EEUU y Rusia negocian en secreto la desnuclearización de Ucrania

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A finales de setiembre Rusia se anexionó las dos repúblicas del Donbas, Donetsk y Lugansk, así como Jerson y Zaporiya. Zelensky respondió firmando un decreto que prohibía cualquier negociación con Putin. Dijo que Ucrania estaba “dispuesta a dialogar con Rusia, pero con un presidente de Rusia diferente”.

El asesor de Zelensky, Myjailo Podolyak, reiteró que Ucrania sólo “hablaría con el próximo dirigente” de Rusia, y declaró al periódico italiano La Repubblica que las conversaciones sólo podrían reanudarse una vez que el Kremlin renunciara al territorio ucraniano. En un alarde heroico añadió que Kiev seguiría luchando aunque fuera “apuñalado por la espalda” por sus aliados.

El decreto fue problemático para Estados Unidos porque esperar a otro presidente ruso significaba una guerra interminable, muy difícil de vender a los aliados europeos. A pesar de la guerra, las negociaciones entre Estados Unidos y Rusia nunca se han interrumpido, pero en los últimos meses se ha establecido un canal secreto de comunicación entre ambos países, pasando por encima de Anthony Blinken, responsable de la diplomacia de Washington.

Lo que ha cambiado en los últimos días es que, además de negociar, Estados Unidos hace públicas las conversaciones y presiona a Zelensky para que las acepte. A principios de la semana, varias filtraciones en la prensa estadounidense iban en esa dirección. Jake Sullivan, asesor de seguridad nacional de Estados Unidos, se había reunido en varias ocasiones con dos altos dirigentes del Kremlin.

Había que cambiar el tono de las declaraciones oficiales. Debe parecer que Ucrania está abierta a negociar con Rusia por dos motivos. El primero es que los europeos -pero no sólo ellos- están hartos de la guerra y la alianza con Estados Unidos se puede romper. El segundo es que Ucrania no puede bloquear la paz. Zelensky “debe mostrar su voluntad de poner fin a la guerra de forma razonable y pacífica”, dijo Sullivan.

Los ucranianos ya no podían exigir condiciones previas, como la dimisión de Putin. El propio Biden declaró: “Tenemos que ver si Ucrania está preparada para un compromiso”. Al mismo tiempo, el jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, el general Mark Milley, anunció que había “una ventana de oportunidad para la negociación” entre Moscú y Kiev.

Estamos ya muy lejos de las declaraciones bélicas de la pasada primavera contra Putin y muy cerca de la cumbre del G20 que se reunirá en Bali.

El país anfitrión, Indonesia, ha pedido “resolver nuestras diferencias en la mesa de negociaciones, no en el campo de batalla”. Los estadounidenses quieren contener el viento que sopla fuera de Occidente contra la Guerra de Ucrania. Propusieron un encuentro entre Biden y Putin con motivo del G20, que fue abortado porque el Presidente ruso prefirió no viajar a Bali, enviando en su lugar a Lavrov.

Sin embargo, está prevista una reunión entre Xi Jinping y Biden. Los ucranianos, por su parte, ven con malos ojos estos repentinos movimientos y no ocultan su preocupación. Uno de los asesores de Zelensky, Mijaylo Podolyak, reveló recientemente que tenían miedo a las negociaciones del G20 en Bali y lo que pudiera ocurrir allí, apuntando claramente a Biden, al que le ven ceder poco a poco.

Las relaciones entre Zelensky y Biden han sido mucho más complicadas de lo que parecen. En junio del año pasado, ambos se enfrentaron por la apertura del gasoducto Nord Stream, cuando los estadounidenses llegaron a un compromiso con Alemania.

El Memorándum de Budapest

A lo largo de la Guerra de Ucrania se ha hablado muy poco del Memorándum de Budapest, firmado en 1994 por Ucrania, Rusia, Estados Unidos y Reino Unido (y, posteriormente, el resto de potencias nucleares declaradas, Francia y China). La explicación tiene un cierto desarrollo histórico.

Con la desaparición de la URSS, a Ucrania le correspondió una parte del armamento nuclear soviético, es decir, que se convirtió en una potencia nuclear. El acuerdo de Bucarest logró la desnuclearización de Ucrania. El gobierno de Kiev firmó el Tratado de No Proliferación. Sin embargo, tras el Golpe de Estado de 2014 los acontecimientos dieron otro giro.

La empresa estadounidense Westinghouse firmó numerosos contratos con el gobierno de Kiev, tanto para el suministro de combustible nuclear como para la construcción de las futuras centrales AP1000, a pesar de que Ucrania tenía energía suficiente para sí misma e incluso la exportaba a sus vecinos. El objetivo de la nuclearización era, pues, militar.

Si Ucrania hubiera sido Irán o Corea del norte, su desarrollo nuclear hubiera estado en las primeras planas de los noticiarios. Pero Ucrania se nuclearizaba por la puerta falsa y todos guardaron silencio, un asunto se puso aún más feo para Rusia cuando la OTAN comenzó a dar los primeros pasos para incorporar a Ucrania, que volvía al estatuto anterior, en una clara vulneración del Memorándum de Bucarest y del Tratado de No Proliferación.

Cinco días antes del inicio de la guerra, el 19 de febrero de este año, en la Conferencia de Seguridad de Munich, Zelensky exigió una “renegociación” entre las partes firmantes del Memorándum de Budapest. En caso contrario, Ucrania dejaría de respetar sus compromisos internacionales.

En otras palabras: Ucrania se olvidaba del Memorándum de Buscarest igual que se había olvidado de los Acuerdos de Minsk.

A finales de marzo, las primeras negociaciones de paz entre rusos y ucranianos, bajo la mediación de Erdogan, se referían únicamente a esa cuestión estratégica. Las cuestiones de Donbas o Crimea se pospusieron. La cuestión nuclear está, pues, en el centro de la Guerra de Ucrania y quienes negocian ese tipo de asuntos estratégicos no son otros que Rusia y Estados Unidos.

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