado, históricamente, ligados al turismo y al ladrillo. Todas las infraestructuras necesarias para asegurar rentas de monopolio para el sector turístico y el financiero-inmobiliario se han sostenido con dinero público y con trabajo, en su gran mayoría, intermitente y precario. En el caso del trabajo cultural, si bien no es el único con ese síntoma, la precariedad se ha sobrellevado con una receta envenenada: la vocación ha camuflado la miseria.

 

Trabajo precario en cultura

(Frase de la camiseta que Jobs regaló a su plantilla)

Desde 2004 el Ministerio de Cultura publica el Anuario de Estadísticas Culturales [4]. Si algo llama la atención es que no recoge ninguna información sobre salarios. Siendo uno de los indicadores principales de precariedad, tampoco se recoge en las Estadísticas Culturales de Cataluña de la Generalitat, publicada anualmente desde el 2000.

Otros estudios han intentado recabar información sobre los ingresos en el trabajo cultural. En 2014, el CoNCA publicó un informe con algunos datos. En resumen, el 52% ingresa menos de 12.000 euros anuales y solo un 39% obtienen ingresos exclusivamente de su actividad artística [5]. Más dramáticos son los resultados de un estudio realizado en 2016 por la Fundación AISGE, que nos deja un titular elocuente: del total de artistas españoles, solo el 8,17% ingresan más de 12.000 euros anuales.

En cuanto a la contratación temporal en España, en 2018 se registró un 19,3% en cultura, tres puntos menor que la media. Comparado con otros ámbitos especializados en empleo basura y temporalidad la diferencia es mayor: un 32% en el turismo.

Si algo caracteriza al campo cultural son los bajos niveles de personas asalariadas. El 30,1% trabajan por cuenta propia mientras que en el conjunto de la economía el porcentaje es casi la mitad, un 16%. Como toda persona que trabaja por cuenta propia, puede que ser jefe al tiempo que empleado produzca confusiones. La precariedad puedes vivirla como radicalidad, asumes ingresos indignos por trabajar en lo que te gusta y puedes sentirte libre. Lo cierto es que trabajamos todo el día por 6 euros/hora. La realidad material es aplastante pero a menudo navegamos por todo tipo de fabulaciones emprendedoras.

En síntesis, bajos niveles de ingresos, índice moderado de contratación temporal –comparado con la media– y un alto porcentaje de trabajo por cuenta propia. Al ser ese trabajo el sostén de dinámicas de producción y consumo que impactan en otras economías (las famosas externalidades positivas de la cultura) y también parte importante del branding urbano, aparecen relatos sobre su buena salud. Entre otras milongas, se asegura que el empleo cultural ha ido creciendo en los últimos años hasta igualar niveles anteriores a la crisis (¿cuál de ellas?) o que «el turismo mantiene a la cultura como un atractivo destacado». Las preguntas son muy obvias: ¿qué tipo de empleo? ¿En qué condiciones laborales? ¿Por qué deberíamos identificarnos con una «industria» que mezcla grandes sellos discográficos, plataformas online privadas y museos con un ejército de gente con ingresos miserables? ¿Un sector con patronal, rentistas y gente que trabajamos por el capricho de subsistir? ¿Quién no querría unirse a ese engendro?

Las demandas de quienes trabajamos en cultura

Nuestra propuesta es simple y conocida: la unión de la gente que vendemos fuerza de trabajo propia porque no nos queda más remedio.

Ya no se aguantan los chantajes basados en la promesa de ascensión social o el trabajo como esfera de realización personal. Es una suerte trabajar en lo que te gusta, pero nada tiene que ver eso con pensarse diferente a quien trabaja en lo que nadie quiere hacer. Personal de limpieza de hoteles, peones de industrias manufactureras, camareros o gente que trabaja en cultura, se suman a un sinfín de personas atrapadas en la precariedad estructural. Personas que trabajamos para lograr cubrir necesidades básicas y dedicamos un porcentaje escandaloso de nuestros ingresos a pagar un techo, sin capacidad para diseñar proyectos de vida.

Si alguien cree que puede vivir a base de realización personal, distinción social y aferrado a la singularidad de la industria creativa, felicidades, pero como mínimo debería dar algún argumento serio para exigir demandas en semejante sector. Insistir en la astracanada de que «la cultura importa pero la gente no es consciente» (entiéndase «la gente» como el común de los mortales) o que «la cultura nos ha salvado de la pandemia» es una fábula solo justificable para los intereses de la Marca España o del imperio Netflix, que por cierto ni siquiera tributa en la hacienda española.

