La corrosión digital nunca duerme

Fuente: https://frenteantiimperialista.org/la-corrosion-digital-nunca-duerme/                                                                          Albino Prada – Sin Permiso                                                              26 diciembre 2022 logo

(Nota de la Redacción. Un artículo de lectura obligada para sobrevivir a tanto discurso navideño)

En una detallada investigación del año 2003 (“El declive del capital social”, Robert Putman editor, Galaxia Gutenberg) se concluía que la cooperación y la reciprocidad que otrora suponían los partidos políticos, los sindicatos o las comunidades religiosas estaban en declive en los países occidentales. Formas que recientemente analicé como de ayuda mutua frente al individualismo.

Unas formas de ayuda mutua que habían conseguido transitar del mundo rural al mundo urbano en una primera fase (hasta mediados del siglo XX) pero que a partir de entonces entraron en un acelerado proceso de corrosión. En aquella investigación ya se sugería que la irrupción de la televisión (tanto el medio como sus mensajes) podría estar detrás de esa corrosión así como su preeminencia en un entorno urbanita privativo (la actual república independiente de tu casa).

De manera que ahora el ciudadano en la vida política sería “espectador más que participante” y esto último apenas en el momento de las votaciones después de los debates televisivos. El individualismo, la desconfianza social y el declive de la ayuda mutua serían el sustrato de lo que Sheldon Wolin denominó democracia dirigida o totalitarismo invertido, formas fracasadas de las prometidas democracias plenas.

Con crecientes cuotas de ciudadanos abstencionistas y una fragmentación manipulable de los que aún participan en los procesos electorales y ya apenas lo hacen en partidos o sindicatos. Al respecto leo en los días previos a la segunda vuelta de las muy igualadas elecciones presidenciales en Brasil (dos candidatos pero con una bolsa de 26 % de abstención o indecisos):

“Lucha feroz en territorios como las redes sociales o las entrevistas para podcasts con audiencias gigantes, que no están sometidas al corsé de la normativa electoral y en esta campaña se están revelando cruciales; les permiten hablar directamente con nichos concretos de público, sea la juventud, los conservadores o aficionados al fútbol. Ahí vale todo. La misión es caer bien, y destruir la reputación del adversario.” (El País 23.10.22)

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Indagaré brevemente en lo que sigue sobre esa hipótesis de la inmersión televisiva como canal de corrosión social ampliándola a la inmersión en los medios digitales e internet. Tecnologías que (con su desarrollo mercantil) vienen, en buena medida a reciclar y al tiempo reforzar aquella corrosión.

Porque en los últimos años la elevada presión audiovisual vinculada a la TV apenas se habría reducido –lo que explicaría la corrosión del capital social que analizaba Putman- sino que, al tiempo, se habría visto reforzada y superada por la presión de los minutos dedicados a internet y sus derivados. Casi tres horas al día en cada uno de esos medios audiovisuales no solo suponen un factor de corrosión del capital social sino, incluso, de la capacidad de comprensión lectora tal como analizaba en otro artículo. Datos más recientes apuntan a que el conjunto de los medios digitales (incluyendo ahora la TV) alcanzaron un uso de casi 8 horas diarias en 2020.

Y datos aún más desglosados de Eurostat nos informan que en la primera década de este milenio en el conjunto de la UE el tiempo destinado a actividades audiovisuales triplica el dedicado a la lectura. Aún más, como quiera que la abstención electoral es mayor cuanto la población es más joven, no está de más anotar que es justo en esta población donde las cifras medias dedicadas a lo audiovisual son especialmente elevadas. Con riesgos crecientes asociados al ciberespacio y a los juegos online, donde los más jóvenes pasan más horas al día, en entornos en los que los valores democráticos carecen de existencia y prima el “sálvese quién pueda”.

Con lo que precede no estoy sosteniendo que la TV o los usos audiovisuales asociados con internet sean intrínsecamente un óxido corrosivo del capital social (o de la comprensión lectora). Aunque sí lo sea su uso excesivo (que resta espacio a otras opciones como la lectura o la vida asociativa no virtual) y su actual conformación mercantilizada al máximo. Pues por ambas vías se socaban los valores colectivos en favor de un individualismo enfermizo.

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Si la corrosión audiovisual (primero televisiva y ahora digital y multimedia) ha crecido de forma imparable en las últimas décadas lo ha hecho de la mano visible de la publicidad. Si bien se considera, en los orígenes de lo que se daría en llamar publicidad y relaciones públicas empresariales (en la fabricación tanto de consumidores como de prestigios diferenciadores) el asunto siempre consistió en crear y extender interpretaciones creíbles de la realidad. Lo que más recientemente se rotuló con el eufemismo del “relato” o “narrativas”. Las marcas crean un irreal relato de la realidad, la publicidad una interpretación fantasiosa del producto y es así que se fabrican consumidores desde hace más de un siglo.

En paralelo otros objetivos sociales, por ejemplo políticos, paulatinamente también usarán esas mismas herramientas para alcanzar el respaldo del electorado. Sobre todo porque la democracia parlamentaria encierra un peligro letal para una minoría otrora plutocrática: que se conforme una abrumadora mayoría social que rompa la baraja de su actual subordinación y exclusión de las crecientes potencialidades sociales. Esto así, los pocos trabajarán a fondo los relatos y las narrativas (hasta llegar a las fake news) para que sus mercados e intereses no se vean condicionados por la democracia.

