La guerra oculta de Israel por el agua — Ramzy Baroud

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The Palestine Chronicle – 11/08/2021

  Traducción del inglés: Arrezafe

El asesinato del «amenazante» técnico del agua palestino. Sobre las guerras en la sombra en Cisjordania

Shadi Omar Lotfi Salim, 41 años, asesinado por el ejército israelí

Hay una guerra soterrada de Israel contra los palestinos, una guerra poco conocida y de la que rara vez se habla. Es la guerra del agua, que se ha estado gestando durante décadas.

El 26 y 27 de julio, tuvieron lugar dos incidentes, separados pero intrínsecamente relacionados, en el área de Ein al-Hilweh en el valle ocupado del Jordán y cerca de la ciudad de Beita, al sur de Nablus.

En el primer incidente, los colonos judíos del asentamiento ilegal de Maskiyocomenzaron la construcción en el manantial Ein al-Hilweh, que ha sido una fuente de agua dulce para las aldeas y cientos de familias palestinas en esa zona. La toma del manantial se ha estado desarrollando durante meses, todo bajo la atenta mirada del ejército de ocupación israelí.

Ahora, Israel se ha anexado el manantial Ein al-Hilweh, así como la mayoría de los recursos terrestres y hídricos del valle del Jordán.

Apenas 24 horas después, Shadi Omar Salim, un empleado municipal palestino, fue asesinado por soldados israelíes en la ciudad de Beita. El ejército israelí emitió rápidamente una declaración en la que, como era de esperar, culpó al palestino de su propia muerte.

Según declaró el ejército israelí, la víctima se acercó a los soldados de «manera amenazante», mientras sostenía «lo que parecía ser una barra de hierro», antes de ser abatido a tiros.

Si lo de la “barra de hierro” fuera cierto, podría explicarse por la sencilla razón de que Salim era un técnico de agua. De hecho, en el momento de ser abatido Salim se dirigía a abrir las tuberías que abastecen de agua a Beita y otras áreas adyacentes.

Beita, que ha sido testigo de mucha violencia en las últimas semanas, se enfrenta a una amenaza existencial. Se ha construido un asentamiento judío ilegal, llamado Givat Eviatar, en la cima de la montaña palestina Sabih, en árabe, Jabal Sabih. Como de costumbre, cada vez que se construye un asentamiento judío, la vida y el sustento de los palestinos se ven amenazados, de ahí las protestas palestinas que tienen lugar en la zona.

La lucha palestina en Beita es una muestra de una lucha más amplia en la que civiles desarmados se enfrentan a un estado colonial y a sus colonos que, en última instancia, desean reemplazar aldeas y ciudades palestinas por asentamientos judíos.

Hay otra faceta que se puede considerar habitual, la coomplicidad del ejército israelí y los colonos judíos, trabajando juntos para limpiar étnicamente a los palestinos: Mekorot. Esta última es una empresa de agua israelí de propiedad estatal que literalmente roba agua palestina y se la vende a los palestinos a un precio exorbitante.

Como era de esperar, Mekorot también opera cerca de Beita. Salim fue asesinado porque su trabajo, que consistía en suministrar agua a la población de Beita, suponía una amenaza directa para los planes coloniales israelíes en esta región.

Situemos esto en un contexto más amplio. Israel no solo ocupa la tierra palestina, sino que también usurpa sistemáticamente todos sus recursos, incluida el agua, en flagrante violación del derecho internacional que garantiza los derechos fundamentales de una nación ocupada.

La Cisjordania ocupada obtiene la mayor parte de su agua del Acuífero de la Montaña, que se divide en tres acuíferos más pequeños: el acuífero occidental, el acuífero oriental y el acuífero nororiental. En teoría, los palestinos tienen mucha agua, suficiente al menos para cumplir con la asignación de agua mínima requerida de 102-120 litros por habitante diarios, según lo recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS). En la práctica, sin embargo, esto no se cumple. Lamentablemente, Israel se apropia directamente de la mayor parte del agua de estos acuíferos. Algunos lo llaman «captura de agua», los palestinos lo llaman, con mayor exactitud, «robo».

Mientras que en Israel el consumo diario de agua per cápita se estima en 300 litros, los colonos judíos ilegales en Cisjordania consumen más de 800 litros por día. Esta última cifra se torna más escandalosa aún si se compara con la exigua cantidad de que la dispone un palestino: 70 litros por día.

Este problema se acentúa en la denominada «Zona C» de Cisjordania, por una razón. El «Área C» tiene casi el 60 por ciento del tamaño total de Cisjordania y, a diferencia de las «Áreas A» y «B», es la zona menos poblada. Es, en su mayor parte, tierra fértil que incluye el Valle del Jordán, conocido como el «granero de Palestina».

A pesar de que el gobierno israelí había decidido, en 2019, posponer la anexión formal de esa área, la anexión, de facto, ha estado en vigor durante años. La apropiación ilegal del manantial Ein al-Hilweh por colonos judíos ilegales es parte de una estratagema mayor que tiene como objetivo apropiarse del valle del Jordán, un dunum, un manantial y una montaña a la vez.

De los más de 150.000 palestinos que viven en la «Zona C», casi el 40 por ciento, más de 200 comunidades, sufren «una grave escasez de agua potable». Esa escasez podría remediarse si se permitiese a los palestinos perforar nuevos pozos, ampliar los actuales o utilizar tecnologías modernas para asignar otras fuentes de agua dulce, pero el ejército israelí no solo les prohíbe hacerlo, sino que incluso el agua de lluvia está prohibida para los palestinos.

«Israel controla incluso la recogida de agua de lluvia en la mayor parte de Cisjordania y las cisternas dispuestas para tal fin, pertenecientes a las comunidades palestinas a menudo son destruidas por el ejército israelí», concluyó un informe de Amnistía Internacional, publicado en 2017.

Desde entonces, la situación empeoró aún más, especialmente desde que la idea de anexar oficialmente un tercio de Cisjordania obtuvo un amplio apoyo en la Knesset y la sociedad israelíes. Ahora, cada movimiento realizado por el ejército israelí y los colonos judíos en Cisjordania está dirigido hacia ese fin, controlando la tierra y sus recursos, negando a los palestinos el acceso a sus medios de supervivencia y, en última instancia, limpiándolos étnicamente por completo.

Las protestas de Beita continúan, a pesar del alto precio que se paga. En junio pasado, un niño de 15 años, Ahmad Bani-Shamsa, fue asesinado cuando una bala del ejército israelí lo alcanzó en la cabeza. En ese momento, Defense for Children International-Palestine emitió una declaración en la que afirmaba que Bani-Shamsa no representaba ninguna amenaza para el ejército israelí.

La verdad es que Beita está bajo constante amenaza israelí, así como el Valle del Jordán, la «Zona C», Cisjordania y toda Palestina. La protesta en Beita es una protesta por los derechos a la tierra, los derechos al agua y los derechos humanos básicos. Bani-Shamsa y, más tarde, Salim, fueron asesinados a sangre fría simplemente porque sus protestas eran inconvenientes para el gran diseño del Israel colonial.

Lo irónico de todo esto es que Israel parece amar todo cuanto a Palestina se refiere, la tierra, los recursos, la comida e incluso su fascinante historia, pero no a su población indígena, los propios palestinos.

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