La realidad agónica nos mira fijamente tan pronto levantamos algunos datos fríos y calientes. ¿Alguien sigue creyendo que el empleo precario va a sostener nuestras vidas? Si la vida social no está garantizada, la cultura no es viable o acaba siendo un recurso insolidario y elitista. Es una de las premisas del manifiesto por una renta básica universal, firmado por más de 3500 trabajadores y trabajadoras de la cultura y de otros ámbitos (y las adhesiones no paran de subir). Esto no se arrancará sin un conflicto sostenido. Mientras vuelven las propuestas obscenas de «reimaginar el modelo capitalista» y de un «capitalismo más social y comunitario», los buitres de las finanzas arrasan con toda mercancía rentable ¿Pedir medidas sectoriales es toda la ofensiva que se nos ocurre?

Las crisis no son una oportunidad. Son un proceso cíclico donde el capital presiona para poder reorganizar el mundo –la tierra, el trabajo, el dinero– y seguir extrayendo beneficio. Sin una fuerza social organizada, transversal y contraria a esas dinámicas del beneficio incesante, toda medida sectorial es insuficiente. No hay que elegir a qué sector te sientes más cercano. Hay que asumir que el conflicto ya nos ha elegido.

La precariedad estructural del trabajo solo puede ser combatida por una unión decidida de quienes trabajamos para poder vivir. Sindicatos laborales, sindicatos de inquilinas, asociaciones de profesionales culturales, coworkings molones formados por currantes rasos de la cultura, inmigrantes sin papeles obligados a trabajar en lo que a nadie le gusta. Nos queda todo por hacer si queremos golpear con una fuerza que multiplique por mil nuestro propio peso. Hay que sindicar luchas transversales, aparcar de forma estratégica las demandas puramente sectoriales, poner en el centro lo que nos impide vivir, crear o producir en el ámbito cultural, unas condiciones de vida dignas.

En la tierra de las rentas inmobiliarias y la precariedad estructural, una huelga de alquileres debe vincularse a huelgas en la Zona Franca, a los Riders x Derechos, a las luchas de las Kellys, a las instituciones de la economía solidaria, a la defensa de espacios para la creación cultural y la convivencia comunitaria. Nos toca inventar una organización política transversal que nos vincule en una misma lucha. Aprovechar el poder estructural de algunos trabajadores del circuito de producción que pueden paralizar los polos logísticos. Aprovechar el poder simbólico de quienes trabajan en los circuitos de consumo y que pueden integrar y difundir una lucha interclasista, descentralizada y transversal. Impagos en el consumo, boicots en la producción, creación de poder propio.

El neoliberalismo está muerto. No estamos en una crisis, entramos en una nueva era. Los nuevos bloques capitalistas están en una batalla a muerte contra los que van quedando obsoletos. Sin poder propio acumulado, sin capacidad de negociación, con listas de medidas sectoriales a la espera de su aceptación, lo que venga promete ser el mismo infierno al cuadrado. Nos toca imaginar y organizar un nuevo sindicalismo de gente trabajadora para conquistar nuevos mecanismos de redistribución y derechos hasta ahora impensables. Sin afrontar el conflicto que nos ahoga, ni habrá futuro ni vidas dignas.


[1] Este texto proviene de conversaciones colectivas en sesiones con la comunidad Nativa y la cooperativa La Murga. A nadie hacemos responsable de nuestra opinión, pero sí de algunas ideas y del estímulo para escribirlo.

[2] Cualquier explicación seria sobre la regulación del trabajo en la etapa democrática debería empezar por los Pactos de la Moncloa y entrar a fondo en el proceso de integración europea. Como la conclusión sería la misma, evitamos hacer un trayecto demasiado largo y nos dejamos algunos episodios importantes.

[3] La mano de obra barata de origen migrante fue una pieza clave del crecimiento económico durante este ciclo basado en la construcción, formando una gran bolsa de trabajadores mal remunerados y en situación de precariedad extrema. Permitir la entrada de fuerza migrante o prohibirla siempre ha estado mediada por su valorización capitalista.

[4] Formado por un compendio de indicadores procedentes de operaciones estadísticas incluidas en el Plan Estadístico Nacional, el primer apartado del capítulo de magnitudes transversales está dedicado al empleo cultural. Aparecen 15 tablas de resultados sobre el trabajo cultural. Ninguna sobre ingresos o salarios.

[5] Según este estudio el 33% de los artistas, creadores y profesionales del mundo de la cultura en Cataluña percibe entre 12.000 euros y 25.000 euros anuales; el 27% entre 6.000 y 12.000 euros; el 25%, menos de 6.000 euros, y el 16%, más de 25.000 euros.

 

Miembro y cofundador de la Hidra Cooperativa
Consultora y gestora cultural en la cooperativa La Taula

Fuente:

https://nativa.cat/2020/05/cuando-el-conflicto-nos-elige/

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