Como resultado de todo ello ya Hannah Arendt -en el año 1951- diagnosticó que para muchos ciudadanos, en lo que entonces iba de siglo XX, la distinción entre los hechos y las ficciones o entre lo verdadero y lo falso no existían. Corrosión multiplicada cuanto mayor era el aislamiento y menor la capacidad de comprensión (lectora, intelectual,…) de partes crecientes de la población.

Sobre esa base la subordinación puede ser construida –hoy en la nube digital- con relatos, con interpretaciones creíbles de la realidad. Por ejemplo: que lo público es ineficiente, que Hussein tiene armas de destrucción masiva, que los impuestos corroen el crecimiento de la riqueza, que existe un peligro amarillo, que ciertas opciones políticas están dominadas por intereses extranjeros, que los inmigrantes te roban el empleo, que los Bancos Centrales deben ser independientes, que la globalización ha jubilado al imperialismo, etc.

Con frecuencia se crean y extienden así miedos sociales, colectivos, sobre riesgos imaginarios percibidos como reales. Y, al revés, los expertos en estas interpretaciones (relatos, fake news) silencian o camuflan las reales incertidumbres sociales que se derivan de la hegemonía de sus intereses y de su codicia.

Entonces al colapso climático, por ejemplo, se le llama cambio climático y, de paso, en vez de una ruptura con sus causas predicaremos una adaptación. O nos armaremos hasta los dientes para fomentar la paz. Por no hablar del supremacismo (de género o de piel) o el negacionismo (climático).

Una corrosión informativa que se dosifica por medio de filtros digitales a sectores previamente detectados como sensibles a estas deformaciones. Sectores que paulatinamente se convierten en zombies de sus propias imaginaciones, que les son de tal manera alimentadas. Filtros y sesgos sobre potenciales conflictos sociales que se manejan por poderes económicos potencialmente afectados (por ejemplo el negocio nuclear) y que así condicionan las decisiones nominalmente democráticas.

Cuando parte de los muchos compran estos relatos (o fake news) ya no votarán en función de sus intereses y contra los pocos, sino a favor de los intereses de estos últimos. Es obvio que entonces el supuesto del viejo liberalismo -de que el votante sabe lo que es mejor para él- debe ponerse en cuarentena.

Alternativamente, como mínimo, conseguiremos que se desentiendan, se desencanten, dejen que otros decidan por ellos. Mantendremos a amplios grupos sociales bajo el síndrome del mundo amigable, solo recibiendo información superficial sobre asuntos intrascendentes (modas, deportes, siniestros,…) mientras que los asuntos complejos que de verdad importan quedan fuera de su radio de atención.

Y es así como comprobamos que la abstención es mayor cuanto menor es la renta (votantes paralizados), o también con cuanta frecuencia los relatos inventados por los pocos son compartidos por una parte de los muchos (votantes divididos). Por ambas vías la libertad e igualdad política es corroída, hoy en el mundo digital, por la desigualdad económica.

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Para alimentar un público propenso a asumir su embrutecimiento trabajan los aduladores de las audiencias de masas en los medios de comunicación (radio, tv, plataformas, ocio, redes sociales,…). Un ejemplo, entre muchos, de esta robotización colectiva lo tenemos en los relatos de zombis de los que se consume sin tasa ni hartazgo. Y, bien al contrario, el modelo de éxito de masas televisivo dificulta el que alguien pueda sacar a la masa de su letargo. Al mismo tiempo que se embota la sensibilidad del público se le cierran los caminos que le permitirían escapar de la masificación.

Enrique Serna explicó en su día muy bien como la mercadotecnia del espectáculo y la industria de la desinformación trabajan para lavar cerebros, construyendo un poder autoritario camuflado tras la excusa de dar al público lo que pide1.

Se cierra el círculo. Es así como se llega a que el gran público llegue a tachar de elitista y pedante cualquier libro, portal, película o serie televisiva que le exija un cierto esfuerzo de concentración. La bestia de las audiencias masivas está tan entretenida que dudosamente entiende el interés de salir de tal cautiverio. Los poderes mediáticos son hoy manipuladores de multitudes, y en su formato digital y de big-data lo son como nunca antes se había imaginado. Porque la corrosión digital nunca duerme.


Albino Prada es Doctor en Ciencias Económicas por la Universidad de Santiago de Compostela, profesor de Economía Aplicada en la Universidad de Vigo, fue miembro del Consejo Gallego de Estadística y del Consejo Económico y Social de Galicia; colabora en medios como Luzes, Tempos Novos, Sin Permiso o infoLibre.​ Es miembro del Consejo Científico​ de Attac España. Su último ensayo publicado es “Trabajo y Capital en el siglo XXI” (2022).

Fuente: www.sinpermiso.info, 25-12-2022


  1. Genealogía de la soberbia intelectual” (Taurus, Madrid, 2014) páginas 37, 41-42, 177, 207 

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